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Cuando William Shakespeare proyectó su versión de Julio César, a pesar de presentar su asesinato al inicio de la obra, la figura del personaje que da nombre al texto siguió muy presente en boca de Marco Antonio y otros a la hora de justificar sus acciones políticas. De forma fantasmagórica, es invocado por aquellos que ostentan el poder con tal de legitimar sus acciones. De manera similar, los agentes del BigTech, para construir un relato de autoridad basado en el consentimiento de la pedagogía como ciencia que respalda sus transformaciones en el ámbito escolar, han seleccionado como voces autorizadas a pedagogos que, aunque han apelado a ciertas transformaciones desde una pedagogía reformadora, han demostrado ser afines, en mayor o menor medida, a las lógicas del capitalismo digital.
Este tipo de pedagogos, que podríamos entender como socialdemócratas, suelen ser reconocidos porque han asumido la globalización y la tecnología como ejes que se deben asociar al progreso de manera natural, y, a pesar de ciertas críticas (incluso algunas ejercidas por ellos mismos), al final de sus postulados estos aspectos son incuestionables, ya que consideran que los beneficios superan los riesgos. Otro gran rasgo de los pedagogos socialdemócratas –también podríamos llamarlos sujetos académicos neoliberales dedicados a la pedagogía– es que creen que la actual escuela puede actuar como herramienta de justicia social bajo ciertas reformas. Sin embargo, desde un análisis de clase más exhaustivo, podemos observar que esas reformas siempre serán insuficientes.
Uno de los principales mantos a la hora de evitar afrontar el modo en que subrepticiamente aparecen los ideales neoliberales es la creación de un enemigo común, el docente reaccionario, que harto de recetas insuficientes, entona a su modo la crítica a las operaciones políticas ejercidas en educación en los últimos años, muchas veces tejiendo un discurso a favor de la meritocracia. Pero, ¿por qué se ha insistido vehementemente en cargar contra determinados perfiles por parte de la progresía pedagógica? La existencia de ese enemigo y su visibilización constante ha sido la coartada ideal para cubrir con una apariencia progresista una serie de ideas que emanan de un trasfondo liberal.
Entendámonos, es obvio que no queremos totalizar el papel de estos pedagogos, tampoco queremos reducir a colaboracionistas a todos aquellos que han asumido algunas de las lógicas promovidas por el poder. Pero también es cierto que sería ingenuo no preguntarnos qué dinámicas sociales y qué anclajes exige el poder para que ciertos pedagogos contribuyan de manera significativa y eficaz en la proyección y/o elaboración de las políticas educativas, ya sea desde un impulso gremial o individualista.
Desde un sentimiento gremial, es fácil percibir que el impulso de algunos pedagogos para influir en las políticas educativas surge de una necesidad social y de lo que consideran una obligación moral hacia su disciplina. De ese modo, debemos entender que tradicionalmente las formas que adopta la disciplina para optar a una cuota de poder e influencia han respondido a las necesidades y prioridades nacionales, sobre todo durante la etapa de la escuela industrial, actualmente, no es sino bajo las necesidades del EdTech que son prestigiosos y escuchados algunos pedagogos, por tanto, es fácil observar cómo se produce una negociación o una cierta renuncia a determinados temas con tal de satisfacer la misión que algunos de estos pedagogos se han otorgado.
Desde un sentimiento individualista, podemos decir que el vínculo entre la ambición personal y el prestigio de la disciplina están ligados, ya que las disciplinas juegan un papel clave en la socialización y en la formación de identidades. En este contexto, uno de los pensamientos recurrentes entre ciertos pedagogos socialdemócratas podría ser que lo que beneficia a la pedagogía también les beneficia a sí mismos, entendiendo que al promover un tipo de pedagogía, se están promoviendo a ellos mismos como individuos. Esta lógica, unida a los incentivos económicos, nos ayuda a comprender algunos comportamientos tanto a nivel individual como profesional. Si bien esta explicación sobre la seducción del poder en ciertos pedagogos puede parecer parcial, negar la posibilidad de la dinámica que planteo sería de una enorme candidez.
De esta forma, algunos pedagogos que han sucumbido a la seducción del poder han contribuido, de alguna manera, a alimentar la sensibilidad de la disciplina hacia la intersección de los intereses públicos y privados que actualmente ejercen influencia, es decir, el poder de las grandes empresas tecnológicas –EdTech-. Desde algunos sectores de la pedagogía, el crecimiento económico y la competitividad de las instituciones frente a los mercados globales se han presentado como objetivos prioritarios, subordinando los aprendizajes a la formación de los futuros operarios sociales ideales. Además, se han promovido valores como la autonomía, la resiliencia y la flexibilidad, ofreciendo herramientas para superar las crisis cíclicas. Todo esto con el fin de fomentar la adaptabilidad del ciudadano a un futuro donde el mercado laboral cada vez es más precario, todo ello mientras se busca contener y desactivar el malestar social mediante la individualización de los problemas. Además, este enfoque ha adquirido una nueva dimensión con la implantación de las nuevas tecnologías, ya que los estudiantes ya no solo son considerados una mano de obra futura para el mercado, sino que se han convertido en cuerpos de los cuales se extrae beneficio económico durante su proceso de escolarización.
Es bajo este marco que el silencio cómplice de muchos pedagogos socialdemócratas resulta sangrante, tolerando relatos parciales, ya que han sido legitimados por las máquinas verificadoras del marco académico neoliberal: las revistas académicas. Ese mutismo es tanto o más doloroso que cualquier relato a favor de la meritocracia, ya que son el motor de las operaciones gatopardianas del poder. La progresía pedagógica, entre otras cosas, da por buena la lógica según la cual, bajo aquello que llaman pensamiento crítico, se puede llegar a transformar todo aquello potencialmente segregador en algo emancipador. Esto lo analicé previamente respecto a los relatos de María del Mar Sánchez Vera y Jordi Adell1, y también lo he analizado en el trabajo de Carlos Magro o Lucas Gortázar, todo ello en el libro que tengo en fase de edición y que espero presentar en los próximos meses.
El debate educativo parece detenido en una retórica más vinculada al ejercicio del dominio y el poder que a la reflexión. La afonía de la progresía pedagógica a la hora de afrontar críticas entre ellos es más que llamativa, es sintomática. Existe entre muchos una prudencia entre sus iguales y antecesores que solo se rompe cuando resulta inevitable. Por ejemplo, si no queda más remedio que criticar a Trujillo por los falaces relatos que puede llegar a provocar la educación en evidencias, se producirá, o si se debe atacar a la OCDE, se atacará. Sin embargo, más allá de eso, resulta casi imposible observar otro tipo de críticas. Un ejemplo de esto son los colectivos de docentes que admiten posturas extremadamente divergentes sin dialogar o criticarse entre ellos de forma directa. Esta situación nos hace pensar si este tipo de asociacionismo profesional busca precisamente eso, una omertà que favorece el crecimiento profesional y académico entre ellos, y no tanto la reflexión y el debate. Entre las fronteras de estas asociaciones no encontraremos ningún juicio moral, el cual no está de moda, en su seno son permisivos con aquellos pedagogos y docentes que alimentan su visibilidad en espacios que son directamente o subrepticiamente promovidos por bancos o fundaciones filantrocapitalistas.
El caso de Francisco Javier Murillo
Son innumerables los ejemplos que la literatura académica y divulgativa nos da sobre cómo la progresía pedagógica establece un imaginario igualitario, pero no penetra en la raíz de las lógicas liberales, alimentando, en última instancia, al BigTech. Entre todos, me detendré en el caso de Francisco Javier Murillo como ejemplo de ese progresismo que le permite crecer institucionalmente pero que es totalmente espurio respecto a las acciones que se pueden desprender de su relato. En un artículo reciente, en colaboración con Claudia Guiral, llamado «Comprendiendo la segregación escolar del alumnado económicamente desfavorecido y del alumnado con necesidades educativas especiales en el contexto local»2, se observa cómo se trata la segregación principalmente como un fenómeno local o administrativo, ocultando esta situación como consecuencia del neoliberalismo y de la educación desde un mercado competitivo. En un texto que pretende establecer una línea de análisis desde la justicia social, debería señalar que la libertad de elección de centros y la promoción del Programa Bilingüe podrían interpretarse como estrategias para consolidar un sistema elitista que beneficia a las clases más privilegiadas.
Es cierto que el artículo presenta la segregación escolar como un problema multifactorial, pero esta complejidad oculta la falta de voluntad política para implementar transformaciones reales, dejando de evidenciar la falta de alternativas viables para las familias más desfavorecidas desde la escuela burguesa del capitalismo tardío. Otro aspecto típico de los relatos de la progresía pedagógica es la crítica a medias, lo cual convierte a este tipo de pedagogos en mediadores que pretenden amortiguar la crítica a los relatos hegemónicos. Esto se muestra en este artículo cuando señala que la educación privada-concertada contribuye a la segregación, pero no aborda de manera contundente y suficiente cómo el modelo concertado institucionaliza esa desigualdad.
Además, podemos decir que en el texto de Murillo se produce una fetichización del bilingüismo. No queda evidente cómo el programa que menciona refuerza la función deseante de los cuerpos obreros en la adquisición de un capital cultural que, aunque sea asumido por alumnos socioeconómicamente precarios, solo podrá ser explotado en su totalidad por los más privilegiados. No ahonda en cómo ese capital cultural no superará las brechas existentes.
Otro tipo de críticas al texto de Murillo, como a otros tantos al hablar de segregación desde la progresía pedagógica, podría ser el modo en que trata la desigualdad socioespacial. Es cierto que el artículo menciona la importancia del barrio, pero no se profundiza en cómo la planificación urbana segrega físicamente a las comunidades. Siendo así, podríamos avanzar diciendo que es necesario establecer cómo ciertas instituciones, incluida la escuela, legitiman jerarquías sociales. En este sentido, podría cuestionarse cómo los centros bilingües y privados-concertados actúan como rituales de exclusión simbólica y material, marcando diferencias entre grupos sociales. También se podría criticar la ausencia de un análisis más profundo sobre cómo la segregación escolar afecta a comunidades culturalmente marginadas, como el pueblo gitano o los inmigrantes, apenas mencionados en el artículo, quizás porque es en los datos cuantitativos donde estos relatos funcionan mejor, ya que son más adaptables que los matices de enfoques etnográficos que un estudio como este requiere.
El caso de Francisco Javier Murillo resulta llamativo, no por este horizonte de justicia social que pretende defender parcialmente, sin llegar en profundidad a la raíz del marco de segregación, sino porque, si hacemos la vista atrás, observamos cómo ha mantenido algunos de los ítems que el neoliberalismo había puesto de moda hace unas décadas, como el del liderazgo. En 2015, en un artículo junto a Hernández-Castilla, aborda el concepto de liderazgo educativo, y aunque pretende establecer que este tipo de liderazgos deberían enfocarse en las tareas pedagógicas y no en las administrativas, nos lleva a establecer una cierta gestión empresarial de la educación. Su insistencia en medir el impacto del tiempo dedicado por los directores al desempeño estudiantil refleja una lógica cuantitativa y productiva, que nos lleva a un sesgo empresarial. También relaciona el liderazgo con el rendimiento académico, lo que nos lleva a interpretar que Murillo sigue la cultura de la producción cuantitativa e instrumental, ideas que las instituciones actuales siguen avanzando.
Si todo esto se suma, podemos decir que el texto en ningún momento examina los condicionantes estructurales que influyen en las dinámicas escolares, estableciendo un falso relato sobre cómo las habilidades directivas pueden determinar el éxito o el fracaso educativo. Así, Murillo firma un artículo que implícitamente orienta hacia una visión mercantilizada de la educación. Con un relato tan grotesco como este, años más tarde, en su papel de pedagogo socialdemócrata, adjetivó la idea de liderazgo como inclusivo, dotando de cierta amabilidad los puntos nodales del poder. Es así como algunos relatos pedagógicos se adaptan a los requerimientos del poder.
Tras este recorrido, podemos volver la mirada a acontecimientos más próximos y observar cómo el juego de apariencias en la pedagogía es utilizado de forma cínica. Un ejemplo revelador ocurrió el 23 de octubre de 2024, cuando Sumar publicó un comunicado sobre educación en el que se posicionaba, en apariencia, contra la segregación escolar, citando a Murillo como referencia3. Sin embargo, apenas un día después, la misma formación acordaba con el PSOE un incremento del presupuesto para la escuela concertada4, ilustrando así el simulacro de oposición que ejercen ciertos pedagogos sociademócratas. Un brindis al sol que no solo no desafía el sistema, sino que lo apuntala.
Afrontar el debate
Habrá quien diga que nuestro texto tiende a la generalización de los pedagogos que intervienen en la toma de decisiones. Esta crítica a la expositio que hacemos aquí podría ser cierta y, además, podría decirse que este texto tiende a un cierto reduccionismo, ahora bien, asumimos este sesgo porque nos permite poner sobre la mesa una dinámica que percibimos desde un análisis de clase y que creemos que se debe afrontar, más allá de los subterfugios fabricados desde una actitud defensiva. Por mucho que gastemos nuestro tiempo en analizar el discurso de ciertos docentes, no se puede huir de un hecho, el silencio o la timidez con la cual se enfrentan posturas aparentemente divergentes dentro de ciertos colectivos o con los compañeros de despacho de las facultades. Quizás, esto es producto del sistema meritocrático universitario, pero resulta inconcebible que aquellos que pueden dedicarse a pensar en educación desde el privilegio del tiempo sean incapaces de denunciar con energía las arbitrariedades de determinados discursos académicos e institucionales. Un ejemplo de ello podría ser el hecho de que haya innumerables revistas académicas dedicadas a tratar la formación necesaria de los docentes, y en centenares de páginas se omiten los estudios de Hanushek y Rivkin (2006)5, quienes expusieron que lo que aporta la formación inicial es insignificante respecto a lo que el docente adquiere con la experiencia. Una ausencia que coincide casualmente con los intereses del BigTech, que pretende eliminar al docente de la ecuación a la hora de promulgar los relatos procedentes del consumo digital. Ya que, si el docente está limitado, ya que ha sido destinado a ejercer el rol de acompañante, no podrá hacer frente a los relatos que el poder pretende promulgar. En estos momentos, no evidenciar la parcialidad de ciertos relatos académicos hace a muchos cómplices, son corresponsables a la hora de entender que sus relatos y sus silencios han facilitado la transición de la escuela industrial del capitalismo tardío hacia la implantación de la escuela del capitalismo digital, más allá de ciertas críticas ornamentales. Se puede y se debe hacer más desde las facultades. Al César lo que es del César.
1 https://www.realitat.cat/2023/11/danseu-danseu-maleits-ballant-al-ritme-de-lescola-en-lera-del-capitalisme-digital/
2 Revista Complutense de Educación, 35(2), 327-338. https://doi.org/10.5209/rced.85680
3 https://x.com/sumar/status/1849101034213216700/photo/1
4 https://www.elsaltodiario.com/educacion-concertada/psoe-sumar-acordaron-aumentar-fondos-educacion-concertada-pacto-gobierno
5 Hanushek, E. A., y Rivkin, S. G. (2006) «Teacher quality». En Eric A. Hanushek y FinisWelch (eds.), Handbook of the Economics of Education, vol. 2. Amsterdam, North-Holland. doi: 10.1016/S1574-0692(06)02018-6