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Invitación
Cuando preparaba mi tesis doctoral en la Universidad Nacional Autónoma de México, hace veinte años, leí por obligación metodológica y con fruición intelectual todo lo que pasaba por mis manos sobre la universidad. La institución pública de educación superior era el tema de investigación. Entre otros títulos, recuerdo siempre El naufragio de la universidad y otros ensayos de epistemología política, escrito por el sociólogo y filósofo Michel Freitag, canadiense de origen suizo, para la estupenda colección de Ediciones Pomares, editada en Barcelona y de amplia difusión en México.
A esa obra vuelvo con interés. Su título provoca. Es una tesis en sí misma. La oración final es imperdible: “Pero por ahora, conformémonos con no perder la memoria”. Consejo sabio que conviene tener a la mano ante las veleidades en el mundo de la política y los políticos cuando toman decisiones pirotécnicas sobre el sistema escolar.
El título de Freitag, muchos años después, me sirvió como inspiración para usarlo en el libro más reciente que publiqué y se presentará muy pronto en la ciudad mexicana donde habito (Colima). Se llama El náufrago universitario, publicado por una editorial independiente: Puertabierta Editores.
A continuación, les comparto algunas de las razones que parieron el libro y por las cuales invito a la lectura.
El náufrago universitario
El mundo universitario ya no es el mismo. O eso me parece. Y los profesores, esos contingentes de mujeres y hombres que dedicamos nuestra vida a la docencia con juveniles, nos enfrentamos a una paradoja constante: la pasión por la enseñanza y la frustración por la indiferencia estudiantil. En El náufrago universitario intento plasmar esta crisis desde una mirada personal, nutrida de conversaciones informales, encuentros académicos e imaginación.
Nació de la necesidad de explorar libremente zonas penumbrosas, de comprender qué sucede en ellas y de preguntarnos si es posible recuperar un sentido profundo de la enseñanza y el aprendizaje. Si lo tuvimos alguna vez, o de conquistarlo en tiempos donde se expande la enseñanza superior pero persisten sus problemas y crecen exigencias.
Surge también de la experiencia y la reflexión acumuladas a lo largo de los años en las aulas. No es un relato biográfico, ni de una institución. En sus páginas se entrelazan pasajes inventados, pensamientos críticos sobre el oficio docente y cuestionamientos sobre la educación superior en los días corrientes.
Tampoco es un ensayo académico ni un texto técnico, sino una narración íntima y, a la vez, abierta sobre la docencia y sus desencuentros con una generación estudiantil marcada por síntomas distantes del espíritu con el cual llegábamos a la universidad en otras décadas; sin nostalgias o reivindicaciones fáciles al pasado como superior al presente.
Lo escrito es producto de un proyecto personal, pero sus lectores iniciales, ubicados en distintos sitios, mexicanos y en España (Mª Antonia Casanova, excepcional educadora y ser humano, me regaló su tiempo y lectura), coinciden en la necesidad de visibilizar la problemática subyacente en la trama construida.
En El náufrago universitario retrato a un profesor que se siente desplazado, que se margina ante las modas, cuestiona sus propios métodos y, con el paso del tiempo, se interroga si su vocación sigue intacta o fue devorada por la rutina, la inercia institucional y la incomprensión mutua con sus alumnos.
Relato sobre el desgaste emocional y profesional, al mismo tiempo, invita a pensar la universidad desde una mirada crítica. ¿Qué nos ha llevado hasta aquí? ¿Cuánto afectaron la tecnología o las pantallas? ¿Falta exigencia en las aulas? ¿Cuánto contribuyó la cultura institucional a engendrar estos problemas? ¿O acaso el problema radica en que la educación perdió su valor como vía de movilidad social y desarrollo personal? ¿Hacia dónde transitamos?
En distintos episodios el lector encontrará escenas que podrían haber ocurrido en cualquier facultad de cualquier universidad. Estudiantes que asisten por inercia, que prefieren las pantallas a los libros, que regatean calificaciones en lugar de esforzarse por aprender. También hay destellos de esperanza: alumnos que todavía leen, que se apasionan, que entienden la educación como privilegio y no como carga. Profesores igualmente comprometidos.
El libro no busca respuestas definitivas. No ofrece alternativas ni se lo propone. Más bien, anhela una conversación amplia.
En estos tiempos en los que muchas instituciones (la democracia, por ejemplo) semejan barcos a la deriva, El náufrago universitario es una invitación para docentes, estudiantes y todos aquellos que creen en la educación como un pilar de la sociedad, como espacio inigualable para su propia transformación. Puede interesar, creo, a quienes han sentido la frustración de hablar ante un aula apática, a quienes aún buscan formas de devolverle sentido a la tarea de enseñar.
La educación superior está en crisis, pero no todo está perdido. Quizá el primer paso para salvarla sea reconocernos en ese naufragio y decidir juntos hacia dónde remar. Además, los educadores sólo podemos enarbolar la bandera de la esperanza. Don Savater acierta: los pesimistas pueden ser buenos domadores, pero no buenos educadores.
El análisis crítico es indispensable, como la esperanza freiriana. Solo se puede enseñar desde una conciencia crítica y lejos de ingenuidad. Eso, o experimentar la docencia como Sísifo cargando la piedra en cada clase y en cada jornada, para volver y volver y volver con la única certeza del fracaso.