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En primer lugar, convendría aclarar el término inteligencia artificial. Hablar de inteligencia artificial es hablar de nada, solo de lo artificial (como su propio nombre indica). Casi de la “no-cosa”, que diría Han. Definir la inteligencia no es fácil. Hay que ser inteligente. Se habla de múltiples inteligencias, inteligencias múltiples (Gardner); inteligencia emocional (Goleman); inteligencia fluida e inteligencia cristalizada (Catell, Horn y Carroll); incluso de inteligencia animal e inteligencia vegetal (Gardner). El concepto de inteligencia es complejo, pero básicamente la inteligencia es aquello que nos permite vivir, es decir, adaptarnos al medio físico y social, poner en práctica distintas estrategias para solucionar problemas, entender lo que nos rodea y crear conocimiento. En la inteligencia humana hay, además, un componente de creatividad del que carece la artificial. Esta última se basa fundamentalmente en acceder a datos, millones de millones de datos, y ordenarlos; no hay nada de creatividad en sus algoritmos, sin hablar ya del aspecto emocional: la máquina no se emociona. Y como apunta Han, sin afectos, emociones ni pasiones, y en general sin sentimientos, no hay conocimiento. Los sentimientos invaden el pensamiento. Ese es exactamente el motivo por el que la inteligencia artificial no puede pensar.
En la infoesfera que habitamos nos hemos convertido en seres obedientes, homoindi- vidualizados, individuos todos iguales. Nos transfiguramos en narcisistas tecnológicos. El imperio de los algoritmos es el paradigma de la antiemancipación de las personas. Si ya el teléfono móvil vacía los cerebros, ahora la inteligencia artificial (IA, en adelante) nos ahorra la función de pensar, de escribir… La IA nos dejará vacíos cerebro y mente. Aunque tal y como avanzan las cosas dejará de ser metáfora y será inteligencia de verdad, porque la nuestra se evaporará. La creatividad se subordina al algoritmo.
Somos, como dice Han, auténticos infómanos, nuestra obsesión no son ya las cosas, sino la información y los datos. Ahora todo, incluido el aprendizaje, se queda en lo superficial. Para profundizar ya está la IA que bucea en la profundidad de los datos, el deep data, para apropiarse del aprendizaje profundo, el deep learning, y manipularnos a su antojo. Nos hallamos al borde de un colapso ecológico causado por el mal uso de nuestro propio poder. Así advierte Harari en su prólogo a la obra Nexus y continúa señalando que nos afanamos en la creación de nuevas tecnologías como la inteligencia artificial (IA), que tienen el potencial de escapar de nuestro control y de esclavizarnos o aniquilarnos. Consecuencia de todo ello es, entre otras, la explotación económica de la atención humana. La economía de la atención de la que se viene hablando últimamente.
Antes de reflexionar sobre el impacto de la IA en el ámbito educativo, es necesario detenerse en el ámbito social. Cada vez más estamos atrapados en las redes de lo que se ha dado en llamar capitalismo cognitivo. Este ejerce su hegemonía mediante los grandes monopolios tecnológicos que atrapan, incluso, a Estados y sistemas democráticos desplegando un control político inusitado hasta la fecha. Sin embargo, la perversión es tal que, como apunta Lassalle, se ve de forma benéfica para la democracia, pues las plataformas pueden ofrecer productos y servicios a precios tan accesibles que universalizan el acceso a Internet y el disfrute de sus aplicaciones. En este sentido Daniel Innerarity, recientemente, ha planteado una teoría crítica de la IA para dar respuesta a esta complejidad tecnológica que nos envuelve. Sugiere la necesidad de un control político de la tecnología que promueva la igualdad y la democratización del entorno algorítmico. Algo así como un contrato social entre los humanos y las máquinas. Su tesis principal es que la democracia en la era de la IA ni se va a superar ni se va a suprimir, se va a “condicionar”. Insiste en la necesidad de que entendamos la transformación digital como una evolución de nuestras tecnologías y prácticas sociales. Con cierta ironía, no exenta de realismo, Adela Cortina formula que si consideramos a los sistemas inteligentes seres autoconscientes y autónomos, los deberemos proteger con derechos y a la vez exigir responsabilidades.
Si se le pregunta a la propia IA sobre las ventajas e inconvenientes en el ámbito educativo, vomita una serie de elementos de absoluta carrerilla. La IA se apoya en el pasado, en lo que ya está escrito, pero no se aventura de forma fehaciente en el futuro y si lo hace es a partir precisamente del pasado. La fiabilidad de su capacidad predictiva deja mucho que desear. Ciertamente hay ventajas en la utilización de la IA, pero también hay inconvenientes. Hay ya informes que indican que para mitigar ciertos riesgos se deben integrar estrategias pedagógicas que fomenten el pensamiento crítico mientras se utiliza la IA generativa, lo que no deja de ser en cierto modo un oxímoron. Actividades que obliguen al alumnado a verificar la fiabilidad de las respuestas generadas y a reflexionar sobre el proceso de obtención de información.
Todo el mundo habla de la necesidad de desarrollar el pensamiento crítico; se está convirtiendo en una muletilla carente de contenido. Pocas veces se sugieren actos y actividades para de verdad desarrollar y facilitar esa actitud crítica. Organismos e instituciones predican políticas públicas digitales. Las grandes empresas tecnológicas hablan de responsabilidad compartida para construir un mundo tecnológico beneficioso para los niños y las niñas, un entorno digital seguro para menores. Se crean observatorios sobre los derechos digitales. Pero nadie o casi nadie advierte del precio a pagar, por ejemplo, sobre aspectos de la privacidad individual y colectiva.
En fin, en este imperio de los algoritmos para un buen desarrollo de la capacidad crítica de las personas se ha de actuar, básicamente, en cuatro ámbitos: social, promoviendo valores culturales con el fin de eliminar las diferencias sociales abordando, al mismo tiempo, la aceptación de la diversidad como valor de la identidad personal y colectiva. Educativo, favoreciendo la mejora de destrezas y capacidades cognitivas, facilitando el desarrollo de procesos de aprendizaje y sirviendo como recurso para la construcción del conocimiento. Tecnológico, desarrollando competencias tecnológicas e implementando la capacidad de plantear y solucionar problemas. Finalmente, el ámbito de la innovación y creatividad, activando la imaginación creadora con el fin de reelaborar y transformar procesos buscando la originalidad y nuevas posibilidades que sean de utilidad.
Plantear procesos de pensamiento crítico en el aula, conlleva la articulación de un sistema metodológico participativo que capacite, por un lado, al alumnado para desarrollar un aprendizaje autónomo y de colaboración; y por otro, que sitúe al profesorado como facilitador de los procesos del manejo crítico de la información y de la creación de los propios significados.
Estos procesos, a su vez, deben sustentarse en una triple vía de utilización de la IA, de las TIC o de los medios tecnológicos a nuestro alcance. La primera será la de contemplar la IA como un recurso didáctico, sobre todo, como fuente de información, dotándonos al mismo tiempo de elementos suficientes para un análisis crítico de los mensajes y de los contenidos. La segunda, como un medio de expresión y de comunicación. Sería la respuesta a la necesidad de relacionarnos y dar a conocer nuestras producciones. De este modo se promueve el desarrollo de distintas formas propias de representación con la utilización de lenguajes apropiados, al tiempo que se facilita la difusión del conocimiento. La IA y los medios tecnológicos han de ser herramientas que permitan la búsqueda de nuestras propias formas de representación y estas a su vez han de facilitar diversas formas de expresión. En la expresión se integra lo percibido y lo experimentado para proyectarlo transformado. Es, pues, un proceso creativo que pone en marcha mecanismos de transformación y de búsqueda de nuevas posibilidades -originalidad- con la intención de comunicar. La tercera, como soporte para el trabajo cooperativo, diseñando y desarrollando materiales y recursos para la creación de entornos colaborativos de aprendizaje.
Comparto la afirmación de Lassalle cuando habla de humanismo tecnológico. Se ha de partir del hecho de que este contribuya a que el ser humano mejore como tal dentro de un entorno artificial, solo de esta manera la IA será fiable y explicable. La IA debe fundar la civilización artificial del futuro conforme a un diseño robusto éticamente y amigable para el ser humano. Una IA humana para humanos que han de aprender a gobernarla sabiamente. De este modo nuestra práctica educativa debe impulsar la participación real y activa en todos los ámbitos sociales, procurando hacer de la solidaridad, la comunicación, la justicia social, el respeto a otras culturas, la convivencia pacífica y la capacidad de decidir y exigir, las principales herramientas de un aprendizaje que permita articular lo global desde lo local, reconstruir el conocimiento y reelaborar críticamente la realidad mediática.