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Luis Gómez Llorente, un socialista referente histórico de la educación ya fallecido, sostenía que, cuando se impulsaron los consejos escolares al llegar el periodo democrático tras cuatro décadas de dictadura, quienes los defendieron -él estaba en ese grupo- pensaban en que sería un espacio privilegiado para dar protagonismo a la mujer en los movimientos sociales.
Teniendo el hombre todos los espacios a su disposición, el ámbito educativo seguía siendo una parcela en la que la mujer tenía un protagonismo especial. La historia de la educación demuestra que, en los primeros años de vida de hijas e hijos, siempre ha sido así. Pensar es que estas estructuras de participación en los centros educativos serían otra posibilidad de empoderar socialmente a las mujeres, no era una idea descabellada.
Las estadísticas demuestran que sigue siendo así. Es más, la realidad es tan evidente e incuestionable, que no hacen falta estadísticas para poder afirmar en cualquier documento educativo, sin ser cuestionado inmediatamente, que quienes integran el sector de madres y padres en los consejos escolares son muy mayoritariamente mujeres; en muchos, son exclusivamente mujeres. En las asociaciones de madres y padres ocurre otro tanto.
Con el paso de los años los consejos escolares han perdido casi su papel
Son muchos los factores por los que los consejos escolares de los centros educativos han perdido mucho fuelle. Uno de estos parece estar asociado con la minusvaloración que tiene la sociedad siempre hacia los espacios donde la presencia femenina es mayoritaria, consecuencia de una sociedad bastante machista que no termina de dar el salto definitivo hacia una igualdad real. La gran pregunta en este sentido es si estaríamos igual si fuera un espacio masculino más. No lo sé, no tengo datos que puedan soportarlo o desmentirlo, pero me imagino la respuesta.
Sea como fuere, lo que sí podemos afirmar es que, en lo que al sector de las familias se refiere, los consejos escolares siguen teniendo participación social gracias a las madres. Y ahora ya no valen argumentos ligados a que solo uno de los progenitores trabaja fuera de casa y es la mujer la que “tiene tiempo”. Siempre me pareció un argumento injusto, que pertenece al paquete de las escusas del hombre para cuando algo no le interesa.
Sí, han perdido casi su papel. No es que hayan dejado de ser espacios de participación, sino que ya no tienen en realidad el de gestión y control de los centros sostenidos con fondos públicos. La legislación sigue diciéndolo, porque el papel lo aguanta todo, pero aceptemos la realidad con honestidad: cada vez hay menos personas que sigamos defendiendo ese papel.
De poco sirve que, como han afirmado personas expertas en el contenido constitucional de nuestra Carta Magna, el consejo escolar de un centro educativo sea el único órgano colegiado que nace directamente de un derecho constitucional, el expresado con claridad meridiana en su artículo 27.7. A estas alturas, es otro mandato constitucional incumplido en la práctica diaria, por más que se hagan grandes pronunciamientos en debates educativos y en las normativas que desarrollan este derecho de la sociedad para intervenir en la política con mayúsculas, que es la intervención como pueblo en las cosas que a éste le son propias, y no la partidista, necesaria, pero tan nociva cuando se hace bajo la confrontación sin miramientos democráticos.
La falta de respeto al papel que les corresponde es una realidad y, desde luego, se nota demasiado
Ahora que estamos en fechas de renovar por mitades muchos consejos escolares, es cuando más se nota la falta de respeto a estos órganos colegiados. Los ejemplos son innumerables, pero bastará con mencionar los más increíbles por su plasmación de ausencia democrática, o, cuando menos, de la debilidad de ésta. La democracia es principalmente el respeto a las formas y a las normas, y, en ambos casos, ese respeto brilla demasiadas veces por su ausencia.
Siendo un mandato constitucional, y teniendo normas que, sin apenas cambios, regulan los procedimientos de renovación de los consejos escolares desde el año 1996, es frecuente que las comunidades educativas, incluso las asociaciones de madres y padres de los centros, tengan que realizar notables esfuerzos para recibir una información que debería ser difundida sin necesidad de ser pedida, aunque solo fuera para cumplir con el mandato de transparencia de estos órganos colegiados dependientes de las Administraciones educativas. Saber cuándo y cómo se constituyeron las juntas electorales, quiénes las conforman, cómo se puede alguien poner en contacto con ellas y cómo se pueden recurrir sus decisiones, es un ejercicio casi de investigación policial en una parte nada desdeñable de los centros. Otro tanto ocurre con las mesas electorales.
Pero el premio gordo se lo llevan cuestiones como el horario de votaciones o el derecho al voto por correo que tienen madres y padres. En cuanto al horario de votaciones, es lógico que el alumnado, profesorado, y personal de administración y servicios, voten en horarios en los que se encuentran en los centros, y que no necesiten el voto por correo, como es lógico. Sin embargo, el horario de votaciones para el sector madres y padres demuestra esta apatía hacia su participación. Mientras que para votar procesos como el de la jornada escolar se configuran horarios de votación en las mesas que superan las ocho e incluso diez horas en el día marcado, para votar al consejo escolar la mayoría de los centros destinan un par de horas.
Es decir, para algo secundario y que no debería ser votado, sino establecido por las administraciones educativas, jornadas de votación interminables, pero, para cumplir un mandato constitucional, tiempos exiguos y colocados en momentos bastante complicados para madres y padres. Y si hablamos del voto por correo, en un caso se distribuyen sobres a todas las familias, incluso a quienes no lo han solicitado previamente, con lo que se vulnera la norma, y en el otro incluso se niega la existencia de esa posibilidad, y ello a pesar de estar en la normativa desde 1996. Del voto telemático, ni hablamos, porque para la jornada escolar se ha regulado, pero para los consejos escolares tendrá que seguir esperando. Queda claro qué interesa y qué no, y a quiénes interesa o no.
Tampoco es una cuestión menor el desconocimiento -prefiero pensar en que esa sea la causa- sobre cómo se cubren vacantes, cuánto duran los mandatos de elegidos cuando hay sustituciones, e incluso sobre la necesidad de renovar por mitades cada dos años. Y si hablamos de sus competencias, entonces no podemos otra cosa que recordar el intento del Gobierno de la derecha que trató de imponer la LOMCE y que, en sus intenciones iniciales, no estaba solo reducir estas competencias, sino incluso hacer desaparecer los consejos escolares. Tuvo que frenarse al recibir los informes del Consejo de Estado y del Consejo Escolar del Estado, entre otros, pero su normativa de vaciado de competencias y de volcado de éstas hacia una dirección todopoderosa, hizo mucho daño a la democracia escolar y la estamos sufriendo. No es que volviera antidemocráticas a personas que se sienten demócratas y ejercen como tales, pero dio carta blanca a las personas autoritarias, a las que aún cuesta mucho reconducir. Y es que, cuando alguien prueba el sabor del ordeno y mando, difícilmente volverá a compartir el poder con gusto. Porque de eso se trata en realidad, de quiénes y cómo ejercen el poder en los centros educativos.
La realidad en muchos consejos escolares es que: tienen pocas reuniones; órdenes del día muy vacíos de contenido -cubrir el expediente y ya-; sin acceso previo efectivo a la documentación a debatir; sin explicaciones reales de los temas y, sobre todo, menos aún a las preguntas que se hagan desde el sector de madres y padres; argumentaciones dilatorias y verbales, que se niega poner por escrito en demasiadas ocasiones; comisiones inexistentes o con nula convocatoria, aunque sean obligatorias por la normativa vigente; apelaciones a prohibiciones normativas que no se concretan y que, a menudo, no existen; etc.
Antes de acabar, no quiero dejar sin mencionar al alumnado. Para que sean demócratas deben crecer ejerciendo la democracia. Si las madres y padres tienen todas estas dificultades, el alumnado está aún más ninguneado, porque, de la mayoría de las cosas, solo se enteran por madres y padres. La normativa establece que son el centro de la educación, que deben ser partícipes activos de todo su proceso educativo. Menos mal, porque si se pensara en ellos en la normativa como espectadores pasivos, qué se haría con ellas y ellos. Los verdaderos protagonistas son los grandes olvidados.
En fin, que tenemos un serio problema de democracia en los centros educativos, pero parece que a casi nadie le importa demasiado. Luego nos quejamos de lo que la sociedad nos ofrece, comportamientos antidemocráticos en parlamentos, medios de comunicación, y espacios sociales públicos y privados, donde el bulo y el insulto es la norma habitual de comportamiento. Pues, recuerden que se recoge lo que se siembra, y se siembra en los centros educativos, junto con los hogares. Pero, si quieren, seguimos así y lo dejamos como el asunto del cambio climático, para cuando la naturaleza nos haya exterminado como especie.