En esta entrevista, Esquirol defiende la figura del buen docente como aquella persona que te acompaña a la hora de mostrar el mundo: “En un momento determinado, la mirada confiada de una maestra o la palabra animosa de un maestro tocan un alma”. Cultivar la atención y la humanidad en la escuela son indispensables para que esta sea un lugar de respeto que se aleje de la frialdad y la violencia: “No hacer daño es ya hacer bien”.
En el libro La escuela del alma comentas que “una escuela de verdad es un lugar donde se entrena el prestar atención a las cosas del mundo y a los demás”. ¿Cómo de importante es despertar la curiosidad en el alumnado y, en general, en las personas dispuestas a aprender?
En la escuela, una de las cosas más importantes es el cultivo de la porosidad, de la apertura, de la capacidad de recibir. La buena maestra y el buen maestro son los que llevan a las niñas y a los niños hacia las cosas, hacia el umbral donde ya son las cosas mismas las que muestran su belleza y su profundidad. Llevar hacia el umbral es lo mismo que “introducir”. Entonces, la fuerza de las cosas -de las palabras, de las proporciones, de la música…- cala por la porosidad, genera el interés y, tal vez, con tiempo, la pasión.
¿Por qué a menudo tenemos maestros y maestras que recordamos toda la vida, aunque no los veamos durante décadas? Puede ser por experiencias buenas o malas, pero pensaba en las que nos han marcado positivamente.
La biografía de cada uno de nosotros está constituida sobre todo de encuentros. Cuando pienso en mi vida, recuerdo a las personas que la han marcado profundamente. El encuentro con los padres, con los hermanos, con los amigos, con los maestros, con las parejas, con los hijos… tiene un carácter diacrónico y va calando poco a poco. Hay muchas cosas en la vida que solo se ven y se notan con el tiempo. El encuentro con el maestro es un acontecimiento, la fecundidad del cual se alargará casi imperceptiblemente. Y es una gracia, un regalo. Por eso, todo buen encuentro pide reencuentro, a pesar de que a veces este reencuentro parezca −o sea− imposible.
La indiferencia es una de las maneras más penetrantes de hacer daño
Y a ti, ¿qué orientador u orientadora, sea docente o no, te ha marcado?
He tenido la suerte de encontrarme con personas absolutamente excepcionales que, por prudencia, prefiero no mencionar públicamente, aunque sí lo hago de forma más discreta. A ellas les debo el camino de mi vida, y las llevo en el corazón. Como digo en el libro, “ellas me han dado el sentido y la fuerza para resistir ante todos los embates del absurdo. Por ellas he sabido que el alma es la vida de la vida; y por ellas he sabido, también, qué es la cura del alma y como puede ser la escuela del alma.”
Dices que la escuela del alma tiene claridad y calidez, y aporta madurez. A pesar de que no hay recetas únicas, ¿hay algunas pautas básicas a tener en cuenta?
Creo que sí que hay pautas, a modo de hitos o pistas orientadoras. Precisamente a cada una de ellas he dedicado un capítulo: el cultivo del umbral, el cultivo del encuentro, el cultivo del ser origen, el cultivo de la atención, el cultivo de la afinidad con las bellas formas, el cultivo de la no indiferencia, la reiteración contemplativa, la reiteración médica, la reiteración cosmopoiética, la reiteración del reposo y la reiteración del testimonio. Estas últimas reiteraciones definen ya la madurez humana, y la vida espiritual.
Explicas que en una buena escuela tiene que haber paz. Esta paz, que no está reñida con el hecho de que en la vida tenemos que hacer frente a conflictos, ¿tendría que ver con no ser indiferentes ante las injusticias?
La verdadera paz brota de la no indiferencia a los demás y, especialmente, de la no indiferencia ante la debilidad del otro y de su sufrimiento. La violencia viene de la frialdad. Y la frialdad es la indiferencia. Compartir escuela coge la forma de apoyar a quienes tienes al lado. Es una respuesta, difícil. Con modulaciones que van de abrirme camino, sin pisar al otro, a no pisar al otro como camino. Sobre todo, no hacer daño. Reconocer que solo hay un mandato que viene del otro: no hacer daño. Y no hacer daño es ya hacer bien. Porque la indiferencia es una de las maneras más penetrantes de hacer daño. Es obvio que en la escuela no se pide la fraternidad familiar de los hermanos, sino la fraternidad del respeto y el compañerismo. La escuela es el lugar del respeto; el lugar donde se tiene en cuenta a los demás y se les trata con cuidado: eso ya es mucho, eso ya lo es todo.
Así, ¿educar y educarse puede ser una forma de resistencia para intentar poner freno a las violencias?
En el mundo hay manchas de paz. Lugares sin ningún tipo de violencia. Sí, existen. Tal vez pocos. De lo que se trata es de que estas manchas irradien a su alrededor. Es así como el bien puede esparcirse y hacer recular el infierno. La escuela que lo es de verdad, es una mancha que irradia paz, de lo contrario no es escuela. Si la educación y la cultura son el cultivo del más humano del humano, semillas, no podan sino dirigirse cabe este horizonte de la paz y la no indiferencia.
La escuela es el lugar del respeto; el lugar donde se tiene en cuenta a los demás y se les trata con cuidado: eso ya es mucho, eso ya lo es todo
Hablas de la calidez de la casa y de la escuela. ¿Debemos hacer más énfasis en el privilegio que supone ir a clase y tener un hogar?
La calidez es sobre todo la de la casa. Por eso, la casa es el hogar. Pongo énfasis en la casa porque sin la calidez familiar la debilidad y la intemperie se incrementan hasta medidas insoportables. La gracia de la casa es poder volver. La gracia de la escuela es poder ir. ¡Ojalá todos los niños del mundo pudieran ir a la escuela y volver a casa!
Recientemente, en la presentación del libro con el grupo de maestros jubilados Rella, destacabas que “un buen maestro no tiene precio”. ¿Crees que se valora lo suficiente al profesorado?
Las cosas más importantes de la vida no se pueden pagar con dinero. En un momento determinado, la mirada confiada de una maestra o la palabra animosa de un maestro tocan un alma. La figura del maestro y la figura del médico, antes de que dedicaciones profesionales, son la expresión de gestos antropológicos fundamentales. Sí, estoy de acuerdo en que la sociedad actual esto ni lo entiende ni lo valora.
¿Qué tienen que hacer las instituciones para cuidar a los docentes? Muy a menudo manifiestan el desgaste por las ratios y por la diversidad en el aula porque no tienen suficientes herramientas para atender correctamente el alumnado…
En mi opinión, hay una crisis de la educación y de la cultura muy profunda. Las cuestiones organizativas relativas a las ratios, los currículums, los controles de calidad, etc., no son sino epifenómenos del problema de fondo. Los buenos docentes padecen esta situación. En lugar de tender hacia modelos cada vez más consumistas, clientelistas y de escaparate, las instituciones educativas no deberían tener otra prioridad que la de cuidar a los buenos docentes. Pero, para poder cuidar, se tiene que vivir el sentido y hacer frente al nihilismo sepultado que hoy domina.