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Cuando el Gobierno de Esperanza Aguirre aprobó aquellas instrucciones de inicio de curso en el año 2011, los docentes de secundaria pasaron de 18 a 20 horas lectivas de golpe. Decían que era por la crisis económica, pero nunca fue solo eso, ni principalmente eso. En realidad, todo el mundo sabía que los recortes en educación eran el objetivo y que la crisis era solo la excusa perfecta. Y salimos a la calle con una unidad incrementada y reforzada. Llevábamos varios años luchando de forma conjunta, pero la unidad en torno a lo que convertimos en la marea verde se forjó entonces. Toda la comunidad educativa que estábamos en contra de las medidas nos poníamos de acuerdo en la plataforma regional por la escuela pública en convocatorias que resultaban multitudinarias; la mayoría superaban el centenar de miles de personas. Eran otros tiempos, donde hablar de veinte o treinta mil manifestantes se consideraba una respuesta muy floja; ahora se ve como un éxito.
Han pasado casi tres lustros, se dice pronto. Casi quince años que han visto pasar por el Gobierno de la Comunidad de Madrid cinco presidencias detrás de Aguirre, y casi otras tantas personas por la Consejería que tiene encargada la Educación y, dependiendo del momento, algunas otras áreas añadidas. Tiempo en el que han continuado los recortes, aunque no todas las personas que han tenido la responsabilidad de la educación madrileña se han esmerado igual en destrozar la escuela pública. Alguno incluso era creíble cuando hablaba de querer mejorarla y sus formas eran distintas, como el consejero Van Grieken. Le encargaron “pacificar” el terreno educativo y lo hizo con su propuesta de pacto educativo, que nunca llegó a ser una realidad.
Desde entonces, las movilizaciones nunca se recuperaron, por diferentes causas. Al acierto de la derecha con esa estrategia del pacto, se sumó una desunión de la izquierda, inmersa en luchas políticas con, a mi juicio, una sucesión de errores encadenados en uno y otro lado, que ayudaron a blanquear a la derecha para que llegara Cifuentes en un momento en el que nadie apostaba por ello un año antes de aquellas elecciones, con tantos casos de corrupción que los tribunales adjudicaron a personas de los gobiernos de Aguirre, algunas de las cuales pisaron cárcel. Pero esa desunión, que también nació de la utilización descarada de algunos movimientos sociales -no todos lo consentimos-, minó incluso los internos de la marea verde, hasta llevarla a un letargo del que no sé si en algún momento será capaz de salir.
El actual consejero de Educación, Viciana, recuerda la forma cordial en el trato de Van Grieken y quizás también tenga alguna buena intención entre sus propuestas educativas, pero lo que la práctica demuestra que está muy lejos de ser realmente positivo para la escuela pública. Los discursos son amables, con algunos de ellos incluso se puede estar de acuerdo, pero, si realmente defiende lo que dice, su capacidad de llevarlos a cabo debe estar muy limitada. No es de extrañar sabiendo quién está al frente de la Hacienda madrileña y la tendencia a la privatización que tiene, porque ya lo demostró en sus etapas en la Consejería de Educación. Hay quien pensaba que iba a ser la consejera en esta legislatura, pero al final fue a gestionar los fondos públicos, que es desde donde realmente se marcan las políticas que se pueden o no hacer.
Un acuerdo con los sindicatos docentes que ha cosechado un silencio incomprensible
Hace unas pocas semanas se anunció la firma de un acuerdo sectorial con los sindicatos docentes. El resultado de lo firmado no se ha vendido como un éxito porque no parece serlo. No es mi intención desgranarlo, porque para saber por qué se firma un acuerdo se necesita mucha información que no ha trascendido y que seguramente nunca se conocerá. Desde luego, nadie ha salido a los medios a dar grandes titulares con los logros obtenidos, salvo el Gobierno de la Comunidad de Madrid, porque lo que han firmado se conoce en el argot de la negociación como un win-lose, y la Consejería está en el lado del win. Es más, pienso que nunca se creyeron que se firmaría, hasta que vieron las firmas puestas en los documentos. Mientras, en algunas webs sindicales de las entidades firmantes no se encuentra el acuerdo, así que el lose se asumió rápidamente.
Conociendo al lado del win, que ha machacado al sector docente tanto como al resto de la comunidad educativa, seguramente los sindicatos vieron una balanza que tenía dos platillos en los que se encontraban en un lado malo y en el otro peor. Con una derecha que no ha revertido los recortes del 2011, manteniendo a los docentes de secundaria aún en 20 horas lectivas en nuestra comunidad, mientras que el resto ya volvieron a las 18 de entonces, hacerle firmar que por fin se irá a ese escenario, aunque despacio, es posible que sonara bien en la cabeza de quienes tomaron la decisión de firmar.
Es fácil opinar sobre el posible acierto o error, pero hay que estar en las mesas de negociación para saber qué alternativas se tienen. Para quienes no forman parte de esa mesa por su menor representación, es sencillo opinar, y lanzar a los cuatro vientos lo que ellos y ellas no harían nunca, pero a saber lo que hubieran hecho si su representación les diera derecho a estar involucrados en el posible acuerdo. Y como me faltan datos para poder opinar con criterio suficiente, yo solo diré que globalmente el acuerdo me ha sorprendido y mucho, pero no de forma positiva. Lo que sí me sorprende aún más es el silencio que ha cosechado en el ámbito educativo.
Un millón de horas complementarias de docentes perdidas y parece que no importa
En el 2011 el aumento de horas lectivas en secundaria impuso unilateralmente un recorte de igual proporción en las horas complementarias del profesorado. Entonces había en secundaria algo más de 20.000 docentes en la escuela pública madrileña, lo que, con una conversión de dos horas semanales de complementarias a lectivas, esto supuso una pérdida de casi un millón y medio de horas complementarias por curso escolar. Aquella pérdida se intentó evitar por toda la comunidad educativa. Los docentes pidieron ayuda a las familias y se encontraron con que no solo estábamos en el mismo lado, sino que estábamos al frente de las movilizaciones. Incluso cuando los docentes empezaron a dar señales de agotamiento, las familias seguimos movilizándonos, con huelgas de familias incluidas. Porque perder esas horas también perjudicaba directamente al alumnado y a las familias, pues supusieron, entre otras cosas, menos horas de tutorías con el alumnado, de atención en bibliotecas, de desdobles, de reuniones con las familias, de coordinación docente, de actividades complementarias, y de consejos escolares.
Ahora, con este acuerdo se acepta una pérdida de una hora semanal de las complementarias de infantil y primaria, que puede parecer poco dicho así, pero que teniendo en cuenta el número actual de docentes en estas enseñanzas en la escuela pública en la Comunidad de Madrid, aproximadamente 30.000, supone perder algo más de un millón de horas anuales complementarias, a lo que se debe añadir que en esta ocasión se pierden del todo en el día a día de los centros educativos, porque no se convierten en lectivas. Sin embargo, ahora no solo no hay movilizaciones de toda la comunidad educativa, sino que su pérdida se firma por los sindicatos docentes. Sinceramente, para mí es incomprensible e incoherente con el discurso de defensa de la escuela pública, porque, se miré por donde se mire, las ventajas para esta no se ven. O, al menos yo, no las veo.