Acaban de publicar un Educación Universal, libro en el que repasan la situación de la universalización de la educación, proyecto iniciado hace 200 años con muy desigual resultado según la región del mundo y que afronta grandes retos relacionados con los fantasmas que ha creado la meritocracia, con una sociedad cada vez más dividida por intereses identitarios que está erosionando la cohesión social o por diferentes crisis, desde la económica de 2008 hasta la del reemplazo del profesorado, cada vez más complejo.
A pesar de que el momento es complicado, ambos se muestran optimistas ante la posibilidad de enmendar algunas de las situaciones actuales, eso sí, sin caer en ingenuidades y siempre desde una óptica reformista del sistema.
La radiografía del libro me resulta entre pesimista y realista. En esta foto que hacéis, ¿qué diríais que está peor?
Lucas Gortázar
A mí lo que más me preocupa es lo difícil que se está poniendo la universalización de la primaria todavía en algunos países y no ya la de secundaria. En 2007 podríamos haber sido mucho más optimistas respecto a ambas, pero con lo que ha pasado en estos últimos 15 o 16 años, se ha parado un poco el crecimiento de la educación universal.
Hablamos de los 20-25 millones de niños sin escolarizar solo en Pakistán en primaria, por irnos a otra zona del mundo, pero luego, por supuesto, todas las necesidades que hay en África subsahariana.
Es preocupante porque en 15 años ha habido un parón, incluso un retroceso, de la tendencia que venía ocurriendo: la Gran Recesión, la caída de la inversión pública, después la recuperación, pero luego la pandemia. Muchos países tienen sus escuelas cerradas durante, no 3 o 4 meses, sino un año o un año y medio. Y luego hay un auge de conflictos armados en África subsahariana lo que ha supuesto una interrupción generalizada de la expansión de la educación. Diría que es lo más preocupante. No sé si estás de acuerdo, Juanma.
Juan Manuel Moreno
Yo creo que sí y que el libro también lo refleja. Hacer un ranking de qué es lo que está peor tiene su truco porque con la mentalidad de suma cero que prevalece en nuestros días, inmediatamente se concluirá que otros temas no nos parecen un problemas. Lo que está peor lo resumiría diciendo, mira, en materia de educación no hay mayor línea de demarcación de desigualdad que la que hay entre quien sabe leer y quien no sabe leer. Quien sabe leer comprendiendo lo que lee y quien no sabe leer o no comprende lo que lee.
A pesar de que hemos conseguido una cierta, cuasi universalización del acceso a la educación primaria, esa línea que divide a los que saben leer comprensivamente de los que no, sigue siendo muy profunda y hay demasiada gente del lado de los que no. Eso indudablemente es lo que está peor. ¿Eso quiere decir que otros temas igualmente relevantes no merecerían o no podrían optar a ocupar ese lugar? Probablemente no.
Uno de ellos, precisamente, es esa especie de catástrofe educativa que es la mentalidad de suma cero, en general, en el debate público, de los medios, en las redes sociales. Si yo digo que este es el tema más importante, estoy diciendo que todos los demás no lo son y que pueden ser olvidados y despreciados. Y eso contamina el debate público de una manera muy corrosiva.
Uno de los hilos conductores del libro es la meritocracia y sus efectos. ¿Qué está mal en la meritocracia para que provoque corrupción en universidades de EEUU o una enorme presión psicológica por los exámenes? ¿Qué está fallando?
J.M.M.
Muchísimas cosas están fallando con la meritocracia. En el año 58, cuando Michael Young acuñó el concepto, lo presentó como una especie de distopía. Él la denunciaba. Lo que ocurre es que todavía entonces, con otros nombres, la izquierda lo había adoptado en el sentido de que el acceso a la educación, a la educación superior, a los puestos de trabajo en el sector público, incluso en el privado, tenía que ser una cuestión de mérito y capacidad y que la única manera de transformar un régimen basado en la herencia, en el privilegio de cuna, en el nepotismo y en la corrupción asociada al tráfico de influencias propio de quien tiene mucho capital social de partida, era ir a exámenes públicos anónimos y mecanismos de selección basados en el talento.
La gracia de la meritocracia era que pudiera generar élites renovables, que el mal llamado ascensor social funcionara no solamente para subir
A esto se le llamó meritocracia, cosa que a Michael Young no le hubiera gustasdo nada, y supuso un cambio de régimen. Era un cambio de régimen desde el privilegio de cuna a una carrera abierta del talento. Y ha funcionado durante los años gloriosos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, con la universalización de la educación básica y secundaria en el Norte global, el optimismo de los años 60, incluso de los años 70, con la descolonización y la independencia de los países, etc. Es difícil negar que ese cambio de régimen tuvo una época dorada. Pero todos los regímenes crean una élite y por definición estas tratan de reproducirse.
Lo que va mal con la meritocracia es su incapacidad actual para generar élites renovables. La gracia de la meritocracia era que pudiera generar élites renovables, que el mal llamado ascensor social funcionara no solamente para subir a gente sino que también, como todos los ascensores, también pudiera descender.
Cuando empieza a resultar palmario que la tal meritocracia no es sino la continuación del privilegio por otros medios y que puede comprar mérito como si fuera una mercancía y, por tanto, hacerse trampas a sí misma, pues tenemos una crisis del régimen meritocrático.
Y, por último, yendo a Kota (India), a China, a Japón, a Egipto, a Vietnam, a Camboya y a tantos sitios. Cuando se produce una aceleración competitiva de tal índole, cuando las familias se lanzan a ese gasto privado en clases particulares para preparar exámenes competitivos, de entrada hay que asumir que hay partido. Porque es que si no hubiera partido, la gente no haría esas inversiones. Incluso aunque el terreno de juego esté muy desequilibrado, aún así, haciendo mucha inversión, existe la posibilidad de que remontes como los salmones el río. Es complejo decirlo por esto de las mentalidades suma cero, pero es una mala noticia porque se ha convertido en una gran burbuja que genera enorme desigualdad, pero de entrada no es tan mala noticia.
Cuando dices que hay partido, me suena a segregación, pienso en esas familias que pelean porque sus hijos no estén con gitanos, o migrantes o con pobres, por ir a extraescolares para salir de esa clase media aspiracional. Me resulta pesimista. Decís, al final del libro que es necesaria más y mejor meritocracia, pero no sé cómo se evita esta carrera de dejar gente atrás.
L.G.
Bueno, yo creo que hay una lectura optimista y una pesimista. Es pesimisra porque el sistema económico que tienes de premios y recompensas, genera desigualdad, entre países y dentro de estos. Si la manera de acceder a esos premios y recompensas está cada vez más desequilibrada, hay una crisis de legitimidad y avanzamos hacia el pesimismo.
Nos han criticado que haya cosas que no cuestionamos, que hacemos un relato cruel. Y es que nosotros no estamos en la premisa de que el sistema económico global, de que el mercado vaya a cambiar. Y además dejamos caer que el que cambie también tendría sus inconvenientes. Por eso hablamos de reformismo. Cómo cambias el sistema de premios y recompensas y cómo las políticas no educativas que afectan a la meritocracia. Es un poco decepcionante el planteamiento porque no es revolucionario. Pero al mismo tiempo es que lo revolucionario ha sido llegar hasta aquí. Y en un contexto, digamos, en un sistema económico que a muchos no les gusta.
La lectura final es: cuidado con cargarte lo que tienes porque te parece insuficiente, cosa que por otro lado es cierta. En esto estamos de acuerdo con los desencantados, con el diagnóstico. Tienen tienen la razón teórica y empírica de que efectivamente hay gran cantidad de desigualdad global y nacional hay; en cómo infecta el código postal; cómo afectan los genes; qué impacto tiene vivir en un centro gueto versus uno que no lo es; qué impacto tiene estar en un sistema educativo que separa tempranamente a los alumnos, o en un sistema que no te enseña a leer. Todo eso es un diagnóstico que creo que es irrefutable.
J.M.M.
Añado, qué impacto tiene que tus padres te lean un cuento todas las noches antes de dormir para tener dos años. Puede que incluso más que alguna de las otras cosas que ha enumerado Lucas.
L.G.
Pero al final, ojo con cómo canalizas todo ese malestar, esa desafección porque esa mentalidad de suma cero te puede hacer llevar a decir “pues entonces ahora tú tienes que perder para que yo pueda ganar” y aparece el conflicto. Nosotros planteamos que el pastel puede seguir creciendo en términos no sólo de competitividad sino de bienestar. Y yo sé que esa idea nos ha costado mucho trasladarla en el debate en España a lo largo de la presentación del libro, precisamente porque estamos muy acostumbrados a pensar que para que yo pueda ganar tú tienes que perder. Al final, negamos un poco la mayor y pensamos que hay pastel y que se puede ampliar. Habrá desigualdad y hay que trabajar para corregirla.
Cuidado con pensar en solo ganadores y perdedores y en que te toca perder a ti para ganar yo. Porque te puede llevar por un precipicio o por una pendiente que es muy difícil darle la vuelta.
El tema es cómo convencemos a las familias, que son las que al final están gastando miles de millones por todo el mundo en levantar la educación de sus hijos. Diría que ellas sí están pensando en esa suma cero o, aunque no lo estén pensando, sí hacen lo posible para ganar la carrera. ¿Qué podemos hacer para que esa meritocracia no sea pisotear al de al lado?
J.M.M.
Como decía Lucas, ampliar el pastel, hacer que crezca, conseguir un sistema de educación superior mucho más democrático, diversificado y con accesos competitivos y, otros, menos, con múltiples puntos de entrada y salida y con muchos más puentes que muros.
India y en China, que son la mitad del mundo, vienen invirtiendo en eso y han conseguido sacar a cientos de millones de personas de la pobreza y ese desarrollo educativo está haciendo que estudiantes chinos e indios copen las grandes empresas y grandes universidades de élite y tecnológicas en EEUU. ¿Es una buena o es una mala noticia? Para los chinos e indios es una buenísima noticia; para los estudiantes estadounidenses que estaban antes en esa pomada, es una malísima noticia. ¿Cómo la interpretamos? ¿Cómo la leemos? ¿Está funcionando o no está funcionando la meritocracia en este caso? Yo creo que sí.
Yendo a a España, cuando vemos los datos de los alumnos resilientes en PISA, y vemos que el 40,2 % de los castellanoleoneses del tercio inferior de renta están sacando resultados en PISA en el tercio superior de la distribución de resultados de aprendizaje, no hablamos de tres excepciones, de cuatro portentos y de dos niños listos, no, estamos hablando de un 40% del estudiantado que está boxeando por encima de su peso. Entonces, ¿qué debemos hacer? Aseguramos el acceso, para empezar, y democratizar el aprendizaje. La siguiente frontera es democratizar el éxito educativo y para conseguirlo hay que estirar y ampliar el propio concepto de éxito educativo y de mérito.
Igual que las alternativas a la democracia no son muy prometedoras, las alternativas a la meritocracia tampoco lo son
L.G.
Podemos aterrizar un poco más, es decir, qué tres o cuatro cosas se pueden hacer para, digamos, poner coto a la compra de meritocracia o al desequilibrio en el acceso a la educación superior de calidad y, por otro lado, igualar las condiciones de partida.
Ahí hablamos de políticas de becas, hablamos de cambio de las pruebas de los exámenes. No lo decimos, pero se puede inferir, cómo puedes cambiar el reparto de las oportunidades de acceso a la educación superior. Las pruebas de acceso o la regulación de quién accede. Ahora hay este debate en el Reino Unido, sobre la posibilidad de mezclar condiciones mínimas académicas con loterías. Hay un espacio para innovar. Y luego, todo un paquete de políticas públicas que tienen que ver con vivienda, con fiscalidad y demás. Y si pensamos en que las élites sean renovables, hay que ser más agresivos.
J.M.M.
Hay muchas medidas para reconstruir y reestructurar la meritocracia, empezando por las de acción afirmativa, porque el mensaje en este sentido del libro es que igual que las alternativas a la democracia no son muy prometedoras, las alternativas a la meritocracia tampoco lo son. Quiero decir las enmiendas a la totalidad. Cuidado con pensar que la igualdad de oportunidades no existe, que es una estafa y que la desigualdad se arregla por vías alternativas que no tienen nada que ver con ese espíritu del cual ahora se ha apropiado la derecha llamándole cultura del esfuerzo y con esa especie de accidente fortuito de que solamente se esfuerzan sus hijos. Como ese espacio lo dejó la izquierda y se ha apropiado de él la derecha, tiramos el bebé con el agua sucia del baño, como dicen los británicos. Las alternativas a la meritocracia no son mejores que las alternativas a la democracia.
Necesitamos exámenes que provoquen un impacto positivo en los aprendizajes
Apuntabas, Lucas, a las evaluaciones, los exámenes conducentes a… Tienen mucha influencia en todo el sistema como la PAU, ¿Cómo lo equilibramos? Esto también me hace pensar en las oposiciones para ser docente y en la economía sumergida que se genera con con el mercado de preparadores.
L.G.
Hombre, el tipo de impacto que queremos buscar es en el aprendizaje real. De entrada hay impacto del bueno e impacto del malo. Hay que maximizar el impacto del bueno y lograr que esas pruebas que son ritos pero que tienen una enorme importancia desde el punto de vista simbólico y que influyen mucho más que el currículum. Si podemos pedirles algo es que provoquen el tipo de actividades, comportamientos e incentivos que nos interesan. Por ejemplo, el aprendizaje de la lectura, de la expresión, del razonamiento matemático, del buen comentario de texto, del pensamiento científico. Cualquier reforma de examen de acceso a la universidad, en este caso que preguntas por la Selectividad, debería de ambicionar ese impacto del bueno. Y cuanto más impacto de bueno tenga, menos del malo va a provocar, es decir, menos sujeto a diferentes formas de clientelismo o en su peor versión, corrupción, va a generar. Siempre va a haber una fiebre, sobre todo, si el premio es muy grande, pero, desde luego, ese impacto del bueno es a la vez una medida antiinflacionaria en relación al porcentaje de aprobados, y de alguna manera situaría más el esfuerzo y la competición en el ámbito de la escuela y no tanto fuera de ella.
Pensemos que hay corrupción institucionalizada en muchos lugares y hay que controlarla, regularla, pero debemos entender también lo que empuja no solo a alumnos y familias y familias de renta alta, sino a los propios docentes a participar de ese sistema.
Y sobre las oposiciones. El principal problema para reformar unas oposiciones de tipo napoleónico como las que tenemos en España, es que entre los principales interesados de que sigan siendo así, una parte son los funcionarios que se benefician del sistema dando clases particulares y demás. Es todo un sector económico, de nuevo, porque son exámenes que no crean un impacto del bueno.
El peso que tienen estos exámenes en muchos sistemas educativos debería hacernos pensar en cómo utilizar su fuerza para implantar las políticas que queremos
J.M.M.
Yo hice mi tesis doctoral sobre los exámenes de acceso a la universidad hace 40 años y es un tema que me obsesiona desde entonces. El primer libro que yo publiqué se llama Los exámenes, además. Son estos exámenes en concreto un ejemplo estupendo de instrumento pura y estrictamente meritocrático, como el del acceso al funcionariado en China en la Edad Media, y la idea de que un examen anónimo, igual para todos, para elegir a los mejores independientemente de si son altos, bajos, color de su piel, la familia de la que proceden, el lugar en el que viven y demás. Es absolutamente revolucionario. Pero como tantas cosas en educación, lo revolucionario, andando el tiempo, se convierte en reaccionarios. De hecho, puede ser las dos cosas, al mismo tiempo y en el mismo lugar. Y lo es, además, en el debate debate público.
Pero no nos engañemos, el peso que tienen estos exámenes en muchos sistemas educativos, la medida en que su propia credibilidad está apuntalada en ellos, lo que debería es hacernos pensar es en cómo utilizar su fuerza para implantar las políticas que creemos que hay que implantar. Una, por ejemplo, podría ser evaluar lo importante. ¿Qué es lo importante? ¿Los temas contenidos de la asignatura de Historia? Un ejemplo es el del ejercicio de la conferencia. Durante los primeros 12, 13, 14 años de la selectividad española había un ejercicio común para todos: la conferencia. El presidente del tribunal hablaba durante 40 minutos de un tema, el que le pareciera. Y tú tenías una hora para ponerle título a la conferencia, hacer un resumen en dos párrafos, contrastarlo con otras lecturas que huvieras hecho sobre este tema, hacer una crítica de lo que te parecía y una conclusión. Era una prueba competencial espectacular concebida en el año 73 por el Ministerio de Cruz Martínez Estebuelas. ¿Y quién se cargó este ejercicio? ¿Tú te acuerdas del Cojo Manteca, de las revueltas estudiantiles del año 87? Fueron brutales. La huelga de estudiantes se cargó el ejercicio de la conferencia, que era probablemente la mejor prueba de madurez académica que ha tenido la selectividad en sus 50 años de historia.
Los exámenes pueden ser muy malos o ser muy buenos, dependiendo de toda una serie de factores en el debate educativo y político, y de intereses por parte de los distintos actores. Pero sí estoy de acuerdo en que a la hora de hacer esa especie de distribución de oportunidades educativas escasas, como por ejemplo, entrar a una facultad de medicina, el examen puede seguir ahí, como sigue en Francia, en Inglaterra, en Italia, como sigue aquí, pero harían falta más cosas. Son decisiones que no tienen por qué tomarse a una carta cuando adolece de muchos defectos y vicios. Unos por incapacidad de reformar y otros por la propia naturaleza del instrumento, que si un día fue revolucionario, hoy ya no lo es tanto.
Debemos aspirar a pruebas en las que de alguna manera todos pueden demostrar el potencial que tienen
¿La universalización de la educación diluye el conocimiento?
L.C
Es una pregunta muy buena. Tengo un tío que es editor de libros y, además, maratoniano. Hablamos de la maratón, de qué es mejor, si que todos la puedan correr o que solo unos pocos puedan hacerlo en dos horas. Me dijo algo interesante: “Mi mejor marca en maratón fue de 2h 50’ en una prueba en el año 90 en la que seríamos 4 o 5 mil participantes. Con ese tiempo llegué al puesto 321. Hoy creo que corren ese maratón no 4 mil, sino 20 mil personas y he comprobado que con mi marca estaría entre los 100 primeros, no entre los 300 primeros. Por tanto, ha bajado el nivel meritocrático, pero mientras, ha aumentado considerablemente la participación que como índice de una sociedad más saludable es el dato con el que prefiero quedarme, que es el efecto de las oportunidades”. Creo que es un buen ejemplo para mostrar esto. Pero nosotros enmendamos el argumento directamente, porque la proporción de alumnos excelentes a lo largo de las generaciones es más o menos la misma. O sube
Quiero decir, hay un efecto en la composición de quienes llegan al aula. El público ha cambiado y usted, probablemente, tiene que adaptarse a un público que, en promedio, tiene menos nivel y es más heterogeneod. Ahora, si nos centramos solo en ese 10% que antes llegaba y que ahora también, son igual de buenos o mejores. Ahora, igual no son sus alumnos, porque están en una universidad mejor que la suya o están estudiando en el extranjero. Quiero decir que ese ejercicio de interiorizar lo que significa la universalización de la educación es algo que no hemos hecho en las etapas de secundaria o secundaria superior y terciaria; es que el público ha cambiado. Pero yo no creo que ese grupo selecto sea peor.
Ahora, cuando haces una prueba de acceso a la universidad para un 50% de la población en vez de un 10%, bueno, es hasta cierto punto comprensible que sea distinta. A nosotros nos gustaría pensar que tú puedes hacer una prueba igual que la maratón, en la que la gente puede correr en dos horas, pero también en tres y media y puede correr todo el mundo. Y lo suyo sería intentar aspirar a pruebas en las que de alguna manera todos pueden demostrar el potencial que tienen.
Si tú mandas cada vez peores estudiantes a los niveles superiores del sistema, este te va a devolver cada vez peores profesores
Hacia el final del libro habláis del profesorado. Y señaláis que es necesario endurecer el acceso a la docencia al tiempo que se mejoran sus condiciones de trabajo y salariales. Pero me dejáis con la miel en los labios, ¿cómo hacemos para mejorar? Sobre todo con la escasez de personal que ya empieza a ser un problema. ¿Hacer un grado de educación secundaria general sería una opción?
J.M.M.
Podemos tomar de ejemplo países de África, donde ves claramente que la relación entre estudiantes y profesores es una calle de doble sentido. Si tú mandas cada vez peores estudiantes a los niveles superiores del sistema, este te va a devolver cada vez peores profesores. Lo que no cabe pensar es que, por una parte, tenemos cada vez peores estudiantes, pero mejores profesores. Esto es una contradicción muy difícil de sostener que, sin embargo, estamos leyendo en redes sociales en España todo el día. ¿Cómo puede ocurrir semejante milagro? Obviamente no.
En el libro lo que negamos es la primera premisa, no es cierto que los estudiantes sean cada vez peores, y acabamos de hablar del tema, y tampoco es cierto que los profesores sean cada vez peores, que ya sabemos que eso no lo teníamos que defender. Pero lo que sí es cierto, hablando de cantidades, es que vamos a ir teniendo cada vez menos estudiantes y, paradójicamente, también menos profesores. Y esto es así porque, a pesar de que en España está valorada con datos objetivos y bastante bien pagada en comparación con el resto del norte global, la profesión tiene el riesgo psicológico, el riesgo político, la responsabilidad personal, las condiciones de trabajo, la burocratización, el malestar reinantes y lo competitivos que otros ámbitos del mercado laboral. Todo esto hace que nos vayamos a enfrentar no tanto a una crisis de aprendizaje en España, sino a una crisis de profesorado, a una crisis de enseñanza. Y que a medio plazo vayamos a tener que tomar medidas muy drásticas y, alguna de ellas, que impliquen ampliar las vías de entrada a la profesión, porque con las actuales no son suficiente. Y el gran desafío político es cómo amplías las vías de entrada manteniendo un listón de exigencia que nos asegure que tenemos al mejor docente posible en cada aula. Esa va a ser la cuadratura de círculo.
L.C.
Yo diría que hay que ser más flexibles y creativos y menos rígidos a la hora de atraer buenos profes. Y una vez que los has atraído, formarlos. Lo que dices del grado de secundaria es interesante. Si tú eres capaz de hacer un grado de educación básica, de ofrecer una vía con pocas barreras de entrada, es decir, que no vas a pasarte siete años siendo precario o asumir que no podrás trabajar en un centro público si vives en Madrid o en Barcelona, o que vas a pasar dos años miserables trabajando por la mañana y estudiando por las tardes y las noches para sacarte una posición… Si alteramos o reducimos todos esos impedimentos a la estabilidad y al desarrollo profesional y confiamos en que mejor gente va a venir a estudiar, te puedes dedicar a formar.
Si llegan alumnos con buenos expedientes académicos, con dominio de la lectoescritura y de las matemáticas y de la ciencia suficiente para la educación básica, primaria o secundaria, como universidad no tienes que ponerte a enseñarles tanto contenido, y puedes dedicarte a explicar la didáctica, cómo funcionan los centros, etc. que es algo que, además, falta sobre todo en secundaria. Si los filtros al comienzo son lo suficientemente exigentes, te libera de un montón de presión, puedes no hacer todo este sistema de doble acceso, opositando y pasando penurias durante años yendo por centros públicos complejos, donde es difícil no sólo aprender sino sobrevivir como docente.
Un grado de educación básica en vez de un grado de educación primaria podría ser interesante repito, si somos capaces de garantizar que quien entra lo hace con un listón académico lo suficientemente alto. Hay medidas agresivas como eliminar las oposiciones mientras haces unas pruebas de acceso fuertes. Incluso incentivar y pagar por ser profesor de matemáticas; no a futuro, sino en presente. Es decir, si tú decides estudiar el grado de educación básica especializada en matemáticas o el máster de profesorado de matemáticas, te prometo puntos en la carrera como funcionario o te pago, como está haciendo el gobierno de Marruecos que está pagando a los alumnos del grado de educación básica un extra por hacerlo. Es decir, ese tipo de medidas agresivas son la manera de que la educación se proteja ante otros sectores de la economía.
Y todos esos desincentivos que te vas encontrando como profesional, hay que ir eliminándolos. Uno de ellos es reducir la precariedad de la función pública, pero también estimular el crecimiento profesional dentro de la vida laboral y reformar el sistema de oposiciones.
Incentivar a unos docentes frente a otros, como argumentáis en el libro, ¿no rompe las reglas del juego de ser funcionario y tener igualdad de condiciones por igualdad de labores?
J.M.M.
Es un problema grave, pero lo que aquí está en juego es la capacidad del sistema educativo para atraer a los mejores. En el supuesto de que la sociedad entienda que hacen falta los mejores en las aulas de primaria y secundaria y que necesitas políticas para atraerlos. Ya no puedes dar por supuesto que hay un contingente importante de licenciados en las distintas materias para los cuales la opción de enseñar en un instituto de secundaria es, si no la mejor, una de las mejores. Así que tienes básicamente dos opciones: meter la cabeza en la arena y hacer como que no está ocurriendo o tomar medidas. Y esas medidas, obviamente, pueden tener que romper con consensos muy importantes que habíamos dado por supuestos hasta ahora.
No quiero reducir al absurdo el argumento, pero por ejemplo, en Madagascar, donde yo estoy trabajando ahora, el 64% del profesorado no tiene ni siquiera el certificado de secundaria. No ha terminado ni la secundaria. Esa caída de cualificaciones puede llevarte a donde tú quieras. Entonces, es una decisión política hasta dónde nos creemos que nuestras aulas tienen que estar las mejores y qué estamos dispuestos a hacer para conseguirlo.
L.C.
Yo te lo pongo de otra manera y me centro en el caso de Cataluña. Tienen un problema, como todas las demás comunidades autónomas, con los profesores de ciencias en secundaria y, además, con los de lengua catalana. Han empezado las rebajas de manera que la gente puede entrar a las listas de secundaria con el máster a medio hacer. O con la promesa de que van a sacarse el perfil lingüístico que no tienen. Eso también podríamos decir que rompe la igualdad, ¿no?
Y añado lo interesante. En Cataluña, desde hace unos años se introdujeron incentivos económicos cuantiosos para hacer el MIR en atención primaria en zonas fuera del área metropolitana. Incentivos cuantiosos, te hablo de un aumento del salario base de entre un 25 y un 40%, con el consiguiente resultado de aumento de la oferta, de plazas y de la nota media de los candidatos, prácticamente inmediato. También estamos hablando de un servicio público, ¿no? Y no nos estamos preguntando si se rompe la igualdad. De hecho, fue una medida en general bien recibida.
En sanidad lo damos por hecho que el fin último de la función pública es servir a los beneficiarios, a los ciudadanos, pero en educación hay un nervio sindical que a veces está por encima de los intereses de los niños. Cataluña es un buen ejemplo porque en educación están de rebajas y en sanidad están poniendo más madera para la atención primaria.
Yo creo que es una pregunta que debe hacerse y a veces podrán conciliarse los dos objetivos y, otras, lamentablemente, hay puntos en los que no es posible. No hay que hacerlo con dramatismo porque es uno de los debates que hay que tener, sin llamarse de todo. Aceptando las posturas de todo.
Tras esta respuesta, la entrevista se vio abruptamente interrumpida. Se estaba desarrollando mediante una videollamada que se vio terminada. Las siguientes respuestas las enviaron los entrevistados por correo electrónico para poder terminar el cuestionario previsto.
Señaláis también que la sociedad de la identidad de alguna manera está acabando con la de la igualdad. ¿En qué identidades estáis pensando? ¿Tanto efecto están teniendo?
Más que de una “sociedad de la identidad”, de lo que hablamos es de las “políticas identitarias” y de cómo una fragmentación identitaria cada vez mayor está reduciendo el espacio común de la ciudadanía hasta límites que claramente amenazan la cohesión social. Una democracia que funcione requiere personas que sepan y puedan tomar decisiones juntos. Conseguirlo parece hoy muy difícil a pesar de que cada vez más gente alcance niveles superiores de educación (algunos dirían que precisamente por ello).
La proliferación de diferencias identitarias, ya sean las relacionadas con el repliegue nacionalista tras décadas de globalización, o las relativas a nuevas minorías y colectivos que buscan enmendar su desventaja, está poniendo en apuros la propia expansión educativa. El reemplazo de igualdad de oportunidades por igualdad de resultados como objetivo político y educativo genera, paradójicamente, nuevas desigualdades al multiplicarse el número de minorías. El libro muestra con ejemplos concretos cómo esto reconfigura el partido de la educación, así como quiénes son sus ganadores y perdedores. Tanto en países desarrollados como en el sur global, el libro aborda las nuevas formas de desigualdad educativa causadas por las políticas curriculares, el gasto de las familias en educación, las políticas del profesorado, el cierre de escuelas, la meritocracia y los exámenes de acceso a la universidad.
Un influyente político y activista indio, Yogendra Yadav, decía hace poco en una entrevista que “en India, todos somos una minoría”. Y claro, si en un país de 1400 millones de habitantes, todos son una minoría, hay que asumir que no puede haber mayorías posibles. Y si el foco está exclusivamente en el reconocimiento, visibilidad y compensaciones debidas a las minorías, lo común, lo colectivo, lo de todos, podría dejar de existir o, al menos, de tener relevancia política y educativa.
Habláis de despolitizar la educación ¿Cómo hacemos esto si la educación conforma el sistema social en el que nos movemos, transmite valores y formas de pensar?
De ningún modo queremos decir con ello que la educación pueda – o deba – dejar se ser política. Eso sería imposible (además de ingenuo). Nos referimos al concepto de politización que se maneja actualmente en un contexto de alta polarización. Politización o profesionalización es el dilema shakespeariano de la educación contemporánea. La politización es una plaga para la educación: ningunea al profesorado y hace que la profesión docente sea menos atractiva.
Despolitizar la educación implica profesionalizar el sector creando las condiciones para que crezca el capital profesional de profesores y el capital institucional de los centros educativos.
El primer paso para conseguirlo es abordar las políticas de selección, reclutamiento y motivación/compensación del profesorado. Despolitizar la educación es invertir en capital profesional de los educadores, crear comunidades profesionales de aprendizaje en cada centro y, más allá, en redes de centros que también puedan aprender unos de otros. Fortalecer el liderazgo profesional ha de ser siempre una prioridad en educación, y lo es todavía más cuando el liderazgo político es débil o está fuertemente condicionado por la polarización. Desburocratizar la vida cotidiana de directores de centro y del profesorado es también parte de la agenda de la despolitización de la educación. Asimismo, para que el profesorado pueda concentrarse en su trabajo, hay que movilizar a todas las profesiones dentro del sistema educativo, incluyendo al personal de apoyo y al no docente.
¿Por qué ciertas corrientes ideológicas, en nuestro país más bien en la extrema derecha, tienen al profesorado en el punto de mira?
Cuando dices tener “en el punto de mira”, esto puede significar muchas cosas, ¿no? Si te refieres a que desde ciertas corrientes ideológicas, desde luego desde la extrema derecha, hay una desconfianza radical sobre el profesorado y una voluntad explícita de controlarlo, censurarlo y disciplinarlo, habría que empezar reconociendo que no se trata de ninguna novedad. Además, hemos hablado sobre algunos de los cambios que el profesorado está experimentando, y sufriendo, en sus condiciones de trabajo y el mayor riesgo político de la profesión docente es sin duda uno de esos cambios.
En España, donde afortunadamente se está muy lejos de los niveles de polarización de Argentina o Estados Unidos, la recesión de la democracia se materializa en el sector educativo sobre todo con la propuesta del llamado PIN parental y con una incipiente aunque no despreciable cultura de la cancelación. Las dos responden a la misma voluntad de intervenir y desvirtuar las instituciones educativas y someter política e intelectualmente a los profesionales de la educación. La diferencia está en quién se atribuye el poder de censurar o de cancelar: el Estado a través de sus administraciones, los partidos políticos, las familias de los estudiantes, o las redes sociales. Sea como fuere, el resultado práctico es que aumenta el riesgo personal y profesional de ser docente. La perspectiva de una mayor presión desde varios frentes, que implicaría menos autonomía profesional y más intervencionismo político, podría disuadir a muchos buenos candidatos de entrar en una carrera cuyo atractivo no va precisamente en aumento en estos tiempos.