Como cada vez que se implanta una ley educativa, la renovación o propuesta puede hacerse de dos formas: de cara a la galería o de forma efectiva. Si se opta por la primera opción, de cara a la galería, el procedimiento es sencillo. Basta con modificar toda la literatura burocrática adaptada a dicha ley, y así pueden encontrarse proyectos educativos de centro o programaciones educativas dignas de premio literario e idearios educativos de vanguardia plasmados en el papel. Pero la puesta en práctica no se materializa en la realidad. Todo seguirá igual. Igual que en los 80, los 90, los 2000… Todos compartimos espacio educativo con personas cuyas práctica pedagógicas han sido inmunes a reformas e innovaciones de cualquier índole. Así que, independientemente de la propuesta o legislación, sólo cambiará el papel, la práctica seguirá en la zona de confort establecida por la persona que así lo decida y no habrá nada que hacer.
La segunda forma de emprender el cambio ante una reforma es hacerla de forma real. Es decir, más allá de las programaciones, hay que plantearse cómo introducir las propuestas de la ley de forma efectiva. Replantear metodologías de forma estructural, implementando los cambios. No solo por cumplir con la ley, que como docentes debemos cumplir, sino porque debemos (o deberíamos) preocuparnos de nuestro desarrollo profesional docente. Ello implica evolucionar con los tiempos y adaptar a ellos nuestra praxis. Si exigimos ser atendidos en otras áreas de vida por buenos profesionales, los docentes, que trabajamos con capital humano, deberíamos ser ejemplo en llevar nuestra exigencia profesional al máximo nivel.
La nueva ley contempla el perfil de salida del alumnado. Dicho perfil identifica y define las competencias clave que el alumnado debe haber desarrollado al finalizar la educación básica. Estas competencias se han vinculado con los principales retos y desafíos globales del siglo XXI a los que el alumnado va a verse confrontado, se han incorporado también los retos recogidos en el documento Key Drivers of Curricula Change in the 21st Century de la Oficina Internacional de Educación de la Unesco, así como los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2015.
Si hay un reto y desafío global en el siglo XXI ese es el de la adaptación al cambio climático, un cambio climático que más allá de repercusiones en el medio físico impacta en las personas. Generalmente, se habla de las consecuencias del cambio climático en términos de afectación física de los hábitats (inundaciones, sequías, deshielo,…) pero pocas veces se habla de las repercusiones de estos cambios en la vida de las personas. Como en cada crisis, sea económica, pandémica o bélica, las consecuencias son pagadas con mayor agudeza por las mismas personas. Es decir, la afectación de estas consecuencias es y será desigual en función de la ubicación, la clase social y el género; y provocarán más incremento de la brecha social. La medida en que nos afectará como personas, o cuánto queramos permitir esta afectación es en parte una responsabilidad compartida con empresas e instituciones, pero también social, y es indudable que como docentes podemos intervenir no solo en la mitigación de estas consecuencias, sino en la creación de ciudadanía resiliente ante los cambios, con compromiso social y con capacidad de intervención en el medio en el que se desenvuelve.
No es casualidad que, en la Lomloe, en el área de Conocimiento del Medio, Natural Social y Cultural se incluya el bloque “ Sociedades y Territorios” en el que se presta atención a los retos y situaciones del presente y del entorno local y global, para introducirse en el mundo en que vivimos de una manera más cívica, democrática, solidaria, sostenible y comprometida que incluye una conciencia ecosocial; y que en sus saberes básicos aparezcan aspectos como “Responsabilidad ecosocial. Acciones para la conservación, mejora y uso sostenible de los bienes comunes” en el primer ciclo, o “Responsabilidad ecosocial. Ecodependencia e interdependencia entre personas, sociedades y medio natural” en el segundo ciclo; o “El desarrollo sostenible. La actividad humana sobre el espacio y la explotación de los recursos. La actividad económica y la distribución de la riqueza: desigualdad social y regional en el mundo y en España. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible” y “Estilos de vida sostenible: los límites del planeta y el agotamiento de recursos. La huella ecológica” en el tercer ciclo. Los retos del siglo XXI requieren capacitar al alumnado a través del conocimiento de esos saberes básicos incorporados para que con esas capacidades puedan dar respuesta a esos retos.
No son temas menores, y aunque, a priori y superficialmente, pudiesen categorizarse como temas ambientalistas de cierta consonancia política, son en sí temas directamente relacionados con la supervivencia humana. No hay más que leer las conclusiones del Grupo de Trabajo II del IPCC, Cambio climático 2022: Impactos, adaptación y vulnerabilidad, en el que han trabajado 270 personas de la ciencia de más de 67 países y que afirma categóricamente que en las próximas dos décadas, el planeta afrontará diversos peligros climáticos inevitables con un calentamiento global de 1,5 °C (2,7 °F). Incluso si se supera temporalmente este nivel de calentamiento, se generarán impactos graves adicionales, algunos de los cuales serán irreversibles. Se incrementarán los riesgos para la sociedad, en particular para la infraestructura y los asentamientos costeros de baja altitud. Hablamos de un informe científico, y la ciencia es inescrutable.
Afrontar los nuevos retos del siglo XXI implica llevar a cabo una pedagogía de vinculación de la acción sobre el medio, y no solo sobre el medio natural, sino sobre nuestro entorno próximo, en el entorno en el que nos desarrollamos como personas y en el que nuestra acción o inacción tiene incidencia directa. Es enseñar a los niños y niñas que son parte activa de una ciudadanía y hacerles partícipes de la misma. Es traspasar el aula, generar espacios de reflexión conjunta sobre los problemas y diseñar salidas factibles, mediante un aprendizaje basado en proyectos o aprendizaje y servicio. La denominación o etiqueta es lo de menos, de lo que se trata es de enseñar la participación, una ciudadanía con capacidad de acción. Es necesario establecer un vínculo y diálogo entre los saberes científicos, académicos, los populares y la repercusión social. La Lomloe reza de forma expresa: “Las situaciones de aprendizaje deben fomentar aspectos relacionados con el interés común, la sostenibilidad o la convivencia democrática, esenciales para que el alumnado se prepare para responder con eficacia a los retos del siglo XXI”. Llevar este precepto a la concreción de la vida cotidiana supondría preparar al alumnado para hacer frente a estereotipos; saber discernir entre información certera o aquella que pretende manipularnos, como los bulos; incidir en garantías sociales, economías justas, etc. y no esperar a una crisis grave para ofrecer una ayuda puntual y asistencial. Supondría, así mismo, enseñar a dialogar bajo los criterios del respeto y la tolerancia en todos los contextos: personales y virtuales. Enseñar a vivir en la incertidumbre. Para ello es necesario traspasar mentalmente los contenidos curriculares para llevarlos a la aplicación práctica. Es superar el concepto de áreas y la visiòn fracturada del conocimiento que aísla saberes, porque esta división limita la visión de lo global y como personas nos desarrollamos en hábitats sociales, establecemos relaciones y todas ellas tienen repercusiones tanto para la salud de la persona como para el hábitat en el que vivimos.
Como ocupantes de un hábitat que comprende espacios privados y públicos, como seres humanos y en sociedades democráticas debemos recuperar esa responsabilidad de participación activa en positivo y como docentes debemos evolucionar con las leyes y enseñar para los nuevos retos del siglo XXI.