Mali es un país muy joven. Con una población de unas 25 millones de personas de las que, aproximadamente la mitad son menores de edad, según los datos oficiales. La edad media es, de hecho, 16 años.
En las calles de Bamako se ven cientos, miles de niños y chicos jóvenes. También, aunque mucho menos, niñas y chicas. Las más de las veces, trabajan en algún puesto de verduras y frutas a pie de calle. Otras, si coincide con la hora de salida de los colegios, también se las ve caminar en pequeños grupos.
Son una gran minoría, estas últimas. Según los datos que maneja el Gobierno maliense, las tasas de escolarización de las niñas y jóvenes son bajas. Hay importantes diferencias muy importantes por regiones, desde luego, pero siempre son ellas las que se llevan la peor parte.
Hace algo más de 10 años, la Unión Africana puso en marcha una misión específica para Mali y el Sahel (una franja de países que empieza en Senegal, en la cosa occidental, y atraviesa prácticamente todo el continente hacia el este). La misión pretendía dar apoyo a Mali en cuestiones de seguridad, educación, salud, derechos humanos, en un momento en el que estalló el conflicto que de nuevo ha vuelto a encenderse entre el gobierno y los grupos separatistas del norte.
La misión, persé, duró poco, hasta la llegada de la que en su momento realizó Naciones Unidas, bajo el nombre de Minusma y que en las próximas semanas verá completamente expirado su mandato, tras las tensiones entre la organización y el Gobierno de transición, en el poder desde 2020.
Fatoumata Traoré es experta en género dentro de la misión de la Unión Africana. Nos recibe, a este periodista y su intérprete, en su despacho del barrio de ACI 2000, uno de los más importantes y ricos de la ciudad.
Traoré habla calmadamente, sin aspavientos, de una realidad muy complicada. La de las vida de las niñas y las jóvenes en Mali, un país marcadamente musulmán, que admite la poligamia (aunque no está especialmente extendida), que cuyas leyes mandatan la educación obligatoria sin distinción de género, no ha conseguido trasladar este deseo a la realidad.
«Las estadísticas no son uniformes en Mali», asegura Traoré, «pero lo que es seguro es que que el nivel de escolarización es muy bajo». La experta asegura que se han hecho muchos esfuerzos «para enviar a los niños a la escuela, y hemos implementado políticas para permitir que las niñas puedan tener acceso a la escuela». Pero, admite, «hay muchas niñas que no van a la escuela o que no se mantienen».
Existen muchas dificultades en Mali. Es uno de los países en la cola en el índice de desarrollo humano que elabora la ONU. Lleva más de una década luchando con grupos armados tuaregs que buscan la independencia del norte y, además, tienen sendos grupos, uno cercano al ISIS y el otro a Al Qaeda pugnando por el control de amplias zonas del país.
Hace pocas semanas, el líder de la junta militar que gobierna desde hace cuatro años, unió fueras con Burkina Faso y Níger (ambos con gobiernos militares golpistas también) para anunciar su salida de la Cedeao, una organización supranacional que mantiene apertura de fronteras para personas y mercancías y una moneda común para todos aquellos que pertenecen a ella.
La situación de las infraestructuras no es buena, como explica Traoré, que señala la falta de agua o electricidad en muchos establecimientos escolares. Amén de unas ratios que pueden estar por encima de las 40 niñas y niños por aula.
A esto se suma una cultura patriarcal que ve en las niñas una persona de segunda. «La niña es considerada como una persona que debe estar preparada para el matrimonio», explica la experta de la Unión Africana. Esto quiere decir que será más importante, llegados a cierto punto, que la niña sepa y pueda realizar las tareas del hogar antes que continuar con su escolarización.
De hecho, explica la experta que el 53 % de las mujeres se casan antes de los 18 años y el 18 % antes incluso de los 15. «El matrimonio precoz es algo que está muy encerrado en la tradición, pero cuando miras bien los números, verás que hay una tendencia a que la situación mejore un poco, muy lentamente», explica.
«La vida doméstica marca la escolarización de las niñas, obligando a altas tasas de absentismo para que atiendan a los trabajos de cuidados o de sostenimiento de la vida familiar», comenta Traoré.
Además, igual que los niños, en muchas ocasiones, son enviados a escuelas coránicas que hacen las veces de internados en los que, muchas veces, serán maltratados y utilizados para mendigar; las niñas acaban casadas como una forma de liberar la economía familiar del sustento de una boca más.
Como comenta Fatoumata Traoré, el hecho de que las niñas vayan a la escuela durante más tiempo, retrasará el objetivo primordial que es el matrimonio. De hecho, sostiene, culturalmente se cree que si están demasiado tiempo en la escuela «rehúsan casarse, habrá demasiados conflictos y, finalmente, quedarán solteras».
Y es en la educación de las niñas y las mujeres en donde muchas oenegés que operan en Mali ponen el foco. «Creo que las ONG hacen mucho en el área de la educación de las niñas, sobre todo en la alfabetización de las mujeres». También señala proyectos que intentan empoderar a niñas y jóvenes para ir a la escuela el mayor tiempo posible. «Pero yo diría que hasta ahora el gran problema es que no hemos gestionado esta situación de manera holística. Siempre son pequeños proyectos que cubren las necesidades de algunas personas y, después, cuando el dinero termina, todo se para», explica.
Estas situaciones hacen que «los proyectos no respondan a las necesidades de las mujeres en materia de escolarización o alfabetización. Eso es un gran problema» de trabajar, comenta Traoré, con ONG.
Para la experta, la respuesta holística debería venir del Gobierno. Y si no puede por falta de recursos, «al menos, coordinara las acciones de las ONG de manera que lo que hacen estas no sea una repetición de lo que se ha hecho ya». El hecho de que no haya una cierta coordinación por parte del gobierno, además, supone que no se piense cómo dar continuidad a un proyecto de una organización que se ha terminado.
«Yo felicito a las ONG, pero en realidad no se hace suficiente esfuerzo por tener en cuenta las necesidades específicas de las mujeres y las niñas en materia de educación. Y también creo que el Estado tiene un gran papel que jugar, no solo en la planificación de las acciones relacionadas con la educación en todo el territorio nacional, sino también en función de las ONG que quieran actuar en ese sentido, orientándolas hacia las zonas en las que existe más necesidad».
La violencia contra las niñas
La violencia contra la infancia en general es otro problema importante. Y lo es muy particularmente en el caso de las niñas, atacadas sexualmente en muchos ámbitos alrededor de la escuela.
Traoré explica que las niñas sufren violencia «en el camino de la escuela, en la escuela y, a menudo, en su propia casa». A esto se une la violencia sexual que pueden sufrir y que, comenta la experta «cuando se denuncia, se banaliza». «Muchas veces estas situaciones acaban en el abandono de la educación porque la propia niña no quiere correr el riesgo».
Los casos de violencia sexual, además, pueden acabar con el embarazo de una niña, de una adolescente. Hasta hace 20 años, en Mali se repudiaba a las víctimas en esta situación, se las expulsaba de los centros educativos. Traoré asegura que hoy por hoy esto no pasa. «Pero no hay consecuencias para quien cometió la agresión», dice. De hecho, ellas reciben burlas, el estigma. Será la que afronte un embarazo en solitario después de que la acusen de ser «fácil».
«Y a esta situación se suma una muy dramática. A menudo, son los propios maestros los que hacen atacan sexualmente a las niñas». Traoré asegura que una investigación del Banco Africano de Desarrollo calculaba que el 16 % de los embarazos precoces de estas niñas eran causados por los docentes.
Traoré explica el caso de un maestro en la región al este de Bamako, Kaye, en donde un maestro fue señalado y acusado de haber agredido sexualmente a chicas de entre 13 y 15 años en su casa. Las llevaba allí después de la escuela con la excusa de dar clases de repaso, «pero en realidad las obligaba a tener relaciones sexuales». «Cuando lo denunciamos, cambiaron al maestro de pueblo, pero no hubo ninguna sanción. Solo lo cambiaron, con el riesgo de que siguiera haciendo lo mismo».
Población desplazada
Más de una década de conflictos, amén de los grupos islamistas que hostigan a la población, han provocado que haya una gran cantidad de población desplazada interna dentro de Mali. Este país de África Occidental es, además, parte de la ruta migrante que va hacia Mauritania y Canarias, o hacia Níger y la ruta por Libia y Argelia.
Los desplazamientos forzosos de población suponen, según cuenta Traoré, que haya muchas escuelas que son utilizadas como campamentos improvisados. La situación de muchas de estas familias es desesperada. Han de abandonar todo lo que tienen para marchar a un futuro incierto.
Esto acaba pasando factura y poniendo a las niñas y jóvenes en situaciones de muchísima vulnerabilidad. Hasta el punto de que en ocasiones son obligadas a prostituirse para conseguir el sustento propio y de sus familias.
Los campos de refugiados tampoco son el mejor escenario. «Las condiciones en las que se encuentran las familias… explica Traoré, sin acceso a ninguno de los derechos sociales básicos». O a electricidad, agua o educación.
Según diferentes organismos, la mayor parte de las personas desplazadas son mujeres y niñas y niños. Y cuando llegan a los campos, no tienen asegurada la escolarización en ellos. «Los padres, si no están alfabetizados», no se preocuparán porque sus hijas lo estén. A esto se suma lo dicho anteriormente: «Si la mamá no tiene los medios, la niña tal vez pueda ir a trabajar, pero si no encuentra trabajo, ¿qué pasa? Será prostituida», zanja la experta.
Para Traoré se trata de una situación «dramática» que, en general, se suele banalizar en todos los foros en donde habla de la violencia contra niñas y mujeres. «Para una mujer, para una niña de 13 a 15 años, en el momento en que tiene que aprender, que entender el mundo, es en ese momento en el que tienes que luchar para alimentarte y alimentar a tu familia», denuncia.
Mutilación genital
«Las estadísticas nacionales aseguran que estamos en un 98 % de mujeres de 15 a 49 nueve años y un 63 % de niñas de 0 a 14» que han sufrido una ablación. Aunque tímidamente, las cifras parecen estar mejorando, según cuenta Traoré.
La mutilación es una actividad que se desarrolla en la intimidad de cada hogar. Una tradición que, a pesar de los intentos de estudio, no está claro dónde hunde sus raíces. Que en Mali, según Unicef, se practica en casi todos los hogares, da igual su tradición religiosa. Aunque sí importa, por ejemplo, el nivel educativo de la familia: cuanto mayor, menor incidencia de la ablación.
Solo hay una diferencia importante en las cifras. Se trata de las regiones del norte: Tombuctú, Gao y Kidal, en donde hace décadas que esta práctica se perdió después de que tras una ceremonia comunitaria fallecieran por diferentes motivos casi 200 niñas.
Entre los motivos: desde la purificación de las mujeres, disminuir su placer sexual o para que se mantenga virgen hasta el matrimonio. Según la experiencia de Traoré, «la mayoría te dicen que ‘mi madre me lo hizo y yo también lo voy a hacer con mi hija. Es la cultura, no quiero dejarme llevar por ideas externas’.».
«Si tengo que hacer mi propio análisis, asegura, me digo que todo esto se hace por culpa de las desigualdades de género. Porque es como si la vida de una niña no fuera importante». Y se hace la pregunta del millón: «Si fueran los chicos quienes murieran todo el tiempo, ¿no pararían de hacer mutilaciones?».
Casa 6 de febrero se conmemora el Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina. «Hacemos muchas campañas, intentamos sensibilizar, pero es muy difícil. Es sólo a partir de nuestra generación que algunos han decidido empezar a reaccionar. Hacer un cambio», explica esta experta.
Y es complicado porque tampoco desde la educación se consigue una incidencia directa y, sobre todo, rápida, cuando las mutilaciones se realizan en los primeros compases de vida de las niñas y son generalmente los hombres de la casa quienes toman la decisión última de realizar la intervención. Pero, concede Traoré: » Lo que podemos decir con respecto a eso, es que la mayoría de las mujeres que hoy en día han decidido no realizar la mutilación a sus niñas, es porque tienen un cierto nivel de conocimiento».
«No hay una familia que, generación tras generación, haya realizado la mutilación a todas las niñas y que no haya entre ellas alguna muerta», asegura esta experta que, dice, «raras son las familias que no han perdido una niña por ello. Raro. Si no has perdido a tu tía, has perdido a tu hermana».
Poco tiempo antes de mantener esta entrevista con Fatoumata Traoré había participado como experta en un foro organizado por el Gobierno para hablar sobre la educación en el país. Ella, se centró en las situaciones de violencia que viven niñas (particularmente) y niños en la escuela. «He tenido mucha dificultad para transmitir la idea de que hay violencia en las escuelas. Se banaliza, se dice que no es posible, que no es tan grave como digo».
Concienciar a una sociedad patriarcal y conservadora de la necesidad de mejorar el nivel educativo de las niñas y las jóvenes porque eso incidirá en el bienestar de toda la nación, es uno de los retos más importantes que puede plantearse el actual gobierno (y los futuros) a la hora de pensar en la educación. A partir de ahí, construir infraestructuras, dotarlas de recursos materiales y personales, con docentes con una buena formación, tanto pedagógica como de respecto a la infancia, y asegurar el acceso a bienes básicos como la sanidad, el agua o la electricidad.