El 2 de febrero de 2024 se estrena en las salas de cine españolas la película La sala de profesores (Das Lehrerzimmer, 2023), pocos días después del anuncio de haber sido nominada en los Premios Óscar en la categoría de mejor película internacional. La película fue seleccionada por su país después de que ganase hasta cinco premios de la Academia Alemana de Cine (los conocidos popularmente como premios Lola), que incluían mejor película, director, actriz, guion y montaje. Y lo hizo imponiéndose a la clara favorita de esa edición, la película Sin novedad en el frente (Im Westen nichts Neues, 2022), que había ganado precisamente el Premio Óscar a la mejor película internacional apenas tres meses antes. De hecho, había ganado hasta cuatro Premios Óscar, además de numerosos galardones internacionales.
Lo cierto es que no resultó una sorpresa inesperada, después del recibimiento que tuvo la película en la 73ª edición del Festival Internacional de Cine de Berlín, donde se alzó con el Premio Europa Cinemas Label en la sección Panorama. Sala de profesores es la cuarta película dirigida por el cineasta berlinés de ascendencia turca, Ilker Çatak, que firma el guion junto a Johannes Duncker, literalmente, su compañero de clase en la escuela alemana en Estambul, cuando el ahora cineasta fue a vivir a los doce años cuando sus padres volvieron a su país. Los dos se inspiran en varios sucesos reales que han vivido ellos personalmente o por personas próximas, para utilizar esos acontecimientos como detonantes verosímiles de la trama de la película, que es mucho más compleja y rica de lo que se podría suponer teniendo en cuenta la simplicidad de lo que describe la sinopsis.
La cinta está protagonizada por una joven profesora polaca que imparte las materias de matemáticas y educación física de una clase de primer curso en un instituto de secundaria de Alemania. La actriz Leonie Benesch encarna magistralmente el papel de una persona idealista y comprometida con su vocación, con unos valores asociados a la justicia y, a la vez, con una cierta conciencia social que le empuja a actuar de una forma prudente y asertiva. Tras unos robos de billetes en las carteras personales en la sala de profesores, la forma en que reacciona la escuela no es acogida con buenos ojos por la profesora, y decide actuar con una idea sencilla y contundente al mismo tiempo: dejar la cámara de su portátil encendida mientras se va a clase, con su chaqueta (y su cartera con el dinero) en el respaldo de la silla.
El anzuelo da sus frutos y en el vídeo se percibe claramente la camisa de la persona que está robando la cartera de la profesora. Cuando esta revisa el vídeo, solo hay una persona en la sala con una camisa igual, una de las administrativas de la secretaría de la escuela, interpretada por la actriz Eva Löbau, que realiza una contundente actuación a partir del instante de recibir la acusación de que ella era la ladrona de los últimos robos en la sala de profesores. Contundente y creíble actuación, puesto que en todo momento defiende su inocencia, teniendo en cuenta que las pruebas no son concluyentes (solo se vislumbra la camisa de la persona que roba).
Casualmente, la persona acusada es la madre de uno de sus alumnos, interpretado por Leonard Stettnisch, convertido en un joven actor revelación en la película, un estudiante que, aparentemente, es el mejor de la clase, mostrando grandes dotes para las matemáticas. Este perfil es interesante, puesto que tanto profesora como alumno intentan analizar la situación siguiendo el método científico y basarse en evidencias contrastadas y no en opiniones, con el peligro que supone caer en prejuicios de todo tipo. Y aquí es donde la película se explaye en toda su extensión, mostrando siempre únicamente lo que sucede dentro del instituto, sin que el espectador conozca nada más de los personajes que su comportamiento en las diferentes situaciones mostradas, que son unas cuantas.
En ese sentido, el director realiza algunas decisiones técnicas que son fundamentales para el resultado final. Primero de todo, escoge un tamaño de fotograma con una relación de aspecto 4:3, es decir, la proporción de los aparatos antiguos de televisión (a diferencia de la proporción panorámica 16:9, por ejemplo, habitual en los hogares actuales). Este tamaño de pantalla, más estrecho, ayuda a potenciar la sensación de tensión y presión, también con el uso de primeros planos, acompañado, además, de planos secuencia de varios minutos, lo que implica el uso de cámaras portátiles de forma frecuente, aunque no siempre. La directora de fotografía de la película, Judith Kaufmann, consigue crear esa atmósfera de presión en el aula, con los alumnos y con la reunión de padres, en la sala de profesores, en los pasillos y lavabos o en las pequeñas reuniones en la misma escuela. Y todo ello acompañado con una música que enfatiza aún más la tensión, prevaleciendo las notas sostenidas, fomentado el suspense en el espectador.
El argumento funciona como un drama con una intriga (el robo) que se transforma en una película donde lo interesante es el proceso en sí, la forma en que van sucediendo los hechos y sus consecuencias, propagados como un efecto mariposa a partir de dejar la cámara del portátil encendida, una bola de nieve que el espectador no es capaz de suponer lo que puede suceder a continuación. Es bajo presión que intuimos el carácter de las personas, y aquí podemos ver reacciones muy diferentes de diferentes perfiles. Y todo acontece en un entorno concreto, la escuela, que funciona como un espejo de la sociedad, a modo de metáfora, con su equipo directivo, su reglamento interno, su propio cuarto poder (el periódico escolar escrito por los alumnos de los últimos cursos), sus integrantes (profesores, personal de administración y servicios y alumnos) y, por si fuera poco, también por los padres.
El director de la película, nacido en 1964, entiende que los padres en la actualidad tienen un factor diferenciador del que podían tener los suyos: la capacidad de comunicarse rápidamente y grupalmente, especialmente con la llegada de los grupos virtuales en el móvil. Esa supuesta ventaja puede contribuir a sesgos fomentados por información a su vez sesgada o incorrecta, y puede influir directamente en el trabajo en el aula del profesor. Una de las escenas es representativa de la presión con la que trabajan, cuando la protagonista corre al baño y recupera una bolsa de basura de la papelera y la utiliza para respirar, con la esperanza de que le sirva para tranquilizarse. La sensación de impotencia ante la multitud de limitaciones de los profesores, el acoso escolar entre compañeros, las intromisiones de los padres o los criterios pedagógicos contradictorios es realmente asfixiante.
Sala de profesores plantea varios dilemas morales interesantes, empezando por si es lícito o no dejar un vídeo grabando en una sala en la que no estás. La genialidad de la propuesta aparece al contemplar como fluyen de forma natural cuando algunos de estos son totalmente diferentes. Por ejemplo, se intuye en la protagonista una aceptación voluntaria de asimilación cultural cuando le pide a su colega que no le hable en polaco. Por ejemplo, se aprecia un comportamiento racista por parte de un grupo de profesores ante la duda de si podría ser un alumno el causante de los robos, y lo más curioso es que el actor que encarna al líder de ese grupo de profesores no es precisamente una persona blanca, rubia y de ojos azules, lo que resulta interesante como reflexión. Los prejuicios no se miran al espejo.
Quizás la contradicción más importante se exprese en la propia protagonista, una profesora ávida de hacer justicia, que afirma que «lo que pasa en la sala de profesores se queda en la sala de profesores», para intentar a continuación censurar el periódico interno de la escuela, para evitar que se tergiversen aún más los acontecimientos, o quizás para que no se sepa del todo la verdad de lo que está pasando, si es que, a esas alturas de la película, conocemos realmente la verdad. O quizás no sea lo más importante. Quizás lo más importante sea saber cuál es la verdadera función del docente y qué responsabilidad tenemos hacia nuestros alumnos. ¿Podemos manipular a los estudiantes para que denuncien a sus compañeros, sin la presencia de sus padres en la reunión? ¿Podemos culpar a un alumno de lo que haga su madre? ¿Podemos culpar a un alumno que quiera ayudar a su madre? ¿Puede una persona con prejuicios ser un buen profesor?
Uno de los aspectos que percibimos en la trama es la necesidad de encontrar un culpable, independientemente de la claridad de las evidencias. También de las ansias colectivas para ser jueces y verdugos, exponiendo nuestros prejuicios raciales y sociales. La diversidad percibida es notable, tanto en el aula con los alumnos o con los padres, pero también en la sala de profesores. Esa diversidad queda contaminada por los prejuicios estigmatizantes, muchas veces mostrados de forma involuntaria por parte del emisor, dotando la elipsis de un gran poder al espectador, que debe de imaginar lo que no hemos visto en la pantalla, para poder hacernos nuestra propia opinión. Y no solo sobre lo que está sucediendo, sino sobre la función última del profesor.
El final de la película (bueno, uno de los finales, no se pierdan los créditos) tiene una inspiración curiosa, y hace referencia a un relato corto que había leído en su juventud el director de la película y le había provocado una cierta desazón durante años. Pensó que eso era justo lo que estaba buscando para provocar una emoción similar en el espectador. Así que hizo leer el texto a su compañero de pupitre en la escuela, el coguionista, que quedó también apesadumbrado. El cuento en cuestión que sirvió de inspiración a la escena final es del escritor estadounidense Herman Melville (1819-1891), y lleva por título Bartleby, el escribiente (Bartleby the Scrivener: A Story of Wall Street, 1853), considerado un texto precursor del existencialismo… así que no se preocupen, si notan alguna emoción al acabar la película, es que están vivos.