Éramos muchos los que esperábamos que la editorial Virus publicase por fin Las falsas alternativas. Pedagogía libertaria y nueva educación, el resultado de las investigaciones de Ani Pérez Rueda; los mismos que esperamos desde hace años un nuevo paradigma progresista que desenmascare la actual deriva autoritaria y nos proporcione herramientas solventes para el análisis de la situación actual.
Las pedagogías no directivas están viviendo su particular esplendor, especialmente desde que la Lomloe ha empezado a aplicarse. Un modelo que se presenta a sí mismo como un Cambio de Época, o Nuevo Paradigma, que ha de alcanzarse cuanto antes para no correr el riesgo de quedarse uno atrás, obsoleto, encallado en un perspectiva conservadora de la educación. Sin embargo, ¿qué hay detrás de este enorme proceso de reconversión económica? Hasta ahora contábamos con el acercamiento de Marina Garcés (Escuela de aprendices, Galaxia Gutenberg, 2020) para responder a esta pregunta. La propia Marina Garcés prologa este volumen de Ani Pérez Rueda, que se propone trazar una historia de la pedagogía libertaria para contrastarla con la neoliberal.
¿Por qué era necesario hacerlo? Como explica Garcés: “Los proyectos educativos neoliberales son los que han adoptado de forma más abierta conceptos, prácticas y valores que formaban parte del repertorio de las pedagogías críticas, revolucionarias e, incluso, anarquistas o libertarias”. Lo que ha ocurrido es que han convertido las pedagogías emancipadoras en un reclamo comercial, utilizando a los pedagogos honrados para instaurar medidas autoritarias disfrazadas de “innovación”. Medidas que de haberse presentado como iniciativas de derecha clasista no hubieran conseguido naturalizarse hasta el punto en han logrado hacerlo.
Gran parte de las alternativas actuales, hoy ya oficializadas y completamente hegemónicas, parten de presupuestos libertarios pero los vacían de contenido social. “Por ello”, escribe Ani Pérez, “son muchas las escuelas autogestionadas que han acogido con entusiasmo el amplio margen para las iniciativas privadas que ofrece el neoliberalismo, a pesar de que ese retroceso del Estado haya favorecido una mercantilización salvaje que atenta contra las necesidades básicas de la mayor parte de la población y muy especialmente contra las de los colectivos más vulnerables” (p.154). En otras palabras, las pedagogías progresistas han sido convertidas en etiquetas comerciales que encubren el desmantelamiento progresivo de los espacios públicos, y ocultan la estructura social clasista en grandes titulares desgajados de la realidad. Cuando hablamos de pedagogía neoliberal hablamos de un dispositivo ideológico que se propone, básicamente dos cosas: arrancar los contenidos de la escuela para sustituirlos por un paradigma de espontaneidad y libertad; y borrar toda referencia al origen social del alumnado para explicarlo todo desde una perspectiva emotivista y psicologista. En las nuevas propuestas, explica Ani Pérez, se supone que todo el mundo (alumnado y docentes) debería estar haciendo terapia continuamente para purgarse de traumas y de emociones tóxicas. El Nuevo Paradigma parece más un camino espiritual que una praxis docente honrada y consciente de sus deberes y límites.
Por lo tanto, la pedagogía neoliberal (no lo duden: la que sancionan y apuntalan la LOMCE, la LEC catalana y la LOMLOE) es profundamente confusionista, porque confunde la libertad con el hedonismo, y la espontaneidad con la alienación consumista, que es lo que aflora en forma de “currículo oculto” cuando se retiran las nociones básicas de los currículos compartidos. Los currículos que, precisamente, la nueva ley acaba de purgar y adelgazar hasta la mínima expresión. La libertad entendida como responsabilidad civil, es decir, la actuación razonada y precedida de una reflexión informada, no goza de buena prensa entre nosotros. Con sospechosa facilidad, y a través de propagandas ideológicas poderosísimas, se ha implantado una ideología romántica que sirve perfectamente a intereses mercantilistas. Así, bebiendo de Rousseau y de la psicología positiva, “las pedagogías alternativas conciben la educación como un proceso de extracción o de despliegue espontáneo de una naturaleza humana que entienden esencialmente buena, mantienen una postura escéptica frente al conocimiento y convierten a la maestra en una acompañante no directiva que renuncia a educar en nombre de un falso antiautoritarismo” (p.260). Falso porque deja el campo libre para toda clase de ideologismos segregadores y violentos.
El breve prólogo de Marina Garcés merecería convertirse en lectura obligatoria en cualquier facultad de magisterio: “La gran arma ideológica de nuestros tiempos es la confusión”; confusión que en el ámbito de la educación consiste, por ejemplo, en presentarse como progresista mientras se llevan a cabo políticas ultrarreaccionarias. Muchos docentes creen que su actividad es neutra y apolítica, cuando en realidad contribuyen a consolidar la moral de dominio naturalizada.
Pero si renunciamos a educar, lo sabemos bien, lo que afloran no son seres de luz, y ni mucho menos almas libres, sino personas atrapadas en las redes de las ideologías dominantes, no precisamente democratizantes: machistas, visceralistas, extremistas, esencialistas y deterministas. El pensamiento crítico se construye con saber positivo y contrastado, relacionando datos y adquiriendo destrezas libertadoras. Y esto explica que a medida que se van consolidando los currículos alternativos vayan aumentando las violencias físicas y simbólicas contra el propio alumnado, la ansiedad, los suicidios y la desorientación más angustiosa. Sólo hay un modo de combatir los Apocalipsis interesados: con saberes científicos y culturales consolidados. Era así en el siglo XVII y lo seguirá siendo siempre, por mucho que caigamos en la ilusión pedagogista.
Como la teoría ha de encajar a cualquier precio, la realidad es cancelada también sin descanso
Sin saberes concretos, una persona no puede saber ni quién es, ni quién puede ser, ni siquiera adónde puede ir, más allá de la religión consumista. La ausencia de educación reproducirá los dominios violentos desatados en la sociedad del estándar digital, renunciando a corregirlos mediante lo que Ani Pérez denomina “contramanipulación” libertadora. Por esta razón, también, la pedagogía oficial, además de ser escéptica y cancelar el conocimiento como algo sospechoso y perjudicial, necesita también acompañarse de grandes dosis de negacionismo. Como la teoría ha de encajar a cualquier precio, la realidad es cancelada también sin descanso, porque lo demanda la apariencia de éxito, el márqueting interno en que se basa todo el tinglado pedagogista.
De lo que se trata es de confundir y desregular, de fabricar y fomentar la desigualdad social, para blindar privilegios económicos. La ventaja de Las falsas alternativas es que, tras una primera parte historicista que recorre experiencias de escuelas libertarias, monitoriza con enorme precisión este proceso en curso de desmantelamiento de los procederes y objetivos básicos de la escuela pública en una democracia, dotándonos de conceptos claros y herramientas adecuadas para analizar con precisión lo que está pasando.
Las preguntas que surgen a continuación son demasiado evidentes como para que no hayamos pensado antes en ellas: ¿Cuáles son las emociones correctas y cuáles las tóxicas? ¿Dónde está el límite a la hora de que el docente convertido en un redentor no se convierta en un factor de autoexplotación? ¿Favorecen estas alternativas al alumnado vulnerable , que es el más necesitado de direccionalidad y saberes para poder reconfigurar un futuro negado por condiciones materiales hostiles? ¿Por qué hemos cancelado la ciencia para sustituirla por la compulsión burocrática?
Explica Marina Garcés, en su prólogo: “La escuela neoliberal presenta sus propuesta bajo un discurso antiautoritario, antijerárquico, antitradicionalista y a favor del libre desarrollo del alumnado, poniendo en primer término la felicidad, la realización personal, la cooperación y la creatividad”, cuando cualquiera que haya visitado los centros reconvertidos lo primero que percibe es caos, explotación laboral, ausencia de aprendizaje, desmovilización y fomento del egocentrismo. Muchos de quienes las han descrito las caracterizan como lugares en los que no se para de hacer cosas pero sin caminar hacia ningún lugar concreto. Todo el mundo se mueve muy rápido pero no sabe hacia dónde ni para qué. Poco a poco se va cayendo en un vivencialismo extremo que solo conduce a una banalidad patológica, construida para la publicidad y el espectáculo vacío.
Un lugar, por lo tanto, errático y falto de contextos, fragmentario y vertiginoso, un lugar que reproduce las urgencias y velocidades del afuera, incompatibles con la reflexión y el aprendizaje sereno. “La revolución neoliberal”, concluye Garcés, “es un renovación pedagógica sin movimiento social, un desmantelamiento institucional sin nuevas formas de institucionalidad, una movilización de las clases sociales sin lucha de clases”. Es, por lo tanto, una desactivación tecnocrática, un apagado oculto por exceso de movimiento y burocracia. Los centros “quedan reducidos, así, a la fragmentación de un mercado de productos o de una sociedad de demandas parciales”, en la que nadie parece advertir ni la desigualdad ni las fronteras económicas para los que no podrán trabajar ni vivir dignamente, porque no podrán acreditar saber alguno. “Hemos de preguntarnos”, escribe Pérez, “si incorporar el acompañamiento o la educación emocional bajo las premisas mencionadas no conduce en el fondo a la peligrosa reivindicación de una irracionalidad que nos convierta en trabajadoras más moldeables y consumidoras compulsivas. Del mismo modo en que es necesario criticar ciertas concepciones de la razón y prestar atención al aspecto emocional, es preciso hacerlo sin caer en ello en el rechazo a la racionalidad o en dicotomías que solo contribuyen a generar mayor confusión” (p. 71).
¿Qué hacer? La pregunta constante, la pregunta del millón. La batalla está perdida, ya llegamos tarde para evitar que nuestro sistema público se convierta en un aparcamiento de personas predestinadas al fracaso colectivo, entre sonrisas hipócritas y aplaudimientos para los gurús que han sido cómplices y agentes activos para el desmoche. Nos queda el futuro, la posibilidad de que reaccionemos con responsabilidad civil y nos propongamos construir democracia responsable de nuevo: “La crítica a la innovación educativa que hemos desarrollado en el capítulo anterior no debería confundirse con una defensa inmovilista de la escuela tradicional o con una mirada nostálgica a un supuesto pasado mejor. Lo que nos preocupa no es la transformación, sino un cambio envuelto en discursos de justicia social, respeto a la infancia y revolución que camina en realidad en el sentido que dicta el neoliberalismo” (p.91). Lo que hemos entronizado es una subversión aparente, destinada a enmascarar los problemas de un sistema público en liquidación.
Y porque no podemos abandonar la controversia, dejar que la unanimidad naturalizada de la estamentación economicista arrase con cualquier atisbo de racionalidad, libros informados como el de Ani Pérez son más necesarios que nunca. Se acercan privatizaciones desvergonzadas, externalizaciones de saberes y servicios que la Administración está en su obligación de garantizar para toda la población. Para ilustrarse sobre este particular, busquen los artículos de Cecilia Bayo.
Hay dos conceptos que deberían incorporar las nuevas propuestas de reconstrucción: uno es “clase social” y, el otro, “contenidos”. Como explica Ani Pérez, la escuela pública es la que recibe trabajadores y alumnado vulnerable en su abrumadora mayoría. No podemos seguir considerándola la fábrica de la desigualdad, para que un alumno privilegiado gane siempre en la competencia con el alumno brillante de barrio, obligado a perder el tiempo durante años en ejercicios de vaciado emocional. La infantilización es la clave de la falsa alternativa: infantilizando alumnado y profesorado se evita todo conflicto, se ocultan los problemas de la madurez a unos jóvenes a quienes se cercena la capacidad de razonar, se pristinizan las almas de los obedientes para desactivar protestas y rebeldías legítimas y se construye el corporativismo digital de mañana, donde la disidencia y los saberes emancipadores no tienen cabida.
Todo pasa por la defensa de una educación pública que vuelva a enseñar e incorpore la educación contra los determinismos de clase
Las falsas alternativas son un programa de dominio social, y nadie parece querer hacer nada al respecto. El sentido común conservador de nuestra época ya ha adoptado la no direccionalidad y el emotivismo como ideologías políticas inevitables. Sin embargo, ante tanto caos, tanta demagogia, tanta ocultación y paternalismo y tanta hipocresía social, es posible que nunca haya sido tan urgente disponer de verdaderas herejías racionalistas.
Todo pasa por la defensa de una educación pública que vuelva a enseñar e incorpore la educación contra los determinismos de clase. Por esa vía escapamos de las cárceles mentales del franquismo: hay que imaginar la nueva pública y pensar cómo la reconstruimos: “En primer lugar”, escribe Ani Pérez, “quizá sea necesario insistir en que denunciar el empeoramiento de las condiciones de la escuela pública, que escolariza a la mayor parte de niños y niñas de clase obrera, o señalar la amenaza que suponen las alternativas que se nos ofrecen no es en absoluto incompatible con concebir la posibilidad de otra escuela o incluso de una sociedad en la que la educación se materialice tomando otras formas completamente distintas” (p.259). Es una de las constantes del libro: la defensa de la escuela pública no implica la defensa de la escuela pública de ayer. Lo que deben plantearse los docentes es de qué forma recuperan el control de su actividad profesional y la soberanía de los claustros, para actualizar con sentido democrático una institución pública que ha perdido completamente sus raíces y su norte.
He aquí un punto importante: hace cuarenta años que los constructivistas (los que más tajada han sacado de las reformas educativas) acusan a los opositores de ser unos nostálgicos, unos anticuados, unos obsoletos o unos profesaurios. El problema encaja con una de las observaciones más agudas de Marina Garcés, quien ya nos avisó en el año 2002 de “las prisiones de lo posible” que no impedían imaginar futuros factibles o, como mínimo, vivibles. Y mientras nuestra realidad va volviéndose invivible paulatinamente (guerras, neofranquismo, homofobia, política banal, indiferencia, antiintelectualismo, escepticismo deprimente), vamos repitiendo errores. Como, por ejemplo, el de reducir la innovación pedagógica a un barniz cosmético de libertarismo, que estimula la competencia entre centros y se independiza de la realidad. Una realidad habitada por personas, y no por productos cuya atención y pasiones podamos mercantilizar impunemente. El error de una escuela centrada en las apariencias de aprendizaje y no en el aprendizaje en sí. Lo que toca, en cambio, es imaginar una escuela que no haya existido antes, que no beba de los errores binarios del pasado, sino que se conciba para la crítica emancipadora que necesita nuestro hoy.
Está claro que privatizar el sistema público, o entregar el dinero de todos a fabricantes y proveedores de tecnología que caduca muy rápido, sin posibilidad de mantenimiento, y victimizar e infantilizar al alumnado a partir de filosofías ilusas y trasnochadas (Rogers, Gardner, Sanmartí y sus cansinos sucedáneos mediáticos financiados por entidades financieras) no son soluciones factibles. A no ser que realmente nos parezca bien laminar nuestros legados comunes y condenar a la mayoría al analfabetismo funcional. Como concluye Ani Pérez, «frente a quienes sueñan con una escuela que no corte las alas, nosotras luchamos por una que contribuya a dárnoslas». Porque para poder volar, primero ha de proporcionarte alas una escuela pública de calidad, orientada al saber ordenado y no al confusionismo clasista.