José Ramón Ubieto Pardo (Sabiñago, Huesca) es psicólogo clínico y psicoanalista, así como miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Asimismo, es profesor de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC) y Consultor de los Programas AEU (Altos Estudios Universitarios) del Instituto de Neurociencias y Salud Mental de Barcelona, en colaboración con la Universidad de León. Es colaborador habitual en medios como La Vanguardia, El Periódico y CatalunyaPlural. Ha publicado distintos libros, entre los que se cuentan Niños hiper: infancias hiperactivas, hipersexualizadas, hiperconectadas (NED Editores), Del padre al iPad: Familias y redes en la era digital (NED Editores) y el último de ellos, ¿Adictos o amantes? Claves para la salud mental digital en infancias y adolescencias, publicado por la editorial Octaedro. Hablamos de tecnología, salud mental y educación en el contexto del amplio debate en la sociedad catalana sobre el uso de teléfonos móviles en las escuelas.
En la era de lo digital muchas de las preguntas parecen tener respuestas inmediatas, ya sea a través de la voz de Alexa, de una búsqueda en Google o de ChatGTP, pero uno de sus mensajes principales es que debemos concienciarnos de que algunos de los principales problemas que afrontan nuestras sociedades no tienen ni soluciones claras ni inmediatas.
Estamos enfrentando desafíos complejos como la inmigración, el cambio climático y la evolución de la sexualidad, entre otros. Estos problemas no tienen soluciones universales, lo que genera una sensación de impotencia. La dificultad para aceptar lo imposible contribuye a la violencia y al surgimiento de posturas extremas. Aunque la ciencia prometía respuestas lógicas, también se encuentra con límites y paradojas. Esto ha llevado a un resurgimiento de discursos religiosos y fundamentalistas como una reacción ante la incertidumbre. Vivimos en un mundo donde la ciencia y la religión coexisten de manera compleja, generando tensiones adicionales. Creo que es crucial reconocer la complejidad de los desafíos actuales y evitar soluciones simplistas. La polarización solo contribuye a la confrontación, y es necesario buscar enfoques más equilibrados y sostenibles para abordar estos problemas.
A su vez esa entrada en la contemporaneidad está mediada por la interfaz de la pantalla —sea el móvil, ordenador o Tablet—, tecnología que nos acompaña a todas partes y que genera todo un círculo de hábitos, nuevas formas de relacionarse con el mundo, y, también, nuevas adicciones. Pero apunta a que no debemos llamar adictos, sino amantes.
Claro. Si no son adictos, la pregunta es qué relación tienen con los casos, pues no se trata exclusivamente de una cuestión de hábito. Como nos enseña el psicoanálisis, tú no haces nada sin una pulsión detrás. Y un ejemplo de esa pulsión, en relación a los dispositivos digitales, es la de mirar y de ser mirados. Ese deseo de ser mirado, esa pulsión escópica, se enlaza, digamos, con un deseo también de vincularse al otro. Y aquí es donde aparece el amor. Los registros y las dimensiones de esa articulación son muy variables.
¿Cómo se manifiestan esos registros y dimensiones en el uso de dispositivos digitales?
Te puedes encontrar desde el amante narcisista, digamos, el que tiene el deseo exhibicionista, y que está todo el día colgando sus fotos y sus posts. Es una dimensión del amor también, porque es una dimensión que apunta al otro, aunque desde una perspectiva muy narcisista. Pero el amor tiene un lado narcisista. Después hay otro tipo de versión del amor, más anaclítica, que es la segunda opción que ofrecía Freud, que es el amor como apoyo. Entonces es otro uso, que es un uso más de compartir, más de ayudar al otro, más de escuchar lo que tiene que decir el otro. En un régimen, digamos, donde tu imagen cuenta menos y cuenta más la conversación, el chateo, etc. Es otro registro. Y después hay otro registro del amor que también forma parte de la casuística que encontramos en los usos digitales, que es el amor posesivo. Es el amor más exclusivo. El amor que requiere del otro, digamos, muchas exigencias. Entonces te encuentras con chicos o chicas que te explican que han pillado un cabreo, que han hecho algo monumental con su novio o con su novia porque no les contestó enseguida o los dejó en visto durante un tiempo. Entonces te vas dando cuenta de que cada uno tiene un uso distinto.
¿Qué implica reconceptualizar estos actos con el concepto de amor en lugar del de adicción? ¿Qué efectos tiene en las consecuencias de dichos actos?
Leer las consecuencias de la perspectiva de adictos a leerlas de amantes tiene mucha diferencia. Si la lees de la perspectiva de adictos, las estás pensando ya como las consecuencias de un enfermo mental. Y por tanto llegarás probablemente a conclusiones radicales del tipo “hay que quitarle la droga. Hay que quitarle el móvil de las clases. Hay que quitarle el móvil, hay que prohibirlo de su vida, o, como dicen algunos, hay que erradicar el móvil, porque de esa manera conseguiremos que no se produzcan las consecuencias”. Si lo lees como amantes, lo que te das cuenta es que, probablemente, lo que tienes que hacer es ayudarles a que ese vínculo de amor con la máquina sea un vínculo menos alienante. Pero no lo vas a suprimir, porque entiendes que hay una necesidad de amor en ese vínculo. Entonces las consecuencias las vas a leer de manera distinta.
Esta relación —amorosa— con el aparato móvil ha sido el epicentro de un movimiento educativo por parte de padres y madres, reivindicando un debate que orbita alrededor de los efectos perjudiciales de los mismos. En su opinión, ¿hacia dónde deberíamos encaminarnos?
Creo que debemos hablar de regulación en lugar de prohibición. La tecnología, especialmente la industria tecnológica, ha tenido un impacto hostil en la familia, y necesitamos recuperar aspectos educativos importantes.
La regulación implica ajustar y poner en orden algo que se ha salido de control. Es una forma de revertir la invasión tecnológica en la familia
¿Cómo definiría la regulación en este contexto
La regulación implica ajustar y poner en orden algo que se ha salido de control. Es una forma de revertir la invasión tecnológica en la familia. Podemos incluir restricciones de uso, como en el sueño, comidas familiares, patios de colegios y aulas. La prohibición radical puede ser problemática. Hace quince años, lo digital era un complemento en nuestras vidas. Ahora es un mundo en sí mismo, y la prohibición no puede aplicarse a un mundo digital. Necesitamos estrategias más amplias.
En su último libro,¿Adictos o amantes? Claves para la salud mental digital en infancias y adolescencias (Editorial Octaedro) desarrolla estas estrategias.
Sí, Propongo tres estrategias clave. Primero, la desconexión, reduciendo las horas de pantalla para recuperar la atención. Segundo, un mejor uso mediante la alfabetización digital. Y tercero, promover la presencia a través de alternativas presenciales para contrarrestar el uso excesivo de pantallas. Es crucial, sin embargo, realizar estas tres estrategias teniendo en cuenta la ya existente brecha digital que se genera y agranda en los contextos desfavorecidos. Hace falta implementar políticas sociales públicas correctoras, como centros de tiempo libre, actividades gratuitas y alternativas presenciales para las familias desfavorecidas. Sin estas políticas, la brecha digital se ampliará entre clases sociales.