Cuando pensamos en la profesión docente, generalmente pensamos en el hecho de enseñar conocimientos teóricos sobre aspectos meramente formales: cómo funcionan las máquinas simples, cómo dividir, cómo escribir una carta informal, etc. Hasta ahí parece que todo está claro y que es sencillo abordar aspectos de tal índole, pero hay ocasiones en que como profesorado nos vemos involucrados en debates más subjetivos o personales en que distintos puntos de vista, creencias o sensibilidades entran en conflicto. Aquí la cosa se complica, ¿qué hacer en estos momentos?, ¿debemos como profesor/a involucrarnos y dar nuestra opinión?
En una escuela coexiste alumnado muy diverso, con realidades familiares muy dispares y con creencias y opiniones muy distintas. Lo que para alquien es una obviedad, para otra persona es una ofensa o un tema tabú. Lo que para algunas es un tema cotidiano, para otros es algo totalmente desconocido. Temas como los reyes magos, el origen de la humanidad, la homosexualidad, el sexo, las familias, etc., son inevitables en el transcurso de una vida escolar, aparecen tarde o temprano, ya sea en el aula, en el recreo o en la hora del comedor o mientras esperan a entrar a clase.
Como profesora, me encuentro a menudo interpelada por el alumnado a dar mi opinión sobre los temas de debate que el alumnado plantea, desde la canción de Shakira, hasta quiénes son los Reyes Magos, las relaciones LGTBIQ+ o la existencia de dios…. Se trata de charlas informales que suelen ocurrir durante la hora del recreo, que es cuando el profesorado y el alumnado comparten un espacio-tiempo distendido.
En una ocasión, fue la prehistoria el tema que supuso un conflicto directo con las creencias religiosas de dos de las alumnas, quienes se opusieron a la idea de que el ser humano descendiera de los primates. La identidad sexual también ha sido tema de discrepancias, tanto con alumnas y alumnos como con familias, pues no todo el mundo está de acuerdo en que se hable y se plantee abiertamente en estas edades, o simplemente que se plantee. En un momento dado, una familia me recriminó que en la hora del recreo habláramos con un grupo de estudiantes sobre los reyes magos y que yo les preguntara cómo se habían sentido cuando descubrieron que los habían engañado. El término “engaño” fue el que suscitó el conflicto.
«No es un engaño, es magia», me argumentaron. Inmediatamente recurrí al diccionario, Rae, Engaño: Falta de verdad en lo que se dice, hace, cree, piensa o discurre. El problema entonces no radica en la palabra engaño, pues, nos guste o no, se ajusta a la realidad.
Así bien, algo tan común como charlar o dar mi opinión se convierte en un dilema, en una traba, en constantes choques. Pero no es algo que me esté ocurriendo solo a mí, últimamente hemos visto muchos episodios de choques entre familias y escuelas o profesorado que incluso les ha costado a algunos su puesto de trabajo. Entonces, ¿podemos dar nuestra opinión libremente, o como agente educativo debemos callar y esquivar el debate? Y, si es así, ¿por qué?
Primeramente, no debemos olvidar que los debates que se generan en la escuela no son más que intereses e inquietudes del alumnado y su interpelación a participar en ellos una clara señal de que les interesa escuchar la voz de personas adultas. Una señal de que consideran tu opinión como una más y que ven tu mundo algo más cercano que hace un tiempo y les produce curiosidad acercarse a ti y saber más. Negarles mi opinión es, de una manera velada, un gesto de alejamiento, una manera de decirles que no hay lugar en mi mundo para ellos y ellas, y eso va en contra de la manera en que entiendo la relación que establezco con el alumnado y la educación en sí misma.
Sí, seguramente habrá ocasiones en que mi opinión o mis argumentos no se ajusten a los discursos que hayan escuchado en casa, y de hecho ha habido ocasiones en que mis preguntas respecto a las ideas que exponían (a menudo repeticiones de lo que escuchan en casa), les ha creado un dilema, una brecha, un vacío que no sabían cómo llenar. Poner en tela de juicio lo que han aprendido en casa es algo que parece que no está permitido hacer. Y me pregunto, ¿tan importante es mi opinión?, ¿lo es mucho más que la de sus compañeros o la de sus familiares? Y, si es así, ¿quién les ha hecho creer que mi opinión o la del profesorado lo es? Por supuesto, no se trata de rellenar esos vacíos con ideas impuestas ni con “verdades”, nadie debería hacer eso; sino dejarlos ahí con ese hueco, con esa pregunta, con esa duda, para que sean quienes, a través del análisis racional y la observación, puedan, con el tiempo, construirse sus propias opiniones y pensamientos. Vendría a ser algo así como el Método Cartesiano: poner en duda todas aquellas ideas que puedan ser dudadas.
Me opongo totalmente a que el profesorado imponga su opinión al alumnado, a que ni siquiera se le considere como un agente modelo. El profesorado debe ser un experto en su campo, que no es más que el del conocimiento de hechos objetivos o formales, el de la gestión del tiempo del aula, un conocedor de los modelos de aprendizaje, con estrategias para la comunicación y la enseñanza, etc., pero nunca un modelo del pensamiento ético o moral. El trabajo del profesorado no debe ser nunca el de mostrarse ante el alumnado como un “agente de la verdad” (y con ello no quiero decir que deba negársele dar su opinar). Debe ser agente potenciador del diálogo, el descubrimiento y el pensamiento. No es fácil hacer este papel, requiere de mano izquierda y empatía, desligarse de la idea de “yo sé más” o “escucha que yo sé” y abrir la puerta a ponerlo todo en duda, a participar como uno más de las conversaciones para dejar que sea el propio alumnado quien encuentre la manera más coherente y ética de relacionarse con el mundo y con ellas y ellos mismos.
La escuela no debe ser nunca un lugar donde moldear la ética ni la moral de nadie, y para prevenirnos de ello, el alumnado debe tener bien claro que la escuela no es el lugar de la verdad y que hay que mantenerse siempre observador y crítico ante la opinión del resto. Debemos acabar con la idea de que los niños deben escuchar y hacer lo que los adultos les dicen, pues como adultos sabemos que no somos precisamente un modelo a seguir. El profesorado tampoco lo es, pues se le ha seleccionado según su capacidad para enseñar, no según su perfil como persona.
6 comentarios
por qué el nacionalismo catalán exige C1 de catalán para sus funcionarios? para que sean de una ideología afín a la suya y con ello impregnar a toda la sociedad de dicha ideología. es inevitable que el profesor no de su opinión en cualquier tema que le pregunten y eso lo sabe ella nacionalismo catalán
Porque el catalán es oficial por la Constitución y como lengua oficial en su territorio, una lengua a proteger mientrás Cataluña sea parte de España. El problema es de quién no quiere proteger la diversidad y de quién solo quiere imponer su único idioma, nacionalismo español.
¿En serio crees que todo aquel que tiene nivel C1 de catalán es por consiguiente nacionalista?
¿No crees que obligar a una población a hablar un idioma que solo una comunidad (Cataluña) habla y además prohibir (en escuelas, zona de adoctrinamiento) un idioma como el castellano, de los mas hablados del mundo es por su simple ego nacionalista? Si, desde que se dio el control educativo de Cataluña a Cataluña hace 20 años se han dedicado a adoctrinar a su población, aislandalos del exterior por méritos nacionalistas y está demostrado. Cataluña es precioso pero tristemente esta cayendo en manos de personas que se dedican a robar y a manipular. No hay que permitirlo
La objetividad y la neutralidad no existe en educación, pues no solo vamos a enseñar una materia, vamos a aprender a convivir y a se personas, y es en ese aspecto donde sé mezclan las diferentes opiniones, visiones, …además de la ética y la moral de la diversidad del aula, incluida la opinión del profesor/a. Yo lo veo como algo enriquecedor, que hará que un futuro puedan contruir su moral de forma más completa. La opinión del docente deberia ser una más, abierta también a debate y discusión. La diferencia esta en cómo te presentas al aula, si la única persona generadora de saber y conocimiento, O como una persona que es generadora de aprendizajes, posibilidades, equivocaciones ( inclusive de ella misma).
Y sí, estoy de acuerdo con que se nos contrata por la materia en sí, por eso con tanta diversidad, también deberian incluir la educación emocional, y la filosofía en el máster de educación secundaria, para saber cómo afrontar todo lo que se acontece, que no es poco. Mucho ánimo! Seguro que lo haces genial!
Y entonces como vamos a generar personas firmes contra el fascismo si dejamos pasar su discurso de odio sin filtros por las aulas? Así nos va…