El 1 de noviembre de 1928, se publicaba por primera vez el suplemento infantil y juvenil Le Petit Vingtième (1928-1940), como un suplemento del periódico belga Le Vingtième Siècle (1895-1940), bajo la dirección del joven Georges Remi (1907-1983), que, más tarde, se le conocería por el sobrenombre de Hergé (que no es más que la pronunciación en francés de su acrónimo, RG), y, sobre todo, por el ser el autor de Las aventuras de Tintín desde 1929. Esas primeras historias del mítico personaje universal se publicaron de forma serializada semanalmente, mucho antes de que apareciesen los característicos álbumes recopilatorios. Hergé fue el máximo exponente de lo que se conoce como la Escuela de Bruselas o Escuela de Tournai o, más popularmente, como «línea clara». La línea clara hace referencia a un concepto que define las obras en las que los elementos del cómic contribuyen a la máxima comprensión de la historia, con una definición exacta del trazo y un diseño pulcro de la viñeta, en cuanto a descripción, encuadre y escenografía realista, con una clara apuesta por el género de aventuras.
A principios de la década de los años treinta del siglo pasado, los costes asociados a la impresión y distribución de los cómics impulsó a los autores y sus obras como verdaderos motores de la cultura popular, proliferando todo tipo de formatos, en especial el de las revistas. En Estados Unidos, el desarrollo de las publicaciones autóctonas vino provocado por el éxito de lo que podríamos denominar «periódicos infantiles», cuyo éxito se expande a nivel internacional, especialmente en Europa y Japón. En el caso de Francia, destaca la versión traducida de Le Journal de Mickey (1934-), con las historias semanales de los conocidos personajes de Disney, una publicación que sigue activa, noventa años después. En ese contexto de oportunidades y de competencia, la editorial Dupuis decide impulsar la creación de una nueva revista de cómics infantil y juvenil, que aparece publicada por primera vez el 21 de abril de 1938, con el nombre de Le journal de Spirou, del que el 18 de septiembre de 2024 se publicaba el número 4510, de forma casi ininterrumpida desde el principio, como veremos más adelante. En valón, spirou significa ardilla y, también, niño revoltoso en argot coloquial, y es el nombre del pelirrojo e inquieto protagonista adolescente de una de las historias cortas que había en su interior, dibujadas por el artista francés Rob-Vel (pseudónimo de Robert Velter, 1909-1991).
Rob-Vel tenía un equipo de colaboradores que le ayudaban en la realización de las aventuras semanales, por lo que las historias se continuaron publicando con su supervisión a pesar de estar alistado en el ejército, combatiendo en la Segunda Guerra Mundial, hasta que fue herido y hecho prisionero, por lo que asumió esa responsabilidad de forma momentánea Jijé (pseudónimo de Joseph Gillain, 1914-1980). En 1941, el creador del personaje se pudo reincorporar, una vez liberado y recuperado, hasta que todas las publicaciones del país quedaron prohibidas en 1943, tras la ocupación nazi de Bélgica. Todas, todas menos las colaboracionistas, claro. Fue entonces cuando Rob-Vel vendió a la editorial los derechos de los personajes creados hasta entonces, y esta sería una decisión trascendental, cuya repercusión llega hasta nuestros días.
En 1945, la revista Spirou vuelve a las librerías, una vez finalizada la guerra, y la editorial encarga las historias del personaje homónimo de nuevo a Jijé, pero sería dos años después cuando se produciría un cambio fundamental en la historia del cómic. El autor André Franquin (1924-1997) asume el encargo durante prácticamente dos décadas, siendo esa etapa fundamental en la definición del personaje, y de la creación de un universo más complejo y poblado de personajes secundarios de todo tipo. Esas historias sí podían acabar publicándose como álbumes independientes por estar concebidos desde el inicio con esta idea, una vez eran publicadas previamente, de forma seriada, en la publicación semanal.
Franquin revolucionó el estilo imperante en el momento, siendo uno de los máximos impulsores de lo que se conoce como la Escuela de Marcinelli, que, poco a poco, invadió las páginas de la revista semanal Spirou. El trazo era más dinámico, los personajes tenían un estilo caricaturesco (por ejemplo, narices más grandes) y las viñetas traspiraban una cierta cinemática, que da la sensación de movimiento, frente a la sensación más estática característica de la línea clara. Estas dos escuelas, la de Bruselas y la de Marcinelli, marcaría el desarrollo del cómic francobelga a lo largo de la segunda mitad del siglo XX.
En 2006, justo cuando se publicaba el álbum número cuarenta y nueve del personaje (por cierto, dibujado por José Luis Munuera, el único autor español que ha trabajado esporádicamente en el personaje), la editorial Dupuis sorprendía con una decisión insólita hasta ese momento: el inicio de una colección paralela a la serie principal, que era completamente independiente en cuanto a la historia y el estilo utilizado, con una numeración que empezaba de cero, y en la que el autor invitado tuviera total libertad creativa. Y esa es la idea de la serie Una aventura de Spirou y Fantasio por… (2006-), en la que los puntos suspensivos se sustituyen por el nombre del autor o autores correspondientes, siendo cada número autoconclusivo y de equipos creativos diferentes, generando un gran caleidoscopio experimental de representación de los míticos personajes que, recordemos, son propiedad de la editorial (bueno, no todos, en realidad, algunos continúan en propiedad de su creador respectivo).
Esta nueva colección tuvo una gran acogida de público y crítica, sucediéndose un número tras otro prácticamente anualmente, puesto que cada número correspondía a un equipo creativo diferente. Y llegó el cuarto de la serie, que revolucionó el concepto de autonomía y libertad creativa que marcaban estas publicaciones: nos referimos al cómic Diario de un ingenuo (Le Journal d’un ingénu, 2008), con guion y dibujo del parisino Émile Bravo, y color de Delphine Chedru y Rémi Chaurand, publicado en castellano actualmente por el sello Dibbuks, con traducción de Lorenzo Díaz. Bravo se planteó en ese único número cuál era el origen del personaje, respondiendo a muchas dudas que los lectores se habían planteado a lo largo de casi siete décadas. Por ejemplo: el nombre verdadero del personaje (que, finalmente, es Jean-Baptiste), su procedencia (de un orfanato belga), el porqué de su característico traje rojo (por trabajar de botones en un hotel), o el motivo por el que no aparece ningún personaje femenino en sus historias. Y aquí es donde Bravo se inventa el personaje de Kassandra, una joven judía de la que se enamorará y tendrá una relación romántica, no olvidemos que Spirou vive (perennemente) en la adolescencia. La historia trascurre en 1938, que es el año justamente en el que se creó el personaje en la realidad y es donde acontece el argumento del cómic, en los albores del inicio de la Segunda Guerra Mundial, una época previa a la invasión nazi, con una ciudadanía convulsa, social y políticamente. Sabremos después que las vicisitudes de Kassandra la llevarán, años más tarde, a estar detenida por los nazis, para finalmente, dirigirse a Palestina, una vez acabada la contienda, por lo que no volverían a verse nunca más, lo que explicaría su ausencia a lo largo de las siguientes aventuras.
Émile Bravo ya era un autor destacado en ese momento, especialmente por el éxito de la serie Une épatante aventure de Jules (1999-2011), de los que llevaba ya publicados cinco números (justo después de su incursión en Spirou, publicaría el sexto), que la editorial Ponent Mon recopiló en 2011 y 2012 en castellano en dos integrales: Una asombrosa aventura de Jules. Integral 1 y Una asombrosa aventura de Jules. Integral 2, en ambos casos, con traducción de Fabián Rodriguez y María Serna. Y tenía (y tiene) un estilo peculiar respecto del personaje de Spirou, y es que su estilo es de línea clara, lo que encajaba perfectamente en la idea de libertad creativa de esa colección paralela, y era ideal para dar verosimilitud a esa historia que quería explicar, lo más cercana a la realidad posible. Curiosamente, Bravo dibujará a Spirou leyendo la revista Le Petit Vingtième, y realizará referencias continuas al personaje de ficción de Tintín: «El principio en que me baso es que Spirou existió en la realidad, que fue un jovencito que vivió la guerra, con una educación católica por su época en el orfanato. Está rodeado de niños de la época que leían un periódico pensado para el público infantil, controlado por la iglesia, y donde destacaba el personaje de Tintín. Es conocido que fue un personaje muy popular en aquellos años, así que me parecía normal que Spirou también fuera un lector de sus historias», afirmaba el autor en la charla que impartió en Barcelona el 28 de septiembre de 2019.
Después del éxito de ese número autoconclusivo, el editor belga le preguntó si le había quedado algo pendiente por explicar, y contestó que sí, que le gustaría explicar lo que le pasó a Spirou durante la ocupación nazi, una historia, por cierto, muy poco representada en la ficción, en general, y casi nula, en el cómic, en particular. Émile Bravo, nacido en París en 1964, es hijo de padre español y madre francesa (habla castellano perfectamente). Su padre luchó contra los fascistas durante la Guerra Civil, por lo que tuvo que huir a Francia a finales del treinta y nueve, donde acabó en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer, uno más de las decenas de miles de personas que acabaron en aquellas deshonrosas instalaciones, y, todo ello, para vivir, a continuación, la ocupación francesa por parte del ejército alemán. Así que sí, se había propuesto explicar una parte de la historia belga, a la vez que mostraba las decisiones y acciones que realizaría Spirou a lo largo de cuatro años, forjando su carácter distintivo y moldeando sus valores pacifistas.
Bravo solo pidió una cosa más: tener no solamente libertad creativa, sino también, libertad en la cantidad de páginas. Sentía que tenía una historia que explicar y que necesitaría de espacio para hacerlo, y la editorial aceptó el reto, con todo lo que supone (también financieramente), y comenzaron en 2013 un proyecto de una década que ha acabado con una historia de más de 300 páginas. El resultado fue varios años escribiendo el guion completo y un primer boceto de todas las páginas y, finalmente, la decisión de publicar esa nueva historia autoconclusiva en cuatro volúmenes, que, aunque funcionan como una lectura independiente, es la secuela de su primer trabajo, El diario de un ingenuo, por lo que podemos hablar de una pentalogía.
Finalmente, el cómic lleva por título La esperanza pesa a todo (L’espoir malgré tout, 2018-2022), publicados anualmente de forma consecutiva, a excepción del año de la pandemia, que ralentizó el ritmo de llegada a las librerías, y, con un cierto retraso respecto del original francés, publicados en castellano por el sello Dibbuks en 2019, 2020 y los dos últimos números en 2024, con traducciones de Lorenzo F. Díaz y Fabián Rodriguez. Dibbuks, del Grupo Malpaso, es la editorial responsable de publicar en castellano la colección original en tomos individuales y en integrales, así como la colección de especiales mencionada, realizando una labor editorial titánica que dignifica la contribución del personaje a la cultura popular. Aunque existe una edición especial y limitada en blanco y negro, el color de los cuatro números corre a cargo de Fanny Benoit, con un resultado espectacular, dotando de una atmósfera que permite al lector realizar una inmersión en una época concreta, de una forma armoniosa y, a la vez, anticuada, gracias a una exquisita paleta de colores.
Indirectamente, el autor pide a los lectores que hagamos un ejercicio de empatía para comprendamos el comportamiento del pueblo belga en esa época. Por ejemplo, lo que sabemos ahora sobre los campos de exterminio nazis, en realidad no se supo de su existencia hasta el final de la guerra, aunque en el cómic se habla de deportaciones masivas de judíos en tren y de los primeros rumores de los campos de concentración. «Efectivamente. Hay que hacer ese ejercicio. Cuando vives el momento no sabes realmente lo que está sucediendo. Hace falta mucha distancia, y cuando el trauma es más terrible aún es más necesario más distancia para entender lo que ha pasado. Cuando pensamos en esa época nos imaginamos una situación terrible de guerra, pero, la realidad es que la gente continuaba viviendo una vida normal en sus casas, aunque eso sí, con muchas más dificultades para comer. En general, las personas lo primero que buscamos es poder comer. Si no puedes comer cada día, es cuando tienes un problema. La gente que vivió esa época no te cuenta historias épicas, de guerra o de resistencia (que vivieron pocas personas, realmente), lo que te cuentan son historias cotidianas, de hambre y, sobre todo, de miedo. El miedo es un instrumento habitual utilizado por los regímenes dictatoriales. Y hay que recordar que los bombardeos eran de los aliados que, en realidad, los querían liberar… las bombas no tienen ideas políticas», remarca Bravo.
La obra, recordemos, va dirigida a un público infantil y juvenil en primera instancia (aunque los principales lectores seamos los adultos), por lo que esta pentalogía se constituye como una lectura de un gran componente pedagógico, para ilustrar una época concreta y fundamental de la historia de Europa, sin ser un texto escolar. Y el autor utiliza un recurso curioso e interesante en algunas escenas, cuando los que intervienen son los niños con los que interactúa Spirou. Por ejemplo, cuando estos juegan en la calle e interpretan los roles que, entendemos, han aprendido de sus padres, etiquetándose ellos mismos como rojos, fascistas, españoles, belgas o alemanes. Esos niños permiten bajar la tensión de los momentos dramáticos narrados, con pinceladas de humor llenas de inocencia, pero que en el trasfondo del mensaje hay un discurso muy profundo y duro de lo que está pasando en realidad. «Es un recurso que utilizo para resumir la situación histórica. Utilizando esos personajes para explicar qué está sucediendo en ese momento en el continente. En vez de explicarlo con detalle utilizo una pelea de niños porque es lo que hacemos cuando somos niños: jugar a pelearse sin maldad. Y detrás de cada niño muestras en realidad lo que piensan sus padres… todos hemos tenido un adoctrinamiento familiar, es normal. Cuando eres pequeño no hay otra manera de pensar que la de tus padres, hasta que creces un poco. Los niños se pelean porque son niños, pero no pasa nada. No hay odio. En mi infancia no recuerdo odiar a nadie», afirma el autor, que reconoce la intención de escribir el guion con varios niveles de lectura, de tal manera que los adultos puedan ver más allá de lo que puede leer una persona joven, e incluso descubrir más detalles en segundas lecturas.
Los niños tienen un protagonismo especial, puesto que Bravo recupera para Spirou y Fantasio una historia basada en hechos reales, cuando el editor de la revista, Jean Doisy (1900-1955), decidió, una vez que los nazis le obligaran a cerrarla, crear un espectáculo itinerante de marionetas, lo que le permitió moverse por diferentes ciudades, facilitando sus actividades en la clandestinidad, al ser miembro de la resistencia. Doisy fue el creador en 1944 del amigo periodista que acabaría cambiando el nombre de la serie a Spirou y Fantasio, reconociendo la relevancia que tenía el personaje en la vida del joven y en la trama de las nuevas aventuras (la profesión de periodista permitía, entre otras cosas, viajar y complicar las tramas). Fantasio también será de la resistencia en la obra de Bravo, después de ver cómo manipulaban un artículo suyo para convertirlo en un panfleto antisemita.
Pero Spirou no llega a ser nunca de la resistencia, al menos, de forma premeditada, puesto que el personaje trasmite en todo momento unos ideales pacifistas, en contra de la violencia en ambos lados, con un discurso humanista que contrasta con los diferentes interlocutores con los que interactúa, bien sean nazis, colaboracionistas, compatriotas o de la resistencia. En el fondo, somos testigos de una metamorfosis, del viaje del joven Spirou para convertirse en el héroe en el que se convirtió en los siguientes setenta años. De hecho, el epílogo publicado en 2022 es la antesala de todo lo que vendría a partir de 1947 con Franquin. El discurso antifascista de la obra maestra de Bravo quedará aún más patente cuando el lector descubra, al final del último número, que dos de los personajes claves de los cuatro cómics existieron en la realidad, y acabaron muriendo en el verano de 1944, en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau.
Émile Bravo añadió una aclaración al inicio de la historia y que nos recordó en su charla en Barcelona: «Como curiosidad, os quería comentar que el periódico Le soir, creado en 1887 y que aún existe en la actualidad, nos pidió que aclaráramos en la introducción que durante la Segunda Guerra Mundial fue colaboracionista con los nazis, con nuevos periodistas que duraron lo que duró la guerra, es un hecho histórico real así que no pueden hacer otra cosa que admitirlo». Esta nota aclaratoria nos sirve para destacar una última lección del cómic: que los medios de comunicación o las instituciones no son fascistas per se, lo son las personas que trabajan en ellos.