ChatGPT es un una inteligencia artificial conversacional (chatbot) desarrollada para interactuar con sus usuarios a través de texto. La tecnología que tiene detrás combina tres características: 1) es un modelo de lenguaje generativo, basado en predecir la siguiente palabra de una respuesta a partir de un texto inicial; 2) está entrenada con grandes cantidades de datos (miles de millones de palabras de textos presentes en la web), y 3) es transformadora, al tratarse de una red neuronal que convierte la información en números, los pondera con aprendizaje automatizado y los vuelve a convertir en texto (codifica y decodifica). Es decir, es un modelo de interpretación basado en ingentes cantidades de datos que predice. Una especie de “oráculo”, pero en digital, que tiene por objetivo la creación de respuestas que tengan cierto sentido en lenguaje humano. Como todo avance de la técnica humana trae cambios que, cómo no, tendremos que ir pensando de manera individual y cuestionando de manera colectiva.
¿Cómo mirar el fenómeno de ChatGPT? ¿Cómo analizar los avances de la inteligencia artificial?, o mejor aún, ¿cómo situarnos ante esta nueva posibilidad/vulnerabilidad?, ¿cómo convivir con ella sin que nos pase por encima y sin negarla?
Ni apocalípticos ni integrados
Para pensar la relación entre personas y máquinas, Mariana Moyano, docente y periodista utiliza como ejemplo al caballo, en tanto idea-tecnología.
Cuando las personas descubrieron el caballo, en el principio de los tiempos, comenzaron a relacionarse con ellos, y a utilizarlos. Los caballos nos dieron la posibilidad de trasladarnos más rápido y de evitar esfuerzos humanos. Con esto nos modificó el modo de andar, claro está. La humanidad dejó de caminar y empezó a usar al más eficiente (en términos de tiempo y gasto de energía) caballo. Uno pone sus reglas (quiero cruzar Los Andes) y el caballo las suyas (por ese camino de ripio yo no voy a pisar). A partir de la convivencia con el caballo podemos ver cómo la humanidad cultivó nuevos modos de construir ejércitos o de arar el campo, a modo de ejemplo.
Las tecnologías no son ni buenas, ni malas, pero tampoco neutras: son territorios donde se disputan intereses y conflictos
Es decir, más que delegar o perder agencia a partir de la incorporación de tecnologías, las personas cambiamos en interacción con ellas. Se trata de nuevas convivencias que cambian modos de estar, pensar e imaginar el mundo.
Cabe destacar, como afirma la académica Paula Sibilia, que las tecnologías son históricas. Ni buenas, ni malas, pero tampoco neutras: son territorios donde se disputan intereses y conflictos. Cada tecnología trae consigo ciertos principios y valores que suponen determinadas maneras de vivir y no otras. Por tanto, no debiésemos percibir las tecnologías digitales emergentes como meros instrumentos, sino como territorios en disputa, con intereses y conflictos que merecen un profundo debate social.
Lo relacional, la tercera posición
No hace falta que sepamos manejar la tecnología para poder pensarla y tener mayor consciencia en la interacción. Podemos no ser hábiles con el dispositivo móvil u ordenador. Podemos no saber descargar películas, no saber de criptografía, ni de programación. Sin embargo, lo que podemos hacer es mirar al fenómeno y hacerle preguntas para tomar decisiones de la manera más consciente posible. No es necesario entrar en el debate mediático de apocalípticos o integrados, ya que no es ni una cosa ni la otra. Consideramos que existe una tercera posibilidad: poner la atención en la relación. ¿Cómo son nuestras relaciones con y a través de las tecnologías digitales?
Ante la tecnificación de la vida cotidiana, la filósofa norteamericana Donna Haraway ya para 1984 escribía su Manifiesto Ciborg, una propuesta que busca repensar nuestras relaciones con las máquinas (junto con los vínculos con los humanos, con organismos vivos no humanos y con entes inanimados). Puestos ahí ¿cómo nos vinculamos con la información en internet?, ¿cuánto tiempo pasamos en redes sociales, aplicaciones, buscadores, videojuegos, sitios de entretenimiento?, ¿qué hacemos cuando estamos ahí?
La pregunta fortalece la vincularidad en la sociedad, potencia la relación y, por tanto, empodera. Si no nos preguntamos sobre nuestras relaciones materiales y subjetivas, perdemos consciencia sobre la realidad compartida y la capacidad de aplicar la voluntad que poseemos para tomar decisiones que pueden implicar resistencias o no.
Es necesario politizar (hacerlo común) el malestar general cuando la relación con las tecnologías digitales es individual
La gran paradoja contemporánea
El dilema que se nos plantea en la actualidad es cómo, por un lado, abordar la problemática de la construcción identitaria que se produce cuando desde un «otro» se crea o construye en nombre de «uno», fortaleciendo la idea que el producto es más importante que el proceso, fortaleciendo una visión neoliberal de las tecnologías. La identidad se moldea en relación a estas dinámicas de las tecnologías perpetuando aquella hegemonía del poder desde un afuera. Por otro lado, es necesario politizar (hacerlo común) el malestar general cuando la relación con las tecnologías digitales es individual. Este dilema no trata de las tecnologías en sí, sino de lo que nos pasa con ellas, a nivel individual y a nivel colectivo. Por un lado, es lo relacional, es decir, la necesidad de que cada uno tiene que poder hacerse cargo de su vínculo con la máquina. Pero, por otro, es lo político en tanto arte de vivir con otros y construir sentido con ellos, con el desafío de construir sentido en lo común; el dilema de tener que imaginar una nueva ética (epocal) que, como señala la Declaración de la Década Digital de la Comisión Europea sea sustentable (del latín, que refiere a apoyar, acompañar, cuidar), capaz de cuidar al planeta y a las personas que lo habitan.