La urgencia climática es difícilmente discutible a pesar de lo que algunos (demasiados) representantes políticos aseguran un día tras otro. Las pruebas, por desgracia, son de lo más variadas. Desde las diferentes olas de calor que han pasado por encima de prácticamente todo el país este verano, la dana que acaba de pasar dejando varias personas muertas y desaparecidas, además de numerosos destrozos en Toledo y la Comunidad de Madrid o, un poco más lejos, la muerte de 10.000 polluelos de pingüino emperador, de hace pocos días.
Los centros educativos lo saben y, en la medida de lo posible, ponen su granito para mejorar una situación que requiere, sin duda, que empresas y gobiernos hagan la parte mayor. En cualquier caso, los procesos en educación requieren de tiempo para enraizar y crecer. Uno de ellos es el que comenzó hace un lustro el IES Miguel de Cervantes, de Sevilla, de la mano (aunque con apoyo y alianzas) de Eduardo Terencio, quien llegó en ese tiempo al centro.
Un camino que comenzaron subiéndose al carro de los proyectos Aldea, de innovación educativa, de la Junta de Andalucía. Se trata de programas de educación ambientan para la comunidad educativa que, como explica este docente, tienen dos escalones. En el básico, el nivel de compromiso es limitado y cada centro educativo hace un poco lo que puede o buenamente sabe. Puede ser desde la puesta en marcha de un huerto escolar; la creación de un aula verde, de cierto nivel de renaturalización de alguna parte del centro… Las alternativas son tantas como el profesorado esté dispuesto a asumir. El Miguel de Cervantes ha estado cuatro años en él.
El siguiente nivel, en el que el centro se estrenó el curso pasado, es la transformación en ecoescuela. Aquí, las cosas son diferentes e implican un grado mucho mayor por parte del compromiso. «Hemos iniciado un camino largo», explica Terencio quien, además, mira hacia lo que cree más importante: «Es la implicación del alumnado, del profesorado y de las familias». Entre otras cosas, supone formación para el claustro; la implicación del estudiantado; la creación de una comisión en la que esté representado profesorado, alumnado de todos los cursos, PAS y el barrio…
La implicación, según palabras de Terencio, es un objetivo conseguido. Entre 1º de ESO y de bachillerato (el centro también ofrece ciclos formativos) tienen un grupo de alumnado, el equipo ambiental compuesto por entre 80 y 90 estudiantes que colaboran en las múltiples actividades que el centro tiene en marcha. A este grupo se suma la mitad del claustro, que también participa, así como representantes del PAS y de las familias. También cuentan con el apoyo de la comunidad educativa extensa, es decir, asociaciones y entidades del barrio. «Se trata de que el proceso sea lo más coaligado posible, donde vayamos todos a una y que tenga una acción directa en el barrio. Esto son las fortalezas», explica Terencio.
Concreción
Toda esta organización sirve de base sobre la que se van realizando diferentes acciones en el instituto desde hace estos cinco años: renaturalización, creación de zonas verdes, aulas verdes, plantación de arriates, árboles o zonas de cobertura vegetal…
Con la vuelta a los centros tras el confinamiento de 2020 se vio la importancia de reacondicionar los espacios exteriores para hacerlos más habitables para poder usarlos con el alumnado en vez de los interiores. En este contexto ya hicieron un aula verde y este curso que comienza tienen pensado realizar otra.
«Lo han hecho los alumnos, no una empresa contratada», explica este docente, no sin orgullo por sus estudiantes. «Con sus manos, durante diferentes cursos; han puesto las estructuras, han montado las mesas y los bancos…». A esta línea de trabajo hay que unir el huerto escolar, «un pequeño refugio climático en el centro», comenta Eduardo Terencio, «que llevamos con ellos».
Han puesto en marcha una línea relacionada con los residuos del centro. Su primer paso tiene que ver con la reducción de los residuos y envases que quedan una vez terminado el recreo, «algo muy complejo, porque está muy asentado», comenta el profesor.
Además de reducir, recoger y separar los residuos, quieren que estos acaben siendo reciclados. Pero se encuentran con que las administraciones no se hacen cargo del último paso, no contempla la recogida de los residuos. Por eso es el alumnado, bajo la supervisión de algún docente, el que se arremanga para, una vez a la semana, llevar lo que separan hasta los contenedores de la calle que, al menos, están cercanos al centro.
Terencio explica que este esfuerzo, que le supone a cada alumno unos 20 minutos cada mes y medio de su horario de clase, tiene un impacto no solo por la propia recogida de los residuos y su reciclaje, sino porque «tiene un papel educativo y de acción: los chavales ven el ciclo, que su tarea es útil y acaba bien, y tiene un papel de denuncia: decirle a las administraciones para que sean responsables de cerrar los ciclos». «La idea, continúa, no es que lo hagamos nosotros toda la vida».
En el centro también existen otros ciclos que se abren y cierra. Es el caso de los desayunos saludables en el recreo, con fruta. Los residuos orgánicos se recogen y chavalas y chavales los llevan a la compostera del huerto, que se ve alimentada y gestionada por el estudiantado.
Otros proyectos son, de momento, más modestos. Entre ellos está el ciclos del agua en el instituto. Como en Sevilla llueve poco, no pueden realizar un gran proyecto de aprovechamiento de este agua, pero sí pueden recoger el agua de la fuente que tienen. En vez de caer en el desagüe, esta termina en un circuito que se utiliza más tarde en el riego de las plantas del centro.
A esto se suma la nueva climatización que han estrenado hace poco. Esta sale de la lucha que protagonizaron algunas familias andaluzas bajo el movimiento Aulas de calor. Fueron ellas y la colaboración de los centros, las que empujaron la aprobación de una ley de bioclimatización que tiene previsto que todos los centros de la comunidad se pasen a la climatización idiavática (que supone menos consumo energético y más eficiencia) sostenida, aunque no en todos los casos, en placas fotovoltáicas para que los centros sean productores (y consumidores) de electricidad.
Aunque esto daría para otra historia, Teresa Pablo, portavoz de Escuelas de calor expresa reticencias con un proyecto que, como explica Eduardo Terencio, aunque en su instituto no ha supuesto problemas como los ha habido en otros, lleva aparejado una inversión de entre 200 y 300.000 euros por centro, pero no un presupuesto por el mantenimiento del sistema de climatización. Además, en los primeros centros, no se apostó por las placas fotovoltáicas que alimentasen la energía.
Participación
Como apunta en diferentes momentos Eduardo Terencio, la participación de la comunidad educativa y del barrio son importantes para lo que quieren construir en su centro.
Dentro de esta lógica han estado participando en una investigación participativa (valga la redundancia) en el proyecto Barrio verde. «Llevamos dos años creando espacios de encuentro entre los vecinos, alumnos, familias, admón, universidad», comenta el profesor.
La base de todo es la investigación de la situación del barrio. Muy cercano al centro urbano pero envejecido y con carencias que han ido anotando. El alumnado ha salido, comenta Terencio, a las calles para hacer un análisis del entorno, del urbanismo, para hacer propuestas sobre dónde pueden hacerse zonas verdes, huertos urbanos, cómo sacar energía de los edificios, «cómo pacificar el tráfico para que el acceso a los centros educativos sea más sencillo o cómo puede facilitarse la accesibilidad de las personas con diversidad funcional. El alumnado está participando en el diagnóstico y en la exposición».
Más allá de lo que se consiga (el informe se ha enviado al Ayuntamiento de Sevilla, cuyo anterior ejecutivo había apoyado el proceso), y de los fondos europeos que puedan recabarse, Eduardo Terencio destaca que «el alumnado, los vecinos y los diferentes sectores, como comerciantes, han participado». «El alumnado se ha empapado de la metodología participativa, de análisis y han hecho acciones concretas saliendo al barrio, con un mercadillo solidario, haciendo un estudio sobre cómo está la gestión de los residuos en el barrio».
Tienen retos en la mesa en este sentido, como el aumento de la participación de las familias. Esta, en secundaria, suele ser menor que en primaria. A lo que se suma que el centro es bastante heterogéneo y las situaciones familiares, a veces, complican la participación. En cualquier caso, Eduardo señala algunos logros de estos últimos cursos gracias a diferentes encuestas, a los mercadillos o los desayunos. Ahora quieren que también participen en los procesos de autoconstrucción que tienen por delante, como ya lo hiciera el alumnado. Lo tienen previsto para la puesta a punto de la nueva aula verde.
Sí señala la implicación del estudiantado. En un centro en el que hay, entre la ESO y bachillerato unos 400 chicos y chicas, el grupo de voluntarios está entre los 80 y los 90. Varias decenas por cada curso de ambas etapas que se apuntan al principio de curso (y los que lo intentan según van pasando las semanas). A estos hay que sumar a los de ciclos que, poco a poco, van entrando: han hecho parte de la investigación para Barrio verde, y se están haciendo cargo de la gestión de los residuos en su edificio.
Todo esto, lógicamente, requiere de un buen grado de gestión y cierto de vigilancia y confianza por parte del claustro y del propio Eduardo que es el responsable en el centro de que todo esto funcione. «Hay pequeños mecanismos de control para que yo sepa lo que están haciendo lo que hemos dicho, en los tiempos acordados y que no están dando paseos con la excusa. Ya son cuatro años los que llevamos con esto, está funcionando bastante bien».
Para Eduardo, la participación del alumnado es clave para que «se sientan partícipes y corresponsables de algo.No es lo mismo que tú le digas al alumnos “haz esto” que que participe en el diseño, que pueda aportar». «No tenemos mecanismos específicos, que estaría bien, para medir cómo van cambiando los objetivos, hábitos, la conciencia, pero desde la percepción subjetiva, diría que va mejor, y eso que va rotando el alumnado». «El tema ambiental es, continúa, algo que me parece importante pero que al alumnado también le importa. Hay un aumento, creo, del nivel de concienciación y sensibilización».
Los mimbres
El pertenecer a la red de ecoescuelas supone recibir, al menos, el curso pasado 1.750 euros. Los centros que no han llegado a este estadio se han quedado con la escasa financiación que recibían en su momento, explica Eduardo. La cantidad no es elevada y se ven en la obligación de tirar de fondos propios, lo que, a su vez, supone que tengan que dedicar tiempo y esfuerzos para encontrar financiación adicional para poder tirar con los proyectos que se han planteado. Esta es una parte del trabajo de Eduardo, entre otras cosas porque, además, es el secretario del centro.
Han firmado algún convenio de colaboración con una ONG en relación a un proyecto internacional sobre cambio climático. Gracias a esto, 30 estudiantes pudieron realizar un viaje y la entidad les facilitó cierta financiación para el proyecto.
Han organizado mercadillos solidarios, desayunos saludables, venta de fragancias… todo ello abierto al barrio y con lo que consiguen otra pequeña parte de fondos para continuar con su trabajo.
La búsqueda de financiación no cesa y acaban de ganar un proyecto para reverdecer el instituto al que se han presentado, según explica Eduardo Terencio, 260 centros de Sevilla. Han conseguido 10.000 euros. «Hay centros que se mueven mejor, dice este docente a pesar de sus esfuerzos, que dedican más tiempo a buscar recursos. Hay personas dedicadas a buscar recursos para las cuestiones de la ecoescuela».
Además de la parte económica y de la implicación de casi un centenar de estudiantes en todo lo que ocurre, el proyecto de ecoescuela obliga a que la mitad del claustro sea parte del proyecto y que se genere un comité ambiental en el que hay participación del alumnado (uno por nivel), profesorado (tres o cuatro), las familias, las asociaciones de vecinos y del PAS. Este equipo se reúne varias veces a lo largo del curso y es el que decide las prioridades del curso, llevan las ideas del estudiantado en sus clases, evalúa la marcha de los proyectos y elaboran un plan de acción. «Toma decisiones sobre las cuestiones importantes del centro en el ámbito ambiental». «Es un espacio de 15 o 20 personas de todos los sectores y le da bastante riqueza al centro».
El programa, eso sí, no contempla tiempo de coordinación, «es una de las demandas principales», explica Terencio, «al menos una hora». Como esto no ocurre, el profesorado vuelve a sacar recursos de su tiempo propio, de los pasillos del centro o, como en su caso, si la dirección se cree el proyecto, organiza al resto del claustro para rascar esa hora. Él la tuvo el curso pasado y este que empieza tendrá hasta tres, que utilizará para poder coordinar todos los proyectos que tiene el centro y que no se pisen unos a otros en cuanto a temáticas, recursos o desarrollo.
Por delante, el reto más importante es el de integrar en el currículo de las materias las cuestiones ambientales para que sean algo transversal. Para ello tendrán alguna formación con la Cooperativa Ecotono que trabaja, a su vez, con la Fuhem que lleva algunos años desarrollando materiales con la mirada puesta en esta integración. «Se trata de hacer un trabajo interdisciplinar entre departamentos, áreas y que esté cada uno en su batalla».
3 comentarios
¡Gracias por el artículo! Las ecoescuelas en Andalucía son el legado más vigente de los Movimientos de Renovación Pedagógica. El programa Aldea nació con el propósito de generalizar ese modelo de éxito en las escuelas rurales, extenderlo al medio urbano y proponer un proceso de transformación, como el de las comunidades de aprendizaje. Lo hemos vivido en el IES Diamantino García Acosta, que lleva años sosteniendo el huerto gracias a la profesora Mabe Calderón, además de promover la educación ambiental. Pero todavía se hace notar el influjo de Ecoembes sobre una concepción del reciclaje que ignora la necesidad de una economía circular basada en el vidrio, en vez de engañarse con cantos de sirena sobre el tetrabrick, que acaba exportado a países africanos. China no quiere tragar más basura europea. Lo más contradictorio es que nuestro barrio de Su Eminencia (Cerro-Amate) no cuenta con camiones adaptados a calles tan estrechas, ni por tanto a contenedores de reciclaje. Es un fraude mayúsculo. Hemos luchado por instalar un sistema de autoconsumo con paneles fotovoltaicos y se ha conseguido, pero la Agencia Andaluza de la Energía no ha aceptado la propuesta de fundar una comunidad energética como en el proyecto Torreblanca Ilumina. No hay voluntad política de que la transición ecológica alcance, en primer lugar, a la población más vulnerable. Tan solo se utiliza a los centros educativos como pantalla, como si las comunidades de vecinos pudieran dar el salto por sí mismas, sin el apoyo de una empresa pública de energía que capitalice las instalaciones.
Mucho camino por recorrer, que conviene hacer de la mano de una red organizada y crítica de profesorado y agencias de educación ecosocial: Teachers For Future Spain. No lo digo yo, sino el reciente artículo de María del Mar Sánchez Verá y Patricia Vicent: TFFS es un Movimiento de Renovación Pedagógica… vivo y vivificador.
Anotó también el hecho de que se están instalando sistemas de ventilación adiabática (sic), gracias a la movilización social de Escuelas de Calor y la proposición de ley impulsada por la izquierda andaluza. Pero en tales condiciones que en el IES Diamantino ha empezado el curso sin que se haya dado el permiso de funcionamiento, después de un año de obras. Se pasó el verano sin obtenerlo y sin probarlo. Al empezar septiembre se comprobó que había fugas de agua. Mientras tanto, las temperaturas de bulbo húmedo amenazan a aquellas aulas orientadas al sol, algo inédito hasta ahora. En esto consiste la emergencia climática en nuestras aulas: una humedad del 60-80% a 30º C o más por la radiación solar.
¡Gracias por el artículo! Las ecoescuelas en Andalucía son el legado más vigente de los Movimientos de Renovación Pedagógica. El programa Aldea nació con el propósito de generalizar ese modelo de éxito en las escuelas rurales, extenderlo al medio urbano y proponer un proceso de transformación, como el de las comunidades de aprendizaje. Lo hemos vivido en el IES Diamantino García Acosta, que lleva años sosteniendo el huerto gracias a la profesora Mabe Calderón, además de promover la educación ambiental. Pero todavía se hace notar el influjo de Ecoembes sobre una concepción del reciclaje que ignora la necesidad de una economía circular basada en el vidrio, en vez de engañarse con cantos de sirena sobre el tetrabrick, el cual acaba exportado a países africanos. China no quiere tragar más basura europea. Lo más contradictorio es que nuestro barrio de Su Eminencia (Cerro-Amate) no cuenta con camiones adaptados a calles tan estrechas, ni, por tanto, contenedores de reciclaje. Es un fraude mayúsculo.
Hemos luchado por instalar un sistema de autoconsumo con paneles fotovoltaicos y se ha conseguido, pero la Agencia Andaluza de la Energía no ha aceptado la propuesta de fundar una comunidad energética como en el proyecto Torreblanca Ilumina. No hay voluntad política de que la transición ecológica alcance, en primer lugar, a la población más vulnerable. Tan solo se utiliza a los centros educativos como pantalla, como si las comunidades de vecinos pudieran dar el salto por sí mismas, sin el apoyo de una empresa pública de energía que capitalice las instalaciones.
Mucho camino por recorrer, que conviene hacer de la mano de una red organizada y crítica de profesorado y agencias de educación ecosocial: Teachers For Future Spain. No lo digo yo, sino el reciente artículo de María del Mar Sánchez Verá y Patricia Vicent: TFFS es, aquí y ahora, un Movimiento de Renovación Pedagógica… vivo y vivificador.
Anoto también el hecho de que se están instalando sistemas de ventilación adiabática (sic), gracias a la movilización social de Escuelas de Calor y la proposición de ley impulsada por la izquierda andaluza. Pero en tales condiciones que en el IES Diamantino ha empezado el curso sin que se haya dado el permiso de funcionamiento, después de un año de obras. Se pasó el verano sin obtenerlo y sin probarlo. Al empezar septiembre se comprobó que había fugas de agua. Mientras tanto, las temperaturas de bulbo húmedo amenazan a aquellas aulas orientadas al sol, algo inédito hasta ahora. En esto consiste la emergencia climática en nuestras aulas: una humedad del 60-80% a 30º C o más por la radiación solar.
Muchas disculpas porque se hayan grabado dos respuestas. La segunda es la buena.