Se trata de un proyecto estructurado entre la investigación educativa y el periodismo, con base en dos herramientas clásicas de ambos campos: la observación y la entrevista, el género maestro, como sostenía Gabriel García Márquez.
Durante 15 meses recorrí escuelas pequeñas, en comunidades rurales o semiurbanas, a las cuales asisten niños y adolescentes de condiciones precarias, para estudios de preescolar, primaria y bachillerato, así como un centro escolar de rasgos peculiares llamada “misión cultural”, institución centenaria que atiende a poblaciones heterogéneas -adultos, jóvenes, niños- en una especie de educación no escolarizada para el aprendizaje de oficios: carpintería, albañilería, herrería, manualidades, alfabetización y expresiones artísticas, principalmente música.
Cientos de horas de observación y más de 50 entrevistas a maestras, directoras, estudiantes y otro tipo de personal (encargadas de limpieza, cocina) me ofrecieron una mina de datos valiosos que desenredé artesanalmente para dar vida a seis capítulos principales y otros de menor extensión, centrados en aspectos específicos, alrededor de los temas que emergían de la búsqueda, como la relación entre educación y arte, la enseñanza para las comunidades indígenas, la condición de los hijos de jornaleros agrícolas migrantes, entre otros.
El material recolectado a lo largo de los meses, almacenado en cuadernos, audios e imágenes, poco a poco fue tejiendo una urdimbre que en algún momento parecía enmarañarse, pero que con la magia de la escritura fue aclarándose hasta dibujar un cuadro con las conclusiones que titulan esta colaboración.
Es momento de contar la tesis central del proyecto, antes de exponer de manera sucinta las lecciones. Se explica breve: en todas las escuelas ocurren prácticas extraordinarias, fruto de la acción y las interacciones de personas e instituciones que realizan su tarea pedagógica con compromiso y vocación. Mi labor investigativa fue encontrar, en esas escuelas, lo que de extraordinario ocurría en cada una, pese a las adversidades económicas, materiales, culturales, nutricionales, instructivas.
Cada capítulo tiene su valor. Cada escuela y su comunidad me enseñó pequeñas lecciones. Enseguida resumo parte central de lo aprendido: las características que convierten a un edificio en escuela, madre nutricia de las inteligencias, emociones, cuerpos y caracteres.
- Maestras comprometidas y generosas. Profesionales y sensibles. Mujeres, la mayoría; así, las cuatro escuelas de enseñanza básica eran dirigidas por maestras. Formaban colectivos docentes trabajando como tales, como equipo, no fragmentados ni cada cual por su lado. La lección es vehemente: los centros, para tener un grado alto de eficacia, deben contar con buenos docentes, pero trabajando en equipo, entre ellos, y luego con otras agencias sociales.
- Entornos favorables contribuyen de modo notable al desempeño de las funciones escolares. Se precisa, por lo tanto, la articulación con la comunidad, una red de alianzas valiosas que proporcionen recursos que a veces las autoridades educativas no ofrecen, o agregan otros valores complementarios: un centro cultural comunitario que se vuelve extensión de la escuela, una fundación que apoya con equipos, construcciones, viajes, recursos económicos, becas, solidaridad.
- Directoras con liderazgo y capacidad de adaptación e innovación, que ejecutan sus funciones con eficacia, pero no se conforman con lo prescrito, porque ensanchan posibilidades y exploran senderos para enriquecer sus espacios. Que innovan cuando es preciso, que trabajan con otras y no se desvinculan. Dicho en sentido contrario: no hay escuelas extraordinarias desligadas de su entorno.
- En las escuelas visitadas, con sus peculiaridades, se desarrollan iniciativas permanentes de mejora dentro del marco escolar, articulando proyectos, incluyendo a los estudiantes y paterfamilias, gestionando recursos e incentivando el ánimo colectivo.
- El respeto por la institución escolar es componente que favorece un clima propicio para que ocurran actividades sobresalientes. Los primeros en respetarla, por supuesto, son quienes viven su jornada laboral y escolar en ellas, luego, los otros actores que interactúan cotidianamente, sobre todo, padres y madres del alumnado.
- Todo ese clima, la conjunción de esfuerzos, el desarrollo de proyectos tiene que deslizarse hacia la construcción de estrategias para el trabajo didáctico, la organización escolar y la articulación con la comunidad. No se trata sólo de conseguir buenas relaciones, sino de traducirlas en prácticas de mejora pedagógica.
- Todas las escuelas observadas y recorridas buscan la promoción de las capacidades, en el sentido propuesto por Martha Nussbaum, es decir, el desarrollo de habilidades para conocer y hacer, al mismo tiempo que el clima y las libertades para su puesta en práctica, mediante la coherencia entre lo que se enseña en el aula y se práctica en el microcosmos de cada una.
Reflexiones finales
El acceso a la era digital requiere un visado imposible hoy para millones de niños latinoamericanos y mexicanos, sin ciudadanía en el territorio de la escuela y distantes cada vez más del derecho a una educación transformadora de sus esperanzas de vida.
No obstante ese inocultable reconocimiento, hay muchos centros donde vive el milagro pedagógico en todas las jornadas escolares. Reconocerlo es justo. Es necesario que las instituciones y las autoridades recojan las voces de los constructores de las prácticas pedagógicas. No sólo de las buenas prácticas, también de las malas, porque debemos aprender de los desaciertos, una suerte de pedagogía del error.
La transformación de las escuelas, sobre todo de las más precarias, implica no abandonarlas en su aislamiento. Esa ruptura de barreras geográficas hoy es crecientemente posible también con las tecnologías, para construir tejidos de relaciones de aprendizaje colectivo inéditos y poderosos.
La tecnología es una herramienta valiosa para reinventar las pedagogías, y debe usarse, al mismo tiempo, para aligerar las enormes cargas burocráticas del profesorado. Es otro imperativo, sin desnortarnos. La era digital y ese horizonte cargado de promesas y peligros que observamos es un desafío tecnológico, por supuesto, pero fundamentalmente pedagógico.
Frente a la pérdida cognitiva experimentada durante la pandemia y sus secuelas, es más urgente que nunca desarrollar una docencia como la propuesta por Michael Fullan y Andy Hargreaves, sostenida sobre tres pilares: intelectualmente exigente, profundamente ética y emocionalmente apasionante. A ellos agreguemos hoy, más que nunca, paciencia y resiliencia.
Educar bien es posible e indispensable, aunque parezca tarea improbable.
¡Feliz año 2024 a todas y todos los lectores de El Diario de la Educación! ¡Qué nos vaya muy bien!
2 comentarios
exelente artículo amigo te abrazo , con el deseo de que sea un mejor año dónde reine la equidad , que esto permitirá la formación de personas resilientes y tolerantes y a generaciones avanzadas como las nuestras nos toca practicarlas, como ejemplo a nuestros hijos , felicidades enhorabuena un honor que te lea y recomiende está gran pedagoga abrazos
Un abrazo afectuoso, estimada amiga y colega.
Gracias por la lectura y el comentario.