Conceptos como “pobreza de aprendizajes” o “pérdida cognitiva” se instalaron en el lenguaje para adjetivar la resultante de meses de confinamiento. Una tesis tenía fuerza dominante: los sistemas educativos más precarios en sus condiciones pedagógicas antes de la pandemia fueron más vulnerables. Todos los sistemas se conmocionaron por la expansión vertiginosa de la variante del coronavirus, pero los más incipientes resistieron menos a los efectos de la pandemia, fueron más vapuleados, es decir, los estudiantes más pobres resultaron peor tratados.
Los efectos devastadores todavía no se han identificado con precisión, por lo menos en México, pero tampoco los positivos. Es urgente reconocer unos, para paliar deficiencias en aprendizajes de base, pero también es imperioso descubrir lo que no habrían aprendido alumnos, profesores y directivos escolares en otras condiciones.
Las crisis son aceleradores de cambios. A veces mayores, más traumáticos y de larga hondura; a veces, de naturaleza menos trascendente. Con la pandemia nos falta profundizar en el conocimiento de la naturaleza de los cambios.
Durante la crisis por COVID-19 escribir y hablar sobre educación se convirtió casi en moda. Nunca tantos hablaron y escribieron de la pandemia, en tan poco tiempo, como en esos meses iniciales. Mucho se ganó con ello, aunque también caben dudas sobre el contenido y relevancia de lo escrito y conversado, como del enriquecimiento efectivo de esos intercambios, o las posibilidades de alimentar vasos comunicantes de maneras vigorosas e inéditas.
El profesorado fue desafiado a construir relaciones pedagógicas con los estudiantes, y con sus familias en la educación básica, por mecanismos, escenarios y tiempos alternativos. Desprovisto de sólida formación en materia tecnológica, no hubo forma de eludir el reto. Se logró en grados diversos, con compromisos encomiables y superficiales, desde la asunción ética de la docencia hasta la elusión de la responsabilidad.
Entre las muchas manifestaciones de aquel movimiento inicial pudimos presenciar la multiplicación de foros, seminarios, conferencias, encuentros, coloquios… para analizar todas las aristas que no podríamos imaginar meses atrás. Con algún nivel de atención podíamos estar informados y conectarnos, gratis, en tiempo real, con algunos de los más conspicuos pensadores de la educación. YouTube fue uno de los repositorios que mayor riqueza podía proporcionarnos, como Facebook, a través de las transmisiones en cualquier punto geográfico.
Personalmente comencé con interés minucioso el registro de los acontecimientos cotidianos durante los primeros días de la conmoción mundial. Pocos después me rendí. Era imposible. La sobrevivencia personal y familiar, los compromisos laborales, el necesario aprendizaje de las herramientas para conectarse con los estudiantes hacían imposible seguir todo lo que sucedía en cada punto y momento de interés.
Muchas enseñanzas se fraguaron en esos meses. Descubrimos que el mundo era más angosto y cercano, que podíamos realizar encuentros vivos sin estar sentados en el mismo auditorio y a la misma hora, respirando distintos aires, pero con intereses semejantes y sincronizados. Invitar a un maestro admirado estaba muy cerca de nuestro alcance, sin las complicaciones habituales de agendas; a veces sin costos o menores. La conversación con colegas o participar en reuniones en otras instituciones era relativamente sencillo.
En tiempos de enfriamiento de las relaciones pedagógicas, por el confinamiento, descubrimos que era posible estar conectados y mirarnos sin estar frente a frente, o sí, pero a través de pantallas.
Nuevas formas de comunicación tuvimos que inventar entre alumnos y maestros. Eso o la desconexión. Los blogs, las redes sociales, WhatsApp se convirtieron en parte del equipaje de los maestros.
La escritura y la lectura avanzaron por terrenos distintos. La comunicación, en sus diversas modalidades, era la única vía para estar en un grupo, una clase, una situación didáctica remotas.
Así nacieron otras formas de escribir y publicar. Lo atestigué en carne viva -jubiloso- cuando publicamos un libro experimental: Cuando enseñamos y aprendimos en casa. Obra colectiva con textos breves y edición acelerada, escrito entre aulas virtuales y las pantallas que nos conectaban con el estudiantado.
Lo descubro, de otras formas, en un libro de reciente publicación (agosto 2022) con el sello de la Unión de Universidades de América Latina y el Caribe, la UDUAL. Se llama Universidades en pandemia. Volumen 2, Árbol adentro, coordinado por Iris Santacruz, dentro de una colección Cuadernos de Universidades.
Es un libro diferente. Escrito por muchas manos de personas que aceptaron la convocatoria a contar en un blog sus historias, ideas, creaciones entre el 6 de abril de 2020 y el 20 de julio del mismo año. La coordinadora así explica el contenido: “Desde todas partes empezaron a escribirnos para nuestra sorpresa: Irán, Brasil, Uganda, Osaka, Kerala, India, Oakville, Canadá, Nueva York, Pamplona, México, Rusia… Las narrativas son diversas, hay textos largos y reflexivos, cortos y tajantes otros. En general se trata de un tiempo de redescubrimientos, del gusto por los espacios domésticos pero también de la nostalgia por los territorios universitarios y por los compañeros con quienes se compartía un café con leche bien caliente. Hay narraciones desgarradoras de quienes tuvieron enfermos en la familia, o de quienes se sintieron solos, los abrumó y angustió el tedio y el aburrimiento, también la pobreza y la presencia de la muerte”.
Dos preguntas detonaron las entradas del blog: a) cuéntanos tu versión de la cuarentena: ¿cómo la sobrevives? Y b) ¿Cómo podrían las universidades crear redes de solidaridad y apoyo para sus comunidades y sociedades, a partir de experiencia y nuevas formas de entender las relaciones?
El nombre del blog: Árbol adentro, es homenaje a Octavio Paz, el poeta mexicano ganador del Nobel. El subtítulo es elocuente: etnografía del encierro. De ahí el nombre del libro.
Un buen ejemplo de que la pandemia, maestra sabia, nos enseñó cada día muchas lecciones que, quizá, en su momento no entendimos, pero que el tiempo valorará con justeza.