Las dificultades en las que viven buena parte de las niñas y niños gitanos, en relación a la educación, no han cambiado sustancialmente en la última década. Al menos, en buena parte de los indicadores del informe que publicó ayer la Fundación Secretariado Gitano en el que se comparan variables entre el curso 2011-2012 (el de los mayores recortes en la educación pública) frente a los del curso 2021-2022.
Aquellos recortes se cebaron sobre uno de los elementos clave para la población más vulnerable, la atención a la diversidad. Desaparecieron, por ejemplo, los programas PROA a pesar de su efectividad, y la ratio de alumnado por aula y docente creció tras el aumento de horas lectivas y la congelación de las tasas de reposición.
Entre los muchos efectos que pueden verse de aquellas decisiones bien podría estar el estancamiento de muchos de los indicadores que hablan de la vida escolar de niñas y niños gitanos. Sobre todo si se atiende al paso entre la secundaria obligatoria y la postobligatoria. Es a la edad de 16 o 17 años cuando el sistema educativo pierde a la inmensa mayoría de estas chicas y chicos.
Hay otros factores como la situación socioeconómica de las familias, así como su nivel máximo de estudios. Ambas cuestiones influyen en el acceso, por ejemplo, a libros en el hogar, a dispositivos electrónicos, a conexión a internet (el 20% de los hogares no tiene), clases de refuerzo y extraescolares o, simplemente, a un lugar en el que poder estudiar con cierta calidad (un tercio o no tiene espacio o el que tiene es poco o nada adecuado).
Vistazo a las cifras
La incorporación de niñas y niños gitanos al sistema educativo se produce más lentamente y en menor medida que el de la población general en las dos etapas del ciclo de infantil, por ejemplo. Esto, como demuestras muchos estudios, impacta en el desarrollo educativo posterior de la chicas y chicos a lo largo de su vida escolar. Por ejemplo, en el primer año de vida, solo el 4,2 % de niños y niñas gitanos acude a una escuela infantil, frente al 13,3 % del resto de la población. En el último año de la etapa, las diferencias son menores, pero mientras que es el 98 % de menores del resto de la población quienes están escolarizados, en el caso de las y los gitanos es del 91,9 %.
Durante las etapas obligatorias, la presencia de la población gitana en los centros es análoga, pero las cosas cambian ya a partir de los 15 años cuando hay 10 puntos de diferencia entre ambos grupos. En el caso de la adolescencia gitana, siguen en los centros el 86,7 % frente al 96,8 %. Al año siguiente, las cosas empeoran fuertemente: solo el 53,7 % del alumnado gitano continúa, frente al 95,6 % de la población general.
Esta situación reduce la esperanza de vida escolar de la población gitana en unos 6 años menos que la de la población general. Y ya no solo que haya diferencias entre grupos de población, sino que las tasas de escolarización de la población gitana han empeorado con las que tenía hace una década, al menos a partir de los 16 años.
Entre las posibles causas de esta situación de empeoramiento de las tasas de escolarización pueda estar en el volumen de estudiantes que son obligados a repetir entre la población gitana. Durante la etapa de primaria, las tasas de repetición se mantienen uniformes, casi planas, en la población general, mientras que niñas y niños gitanos van acumulando repeticiones desde el primer momento en el que entran en la educación obligatoria.
Las cifras se mueven en una curva relativamente similar a la de la población general durante la secundaria, aunque en una proporción muchísimo mayor. Solo vuelven a acercarse en el bachillerato. Los pocos chavales y chavales gitanos que llegan a esa etapa repiten el primer año más o menos como el resto de sus compañeros para, en el segundo curso, tener un mejor rendimiento de hecho.
El informe recoge el porcentaje de cuántas chicas y chicos gitanos han repetido una, dos o tres veces o más. A la edad de 15 años, casi el 70 % han repetido, al menos, una vez en su vida educativa. Pero es que ya con 7 años han un 9 % que lo han hecho una o, incluso, dos veces. Si la repetición no parece ser una buena solución para responder a las dificultades que enfrenta el alumnado, en el caso del gitano lo parece en mejor medida.
Si se prefiere, como puede verse en la siguiente tabla, a la edad de 15 años, solo un tercio del alumnado gitano se encuentra en el curso que le corresponde por su edad. O como recoge el informe, «Solo un 18,7 % de las personas gitanas de esa edad (16 años) cursaban la segunda etapa de secundaria, frente al 69,7% en el conjunto de la población».
Como consecuencia de estas cifras está la tasa de abandono temprano que, además de ser mucho más elevada entre estudiantes gitanos y el resto, ha empeorado en los últimos 10 años, puesto que ha pasado des 63,7 % al 86,3 %, más de 20 puntos porcentuales.
Hay ciertos datos que sí han visto una cierta mejoría, aunque solo en parte. Se trata de la comparación entre los niveles educativos alcanzados por la población gitana en la comparación entre 2012 y 2022. Por ejemplo, frente al 13,7
% de jóvenes entre los 16 y los 24 años que hace una década no tenían estudios de ningún tipo, en 2022 se había reducido más de la mitad, hasta el 5,6 %.
Otro dato positivo es que ha aumentado fuertemente la proporción de quienes consiguen el primer tramo de la secundaria (ESO, PCPI o FP básica). Un porcentaje que se ha movido desde el 18 al 30,4 %. Pero estas cifras se ven empañadas porque las etapas postobligatorias han visto descender el número de chicas y chicos gitanos que las alcanzan.
Posibles causas
Como decíamos, los recortes de 2012, la reducción de la atención a la diversidad, el empeoramiento de las ratios en la pública (en donde fundamentalmente están matriculados los y las jóvenes gitanas). Pasa Sara Giménez, presidenta de la Fundación Secetariado Gitano, más allá del impacto de los posibles recortes, entre las causas señalaría, al menos, dos.
Por una parte la incorporación más tardía del alumnado gitano a la educación infantil, que iría marcando, año a año, un cierto desfase curricular ya desde los primeros años de primaria. Esto, según los cifras, va suponiendo dificultades a chicas y chicos desde muy pequeños y acrecientan unas cifras de repetición como, casi, única medida de atención curricular, lo que supone, a la larga, una importante causa de desmotivación entre el alumnado.
Por supuesto el nivel de estudios de la familia, como se viene diciendo en otros informes, como PISA, tiene un impacto también en los resultados académicos de chicas y chicos. Entre otras cosas por las mayores o menores posibilidades de apoyar a sus hijos e hijas a lo largo de los cursos.
Giménez reclama que el Gobierno y las comunidades autónomas pongan en marcha medidas «estructurales», no los parches que suelen ponerse en marcha. Ejemplifica con el programa Promociona, del propio Secretariado Gitano en el que se ofrecen clases de refuerzo educativo por las tardes, con docentes y materiales didácticos suficientes, al tiempo que se establece comunicación con el centro escolar de referencia y con las familias del alumnado. También habla de programa Acompaña, con los mismos mimbres y asumido, en este caso, por la Generalitat Valenciana.
Sobre los programas PROA+ que, según el propio informe, son a los que tienen mayor acceso quienes acuden a recursos de apoyo educativo, para Giménez tienen un recorrido menor puesto que no tienen tan en cuenta el contexto concreto del alumnado.
La presidenta de la Fundación habla también de la necesidad de trabajar con las familias, uno de los pilares fundamentales para que todo esto funcione. Un trabajo en el sentido de mejorar su implicación con el aprendizaje de niñas y niños. «Los gitanos, asegura, enfrentamos un reto importante: avanzar en lo educativo supone avanzar en ciudadanía». Para ello es necesario que haya una mayor implicación y participación de las familias en los centros, al mismo tiempo que es necesario que se reduzcan las posibles distancias que hay entre las familias y los modelos de los centros.
Otras causas, más profundas y complicadas, tienen que ver con la creación de centros gueto en los que la población gitana acaba siendo escolarizada, en muchas ocasiones, de manera sobrerepresentada si se compara con los territorios en los que residen. Una segregación que, además, empeora con la que se produce dentro de los propios centros, en los que se agrupa a este alumnado en determinadas aulas, segregadas del resto de sus compañeros.
Esta desconexión que puedan sentir niñas y niños no mejora si se tiene en cuenta, como explica Giménez, que la historia y la cultura del pueblo gitano no termina de llegar al currículo de los centros a pesar de que, con la nueva ley educativa, hay obligación normativa de que se tenga en cuenta. Debe realizarse una «inclusión no solo en el currículo escolar», reivindica Sara Giménez. Una inclusión que pase más allá de algunos parches y días sueltos y que tenga en cuenta a las familias, sus intereses, situaciones y necesidades.