Hace tan solo seis años, pero vaya seis años, escribía junto con una gran amiga, Lola Abelló, una carta que se publicaba el 26 de septiembre de 2017 en este mismo diario. La titulamos entonces “Carta abierta a los gobiernos del Estado y de la Generalitat”, y le dimos un subtítulo que era una mezcla de petición urgente y de negativa a que nos hicieran vivir una realidad que no queríamos: “No sigan por el camino que han elegido, no es democrático y no se lo queremos enseñar a nuestros hijos e hijas”. Sin embargo, las miles de llamadas públicas a la derecha española y al independentismo catalán para que frenaran el choque, entre las que se encontraba nuestra carta -una gota de agua en un océano-, no surtieron efecto, y ahora, seis años después, sabemos de sobra lo que ha supuesto.
Estoy convencido -Lola seguro que también- de que aquella carta había que hacerla y difundirla, y reitero todas y cada una de las palabras que pusimos en ella. Como se puede leer siguiendo el enlace, no repetiré su contenido, salvo una parte que no me resisto a decir aquí de nuevo: “¡Ya basta! Les exigimos que se sienten y que busquen acuerdos, ya sea para seguir juntos o tristemente para separarnos, pero que busquen acuerdos. Que reconozcan errores y los corrijan. Es falso que no se pueda, que solo nos quede esperar a contabilizar las bajas de una lucha que declarará oficialmente quizás vencedores y vencidos, pero que solo certificará la derrota de todos, el desastre de la política y de la Democracia. Y si no son capaces de hacerlo, cedan el paso a otras personas, de sus propios partidos o de otros, pero dejen de ser parte del problema. Necesitamos personas que quieran ser parte de la solución.”
Ahora nos encontramos en un escenario diferente. No hace falta enumerar todo lo sucedido; es de sobra conocido para la mayoría de nuestra sociedad, salvo para quienes siempre viven en su burbuja artificial y todo les resbala, pero para esas personas este artículo tampoco existirá, así que nos ahorramos aquí la retahíla de sucesos. Y estamos en otro momento porque ambas partes, la derecha española y el independentismo catalán, han demostrado públicamente su inutilidad y su irresponsabilidad, aunque persistan en sus enfoques ideológicos sesgados y antidemocráticos.
Estudiar Historia es indispensable para abandonar los discursos de patrias únicas e indivisibles
No voy a entrar ahora en ese debate estéril de qué fue antes, si el huevo o la gallina; es decir, no voy a plantear aquí debate -no teman- sobre cuándo cada territorio se puede considerar nación, país, o lo que elija para autodenominarse. Tampoco sobre quién tiene más derecho sobre qué. Me voy a limitar a repetir un párrafo del Memorial secreto preparado por Olivares para Felipe IV, -siendo consciente de la cautela con la que debe tomarse este documento, ya que existen copias que difieren entre sí-, en el que parece seguro que se dice: “Tenga Vuestra Majestad por el negocio más importante de su Monarquía, el hacerse Rey de España: quiero decir, Señor, que no se contente Vuestra Majestad con ser Rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, Conde de Barcelona, sino que trabaje y piense, con consejo mudado y secreto, por reducir estos reinos de que se compone España al estilo y leyes de Castilla, sin ninguna diferencia, que si Vuestra Majestad lo alcanza será el Príncipe más poderoso del mundo”.
¿Existía ya la España a la que ahora se alude? Para mí no, pero la respuesta se la dejo a cada lector; no me interesa ese debate, sino que en el texto se habla de la coexistencia entonces -1624- de los reinados de Castilla y de Portugal, entre otros, y del condado de Barcelona. ¿Por qué me interesa? Porque, pocos años después -1640-, Castilla estaba en guerra tanto con el reino de Portugal como con Cataluña. Y, centrándonos en el resultado, Portugal se independizó entonces, pero Cataluña no y actualmente está dentro de España como comunidad autónoma, con una parte de sus habitantes que quieren la independencia, y otros que niegan que se pueda llegar a producir. Portugal -República Portuguesa- sigue independiente y sus debates internos sobre unidad y soberanía serán otros.
Quería llegar y llego ahora al siguiente supuesto: ¿Y si hubiera sido al revés? Si solo intercambiamos posiciones y asumimos que ahora hubiera una comunidad autónoma llamada Portugal y que Cataluña fuera otro país independiente en Europa, posiblemente los portugueses estarían demandando la independencia y a quienes se les llena la boca con ese discurso de la unidad e indivisibilidad de España estarían diciendo contra esa supuesta comunidad las mismas barbaridades que dicen ahora contra el pueblo de Cataluña.
Vistas así las cosas, afirmo que quienes cargan contra Cataluña, porque una parte de ella persiga la independencia -parecen ser ahora menos, pero existen-, no lo hacen porque consideren que tenemos la misma cultura, costumbres, lengua materna, desarrollo social, e incluso el mismo nivel de servicios públicos, y que sea una pena separarnos. No, porque no es cierto. Yo, que vivo en Madrid, tengo diferencias muy sustanciales en mi vida diaria con quienes viven en Cataluña, al igual que ocurre con las personas de Galicia -siendo hijo de gallego-, o de Cádiz, por ejemplo. Lo que realmente les hace oponerse es su idea de propiedad, su convencimiento de que Cataluña les pertenece y que deben decidir sobre la vida diaria de personas que no conocen, instituciones que les son ajenas y en las que jamás participarán, y tierras que muy probablemente no visitarán en su vida. La mayoría ha escuchado un discurso anacrónico de quienes consideran sus dirigentes y les siguen de forma ciega, acrítica, como súbditos a los que se les enardece y ordena, no como demócratas que piensan, reflexionan, ponen en el contexto adecuado y fijan su propia posición.
Pero, volviendo a la historia, otra suposición: ¿Y si hace poco más de dos siglos no hubiéramos podido liberarnos de la invasión de Francia? Entonces, quienes defienden la unidad e indivisibilidad de España, ¿defenderían la de Francia con la misma intensidad, o estarían exigiendo la independencia y el derecho de autodeterminación? No tengo respuesta para esto, pero me da que sucedería más lo segundo que lo primero. Y, con todo lo anterior, ¿con qué quiero finalmente concluir? No se defiende una situación única, sino la que tienes en este momento, y no por supuestos de razonamiento que nos lleven en cualquier situación al mismo posicionamiento personal, sino que éste puede ser tan variado como escenarios pudieran haberse dado. Así que, lo único que seguramente puede ser común es la idea de la propiedad, en este caso de lo ajeno como si fuera propio.
Siempre es negativo obligar a los demás a que sigan a tu lado si no quieren, te sientas nacionalista o independentista
Estudiar Educación Cívica es imprescindible para abandonar los discursos que defienden los nacionalismos e independentismos
Nacionalismo e independentismo son dos caras de la misma moneda. Quienes se declaran nacionalistas o independentistas atacan las posiciones de los otros, pero si analizaran lo que defienden -o fueran sinceros- aceptarían que, lejos de tener planteamientos distintos, sus argumentos son los mismos. Los nacionalistas españoles rechazan el independentismo catalán, pero defienden con fervor el papel independiente de España, incluso en ocasiones diciendo que no pintamos nada en la Unión Europea porque, según su visión, “perdemos” cotas de soberanía propia. Y los independentistas, catalanes o de cualquier otro territorio, rechazan la soberanía de España sobre su territorio, pero proclaman siempre la propia sobre el suyo, dejando claro que la suya sí es una nación indivisible y rechazando que pueda disgregarse en territorios independientes. Siempre es negativo obligar a los demás a que sigan a tu lado si no quieren, te sientas nacionalista o independentista.
Ambas posiciones son tan idénticas que sus premisas son las mismas, porque sus discursos se basan en: su territorio y su frontera, su gente y sus derechos, su riqueza y sus impuestos, sus servicios y sus privilegios. Son posiciones egoístas e insolidarias. Y eso solo se puede superar con más Educación Cívica, porque, al menos para mí, no existe lo mío sino lo nuestro. Las fronteras son construcciones artificiales que nos hemos ido dando según sucesos que podrían haber discurrido de otra manera -antes comentado-; las personas y sus derechos ni tan siquiera son iguales dentro de lo que cada uno considere su país -comparen Madrid con Cataluña por ejemplo en muchos terrenos-; la riqueza de una zona está vinculada con el empobrecimiento en recursos humanos y materiales de otras y las ricas están en deuda con las perjudicadas -por ejemplo, Madrid, Cataluña y otras zonas están en deuda con el resto de territorios de este país, o España con otros países “conquistados” hace siglos-; y el nivel de desarrollo en servicios y privilegios a costa del atraso de otros territorios -podemos hablar del AVE a Barcelona o Sevilla y del que espera hace lustros toda Extremadura- es inaceptable.
Más horas de currículo de Eduación Cívica podrían meter en algunas molleras que no se puede crecer y atesorar riqueza mediante la ruina del resto; que no se pueden cerrar las fronteras a otras personas por el simple hecho de haber nacido algo más lejos; y que los privilegios que podamos disfrutar se los debemos siempre a otras personas que, en muchos casos, ni los disfrutaron ni los disfrutarán. Más Educación Cívica es menos egoísmo; es menos nacionalismo e independentismo, y más comprensión, empatía, solidaridad, respeto y democracia.
La democracia exige que vayamos de la mano con quienes quieran ir con nosotros, sin forzarles a que lo hagan
Lo contrario lleva a situaciones similares a las que ocurren con el machismo y sus terroríficas afirmaciones; como, por ejemplo, “la maté porque era mía” o “si no es mía, no es de nadie”. Con la negación de la posibilidad de votar si queremos seguir juntos o no, las sentencias anteriores se repiten aunque camufladas con otras palabras. Y, en mi opinión, ¿qué miedo se puede tener a ejercer la democracia si se es demócrata? Dicho de otra forma, ¿por qué nos negamos a preguntarnos si queremos que exista la posibilidad de que una parte de lo que consideramos nuestro territorio pueda decidir ir por su cuenta y encontrarnos solo cuando ambas partes queramos?
Afirmo que si preguntáramos esto a toda España, todos querríamos votar con independencia de nuestro sentido del voto. No sé qué resultado se daría, pero yo votaría que sí porque no tengo derecho a imponer a los demás mi compañía si no lo desean. Al igual que, si mi pareja quisiera emprender un rumbo propio, yo debería aceptarlo sin más. Cuestión distinta es que a la otra parte -tu pareja u otra zona de tu país- haya que darle razones todos los días para que quiera seguir a tu lado. Y esto, en mi opinión, es la clave de lo que sucede. Eso sí, es bidireccional. No es obligación solo de una parte intentar mantener unido lo que esté junto, porque habitualmente no hay un culpable y un inocente en las rupturas, sino que en ambas partes habrá parte de la responsabilidad de la unidad o de la necesidad de separación; aunque, ciertamente, el lado más débil a veces lo es tanto que no tiene opción a ser corresponsable de la situación y solo sufre el abuso sistemático de la otra.
Por tanto, si damos más y mejor educación a las nuevas generaciones -otras pueden ser irrecuperables-, seguramente evitaremos muchos conflictos que se generan por su falta. Y si ejercemos la democracia en toda su extensión, tanto nacionalistas como independentistas tendrán que asumir sus incoherencias, y un gobierno de izquierdas deberá darle cauce a toda la sociedad para que exprese su opinión y decida libremente si quiere seguir yendo de la mano o solo nos vemos de vez en cuando, y que nos abracemos en ambos casos cuando coincidamos, en lugar de tirarnos como ahora los trastos a la cabeza.
Espero que el nuevo Gobierno se atreva a ejercer plenamente la democracia en este asunto, a pesar de las dificultades que ponen los intolerantes de uno y otro lado, y superemos de una vez un mal sueño que nunca debió asustarnos. Incluyendo esto la necesidad de pensar en tantas personas que, sin ser los dirigentes, se vieron en la vorágine de un proceso independentista que pudieron seguir con alegría o con desesperación y que, ahora, por seguir instrucciones de “los de arriba”, están entre ese gran grupo de personas que esperan juicio pero que no tendrán el seguimiento mediático de quienes realmente tomaron las decisiones. No tengo la certeza de que la amnistía pueda ayudar a arreglar definitivamente todo este embrollo, pero como existe la posibilidad de que sea así, yo la doy por buena si se llega a producir.
Estoy seguro de que ocurrirá: la democracia se impondrá. Porque la clase trabajadora necesita gobiernos que la practiquen y eviten la pérdida de derechos, como el de la educación, ampliando los existentes y conquistando otros nuevos. Eso es lo que realmente importa; el resto es ruido para enmascarar lo que se nos arrebata. Así que, “¡Ya basta! Les exigimos que se sienten y que busquen acuerdos, ya sea para seguir juntos o tristemente para separarnos, pero que busquen acuerdos”. Es su obligación.
1 comentario
Gracias José Luís por tu articulo muy esclarecedor de la situación anormal que seguimos viviendo en Cataluña. El independentismo ha bajado mucho pero es cierto que deben sentarse y llegar a acuerdos para solucionar un problema que es político y se ha judicializado, como ya nos tiene acostumbrados una derecha revanchista. Tenemos la ocasión de llegar al punto de lo mejor para todos que puede ser ni lo tuyo, ni lo mío, lo mejor para esta sociedad de 2023. Los nacionalistas deberían pensar además de sus demandas que serían capaces de ofrecer para la convivència pacífica de una sociedad diversa como la nuestra. Muchos catalanes nos sentimos, además de parte de España, parte de Europa y no queremos renunciar a todo ello para quedarnos en una esquina de la península Ibérica solos y aislados.
Se abre la oportunidad de un gobierno progresista i social para todos. Falta grandes dosis de Educación cívica para los que van subiendo, que sean capaces de ser ciudadanos responsables. Siéntense y hagan política de altura para caminar unidos hacia una Europa fuerte.