La inspectora de referencia de nuestro centro nos ha indicado que nuestro objetivo en el primer mes de este curso (o sea, hasta mediados de octubre) ha de ser centrarnos en las evaluaciones iniciales del alumnado.
Las reacciones, al menos en mi centro, han sido de perplejidad. Abundan les profes que sienten la presión por dar el temario y necesitan empezar cuanto antes. Otra parte del profesorado considera que un mes elaborando una evaluación inicial es “exagerado”.
También es cierto que tenemos un hábito muy instaurado de considerar que, al ser “evaluaciones”, han de suponer una calificación numérica que, casi indefectiblemente, implica exámenes o pruebas de carácter escrito (hasta ahora, normalmente eran uno o dos por materia). ¿Cómo vamos a dedicar todo un mes a hacer exámenes a nuestro alumnado?
Y ahí estoy completamente de acuerdo: lo de pasar un mes haciendo exámenes a nuestro alumnado es una barbaridad. Pero también me lo parece hacer una evaluación inicial en formato examen cuando acaban de empezar después del verano. Aunque sea solo uno, porque si hacemos uno por materia, nos encontramos con que, nada más volver de las vacaciones de verano, nuestro alumnado tiene una semana no oficial de exámenes. No hay nada mejor, si lo que queremos es que odien ir a clase. Cuando empecemos con nuestra programación el mal ya estará hecho.
Nada más volver de las vacaciones de verano, nuestro alumnado tiene una semana no oficial de exámenes. No hay nada mejor, si lo que queremos es que odien ir a clase
Desde mi punto de vista, el error de partida está en qué consideramos que es una evaluación inicial. No se trata de calificar, clasificar y ordenar al alumnado. Tampoco se trata de juzgar si en 1º A el nivel es “muy bajo, cada año vienen peor”. La intención de una evaluación inicial es darnos las coordenadas para movernos en nuestra clase, saber de dónde parten nuestros alumnos y alumnas, detectar si hay necesidades específicas. Ojo, que esto incluye tanto el alumnado que, por motivos diversos, pueda manifestar una dificultad en uno o varios aspectos como las siempre olvidadas altas capacidades o alumnado con un perfil de talento.
Es decir, que en esta evaluación inicial no se trata de poner una nota a cada alumno o alumna, sino de evaluar cuál es el punto de partida para, a partir de ahí hacer la transición desde la programación didáctica a la programación de aula.
“Muy bien, profa, todo eso suena de fábula, pero ¿cómo lo llevo a la práctica en mi aula?”.
Para esto, creo que la Lomloe nos proporciona una herramienta ideal, que son las competencias. Por un lado, como leyes anteriores, nos indica unas competencias clave (en la Lomloe se añade la Competencia Plurilingüe) que nos ayudan a concretar cuál es el perfil de salida esperado para nuestro alumnado pero, además, la Lomloe nos pone como referencia otras competencias: las específicas. Estas competencias específicas vienen a concretar qué habilidades deben desarrollar nuestros alumnos y alumnas en cada asignatura, y se relacionan directamente cada una con varios criterios de evaluación, que serán los que vertebren nuestro trabajo durante todo el curso.
Por lo tanto, si yo quiero conocer cuál es el punto de partida de mi alumnado, lo lógico es que intente averiguar en qué grado han desarrollado hasta ahora cada una de las 10 competencias específicas que nos proporciona la ley. Evaluar solo 10 habilidades o capacidades es más que factible en un mes de plazo.
Por lo tanto, no tengo más que observar esas 10 competencias y estudiar cómo ponerlas en juego a lo largo de ese primer mes de curso. Yo te recomiendo que lo hagas con actividades y juegos de presentación (yo lo recomiendo, pues me sirven de evaluación inicial pero también para conocerles mejor). Si no sabes de dónde sacar inspiración, te recomiendo este maravilloso hilo de mi compañera Bárbara Menéndez. Pero también, para los obsesionados con el temario, se puede hacer una evaluación inicial estupenda con una unidad 1 bien planteada.
En mi materia, Lengua castellana y Literatura, hay competencias de comprensión y expresión tanto oral como escrita, pero también de aprecio por la variedad lingüística, de selección y organización de la información, de lectura y de interpretación literaria, de reflexión metalingüística y de comunicación democrática. Procuro que esas 10 competencias entren en juego varias veces a lo largo de las primeras semanas. Y a partir de ahí, procuro detectar cuál es la media en que se encuentra el grupo y qué alumnos destacan tanto por estar por delante de la media como por ir con cierto retraso respecto del grupo.
¿Qué notas recojo? Normalmente, a lo largo del curso, trabajo con listas de cotejo. Mi referente son los criterios de evaluación y los voy calificando en “sin iniciar”, “iniciado”, “en proceso” y “conseguido”. En la evaluación inicial funciono de forma similar. El referente, esta vez, es más simple: 10 competencias en lugar de 22 criterios. La valoración que anoto, “necesita refuerzo”, “en la media” y “destaca”. Por defecto, doy por hecho que la mayoría de la clase está “en la media” (por algo es la media). Y he de destacar que la media de un grupo no va a coincidir con la media de otro grupo, así que no voy a pretenderlo ni a compararlos.
Por esto, en las primeras semanas de clase pongo en juego las competencias específicas tantas veces como me sea posible y, simplemente, anoto quién destaca por encima o por debajo de la media. Así, en la sesión de evaluación inicial, no diré que el alumno A tiene un 6 y la alumna B un 8 (los números no me dicen gran cosa). Por el contrario, podré decir que el alumno A tiene dificultades en la comprensión lectora y que necesita trabajar en la organización de información y en una comunicación más respetuosa, mientras que la alumna B destaca en muchas de las competencias pero debe trabajar en la expresión oral y aprender a escuchar más a sus compañeros y compañeras. Así también, puedo hacer consultas más específicas a la orientadora y la PT del centro, y ellas pueden aportarme sugerencias más personalizadas según las necesidades reales de mi alumnado.
Una evaluación inicial por competencias me permite ser más consciente y hacer un diagnóstico real de las necesidades de mi alumnado, y me permite tomar decisiones en un momento crítico, cuando aún tengo todo un curso por delante. Es la forma de evaluación más práctica y más formativa. ¿Te animas a olvidarte de las pruebas iniciales y a comenzar a evaluar por competencias?