¿Cómo entendemos y cómo acompañamos a los adolescentes trans? Está es la cuestión que plantean Miquel Missé y Noemi Parra en el libro Adolescentes en transición (Bellaterra Edicions). Las transiciones de género de los adolescentes han aumentado mucho en los últimos tiempos. El debate social –a menudo excesivamente crispado– sobre este tema requiere honestidad y un esfuerzo de análisis y comprensión que Missé y Parra aportan en este libro.
¿Por qué tantos adolescentes trans? ¿Por qué ocupa hoy este tema un lugar mucho más destacado que hace unos años en los medios de comunicación y en el debate político y social?
M.M. Hay una primera razón que es de sentido común, y es que nuestro país en los últimos años ha realizado un enorme esfuerzo por conquistar más derechos para gays, lesbianas y personas trans, y eso ha ido siempre de la mano de una fuerte ola de visibilidad. Hay una generación de adolescentes que nace en una sociedad española en la que en muy poco tiempo la visibilidad ha aumentado mucho respecto a las generaciones anteriores y ya se encuentran en un contexto en el que hay no solo referentes gays y lesbianas, sino también referentes trans sobre todo en las series, en el cine y en las redes sociales donde suben contenido propio. Para las generaciones anteriores es una transformación muy sorprendente, porque todo ha ido muy rápido pero la realidad es que para los adolescentes de hoy lo trans es una posibilidad que existe en su imaginario de una forma más normalizada. Eso hace que más adolescentes se pregunten sobre esa cuestión o la exploren.
N.P. La experiencia trans se plantea como un itinerario posible y en la adolescencia se abren preguntas importantes sobre quiénes somos. No es de extrañar que sea en esa época vital cuando esa pregunta toma una importancia relevante.
En esta generación la exploración del género es algo que vemos y vamos a ver mucho más en los próximos años
Afirman que no hay una forma nítida y clara de “habitar una transición de género”. ¿Cuál es la definición de transición de género en la que basan la investigación que han hecho?
M.M. Yo diría dos cosas. La primera, para evitar el relativismo, sería decir que una transición de género tiene que ver con alguien que se mueve de la categoría de género en la que fue asignada. Cuando alguien deja de nombrarse en la identidad “chico” o “chica” con la que ha crecido. Y la segunda es que, más allá de esta definición, una de las cosas que pasan con este fenómeno es que nosotros pensamos que lo que entendemos por transición se modifica en función de su contexto histórico y cultural. Lo que en nuestra sociedad es hoy una transición de género no significa lo mismo que hace 20 años o que hace 50. Como la sociedad se mueve, el marco para interpretarlo o las posibilidades de vivirlo también se pluralizan. Por poner un ejemplo, hace 20 o 30 años cuando alguien pensaba en una transición –que en esa época se diría un cambio de sexo– la gente pensaba siempre en cirugías, sobre todo cirugía genital. Hoy, en esta generación de adolescentes, la cirugía es mucho más secundaria. Tiene más que ver con otro tipo de exploraciones. Y nosotros lo que decimos es que debemos que interpretar mejor lo que esta generación de adolescentes está experimentando bajo la idea de transición de género, que no necesariamente concuerda con el relato de otras generaciones.
N.P. Una de las aportaciones que hacemos en el libro tiene que ver precisamente con esta idea de la transición no como algo ya predeterminado o fijo. Los significados de lo trans en 20 años han cambiado de una idea fija de pasar de un sexo a otro, directamente asociado a la cirugía, a una experiencia más compleja. La respuesta a qué es una transición hoy no es tan evidente. Se abren nuevas preguntas y nos plantean un reto muy importante sobre cómo acompañar estos procesos. Lo que parece contradictorio desde mi punto de vista es que se mueve la manera de vivir las transiciones, pero parece que quienes estamos llamados a hacer esos acompañamientos todavía no terminamos de movernos en cuanto a esos significados. Seguimos trabajando con modelos o formas de entender la transición bastante rígidos que no nos permiten ver la complejidad de estos procesos de transición en la actualidad.
Para los adolescentes lo trans es una posibilidad que existe de forma normalizada
Detectan que hay una mayor proporción de transiciones a chico, a identidades masculinas. ¿Qué explicación hay para eso?
M.M. No tenemos la respuesta de por qué pasa eso, pero sí pensamos que deberíamos pensar sobre ese fenómeno. La mayoría de la literatura médica sobre transexualidad históricamente ha dicho que había el doble de mujeres trans que de hombres trans. Y, efectivamente, los datos que nosotros presentamos en este trabajo, a partir de los servicios de acompañamiento, dicen que en esta franja de edad está pasando lo contrario. No sabemos por qué pasa y puede haber muchas hipótesis. Nos gustaría que otros investigadores e investigadoras aportaran sus reflexiones y ver qué elementos comunes tienen esos recorridos. Podría haber dos recorridos de hipótesis. El primero tiene que ver con que quizá no es que hayan más transiciones en la adolescencia, sino que probablemente en otras franjas de edad es al revés y entonces se acaban compensando y lo único que pasa es que las transacciones a chicos se dan más en la adolescencia por una serie de características que tienen que ver con esa etapa de la vida, pero que en términos globales todo el mundo transita por igual. La segunda hipótesis tiene que ver con el contexto de esta generación, que ha asistido a un debate muy fuerte que ha sacudido las normas de género, básicamente con la popularización del feminismo. Ha habido fuertes reivindicaciones, sobre todo respecto a la rigidez de la categoría mujer y de la feminidad. Y nos preguntamos si eso podría tener que ver con que le suceda a más chicas que a chicos el querer salirse de su categoría asignada. En cualquier caso, este fenómeno sucede y tendríamos que pensar qué nos dice de nuestra sociedad, por qué sucede y cómo se acompaña. Hay otras voces que interpretan ese dato diciendo que hay una generación de chicas que están siendo seducidas por discursos muy peligrosos y que hay que impedir estos recorridos. Nosotros pensamos que no se trata de impedir, sino de escuchar qué malestar están intentando plantear. Esto es lo más importante. Si las personas se identifican con estas categorías es porque tienen algún tipo de malestar. Y la pregunta es: ¿Cuál es ese malestar? ¿Cuál es su origen? ¿Y cómo lo acompañamos?
N.P. Hay otro aspecto, que se relaciona con este, que nos parecía relevante en los itinerarios de transición, y es que el movimiento de la categoría chica a veces no es hacia chico sino hacia una desidentificación de género. A veces se simplifica también el análisis de este dato, no complejizando este elemento que nos parece que es relevante. No es que exactamente se quiera ser chico, sino que a lo mejor lo que hay es una impugnación al género, a la identidad de género en términos tradicionales. Las transiciones no se nos presentan como algo lineal que tenga un principio y un fin, ni tampoco es evidente que deban haber determinados procesos en el camino, y lo que nos abren son preguntas importantes respecto a la experiencia de género en la adolescencia actual.
Un primer criterio a aplicar en el acompañamiento a la transición de los adolescentes es que no se considere su decisión como algo patológico. ¿Se sigue viendo demasiado a menudo la transición como una patología, como una enfermedad?
M.M. Yo diría que hemos superado el marco de la patología en términos de entender que la transición nos dice de esta persona que tiene un tipo de trastorno mental, pero lo que no hemos superado es lo que nosotros llamamos el esencialismo, que es considerar que la experiencia trans es innata, es una esencia, es un fenómeno biológico, y que hay gente que es claramente trans y otra gente que no lo es, que es algo con lo que uno nace y que en algún momento se desvela. En nuestra aproximación nos basamos en otra interpretación de lo trans, que piensa lo trans como un fenómeno cultural pero que comprende que la transición tiene principalmente que ver con la rigidez de las normas de género. Yo diría que hoy nadie lo piensa como una patología pero que el discurso dominante en nuestra sociedad es que lo trans tiene que ver con algo con lo que uno nace. Y esto tiene mucho que ver con cómo luego se acompaña, porque el acompañamiento entonces se centra en comprobar si esa persona es verdaderamente trans o no. Nosotros pensamos que no tiene que ver con eso, sino que esta persona necesita explorar esta experiencia y ver dónde le lleva. Y a veces es una experiencia productiva que sirve para comprender cosas y coge un itinerario y otras no. Hay que acompañar a todo el mundo en esa exploración.
N.P. A esto se añade que lo trans se entiende como algo que requiere soluciones médicas. Los procesos de acompañamiento deberían estar en los espacios comunitarios, no estar exclusivamente en los centros médicos. En los centros médicos tienen que estar solo aquellos procesos que requieran atención médica, pero lo trans tal y como se expresa en la actualidad no es una realidad directamente asociada a la medicina.
El libro tiene como subtítulo “Pensar la experiencia de género en tiempos de incertidumbre”. ¿Que vivamos en tiempos de incertidumbre es un progreso o un problema añadido para los adolescentes?
N.P. Llevamos tiempo viviendo en la incertidumbre. Es muy importante contextualizar qué es lo que pasa en la actualidad, cómo impacta en nuestra subjetividades la pérdida de grandes relatos que ordenan la existencia o la falta de expectativas sobre el futuro. Esta incertidumbre la vivimos como sociedad, pero impacta especialmente a las personas adolescentes en la dificultad de proyectar el futuro. Al final la vida es incertidumbre y en estas situaciones aparecen posibilidades de pensar o de experimentar la propia vivencia relacionada con el género, se abren nuevos marcos, nuevas posibilidades… Las certezas son ideales, es difícil vivir en certezas constantemente, pero para mucha gente la pérdida de certezas ha supuesto desorientación, y en la adolescencia, que es un momento clave en la construcción de la propia identidad, esa desorientación a veces reafirma posiciones identitarias muy fijas. Esa necesidad de tener certezas puede colocarnos en posiciones muy rígidas sobre lo que significa ser hombre, lo que significa ser mujer, o incluso posiciones muy polarizadas, como estamos viendo en la actualidad.
Se sigue pensando que cuando alguien es trans tiene que ir al médico
Señalan tres protagonistas en el acompañamiento: adolescentes, familiares y profesionales. ¿Hay consejos para que los padres acompañen de la mejor manera posible a sus hijos adolescentes en transición?
M.M. Las familias tienen que acompañar un proceso difícil, pero a la vez también se están haciendo muchísimas preguntas. Lo que vemos es que las familias no tienen muchas veces lugares a los que agarrarse para poder tener la calma y la serenidad para acompañar desde una posición que no sea la de la propia inquietud y angustia que sienten porque se asustan. Por ejemplo, hay un relato muy fuerte sobre el suicidio de estos adolescentes si no se atienden muy rápido. Entonces, claro, las familias se asustan y como no quieren que pase ninguna desgracia intentan encontrar soluciones muy rápido. En este libro, algunas dicen que pierden la capacidad de pensar porque se asustan y necesitan encontrar una solución rápida que atenúe el malestar de sus hijos. Lo primero es, pues, cómo se acompaña a las familias que acompañan. Las ideas que podemos aportarles tienen que ver con que escuchen, no se asusten y no se precipiten porque no va a pasar nada malo, ni grave, ni terrible. Una transición de género es una experiencia que una persona hace, no es algo peligroso. Buena parte de las recomendaciones se centran en el tema de los tratamientos médicos, pero la mayoría de estos procesos no empiezan con un tratamiento médico, sino con alguien que se hace preguntas y que necesita hablar de ellas y muchas veces aquí ya hay muchas familias que sienten inquietud. La primera cuestión es rebajar esta ansiedad. En esta generación la exploración del género es algo que vemos y vamos a ver mucho más en los próximos años. Algunos adolescentes seguirán esa trayectoria, otros la explorarán y volverán a la categoría anterior. No pasa nada. Hay que poder acompañar eso con calma. Esto es lo fundamental ahora mismo.
N.P. Había en algún momento en las entrevistas a familias que decían cómo el discurso del miedo llevaba a invalidar sus propios recursos. Una madre decía que “el miedo no te permite aplicar todo lo que tú ya sabes con tu criatura”. Tú has tenido una vida con tu criatura, la has acompañado, tiene una vida que tú conoces, que no sabe el psicólogo, la psicóloga, la trabajadora social… Esto a mí me parece que es clave. Cuando entramos nos topamos con una realidad que no conocemos, nuestras pistas son grandes relatos sociales sobre lo que se debería hacer. Al final muchas veces esperamos de las y los profesionales que nos respondan a “qué hago”. Lo más importante es abrir el espacio de la conversación, no cerrarlo, no buscar a alguien que me diga qué es lo que tengo que hacer, sino poder abrir el espacio a la conversación y poder acompañar ese proceso hacia donde nos lleve. Ya tenemos herramientas para eso como familia que debemos poner en juego. Las familias se preguntan: ¿Quién nos acompaña? Necesitamos que también nos escuchen, formar parte de esa triada de acompañamiento; necesitamos entender qué es lo que está pasando y herramientas para abrir esa conversación con nuestra criatura, porque al final somos quienes nos quedamos con ella el resto del tiempo.
¿Los profesionales están preparados? ¿Hay que aconsejarlos también?
N.P. Nuestro trabajo tiene una mirada muy localizada en la ciudad de Barcelona, donde hay diferentes recursos que permiten también elegir la trayectoria que se quiere seguir. Eso no ocurre de manera similar en todas las comunidades autónomas. Hay bastante inequidad con respecto a eso. Tiene mucho que ver que Cataluña ha sido pionera en la atención a las personas trans y en la reivindicación por la despatologización de lo trans. En la medida en que hay diferentes itinerarios, vemos que hay diferentes criterios y diferentes modelos de atención. Es importante abrir conversaciones con diferentes profesionales. Los profesionales que hay en los servicios están muy formados, pero es importante que abramos preguntas. Y una de las cosas que aparecen en el trabajo que hemos hecho es la necesidad de que los que acompañan estos procesos tengan espacios de supervisión, de intercambio. Estos espacios son fundamentales para ir viendo cómo está cambiando la realidad y qué necesidades nuevas van apareciendo.
Una transición de género es una experiencia que una persona hace, no es algo peligroso
M.M. Parte del recorrido que tenemos que hacer como sociedades es poder desplazar del ámbito médico cómo pensamos lo trans y el acompañamiento a las personas trans. Aunque nos hemos movido de un paradigma patologizante, se sigue pensando que cuando alguien es trans tiene que ir al médico. Y aquí hay algo que no encaja. Uno va al médico para hacer un tratamiento concreto. Pero que esa sea la principal puerta de entrada para alguien que está preguntándose si quiere ser un chico o una chica en este mundo, que tiene dudas, no tiene demasiado sentido. Probablemente tenemos que inventar otros lugares que no sean los circuitos médicos. Nos estamos moviendo, porque partíamos de que esto era una enfermedad y se trataba en psiquiatría. Sin embargo ahora tenemos profesionales médicos con una mirada muy despatologizante, súper bien formados. Seguramente en algún momento tendremos que ir algún paso más allá y decir que acompañar a las personas que se preguntan sobre el género no es una cuestión médica sino que tiene que ver con cómo se ordena nuestra sociedad y tiene que ser escuchada desde un contexto no medicalizado; porque sino, por muy bien formada que esté la gente, no dejamos de estar en un espacio simbólico en el que hay una mesa desde la que se abordan problemas de salud, donde hay una pila de recetas y donde al final la cuestión va a ir muchas veces en torno a la modificación corporal. Nosotros pensamos que hay que abrir un campo para que la gente pueda hablar del malestar que siente sin que eso necesariamente conlleve una modificación corporal o una transición de género. Esta es una de las hipótesis más importantes del libro. Nos interesa comprender cómo esta generación de adolescentes está elaborando sus malestares. Especialmente queremos pensar cómo se manejan con los malestares que sienten respecto a las normas de género o cómo expresan malestares que tienen otros orígenes y que encuentran su vía de escape a través del género. Y estas preguntas interpelan a toda la sociedad. Nuestra sociedad se fija en lo trans porque es lo más espectacular, pero hay muchos otros movimientos que están sucediendo con los que estos chicos y chicas tratan de identificarse o distanciarse de las normas de género. Nosotros planteamos que hay que ampliar el foco y mirar a todo el mundo. Y en este cambio de perspectiva debemos sumar a la reflexión a muchos otros profesionales que también están acompañando a adolescentes en relación a distintos malestares.
N.P. Ese es el desafío que tenemos en la próxima década.
Concluyen en el libro que cada grupo protagonista de las transiciones considera que los otros dos quieren ir demasiado deprisa. ¿Todos tienen razón? Parece que no puede ser así…
N.P. Uno de los profesionales que entrevistamos dijo que hay “aprisamiento” por concluir, por llegar a un punto, a un lugar. Eso está relacionado con la idea tradicional de la transición, que se sale de una categoría y se tiene que llegar a la otra, y a la otra se tiene que llegar con los requisitos cumplidos de lo que supone estar en la otra parte del tablero. Lo que nos parecía más llamativo era la retrospectiva de las personas adolescentes. Tanto profesionales como familias tienen clarísimo que los adolescentes tienen muchísima prisa pero, cuando las personas adolescentes piensan en retrospectiva sobre aquellos momentos, lo que piden es haber tenido más tiempo para experimentar y pensar. Y, claro, lo que vemos es que son procesos bastante más abiertos, que las necesidades a veces son otras y los malestares son otros.
¿En los centros educativos, en los institutos, se ha normalizado el tema trans? ¿O los adolescentes y jóvenes trans siguen siendo objeto de bullying?
M.M. Nuestro trabajo no es una investigación centrada en el contexto educativo pero tenemos la sensación de que ese contexto educativo, la ESO, los claustros de los institutos, se han tenido que familiarizar con este fenómeno a una velocidad de crucero, porque en la mayoría de institutos hay chavales que han hecho una transición o que lo han planteado. Todos los adolescentes que entrevistamos nos contaron que en su instituto ya había gente que había hecho la transición en los años anteriores. Esto quiere decir que es un fenómeno que está muy presente en los institutos. Por otro lado, nos da la sensación de que, salvo excepciones, la mayoría de los claustros están en una lógica de cómo echar una mano a estos chavales, a estas chavalas, cómo acompañarles bien y seguir los protocolos. Si hay una transición, se cambia el nombre. Todo el mundo está intentando hacerlo bien. Pero a la vez, todo va muy rápido y muchos profesionales se dan cuenta de que esto es bastante más complejo. No es solo cambiar el nombre, sino que hay más cosas que pasan en el entorno de estos adolescentes que les han movido a hacerse esta pregunta. La comunidad educativa, en los últimos años, ha sido de los ámbitos profesionales más sensibles a la diversidad sexual y de género, con diferencia, seguramente porque trabajan con material sensible, con personas que están creciendo y explorando quiénes son. Desde hace tiempo vemos que muchos claustros quieren hablar de estas cuestiones, luchan por tener educación sexual en la escuela, necesitan hablar de la cuestión LGTB. Eso está ahí, pero tienen muy pocas herramientas. Nos damos cuenta de que falta una conversación mucho más compleja como sociedad. Creo que este es uno de los efectos más negativos de la polarización: esta cuestión se tiene que pensar en términos de “a favor o en contra”, y entonces hay muy pocos matices posibles. Dentro de que estemos de acuerdo con que las personas exploren su género, evidentemente hay millones de matices sobre cómo se puede acompañar. Y simplemente eso se ha simplificado a “¿pero estás a favor o estás en contra?”. Dentro de no estar en contra, que evidentemente no es nuestro caso y salta a la vista, pensamos que hay mil conversaciones pendientes que tenemos como sociedad, de por qué esto pasa, qué lo origina, cómo se acompaña, y ahí yo creo que nos falta mucho músculo, valentía, no tener el miedo de pensar este fenómeno con complejidad.
N.P. Y hacernos preguntas, no centrar todo en aplicar un protocolo, que muchas veces se ha reducido a “dime qué es lo que tengo que hacer en este caso”. Hay mucha gente que se pregunta cosas en los procesos de acompañamiento que nos obliga a pensar, a hacernos preguntas y complejizar lo que significa acompañar, que no es un protocolo, ni una receta que podamos aplicar en todos los casos de igual manera.
Hemos entrado en una dinámica de pensar en términos de “a favor o en contra de lo trans” pero hay muchos matices posibles
En el libro explican que el contacto con adolescentes trans en el instituto, en la vida cotidiana, provoca a veces inseguridad en sus compañeros sobre su propia identidad de género
M.M. Como mínimo provoca que te hagas la pregunta. Si de pronto viene alguien a tu clase que tiene una religión que tú no conocías, te preguntas “ah! ¿pero existe esta religión? ¿y de qué va? ¿y cómo la aprendiste?”. Si de pronto a tu alrededor la gente empieza a decir que “yo no quiero ser una chica”, igual te planteas: “es que yo no sabía que se podía no ser una chica”. Es una cosa de sentido común, que a veces se caricaturiza o se estigmatiza, se habla de efecto contagio, de moda, pero nosotros pensamos que es lo que tiene vivir en sociedades diversas. Te rodeas de gente con experiencias distintas a las tuyas que tienen un impacto en ti que te hacen pensar sobre tu propia trayectoria. Y eso no es malo. La adolescencia es esa etapa donde es súper importante la comunidad, la pertenencia, la identidad, saber quién uno es, separarse de la familia, encontrar otro grupo que te representa, es un momento de descubrimiento de muchas cosas. Entonces, claro, la popularización de lo trans es algo que ha interesado a muchos adolescentes. Se han hecho muchas preguntas y a veces somos los adultos quienes vivimos eso con dramatismo, cuando es una experiencia de la vida. Lo trans entendido como una experiencia de género, una exploración del género, es una de las muchas exploraciones que se realizan en la adolescencia. Están explorando sus yos del futuro. Pero a diferencia de otras exploraciones, nuestra sociedad sitúa la exploración con el género como una especie de excepcionalidad. En el fondo es porque se piensa el género como una esencia, una verdad absoluta del individuo, una cosa que se sabe y tiene un recorrido claro. Sin embargo, con cualquier otra experiencia de la adolescencia entendemos que están explorando, que no tienen que decidirlo todo hoy. Por eso pensamos que nos queda mucho trabajo por hacer, señalando que el género tiene que ver con normas sociales y que valdría la pena relajarnos un poco frente a las transiciones en la adolescencia y entender que están explorando el género en una sociedad donde hacer transiciones es una posibilidad que existe.
Hay que desplazar del ámbito médico cómo pensamos lo trans y el acompañamiento a las personas trans
También afirman que la transición no necesariamente resuelve los problemas que sufren los adolescentes. Después de una transición el chico o la chica pueden seguir teniendo problemas
N.P. Tiene que ver también con un relato que interpreta los malestares como una consecuencia de la identidad de género y de la necesidad de transicionar. Nosotros lo complejizamos. No siempre que tengas un malestar está vinculado a que no has podido hacer la transición y cuando hagas la transición te vas a liberar de ese malestar. Hay veces que sí ocurre así, pero pensar siempre en estos términos nos coloca en una visión también un tanto idealizada de lo que significa transicionar, que no tiene en cuenta que hay otros elementos que están presentes en la vida de los adolescentes y otros malestares que cruzan con el género, pero no siempre tienen que ver con él. Esto lo dicen adolescentes a las que entrevistamos, dicen “yo estaba mal, pero no estaba mal porque fuera trans, sino porque estaba mal con otras cosas”. De hecho, incluso abrir la pregunta a la experiencia de género, para muchas personas ha sido también un alivio de ese malestar, les han permitido una manera de gestionar esos otros malestares que tienen, pero que no son malestares que tengan un foco en ser trans ni se solucionan cuando haces la transición o respetan tu identidad. Estos malestares que se cruzan, como por ejemplo la salud mental, nos llevan a complejizar cómo hacemos estos acompañamientos. No se trata de cerrar el proceso con la solución en la transición, sino ver cómo se cruzan de una manera compleja todos estos elementos en una experiencia de género concreta y, por tanto, como acompañamos el proceso.
Y también aseguran que la detransición, el reenfoque de la transición, no tiene que interpretarse necesariamente como un fracaso
M.M. Este es uno de los casos paradigmáticos donde se puede comprender mejor la perspectiva que estamos proponiendo. En lugar de pensar que en el mundo hay una gente que es trans y otra que no, y que se trata de identificar bien quién es trans para acompañarle y descartar a quienes se han equivocado, nosotros pensamos que la experiencia trans es un lugar de exploración para cualquier persona. Es decir, hay gente que siente mucho malestar con las normas de género, con los mandatos de lo que quiere decir ser un chico o una chica, y eso les agobia mucho. Y explorando vivir en otra categoría les sirve para pensar cosas; eso ya es un proceso productivo. Nosotros no pensamos que haya nadie que de serie pudiéramos saber si va finalmente a hacer una transición en esa dirección o no. Es un proceso subjetivo, en muchos sentidos inconsciente, que depende de muchísimas estructuras de cada individuo, de su contexto familiar y cultural, su carácter, su personalidad. Y hay gente que en esa experiencia, en esa exploración encuentra algo que le ayuda a a vivir mejor y desde allí hacer otros procesos. Y hay gente que hace este recorrido y le sirve para pensar que no es exactamente esto lo que les hace sentir mejor, y que sigue explorando por otras vías. Eso es igual de válido, de productivo, de interesante, igual de legítimo. Vale la pena ser vivido, aunque vaya a tener ese resultado. Hoy en día muchas veces se habla de esta cuestión como argumento para evaluar de formas más rígidas quién puede acceder a la transición, con eso de “¿lo veis como hay que filtrar mejor, porque luego hay gente que se equivoca? Por eso no tenemos que autorizar la transición de todo el mundo, porque hay gente que estaba equivocada”. Nosotros pensamos que para que la gente sepa que finalmente no era ese el lugar, a veces tiene que ir, pero eso pasa con el género y con todo en la vida. Uno tiene que tener la experiencia para comprender que esta hipótesis viviéndola te ha servido para comprender cosas. Y eso que has comprendido en el proceso, aunque no dé como resultado una transición en esa dirección, es súper importante, y más en la adolescencia. A la vez nos parece que el propio concepto de “detransición” es problemático, porque da la idea de que pudieras ir hacia atrás, cuando siempre vas hacia adelante en estas experiencias y creces. No es sólo que no nos parezca una cosa problemática, sino que pensamos que como sociedad nos tenemos que acostumbrar a que eso sea posible y dejar de poner la presión en la gente que inicia la transición de que esto sea la verdad de lo que le pasa, porque esto también implica que la gente cuando hace transiciones tiene que elaborar narrativas donde todo cuadra, todo es verdad. A nadie le piden cuando empieza a estudiar primero de Medicina que demuestre que es un médico innato y que esa será su trayectoria profesional de por vida.
La detransición no es ir hacia atrás porque en el fondo siempre creces, vas hacia adelante en estas experiencias
Mucha gente empieza la carrera y luego se da cuenta de que no le hace realmente feliz y a veces elige otra. Este paralelismo no pretende relativizar la experiencia trans sino demostrar que tenemos la capacidad de pensar de forma flexible muchos procesos que se experimentan en la vida y que sería valioso si pudiéramos trasladar ese marco a las exploraciones en el género. En otros procesos de la vida, la gente se embarca en procesos de pareja, de crianza, proyectos migratorios, profesionales, y luego dice “me ha servido, he aprendido cosas, pensé que este era mi camino, pero no quiero seguir aquí o no de la misma manera”. La vida es también tomar caminos sin la certeza de dónde pueden llevarte. Y además no solo le pasa a la gente trans, le pasa a todo el mundo. Toda la gente que lea esta entrevista, si piensa en su yo de cuando tenía 14 años, se dará cuenta de que se ha movido de lugar respecto al género. La forma en la que vivía ser un chico y la masculinidad o una chica y la feminidad hace unos años y cómo lo vive ahora han cambiado. Y no entendemos eso como una detransición de nada, sino como un proceso vital. Aquí es donde está otro de los grandes desafíos. Dejar de esperar que las transiciones sean un lugar de la verdad del género de alguien y entender que es una experiencia que la gente hace, y tiene resultados distintos.Es una experiencia que se tiene en la vida y es normal que se tenga, porque las normas de género no son naturales, y muchas veces son contraintuitivas. A la gente este sistema de normas le genera muchas angustias y algunos las resuelven explorando transiciones de género. Eso es lo que tenemos que acompañar, y no estar pensando que hay unos que lo son de verdad y otros que no.
Parece que los jóvenes esto lo tiene bastante claro y en cambio cuesta más que lo entiendan y acepten gente más mayor. ¿Lo acabarán asumiendo estos últimos?
M.M. Esta es la conversación que tenemos que tener como sociedad, y para empezar la tenemos que poder tener. Es obvio que personas que se socializaron en otra generación y que tuvieron otros referentes y otra educación, tienen dificultad para comprender esto y hay que encontrar lugares donde tener esta conversación, donde se puedan hacer las preguntas, donde alguien diga “es que no comprendo, es que a mí esto me suena rarísimo, es que me cuesta mucho”. Porque que a alguien le cueste mucho comprender no quiere decir que le genere rechazo y odio y lo vaya a discriminar. Estamos en un momento en el que hay muy poco espacio para tener conversaciones entre generaciones. Y se estigmatiza mucho a las personas que no lo comprenden. La gente más mayor se siente como “uy, uy, uy, a esta generación más joven no les podemos seguir la pista”. Bueno, pues nos tendremos que seguir la pista mutuamente, porque no estamos tan lejos y porque lo que le pasa a esta gente joven no es tan distinto a lo que le pasó a esa generación cuando era joven. Lo que pasa es que tenía otros mecanismos y había otras maneras de elaborar y gestionar este malestar. Pero el malestar con las normas de género, lo ha tenido esa generación y la generación anterior y sus abuelos y abuelas. Lo único que ha cambiado es cómo nuestra sociedad ha habilitado lugares para explorarlo. Pero a la pregunta de si es posible, yo creo que no solo es posible sino que es urgente y necesario que nuestra sociedad abandone una lógica polarizada y quiera sentar a la mesa a personas que no acaban de verlo exactamente igual pero que tienen la voluntad de entenderse. Hay mucha gente que quiere entenderlo pero siente que está muy fuera de lugar y no quiere que el otro se lo tome mal. Nosotros hacemos libros para invitar a todo el mundo a la conversación. Claro que la cuestión trans es extremadamente compleja y contradictoria. Es normal que a mucha gente no le cuadre. Habrá que hacer mucha pedagogía, habrá que dar muchos ejemplos, explicarlo más veces y escuchar. No todas las preguntas tienen detrás la voluntad de dañar o de discriminar. Es súper importante que demos espacio a esas preguntas. Porque se están acumulando muchas, cada vez más.
No siempre hacer la transición significa liberarse del malestar
N.P. Esta generación de adolescentes y jóvenes están en nuestras aulas de secundaria y de la Universidad, en nuestros vecindarios, en nuestras asociaciones. Lo que antes era una realidad minoritaria y era difícil que formara parte de tu vida, cada vez forma más parte de la vida de muchas personas. Y yo confío en que eso abrirá conversaciones desde el lugar del afecto. Lo que nos interesa es poder construir una vida en común en la que la diversidad sea un valor. Y que en esa vida en común podamos hacernos preguntas porque nos involucra a todas. Las personas trans forman parte de nuestra vida y no es una opción plantearlo en términos de “a favor o en contra”. A partir de aquí, ¿cómo acompañamos para que sus vidas mejoren? Estoy convencida de que si la vida de las personas adolescentes trans mejora, obtienen mejores condiciones de calidad de vida, también mejora la vida en común, mejora la sociedad en la que vivimos. Lo que hace falta es salir de los lugares de la polarización y entrar al lugar del encuentro.