Fue en el edificio del MEGM donde Mistral obtuvo su habilitación para ejercer como profesora de educación primaria en 1910, cuando en el edificio funcionaba la Escuela Normal de Niñas N°1. El MEGM fue creado en 1941 con el nombre de Museo Pedagógico de Chile y en 2006, tras varios años en restauración, se convirtió en el espacio actual. El nuevo nombre destaca el legado de la intelectual como maestra y de teórica de la educación y, en su muestra, incluye varias referencias a su trabajo como docente.
¿Por qué fuera de América Latina se conoce menos la faceta educativa y pedagógica de Gabriela Mistral?
Como profesora de aula, ella sólo ejerció en Chile, después se fue a México, en 1922, a trabajar en la reforma mexicana, pero trabajó principalmente en la instalación de bibliotecas populares. Aquella experiencia le sirvió mucho para su reflexión. Más allá de la faceta de escritora y de ganar el único Premio Nobel de Literatura otorgado a una mujer latinoamericana, hasta ahora, ella fue una teórica de la educación y hay una pedagogía mistraliana, todo un corpus de cosas que propone: desde cómo las y los profesores tienen que enfrentar a sus alumnos, al espacio educativo y la relación con el entorno.
¿Cómo definiría esa pedagogía mistraliana?
Es una propuesta educativa que está muy anclada en la relación entre las y los estudiantes y su entorno familiar y geográfico. Está muy relacionada con lo que hoy llamamos el desarrollo integral, que va más allá del crecimiento formal para apuntar también a saberes como la relación con la tierra, en el cultivo de las plantas, la observación, etc. Muchos de los temas que hoy están en boga ella las planteaba hace 60 o 70 años. Hay ciertos ejes que definen su propuesta: la formación docente; la relación de los estudiantes con el entorno, y la apertura a nuevas estrategias educativas.
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Fue una precursora de lo que los organismos internacionales como la Unesco bautizaron como aprendizaje a lo largo de la vida.
Efectivamente, tuvo una mirada súper integral de la educación, de que el hecho educativo ocurre en todo momento y en todo lugar. En términos de políticas públicas, ella se sitúa en lo que hoy se llama el enfoque de derechos: el derecho a la cultura, el derecho a la educación, al ocio y esparcimiento, a vivir en un ambiente sano. Ella abogó por la obligatoriedad de la enseñanza primaria, la educación científica de las mujeres, la ética docente y la calidad de la enseñanza.
Gabriela Mistral planteó hace 70 años muchos temas educativos que hoy están en boga
¿La podríamos considerar una persona libertaria en materia educativa?
Ella habla de la libertad de enseñanza en profundidad, no como la elite conservadora lo ha entendido en Chile históricamente, que es imponer su manera de ver el mundo. Ella podría ser una persona libertaria o lo que llamaríamos una librepensadora, en un estilo más clásico. Tiene un texto muy bonito –Cristo en la escuela– que, si se analiza en profundidad, plantea algo muy distinto a lo que aparece en el título, y hace una defensa de la libertad que tiene que tener el profesor en la clase. Ella apostó siempre la educación transformadora, estaba muy abierta a lo que hoy conocemos como la escuela activa, al cambio, en un mundo donde el status quo mandaba también en la educación.
¿Cómo influenció en esta forma de hacer su infancia?
Mucho. Ella viene de una familia que se quiebra: el padre las abandona cuando ella tiene tres años y se cría solo con mujeres. Vive en un ambiente súper pobre con su hermana Emelina, que era profesora y le enseñó a leer en casa, con su madre y su abuela. Además, fue discriminada desde muy pequeña y una de las razones por las que estudia en su casa fue porque a la madre le dijeron que la niña era un poco deficiente mental y que no había que mandarla a la escuela. Obviamente, ni su hermana, ni su madre ni su abuela la veían así. Por eso, ella encarna algo muy importante en educación: las expectativas que los otros ponen en ti. Si los demás te descartan porque naciste en un hogar pobre y vas a tener que morir ahí, pasarás por este mundo como una raya en el agua. La diferencia está en si el entorno familiar pone expectativas, como le ocurrió a ella.
¿Qué la diferenciaba del profesorado de la época, por qué ella se desmarcó tanto?
Había dos tipos de profesorado: por un lado, el que estaba formado en las escuelas normales [donde se formaban profesores para los primeros años de enseñanza] y el Instituto Pedagógico, que era para profesores de educación secundaria; y, por el otro, los profesores que se construían desde el oficio, personas que por tener un poco más de educación que otras tomaban el oficio de enseñar, pero que no tenían un título. Había una pugna permanente entre los profesores titulados y los que no y ella estaba entre los segundos.
Mistral encarna algo muy importante en educación: las expectativas que los otros ponen en ti. Si los demás te descartan porque naciste en un hogar pobre y vas a tener que morir ahí, pasarás por este mundo como una raya en el agua
¿Cómo fue su proceso?
Mistral empezó a trabajar porque la pobreza la lleva a ejercer como maestra sin tener título. No la aceptaron en la Escuela Normal de la Serena porque consideraron que sería disruptiva en un espacio como ese. Ella pasó sus exámenes de habilitación, pero en estricto rigor ella no se tituló de profesora, sino que recibió una habilitación que la ponía en una categoría como de segunda clase. Además, era una mujer nacida y criada en la provincia, en un pueblo perdido, medio indígena y ella lo reivindicaba.
La imagen que se transmitió de ella, especialmente a partir de la dictadura de Pinochet, fue poco atractiva, solo enfocada en la profesora rural autora de poemas infantiles, pero es distinta a la que hoy se quiere rescatar. ¿Cómo se creó este relato?
La dictadura crea una imagen de Gabriela Mistral totalmente aséptica. Colocó su cara en un billete de 5.000 pesos y para los niños era la mujer que salía en el billete. Con la llegada de la transición, en este Chile que nos inventamos, se empiezan a reflotar ciertos intelectuales, entre ellos Mistral, pero la empiezan a reivindicar las diversidades sexuales. Si bien ella nunca se autodefinió como lesbiana, fue una mujer que tuvo relaciones con otras mujeres súper potentes, por ejemplo, Palma Guillén o Doris Dana, quien se quedó con ella hasta su muerte. Durante la transición, Mistral va encarnando cosas que cada vez están más presentes en la sociedad chilena y se convierte en un catalizador: ella representa la provincia, las mujeres, los pobres, la diversidad sexual, en definitiva, el Chile de hoy, encarna lo que somos.
¿Qué referentes educativos adoptaron sus postulados?
En Chile bastante menos de lo que uno podría pensar, aunque los docentes chilenos sí lo hacen. En México, hay más de 5.000 escuelas que llevan su nombre y prácticamente en todas las ciudades hay una calle con su nombre. Su pensamiento caló profundamente allá.
¿Qué encontró en México para desarrollarse más libremente que en Chile en el ámbito pedagógico?
Encontró a gente que creía en un proyecto común, que era lo que no le ocurrió acá porque cuando tú lees a Vasconcelos [entonces ministro de Educación que la invita a trabajar en México en 1922] decía que los profesores tienen que ser como el sembrador con su saco de semillas, que las tira y las cuida para que florezcan. En esa lógica ella encajaba perfecto porque, además, había una revolución que se estaba asentando desde el mundo popular.
¿Se han reconocido sus ideas o propuestas en Chile, como la instalación de las vacaciones de invierno, o el énfasis en la capacitación de docentes?
Hasta el día de hoy, no hay un reconocimiento público a su labor en el área educativa. Ella tampoco lo buscó, no sé si le habría gustado. Era una figura incómoda porque decía las cosas que pensaba y como no tenía compromiso con nadie, se sentía con libertad de hacerlo. Efectivamente, hay una falta de conocimiento absoluto, aunque no sé si llevarla al pedestal del profesor hubiese sido lo que ella hubiese querido.