Introducción
El acceso y uso de las tecnologías digitales son elementos de la vida cotidiana en cada vez más numerosos grupos sociales, sobre todo, entre los jóvenes mexicanos en edad escolar. La Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de las Tecnologías de la Información en los Hogares 2023 (ENDUTIH), elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (responsable de los censos poblacionales y de otros ámbitos), así como el Instituto Federal de Telecomunicaciones, expone resultados para analizar distintos entramados sociales. Según el reporte de la Encuesta, 81.2 % de la población mayor de seis años utiliza internet, con los jóvenes entre 12 y 24 años como usuarios principales. Este fenómeno refleja la penetración tecnológica y la transformación de las dinámicas sociales, educativas y culturales, al mismo tiempo, ofrece evidencias para contrastarla con las investigaciones datadas en otros países, por autores como Michael Desmurget en sus libros La fábrica de cretinos digitales (2020) y Más libros y menos pantallas. Cómo acabar con los cretinos digitales (2024).
El impacto del consumo masivo de pantallas en la escuela y en el rendimiento académico plantea preguntas cruciales: ¿cómo afecta al aprendizaje el uso extendido de dispositivos? ¿Cuáles son las implicaciones del acceso desigual a estas tecnologías en zonas rurales y urbanas? En este artículo exploro de manera sucinta estas cuestiones, analizando el consumo digital de los jóvenes mexicanos y sus implicaciones escolares.
Acceso a las tecnologías y su uso por los jóvenes mexicanos
Los datos de la ENDUTIH 2023 confirman la creciente digitalización de la sociedad mexicana. De los 97 millones de personas (de un total de 130 millones de habitantes) que usan internet, los jóvenes de 12 a 24 años son quienes más tiempo pasan conectados: 4.7 horas diarias en promedio entre los adolescentes (12-17 años) y 5.9 horas en el grupo de 18 a 24 años. En la población general, el consumo está orientado, principalmente, a actividades como la comunicación (93.3 %), redes sociales (91.5 %), entretenimiento (88.1 %) y, en menor medida, capacitación y educación (82.1 %).
La conectividad no es uniforme. En las zonas rurales, solo el 66 % de los hogares tienen acceso a internet, frente al 85.5 % en las urbanas. Esta brecha subraya una disparidad significativa que se replica en otros ámbitos, como la salud, el empleo o la discriminación, con sus efectos perniciosos en la equidad universal.
Las pantallas y su vínculo con el aprendizaje escolar
El consumo de pantallas está modificando la manera en que los estudiantes interactúan con el conocimiento y sus procesos de aprendizaje. Por un lado, el acceso a internet y dispositivos digitales permite a los jóvenes explorar recursos en línea, participar en cursos a distancia y resolver tareas escolares con mayor autonomía. Esto es particularmente relevante en el contexto pospandemia, donde las plataformas digitales demostraron ser esenciales para la continuidad educativa o evitar desconexiones.
Por otro lado, el uso excesivo o inadecuado de las tecnologías provoca riesgos múltiples. Según distintos estudios, las largas jornadas frente a pantallas están asociadas a una disminución en el rendimiento escolar, ya que afectan la capacidad de concentración, el tiempo dedicado al estudio y el sueño. Esto último es especialmente preocupante, dado que el sueño es un factor determinante en la consolidación de la memoria y el aprendizaje, como lo demuestra Stanislas Dehaene en ¿Cómo aprendemos? Los cuatro pilares con los que la educación puede potenciar los talentos de nuestro cerebro (2019).
Además, el consumo de contenido no educativo, como videojuegos o redes sociales, desplaza el tiempo destinado a actividades académicas. La ENDUTIH señala que solo el 36.8 % de los usuarios leen periódicos, revistas o libros en línea, lo que sugiere un desequilibrio en el tipo de contenido que consumen los estudiantes y las personas en general. Con base en los resultados, la conclusión inapelable es que el consumo más cuantioso de pantallas no está destinado al aprendizaje, sino a la diversión y las relaciones sociales.
Brechas digitales y desigualdad educativa
La desigualdad en el acceso a las tecnologías es otro factor que influye en el rendimiento escolar. En los hogares con menos recursos, la falta de dispositivos como computadoras o acceso a internet limita oportunidades. Aunque el 43.8 % de los hogares en México cuenta con una computadora, la cifra se mantiene estancada desde 2020. En contraste, la disponibilidad de teléfonos celulares ha crecido notablemente, pero su funcionalidad para tareas pedagógicas es limitada frente a una computadora.
La brecha tecnológica se amplifica en las zonas rurales, donde el acceso a internet y dispositivos conectados es menor. Así, mientras los estudiantes de áreas urbanas pueden aprovechar herramientas en línea para mejorar su aprendizaje, aquellos en zonas rurales enfrentan mayores obstáculos, perpetuando desigualdades educativas preexistentes; también, por supuesto, escapando de los peligros de la adicción a lo baladí.
La relación entre los dispositivos tecnológicos y la escuela es compleja. Por un lado, la integración de herramientas digitales en las aulas puede enriquecer los procesos de enseñanza-aprendizaje. Los servicios de streaming, por ejemplo, permiten acceder a documentales y clases magistrales; las aplicaciones educativas facilitan el aprendizaje de idiomas, matemáticas y ciencias.
Por otro lado, la escuela enfrenta el desafío de competir con la capacidad de distracción que ofrecen las pantallas. La sobreexposición a redes sociales y videojuegos puede reducir la motivación de los estudiantes hacia el aprendizaje tradicional, además de fomentar hábitos poco saludables como el sedentarismo y el consumo desmedido de contenido insustancial.
Con un cálculo conservador, podemos afirmar que en un año lectivo los adolescentes y jóvenes pasan más tiempo frente a las pantallas que en la experiencia escolar, con las implicaciones que ello arroja, y las diferencias que suponen dichas interacciones.
Conclusiones
El consumo de pantallas por parte de los jóvenes mexicanos es un fenómeno que refleja oportunidades y contradicciones de la era digital. Si bien las tecnologías digitales posibilitan la democratización del acceso a recursos y transforman las dinámicas escolares, su uso excesivo e inadecuado también genera riesgos para el rendimiento académico y la salud de los estudiantes.
Las brechas digitales entre zonas rurales y urbanas resaltan la necesidad de políticas públicas inclusivas que garanticen el acceso equitativo a las tecnologías. Asimismo, es imperativo que las escuelas promuevan el uso responsable de las pantallas y entrenen a los estudiantes sobre cómo aprovechar estas herramientas para su desarrollo académico y personal. Pero en esa labor, sin el concurso decidido e informado de las familias, la tarea parece imposible, menos, sin proyectos integrales. La desaparición muy reciente del organismo nacional dedicado a producir estudios y mejorar las políticas educativas es una señal contundente. Hoy sabemos poco, y en unos años, menos de cómo funciona y progresa el sistema educativo en México.
En un contexto de creciente dependencia digital, la clave está en encontrar un equilibrio que permita a los jóvenes beneficiarse de las oportunidades tecnológicas sin comprometer su bienestar ni su aprendizaje. Esto requiere un esfuerzo conjunto entre familias, escuelas, maestros y el Estado, para construir un entorno donde las pantallas sean aliadas del conocimiento y no obstáculos para el progreso y el cumplimiento del derecho a la educación. Por lo pronto, el gobierno mexicano dio un paso atrás en el camino para construir un mejor sistema educativo. Si el presente preocupa, la autopista al futuro es un camino cuesta arriba, en auto vetusto, sin brujula, ni conductor responsable.