El pasado 5 de noviembre nos despertamos con la triste noticia de que Julio Carabaña, conocido sociólogo de la Educación y de la Estratificación Social, había fallecido a la edad de 76 años. Julio fue catedrático en la Universidad Complutense de Madrid (UCM), e impartió Sociología la Educación durante casi 30 años en la Facultad de Educación-Centro de Formación del Profesorado a sucesivas cohortes de estudiantes de Pedagogía, Magisterio, Educación Social y del Máster de Formación del Profesorado de Educación Secundaria. A los 60 años pasó a la condición de Profesor Emérito y a partir de los 70 a la de Profesor Honorífico, lo que le permitió seguir manteniendo un vínculo con la Universidad hasta el final. Desde el punto de vista de la investigación, hizo aportaciones muy relevantes al estudio de los procesos de desigualdad educativa, en particular al análisis del impacto del origen socioeconómico de los estudiantes en su aprendizaje o logro académico, así como al campo de la movilidad social, incorporando al anterior ejercicio el destino ocupacional de los individuos.
Tuve la suerte de conocerle hace 30 años, inicialmente a través de su ayuda con mi tesis doctoral, posteriormente como compañero en la Sección Departamental de Sociología de la Educación en la UCM, y finalmente como un buen amigo. En las líneas que siguen querría exponer una serie de rasgos que, a mi parecer, le definían tanto en su faceta académica como personal.
En primer lugar, Julio logró un buen equilibrio entre la teoría y el análisis empírico. Su formación filosófica inicial y su inclinación por la cultura integral dotaron de profundidad a su análisis sociológico, y su formación estadística posterior le hizo mantener siempre un referente empírico en sus reflexiones sobre la sociedad. No cayó ni en el oscurantismo teórico, despegado de cualquier realidad social, ni en la utilización sin sentido sociológico de un aparato estadístico innecesariamente sofisticado. Sus textos, a los que siguió consagrado hasta sus últimos días, destilan honestidad intelectual, están basados en el uso de teorías fundamentadas en la realidad y tratan de encontrar regularidades empíricas con rigor analítico.
Le recuerdo siempre a mi lado, apoyándome en todos los momentos cruciales de mi carrera académica
En segundo lugar, muchos antiguos estudiantes de Julio destacan su capacidad para sacudirles las cabezas, para hacerles reflexionar sobre cuestiones que antes no se habían planteado. Entre sus doctorandos hay hoy en día destacados sociólogos, dentro y fuera de la academia, que guardan muy buen recuerdo de su director de tesis, a pesar de lo duro que en ocasiones podía ser con sus comentarios. Era muy generoso con su tiempo, que dedicaba no sólo a sus estudiantes y doctorandos, sino incluso a otros estudiantes y colegas que solicitaban su consejo. Entre estos últimos tuve el placer de estar yo; siempre que le pedí que se leyera y me comentara algo lo hizo e, incluso, también llegué a recibir sus aportaciones cuando no se lo había pedido. Le recuerdo siempre a mi lado, apoyándome, en todos los momentos cruciales de mi carrera académica, como en la lectura de mi tesis doctoral o en la obtención de las sucesivas plazas en la universidad.
En tercer lugar, Julio era un catedrático muy reputado en nuestro campo, de sobra conocido en el mundo de la Sociología y de la Educación. Sin embargo, no me acuerdo de ningún comportamiento suyo jerárquico, mediante el que tratara de aprovecharse de su mayor estatus y poder académicos. Al contrario, siempre trataba de defender y ayudar a los que tenían una situación laboral más endeble, rehuía el protagonismo y se comportaba como un compañero más. Me viene a la mente la imagen de su puesto de trabajo en un despacho compartido, como teníamos todos, y ofreciéndose a sustituir a cualquier profesor que lo necesitara. También recuerdo cómo, incluso jubilado, respondía amablemente a los correos de trabajo, o se disculpaba si no podía ir a alguna reunión o seminario. Al jubilarse definitivamente, le intentamos organizar un homenaje sorpresa en la Facultad que, cuando por un error se enteró, nos pidió que canceláramos; en efecto, sabíamos que un acto así sólo era posible sin su complicidad.
En cuarto lugar, Julio era un apasionado de la discusión académica e intelectual. Conocido por sus provocadores comentarios, por su independencia de criterio, si no estabas familiarizado con su particular estilo podía sorprenderte y descolocarte. En los seminarios y congresos, a los que siguió asistiendo hasta hace bien poco, era vehemente en sus intervenciones. De hecho, desde que me encargué de la coordinación de nuestro seminario de Sociología de la Educación tuve la sensación de que mi principal desafío era “moderar” a Julio. Los medios de comunicación también fueron testigo de sus opiniones contra corriente que, en ocasiones, le granjearon ardientes críticas.
Julio era una excelente persona. Tenía un carácter muy afable que hacía que casi todo el mundo que le conocía le apreciara
En quinto lugar, junto con su principal actividad que fue la académica, también cultivó un compromiso social y político. Participó durante la Transición en los movimientos estudiantiles antifranquistas y en la década de los años 80 en el Ministerio de Educación bajo la batuta del socialista José María Maravall. Incluso cuando estuvo alejado de la política, siempre tuvo afán por aportar a la discusión sobre política educativa, ya fuera a través de la realización de investigación aplicada, por medio de contribuciones a diversos foros educativos, o divulgando su conocimiento y reflexiones en medios de comunicación.
Por último, pero no por ello menos importante, Julio era una excelente persona. Tenía un carácter muy afable que hacía que casi todo el mundo que le conocía le apreciara; en la Facultad era muy querido, no sólo por el profesorado sino también por el resto del personal. Su atractivo residía, en mi opinión, en una adecuada combinación de optimismo, sentido del humor, generosidad, empatía y humanidad. Recuerdo que siempre que le pedía consejo se ponía en mi lugar, y me daba una opinión sincera teniendo en cuenta no sólo la faceta profesional sino la personal también, sin un solo atisbo de interés propio. Celebró conmigo los buenos momentos y me acompañó en los malos. Siempre quedarán en mi memoria las entretenidas comidas en la Facultad, las divertidas cenas con colegas y amigos, así como los entrañables viajes a los congresos.
Julio no tuvo hijos biológicos, pero ha dejado varios “hijos académicos” que le extrañaremos mucho.