De la coeducación venimos hablando desde hace, al menos, treinta y cinco años. Muchas de las profesoras surgidas de la Universidad de los años 70 formaron parte de movimientos sociales, políticos, culturales y reivindicativos. Muchas de ellas eran feministas porque creyeron en los discursos de la democracia, de la Justicia y de la Igualdad, también para ellas. Como así lo hizo en su tiempo -tiempo revolucionario en la Francia de 1791- Olympe de Gouges, conocida también como «la Ciudadana», por haberse atrevido a reivindicar para las francesas derechos políticos y civiles en su Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana.
Ciudadana ahora es una palabra positiva, connotada de humanidad y de derechos políticos, civiles y sociales, que nos ha traído a las mujeres del mundo democrático, con constituciones-marco de convivencia que reconoce de forma universal a sus poblaciones un sistema de derechos y deberes que garanticen la Igualdad y la Libertad, con un sentido político de bienes comunes. Pero entonces era sinónimo de «peligrosa», «incendiaria» y paranoica revolucionaria, como un conocido psiquiatra de la época calificó a Olympe, por interesarse en la cosa pública y presionar para que la condición de mujer no fuera la barrera que separara los derechos de los no derechos-los sí deberes, de unos pocos hombres y de todas las mujeres y muchos hombres respectivamente.
Las declaraciones universales, los derechos universales, el acceso a los bienes comunes, como educación, justicia, salud, vivienda, transporte, ciudad, campo, etc… no son tan universales cuando transitan desde el discurso a las prácticas. En el ordenamiento jurídico de las democracias, cuando pasan de la enunciación de leyes y reglamentos a su traslado a la realidad y a la vigilancia y sanción de su incumplimiento.
El concepto de «universal» en política fue acuñado en referencia a lo hegemónico respecto al sexo, la raza, la etnia, la lengua, el territorio, la propiedad, el conocimiento, etc.. Es decir: es un autoproclamado universal por quienes se autoreferencian como iguales. Las mujeres y «lo femenino» nunca pudieron estar ahí, por haber sido privadas de la condición humana por quienes se la atribuyeron en exclusiva.
Las corrientes de pensamiento sobre el reconocimiento de cada persona y de cada grupo en el que se integra, han venido tomando altavoz en la segunda mitad del siglo XX y en lo que va del XXI. Al caer los sistemas políticos violentos y represivos de un mundo dividido entre países colonizadores y colonizados y quedar estos solapados por unas falsas multiculturalidades, el trasiego y la mezcla de poblaciones ha sido inevitable, pero con resultados muy poco democráticos de acceso universal a derechos de ciudadanía.
Esto, que podemos entenderlo hoy día simplemente contemplando nuestra experiencia vital diaria en pueblos, campos y ciudades, fue lo mismo que pasó en su momento con las mujeres en su acceso a los derechos «universales» que los varones privilegiados se habían otorgado para ellos mismos. «De repente» descubrieron que había otra mitad de lo humano en la zona oscura, que tenía todos los deberes respecto a ellos y ningún derecho y que, por tanto, empezaban a rebelarse y a alzar sus voces y que este fenómeno podía ir muy lejos.
Claro que se parece mucho a otros movimientos emancipatorios: de gladiadores, de esclavos, de siervos, de campesinos, de obreros. Se les mantiene bajo sumisión a base de castigos, amenazas, torturas, discursos aplastantes e hipoteca de sus tiempos y espacios para que sólo puedan subsistir, viviendo sin pensamiento, sin palabra ni creatividad. Pero el día en que «de repente» se alzan contra el silencio y la obediencia da lugar a un cambio imparable y, claro que los poderosos tienen miedo de perder sus posiciones y, por eso, a veces, van haciendo graciosas concesiones democráticas a las que hay que prestar enorme agradecimiento.
El feminismo significó y significa eso para las mujeres, también para las gladiadoras, las esclavas, las siervas, las campesinas, las obreras y claro que dió y da miedo. El mundo ha estado organizado en virtud del predominio universal de los varones respecto a las mujeres y, como ellas no tienen todavía poder significativo para cambiar las coordenadas, viven de las migajas, que parecen ser donaciones generosas de las que se desprenden los varones con poder. El poco poder que reparten con ellas es vicario, delegado, imitativo, repetitivo y con la condición de agradecimiento y lealtad.
¿Tanto éxito? ¿Tanto miedo a que las mujeres tomen los espacios de que aún no disfrutan? ¿para hacer qué? ¿privar a sus hombres de acceso a bienes materiales y económicos, intelectuales, artísticos, creativos, representativos, y ponerlos al servicio inexcusable de sus necesidades y deseos so pena de ser castigados, apartados, confinados, mudos, siempre bajo sospecha y conceptualizados como inferiores? ¿Como lo han hecho ellos?
Es evidente que el avance de las mujeres en el mundo ha sido la toma, disfrute y ampliación de los espacios prohibidos, espacios simbólicos y reales, siempre discutidos y limitados.
El avance y beneficio ha sido y es imparable, pero ahora ya no es sólo para unos pocos titulares WASP y otros muchos beneficiarios, sino avances y beneficios universales donde, al menos estemos también todas las mujeres del mundo, todas, antes de morir de éxito.
En la Coeducación podemos poner bastantes de nuestras esperanzas para que así sea.