Hace unos días releí Pasión por la escuela. Cartas a la comunidad educativa, de Miguel Ángel Santos Guerra (Santa Fe, Argentina, HomoSapiens Ediciones, 2010). La peregrinación por el libro me redescubrió la lúcida brevedad y elocuencia del apreciado profesor universitario, admirado en varios países de Latinoamérica, especialmente México y Argentina.
Pasión por la escuela forma parte de mi baraja de textos selectos, de los cuales elijo algunas páginas para comenzar las clases con estudiantes de Pedagogía, las tardes de martes y jueves. Me gusta comenzar las sesiones delante de los 25 o 27 estudiantes que asisten a las aulas donde trabajo. Abro un libro frente a ellos, busco el pasaje y leo; luego, levanto los ojos y observo la mirada expectante de la mayor parte del grupo. Al final, no preciso preguntar ni solicito comentarios, sólo dejo que transcurran algunos instantes para despertar reflexiones. A veces sucedan preguntas; otras el silencio y, quizá, la curiosidad por seguir leyéndolo.
Las cartas de Santos Guerra son perfectas para inducir reflexiones sobre paisajes y recovecos a veces invisibles de la vida escolar, sobre todo, con estudiantes que serán profesores o con maestros noveles.
El peligro con la pandemia discursiva de eso que hoy llaman “educación socioemocional” es que los valores que promueve permanezcan en un plano abstracto, como contenido del ritual escolar o la formación docente, pero que no se incorpore a la práctica real de los maestros. Que se convierta sólo en contenido programático, pero no en savia de las relaciones pedagógicas y las comunidades docentes.
En el acercamiento personal al libro, un sentimiento atraviesa toda la obra, o uno en particular resalto ahora que culmina el fin del semestre escolar en esta región de América Latina: gratitud. Varias de las cartas de Pasión por la escuela transpiran gratitud y humildad, como la escrita a la señora que se encarga del aseo en los centros educativos, invisible para el común de profesores y estudiantes, pero necesaria para laborar en condiciones higiénicas indispensables.
El género epistolar produjo varios libros y muchas páginas memorables en la pedagogía, por ejemplo: Cartas a una maestra por los alumnos de Barbiana, el proyecto creado por Lorenzo Milani en la Toscana; Cartas a Guinea-Bissau, de Paulo Freire, y del propio educador brasileño las Cartas a quien pretende enseñar. Philippe Meirieu escribió Carta a un joven profesor. Por qué enseñar hoy. En la misma línea podríamos incluir los Consejos a los maestros jóvenes, de Celestin Freinet, aunque lo integren más bien artículos.
Las cartas gozan de prestigio magro en el mundo de la academia, donde priman los marcos teóricos, aparatos críticos o abundantes citas correctamente formuladas en las normas sacralizadas; pero esa literatura también puede ser un anzuelo más atractivo para no-lectores o lectores poco asiduos a navegar en los meandros del rigor académico.
No se trata de una concesión barata, como de un esfuerzo por transformar los contenidos académicos en pretextos para la lectura de la realidad a través de la lectura de las palabras, como proponía Paulo Freire.
Las cartas de Santos Guerra son un recordatorio de que en las escuelas es indispensable tener presentes a todos aquellos que tienen un papel, aunque parezca menor; que en un pequeño o gran centro escolar todos desempeñan un rol indispensable, sin el cual, la obra pedagógica palidece o incumple funciones. Que la educadora es una obra social en la cual nadie sobra y todos deben inmiscuirse.
Con varios pasajes de la lectura de Santos Guerra en mente el jueves llegué a la facultad. Otra tarde de otoño con ambiente estival. En la puerta, una mujer de mediana edad, pantalón negro y camisa blanca, encargada de la vigilancia, me saludó con rostro afable pero cansado. La miré y su expresión me devolvió la imagen que no puedo sacudirme: la de muchas horas bajo el sol, apenas eludido entre las sombras del árbol frondoso que custodia la puerta. Ojos extenuados, sin ánimo; expresión gastada. Hombros caídos y gesto adusto.
Pasé el filtro sanitario, ya protocolo voluntario. Las imágenes se me habían pegado en la piel. Pensé en el privilegio de mi oficio. Observé atrás: los ojos clavados en el piso de la señora que antes me había servido el gel antibacterial estaban en otra parte. O en ninguna. Esperaban al siguiente transeúnte. Los míos siguieron directos al aula; la mirada en la puerta, la conciencia detrás. Le agradecí en silencio, como un día hicieron los estudiantes, cuando les pedí que recorrieran el campus en busca de aquello que no aprecian en su andar cotidiano, pero les resulta encomiable. A la salida de clases, tres horas después, volví por la misma puerta, la saludé y agradecí de frente con un chocolate en la mano. Lo miró, me miró, sus ojos brillaron un poco. Nos miramos. Sonrió.
Y mientras tanto…
Mientras se disputan los partidos del controvertido Mundial de Catar, envuelto en escándalos de corrupción para designarlo como sede; por las condiciones laborales en que, se asegura, murieron miles de trabajadores y las prohibiciones en el millonario país, me pregunto si los maestros en las escuelas de los países latinoamericanos que asisten a la Copa aprovechan esta época para convertirlo en tema de clase, estudiando geografía, historia, música, arte, literatura, economía o el mismo deporte; o si seguimos de espaldas a lo que sucede fuera de las escuelas. No tengo evidencias ni hipótesis.
Mientras es hora del partido que elegí para este día del fin de semana, tomo el libro escrito al alimón por los escritores Juan Villoro, mexicano, y Martín Caparrós, argentino: Ida y vuelta. Una correspondencia sobre futbol (México, Seix Barral, 2012). Magistral intercambio epistolar entre ambos durante la celebración del Mundial de Sudáfrica, en donde despliegan su sapiencia balompédica y el ingenio de su escritura, a la vez lúdica y didáctica entre las canchas, el balón, los futbolistas y el valor del deporte.
Hay coincidencias en ambos mundiales, Sudáfrica y Catar: primero en un país africano, primero en un árabe; el enfrentamiento entre México y Argentina, la patria de los escritores, con desenlace parecido en ambos partidos. Las semejanzas alimentan la ilusión de que sea, de nuevo, el escenario para que la Selección de España se erija campeona del mundo. Aunque el futbol siga siendo, ya sabemos, lo más importante de lo menos importante.