La proliferación de la conmemoración del 8 de marzo, como día Internacional de las mujeres, con múltiples y casi innumerables actos, programas, especiales, informativos, menciones honoríficas, premios, homenajes, etc… constituyen una inflación -muy acorde con el estilo periodístico actual, repetitivo y acrítico- que, quizás es contraproducente, aunque también bienvenida. Se habla todo el rato de las mujeres en torno a esa fecha, como políticamente correcto e inevitable. Hasta a quienes les fastidia están en disposición de adherirse por un día, salir en la foto o contar algo importante de su madre, a la que, por cierto, no reconocieron autoridad hasta que fueron muy mayores y un poco dependientes.
La visibilización normalizada de las mujeres es aún una asignatura pendiente, porque no se trata sólo de sacarlas del común de la humanidad, sino de hablar de la humanidad como compuesta de mujeres y hombres, a partes casi iguales. La efusión de datos, imágenes, noticias, logros, desigualdades, violencias, etc… que tienen a las mujeres como sujetos provoca a veces sensaciones de exceso y de exageración y, por tanto, falta de atención hacia lo que se pretende. Podríamos decir que se visibiliza “sin conocimiento de causa”, del por qué de este deber de compensación del déficit histórico de presencia de las mujeres en todos los ámbitos de la vida y la actividad humana. Si ellas se dedicaron o se dedican a alguna tarea masculinizada, se suelen olvidar o ensalzar en exceso y si estuvieron o están en las llamadas “propias de su sexo”, no son dignas de referencia, por estar en el terreno del deber ser insoslayable e indiscutible y nunca van a ser dignas de mención.
Por eso tenemos tanta tarea por delante: sacar de los sótanos toda la obra de las mujeres, nombrar adecuadamente, clasificar, valorar, conceder importancia y autoridad a lo que ellas han realizado y a sus papeles obligados o escogidos es un campo ingente que nos da la impresión de inabarcable. Por eso, quizás, concentramos todo en un día o en unas semanas y luego… que sigan los días de silencio, mal trato y discriminación que, al fin y al cabo, es lo “normal” y no se puede querer tanto e ir tan deprisa.
Aunque sea una obviedad, las mujeres somos la mitad de la humanidad, no un colectivo y, por tanto, todos los días y en todas las épocas y lugares del mundo “hemos hecho algo”, algo relacionado con dar, cuidar y sostener la vida, seguro y bastantes otras cosas más relacionadas con las necesidades humanas de alimentación, bienestar, cultura, ciencia, educación, descubrimiento. ¿Cómo no vamos a desear estar presentes en todo lo humano? ¿Cómo no vamos a exigir que se nos trate como lo que somos, personas plurales e individuas singulares, plenas e imprescindibles?
Necesitamos aún que exista un compromiso público para que se cumplan los tres principios y objetivos de la igualdad que nos aportó Nancy Fraser hace algunos años: redistribución, reconocimiento y representación. Sin estos, hablar de las mujeres para rellenar huecos, para quedar bien, para posturear con la Igualdad conseguida, etc… no está de más, pero lo que sí es que está de menos.
Sabemos que aún tenemos desequilibrios y brechas entre mujeres y hombres: salarial, empleo, trabajos y tareas, voces autorizadas y expertas, empleo del tiempo, uso de espacios, reparto de recursos, trato, condiciones y oportunidades desiguales. Todo ello es constatable a través de las estadísticas desagregadas por sexo, para no hablar a ojo, para desarrollar precisión y finura en nuestras apreciaciones o primeras impresiones a partir de casos concretos, extraordinarios y cercanos, que nos tapan lo que hay detrás o debajo.
Las mujeres no somos un colectivo, repito. Y lo que les afecta a unas nos afecta a todas y lo que nos afecta a todas le afecta a una. Todas las desigualdades y violencias persistentes nos pueden afectar a cualquiera de nosotras en cualquier momento, porque la causa suele ser “por ser mujeres”.
Por eso, la conmemoración internacional del 8 de marzo es ocasión para recordar al mundo que ahí estamos, que sostenemos en gran parte las vidas humanas, que no participamos apenas en cuestiones de destrucción de la naturaleza y en guerras, torturas, persecuciones, etc. Tenemos pendiente el reconocimiento de que lo llamado “femenino” en la cultura universal del patriarcado es más conveniente que lo denominado “masculino”. ¿Por qué tiene que seguir vigente la explicación de Hobbes “el hombre es un lobo para el hombre” y no la que podría ser feminista: “la loba es nutricia y cuidadora”?
Pero también tenemos pendiente parte del proceso de redistribución: no disfrutamos ni soportamos lo mismo mujeres y hombres en las canchas de este mundo. No nos salen las cuentas.
Y también tenemos muy coja la pata de la representación, no como excepcional, sino como esperada, justa y equitativa, aunque cada año vamos sumando todos los intentos que se hacen por visibilizar y valorar a las mujeres del mundo en el 8 de marzo. Y, así avanzamos más de lo que se ve y se desea.