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Cada mañana, muchos jóvenes migrantes suben al tren para ir a la escuela o al trabajo. Algunos de ellos cuentan que la gente los mira con desconfianza, que cambian de asiento cuando se sientan cerca o que los vigilan como si fueran un peligro. Este tipo de racismo cotidiano, a menudo silenciado, es una realidad que afecta al bienestar y la autoestima de muchas jóvenes. Al mismo tiempo, no solo se da en los espacios públicos, sino también en los más cercanos, como en los entornos educativos. Ante esta situación, ¿qué acciones pueden emprender los equipos educativos para combatir el racismo? ¿Cómo podemos erradicar el racismo en los centros educativos y ofrecer apoyo a las personas que lo sufren?
La urgencia y el racismo: una lucha desigual
Muchos jóvenes migrantes tienen necesidades inmediatas: regularizar su situación, encontrar trabajo, evitar quedarse en la calle, entre otras. En este contexto de urgencia, el racismo podría quedar en un segundo plano. Para evitarlo, debemos preguntarnos: ¿Estamos contribuyendo a reducir las desigualdades y a crear una sociedad intercultural? ¿Trabajamos desde una perspectiva realmente antirracista? ¿Proporcionamos herramientas para entender y afrontar estas situaciones?
El papel de la educación: herramientas para actuar y transformar
Crear espacios seguros y acogedores es esencial, pero no suficiente. La educación también debe dotar de recursos prácticos para entender y combatir el racismo. En el contexto actual, en el que los discursos de odio contra personas migrantes y racializadas han aumentado de manera alarmante, no basta con decir “esto no debería pasar”. Hay que establecer mecanismos concretos para detectar actitudes, creencias y estereotipos (conscientes e inconscientes) y transformarlos.
Antes que nada, es necesario que como educadoras nos cuestionemos nuestras propias intervenciones y el racismo interiorizado para, por un lado, no normalizar situaciones discriminatorias y, por otro, poder enseñar cómo responder, cómo defender derechos y cómo gestionar emocionalmente estas situaciones. En un momento en que las personas migrantes y racializadas son presentadas como una amenaza en un 26% de los discursos de odio (OBERAXE, 2024), nuestro papel es clave para desmontar estas narrativas y ofrecer estrategias para enfrentarlas.
Cuestionarnos a nosotras mismas y debatir sobre las herramientas que tenemos para identificar y abordar los comentarios o comportamientos racistas, incluso si son sutiles o aparentemente inocentes, resulta fundamental. Ante la normalización del racismo y su creciente presencia, la educación debe proporcionar no solo conciencia, sino también herramientas efectivas para intervenir, transformar nuestra mirada y actuar ante estas situaciones.
Preguntas para cuestionarnos las actitudes racistas como educadoras
En la práctica educativa es esencial encontrar maneras de poder cuestionarnos las intervenciones desde un punto de vista intercultural, así como establecer espacios de reflexión y retroalimentación para transformar y combatir los discursos de odio. Algunas de las preguntas que podemos hacernos son:
- ¿Tengo una mirada antirracista transversal en todas las intervenciones que realizo?
- ¿Hago un uso cuidadoso y antirracista del lenguaje?
- ¿Tengo algún prejuicio, creencia o estereotipo interiorizado hacia los colectivos con los que trabajo?
- ¿Tengo herramientas para intervenir cuando detecto actitudes o comportamientos racistas en compañeros y compañeras de trabajo?
- ¿Las herramientas que utilizo son efectivas y contribuyen a reducir el racismo y a una transformación real?
- ¿Cómo reacciono ante comentarios o actitudes racistas dentro del aula?
- ¿El alumnado se siente en un espacio libre de discriminación?
- ¿Estoy creando un espacio seguro para que el alumnado pueda hablar sobre sus experiencias de discriminación?
- ¿Soy capaz de aceptar críticas y estoy abierta a escuchar las opiniones del alumnado y de otras personas del equipo?
- ¿Asumo responsabilidad si se me señala una actitud racista?
- ¿Cambio mis intervenciones y actitudes cuando detecto que pueden ser perjudiciales para algún colectivo minoritario?
- ¿La dinámica y la distribución de los espacios permiten la creación de vínculos interculturales?
- ¿Se da visibilidad e importancia a todas las culturas y orígenes presentes en el grupo?
- ¿Me he aproximado e informado lo suficiente sobre todas las culturas y orígenes presentes en el grupo?
- ¿Los contenidos con los que trabajo tienen una perspectiva intercultural?
Estrategias para combatir el racismo en el aula
- Conversaciones guiadas: No esperar a que el tema surja a raíz de un caso concreto, sino generar espacios donde puedan compartir experiencias y estrategias de resistencia, así como trabajar la asunción de responsabilidad y la gestión de este tipo de situaciones.
- Aprender desde la experiencia: Hablar de racismo no desde una perspectiva teórica, sino desde situaciones reales vividas. Hablar de cómo actuar ante la discriminación en el transporte público, el trabajo o el alquiler de una vivienda, por ejemplo.
- Referentes cercanos: Presentar personas racializadas en diferentes ámbitos profesionales para visibilizar diferentes caminos posibles, así como dar a conocer y acercarnos a colectivos e iniciativas comunitarias transformadoras.
- Educación emocional: Generar espacios de gestión emocional y cuidado ante la violencia racista. Informar que como comunidad tenemos parte de responsabilidad y enseñar, también, que no siempre es necesario enfrentarse directamente, que cuidarse también es resistir.
Una educación que se prepare para la realidad
La comunidad educativa no puede eliminar el racismo estructural, pero sí es un agente clave de cambio. Es necesario comprometerse a combatirlo desde las aulas: generar espacios libres de racismo y transmitir esta importancia a las personas que acompañamos, preparándolas para detectarlo, afrontarlo y combatirlo. El objetivo no es cargarles con una lucha más, sino dotarles de herramientas para que no se sientan solas ante esta realidad. Conectar educación y antirracismo no es un lujo, es nuestra responsabilidad.