En este mes de noviembre, que suele ser oscuro y un poco tristón, recordamos y sentimos acontecimientos y anécdotas, hechos y derechos de las mujeres.
Una de las consecuciones más importantes del siglo XX, e incluso de una parte del XIX, fue el acceso masivo e incluso obligatorio de las niñas y las jóvenes a la educación reglada, en todos los niveles, desde el infantil hasta el superior, y el fin de las prohibiciones de entrada, titulación y ejercicio profesional a las niñas, a las jóvenes y a las adultas. Otro gran logro ha sido la eliminación casi en su totalidad del analfabetismo en las mujeres gracias al empeño institucional para abrir EPA y dar entrada a ellas, a muchas que se quedaron al borde del camino. Me refiero al territorio español, aunque existen algunos paralelismos y coincidencias con otros países del mundo.
En estos momentos no necesitamos abogar por la inclusión de las chicas como alumnas en el sistema educativo. Ya lo hicieron otras por nosotras. Pero todo quedó ahí: en abrir las puertas a las niñas y jóvenes y darles el respaldo legal para que entraran. Y ellas entraron masivamente a un sistema educativo que no contaba con ellas: ni en los lenguajes, ni en los currículo, ni en el uso de espacios, ni en la cultura escolar. Es decir, entraron, entramos masivamente a una escuela androcéntrica, que significaba para las chicas «educarse en casa ajena» y con la ausencia de lo llamado «femenino» como aprendizaje y de la obra humana de las mujeres y de mujeres relevantes.
A lo largo de la década de 1980, fueron surgiendo distintos núcleos de profesoras feministas, en distintos lugares de España, que nos planteamos si ese sistema de educación mixta sin más, tendría la capacidad transformadora de conocimientos, costumbres y formas de vida que se atisbaba, al contar -por primera vez en la historia- con las mujeres en igualdad de oportunidades y sin poner en cuestión sus capacidades, deseos y necesidad de aprender.
En estos núcleos, nos planteamos que teníamos que hablar de coeducación, con un sentido nuevo y distinto al que se le había dado en los principios del siglo XX, en el seno de la Institución Libre de Enseñanza o de la Escuela Moderna. Teníamos que recoger esa tradición para mejorarla y ampliar sus campos de actuación. Y, así empezaron muchos estudios, propuestas didácticas, materiales curriculares, planes de formación del profesorado, experiencias de centros, etc…
El nuevo sentido partía de la educación mixta, por supuesto: mismo currículum, mismo profesorado (mujeres y hombres) dentro de los mismos centros, mismos espacios de recreo, mismas ofertas extraescolares y complementarias. Si, claro, era el punto de partida para que la incorporación de las chicas fuera efectiva. Pero entonces no se tuvo en cuenta que la educación mixta tenía que contener aspectos innovadores y no sólo el mero permiso para que las chicas «entraran en casa ajena» sin permiso ni cita previa. La frase que explica y resume este esfuerzo educativo sería «ni valor añadido ni valor restado por ser niña o niño, para entrar, permanecer y titularse».
Y así ha sido. Pero toda la transformación imponente que requería lo que dimos en llamar coeducación, no se tenía en cuenta y simplemente se toleraba el que surgieran iniciativas en esta dirección.
En la coeducación hay ciertos puntos que no se deben soslayar: detección del sexismo, uso de lenguaje no sexista y representación equilibrada.
Todo ello aplicado en todos los niveles, áreas, espacios y tiempos. Y en todas las interacciones personales de convivencia.
La coeducación tiene como seña de identidad conseguir la igualdad y como objetivos primordiales: la paz y la salud. Esto ya es de por sí una perspectiva contra la violencia hacia las mujeres: Paz para contrarrestar violencia y salud para evitar malestares físicos, psíquicos y sociales.
La coeducación es una propuesta de cambio en la cultura escolar: cambiar competitividad por cooperación (es decir cambiar resta por suma, ganar-perder por ganar-ganar), trabajar lenguajes justos y respetuosos, incluir aprendizajes de corresponsabilidad para la vida cotidiana y de relación, practicar una orientación académica y profesional sin sesgos la. ni prejuicios y enseñar y aprender la obra humana de las mujeres, para compensar la ausencia y el desconocimiento.
La Coeducación es un proyecto para acabar con las desigualdades entre sexos complementarios, para acabar con los géneros estereotipados, para neutralizar la división sexual del trabajo y para evitar la dicotomía y jerarquía que la sociedad otorga al hecho de nacer macho y crecer como hombre o nacer hembra y crecer como mujer. Estas desigualdades jerárquicas son la cara no desvelada y el germen del maltrato y la violencia y del malestar continuo de muchas mujeres por ser consideradas objetos útiles o placenteros.
Los chicos tienen que realizar nuevos aprendizajes, que no les vienen dados por la herencia patriarcal, viendo y tratando a sus compañeras como iguales, con dimorfismo y diferencias sexuales no relevantes a la hora del trato y la interacción.
Es muy importante que, en los próximos años los chicos y los hombres desaprendan la fuerza, el riesgo excesivo y la violencia como fórmula de éxito. Tenemos que lograr que ellos se salgan de los mantras: «tengo que ganar siempre, ser el primero, machacar a quien me lo impida, ser el más de algo, por exceso o por defecto, aunque en ello vaya mi vida o la de otras personas». Este espíritu continuo de guerrero, aprendido y tolerado también en la escuela mixta, es un peligro para cada uno de ellos y para el conjunto, incluyendo también a las chicas y a las mujeres de su vida.
Para que revierta todo esto, hemos de seguir reivindicando en voz alta para todas y todos una escuela coeducadora donde se aprenda de manera expresa la Igualdad, la Paz y la Salud. Y que eso llegue a ser considerado como el éxito de una sociedad que decidió en su momento enviar a todas las chicas a la escuela y a muchas de ellas a la Universidad, porque se habrá acabado con la violencia hacia las niñas, las jóvenes, las adultas y las más mayores.
¡COEDUCACIÓN YA!