Se considera esencial que, desde la escuela y la práctica docente, se tome conciencia de la necesidad de institucionalizar un sistema de trabajo colaborativo y colegiado que supere la idea de la educación reducida a una tarea individual del docente frente a su alumnado, y que ese sistema de trabajo no finalice cuando sus impulsores abandonan la institución.
Porque en la escuela, como en la vida de las personas y en otros muchos ámbitos, se suceden ciclos permanentes de planificación, aplicación, análisis y valoración de resultados que buscan alcanzar un cierto progreso y aprendizaje. Y en educación, debemos seguir la espiral de profundización y mejora continua que nos permita ir superando desafíos y aprendizajes de manera progresiva y recurrente al ritmo de los cambios y recordar que: «Los analfabetos del siglo XXI no serán aquellos que no sepan leer y escribir, sino aquellos que no sepan aprender, desaprender y reaprender». Idea expresada por Herbert Gerjuoy y citada por Toffler en El shock del futuro.
Porque no se puede innovar ni mejorar si no dejamos de hacer lo de siempre para obtener resultados diferentes. Y, sobre todo, porque en un mundo globalizado e interconectado debemos avanzar en la construcción de instituciones en movimiento permanente en la búsqueda de las mejores respuestas que exige el ritmo de los tiempos. Actuando desde lo local, pero con la mente puesta en el conocimiento global.
Porque, después de largos años de experiencia (más de 43), he aprendido que las soluciones que son más asumidas, eficaces, duraderas y consistentes son las que los docentes generan desde dentro de las instituciones educativas.
Porque considero que tenemos la obligación moral y ética de compartir, para tratar de evitar a otros descubrir lo que la ciencia y las buenas prácticas ya nos enseñaron.
Porque hacer realidad la innovación y la mejora de la escuela nos implica a todos y solo podemos lograrlo cuando trabajamos como una verdadera comunidad profesional de aprendizaje, y entendemos que “la escuela no es solo un lugar para que los estudiantes aprendan, debe ser también un lugar para que el profesorado, y la propia escuela como organización, aprendan y lo hagan desde el trabajo compartido, desde la reflexión crítica sobre la práctica, individual y colectiva, puesta al servicio de todos los estudiantes para que alcancen el máximo desarrollo de sus potencialidades personales”. (Navareño, P. 2020, p.15).
Porque necesitamos una educación que cuente con todas las manos, para lograr un mundo más pacífico, más justo, más solidario y más sostenible, donde el respeto a los derechos humanos sea una realidad y no una entelequia en manos de unos pocos. Y, porque, en definitiva, la educación es el mejor instrumento para logarlo.
¿Cómo hacemos realidad la innovación y la mejora en cada escuela?
La puesta en práctica y la institucionalización de la innovación es una tarea compleja y exigente para que llegue a buen puerto. Por esa razón proponemos que se realice de un modo lento pero profundo en el que la institución y todos los sectores que la integran tomen conciencia de la necesidad y posibilidad de mejorar. Y lo hacemos a través de un ciclo:
Ciclo que inevitablemente debe iniciarse con un proceso de sensibilización que tiene dos objetivos fundamentales: 1º crear la urgencia y la necesidad de mejorar progresivamente el aprendizaje de los estudiantes, y 2º que toda la comunidad educativa conozca la ruta que seguiremos para lograr institucionalizar la innovación y mejora que deseamos y necesitamos.
En cuanto al ciclo propiamente dicho tiene las siguientes fases:
En primer lugar, debemos poner norte a nuestro caminar, norte que para una institución educativa no es otro que el perfil de egreso o salida (PE) que debe tener el alumnado al finalizar su escolaridad en nuestra institución. Concepto, que, aunque en el sistema educativo español se ha introducido en la LOMLOE, sin embargo, es un viejo conocido en los sistemas educativos latinoamericanos.
En segundo lugar, debemos identificar lo que estamos haciendo bien para ese importante logro a través de un autodiagnóstico (DAFO) centrado en la práctica docente, con la finalidad de identificar y reforzar nuestras buenas prácticas, aquello que comprobamos que ya funciona bien, conocer lo que solo hacemos regular para mejorarlo y, descubrir, lo que consideramos que es una verdadera área de mejora, para sustituirla. Y, posteriormente, a partir de ese análisis, priorizamos las prácticas o ámbitos que deseamos innovar y mejorar, que recogemos en el plan estratégico de mejora (PEM).
Tercero, de entre todas las acciones priorizadas en el PEM, seleccionamos una sola e iniciamos un camino de revisión y reflexión crítica y formativa sobre la práctica, que nos permita avanzar en el desarrollo profesional docente centrado en el aula y de acuerdo al contexto de cada institución educativa. Para ello construimos lo que hemos denominado como “práctica didáctica común” (PDC), es decir, elaboramos entre todos los docentes acuerdos metodológicos y didácticos que contribuyan de manera efectiva al logro de las finalidades educativas institucionales (PE).
En cuarto lugar, aplicamos y valoramos las PDC hasta considerar que está mejorando realmente la práctica docente, y lo hacemos por diferentes procedimientos tales como el acompañamiento y tutoría entre iguales, sesiones clínicas de análisis de aquellas prácticas que presentan mayor dificultad, cursos de formación interna, de profundización, etc. Para finalmente realizar una evaluación 360º que parte de la autoevaluación, coevaluación, heteroevaluación y, para finalmente, analizar el impacto que la aplicación de la PDC está teniendo en los aprendizajes alcanzados por los estudiantes.
Y, finalmente, en quinto lugar, si los análisis y valoraciones por parte de todos son positivos, se procede a la institucionalización de esos acuerdos metodológicos (PDC). Lo que supone revisar los documentos institucionales que se puedan ver afectados por los acuerdos que hemos alcanzado colegiadamente, para garantizar la contextualización de la innovación y la mejora en cada escuela.
Para la puesta en práctica y el desarrollo de este ciclo son necesarios algunos requisitos de organización y funcionamiento, profesionales, etc., que todos ellos pueden asumirse y llevarse a cabo dentro del marco normativo español y en general de cualquier sistema educativo, tal y como lo estamos comprobando en escuelas de algunos países de Latinoamérica, también a nivel universitario.
Además de esos aspectos formales y normativos, lo que exige realmente iniciar este proceso de innovación sostenible y mejora continua, es esencialmente: querer, saber y poder. “Querer”, es tener la voluntad y tomar la decisión de emprender el camino, para avanzar en todos los sentidos y lograr metas que solo trabajando colectivamente podemos lograr o, por el contrario, podemos elegir seguir en donde estamos lamentando lo que tenemos y hacemos. “Saber”, supone asumir la responsabilidad de nuestro propio desarrollo profesional docente, seguir aprendiendo mientras tratamos de enseñar, y enfrentarlo sabiendo que juntos somos mucho más capaces que desde cualquier otro modelo de acción. Además, ese saber debe acompañarse de la idea de asumir que las organizaciones también aprenden de su práctica y ello ha de ser una base esencial de conocimiento. Por último, “poder”, significa disponer de los medios, los tiempos y los espacios necesarios, no los óptimos o los deseados, para hacer una buena escuela; pues, como bien sabemos, el conocimiento y las habilidades suman, pero las actitudes multiplican los efectos de todo aquello que hacemos, por tanto, podríamos concluir diciendo que si queremos podemos.