Somos una Fundación que ejercemos el periodismo en abierto, sin muros de pago. Pero no podemos hacerlo solos, como explicamos en este editorial.
¡Clica aquí y ayúdanos!
En los primeros años de este siglo conocí al director del instituto donde poco después cursarían mi hijo y mi hija la secundaria. Cristóbal Martínez, una persona muy activa e inteligente, que tenía una implicación total en intentar mejorar el centro que dirigía entonces -lo hizo diez años-, a la vez que en aportar su experiencia en espacios de participación social como en el que me lo presentaron: una junta de centros públicos en el distrito de San Blas en Madrid. Una de esas personas que sabes que marcan la diferencia. Recuerdo perfectamente que, hablando un día con Bonifacio Alcañiz, entonces director del Área Territorial de Madrid Capital, me comentó que tenía un director en el IES que era peculiar; se presentaba en su despacho siempre con ocho o diez proyectos y eso le llevaba a sacar alguno adelante porque, como reconocía él, no podía decirle que no a todos.
Uno de esos proyectos en los que escuchó el no, era seguramente uno de los que más merecía haber sido aprobado, aunque eso no dependía solo de una DAT. Se trataba de instalar placas solares. Cristóbal había buscado quien le hiciera un proyecto que le aseguraba amortizar la inversión en tan solo ocho años, haciendo energéticamente autosuficiente al centro educativo. Y con ese proyecto, y algunos más, se presentó una de las veces en su despacho. Reconozco que no había pensado en ello hasta que me contó su idea, con un entusiasmo contagioso, a pesar de haber recibido una negativa. Desde entonces, la propuesta de hacerlo en todos los centros educativos públicos también forma parte de mis demandas insatisfechas en educación, que espero ver algún día hechas realidad.
No es difícil entender lo positivo de la idea. Con una inversión relativamente pequeña, que se recuperaba en menos de una década, y que en la actualidad seguramente se haría en un tiempo más corto porque los costes han bajado enormemente, se puede conseguir que el centro educativo genere la suficiente energía eléctrica como para cubrir su consumo habitual y, con facilidad, para aportar el sobrante a su entorno y recibir fondos económicos por ello. Esto solucionaría en gran medida, y en muchos de forma completa, la escasa financiación habitual que los centros públicos reciben desde las administraciones públicas para sus costes de gestión y mantenimiento diario.
Imaginemos qué podría hacerse aprovechando esa instalación solar.
Por supuesto, como acabo de expresar, lo primero sería conseguir que los centros educativos generaran la energía que consumen diariamente, pero no solo eso. Debemos tener en cuenta que las placas recogerían energía todos los días del año, mientras que en actividades escolares solo consumirían menos de 200 días, si contamos los que son lectivos y otros en los que hay trabajo docente aunque no haya alumnado; si bien es cierto que el consumo en estos últimos es sensiblemente inferior que en los aproximadamente 175 que están funcionando a tope.
Es decir, que se recogería mucha más energía de la necesaria para que los centros educativos cubrieran sus necesidades diarias. Bastaría con conectar las instalaciones solares a las redes de distribución y contabilizar consumos de ésta por defecto y aportaciones a la misma por exceso. El saldo, seguro que será positivo para los centros educativos públicos. No solo es un camino adecuado y obligado en la búsqueda de la sostenibilidad energética, sino que también es rentable económicamente para las Administraciones públicas.
Se recogería mucha más energía de la necesaria para que los centros educativos cubrieran sus necesidades diarias
Estas instalaciones, como hacen empresas e instituciones que las colocan, podrían ubicarse de manera que también sirvieran de techados para los aparcamientos internos de los centros. Y, claro está, para que todos los vehículos de la comunidad educativa que se aparcan dentro pudieran tener suministro eléctrico gratuito, fomentando con ello el uso del vehículo eléctrico por las personas que acuden al centro educativo diariamente. Seguro que esta medida también ayudaría económicamente al personal de los centros educativos, puesto que podrían evitar costes por las recargas. Si viven cerca, con la carga diaria en el centro podrían cubrir sus necesidades habituales de consumo eléctrico. Y, con un Gobierno autonómico adecuado, poner en marcha importantes ayudas específicas para las comunidades educativas en el sentido de que les animen a cambiar hacia vehículos de contaminación cero, sería un complemento magnífico.
Hablar de vehículos no debe entenderse sólo como hacerlo sobre coches. Potenciar la bicicleta eléctrica debería ser también una prioridad. Para el alumnado, de forma especial, este sistema de transporte debería ser una alternativa mayoritaria, desde muy temprana edad pero, sobre todo, desde aquellas en las que empiezan a desplazarse a los centros sin acompañamiento adulto. Tener en esos aparcamientos zonas destinadas a la recarga de estas bicicletas no sería algo inútil; al contrario, ayudaría a generar una educación integral en el que la sostenibilidad no fuera únicamente algo que apareciera en los libros de texto, sino que se practicara diariamente desde muy temprana edad. Y el control de estas zonas no es algo difícil de conseguir con el personal suficiente; sus costes salariales no pueden ser una excusa, porque la necesidad actual de incrementar las plantillas del personal de administración y servicios es alarmante. Potenciemos y aprovechemos una mayor presencia de este personal.
Sí, el riesgo en los viajes en bici se pueden minimizar
Hay muchas familias que tendrán reparos a este impulso a los desplazamientos en bici de sus hijas e hijos. Se pueden entender, aunque en muchos casos es también una excusa para seguir usando el vehículo privado para llevarlos y recogerlos de los centros educativos. Dicho sea de paso, estas dobles e incluso terceras filas en las puertas de los centros se deben terminar. Así como cambiar el papel de la policía municipal, que en los momentos de entrada y salida han pasado de vigilar que se respeten las señales y los pasos de peatones para garantizar la seguridad de los peatones, especialmente de los menores, a convertirlos en meros aparcacoches. En lugar de multar a quienes aparcan mal, se dedican a ayudarles a dejarlos mal estacionados pero sin que interrumpan demasiado la circulación. Esto debe cambiar.
Una sociedad que ha dado más espacio a los coches que a los peatones no es un buen punto de partida para convencer a las familias para que apuesten por los desplazamientos en bici
Estos miedos de las familias son lógicos. Una sociedad que ha dado más espacio a los coches que a los peatones, y unos gobernantes que nos han hecho creer que pintar unos símbolos en el suelo convierten carriles de coches en nuevos carriles bici seguros, no son buenos puntos de partida para convencer a las familias para que apuesten por los desplazamientos en bici. Solo hace falta ver lo que ocurre diariamente con la circulación de vehículos en nuestras ciudades, y lo peligrosos que son la inmensa mayoría de los supuestos carriles bici que están pintados sobre aquellos donde también transitan los vehículos que tienen más de dos ruedas. Unos y otros, bicis y coches, se molestan mutuamente, y se generan demasiadas situaciones de riesgo, en especial para quienes se desplazan en las bicis como es obvio.
Así que, constatado que el camino de pintar carriles bici que son también para otros vehículos no es el más adecuado. Y que potenciar el uso de vehículos eléctricos con seguridad no es sencillo con el formato actual, debemos cambiarlo. Por ello, apuesto por la generación en las ciudades de redes de calles para uso exclusivo de bicicletas, que recorran y atraviesen las ciudades, y que ayuden a conectar, para empezar, los centros educativos públicos, así como otros centros igualmente públicos. Es decir, impulsar la idea de los caminos escolares seguros, que las asociaciones de madres y padres del alumnado llevan planteando desde hace varios lustros, con éxito relativo hasta la fecha.
En mi opinión, sería muy positivo que todo lo anterior nos lo tomáramos en serio, como debemos hacer con todo lo relativo a la sostenibilidad medioambiental. El planeta no espera, sigue avanzando en nuestra desaparición como especie nociva para la vida en la tierra, porque nos hemos empeñado en demostrar que somos el problema, por lo que nuestra extinción parece ser la única salida que le va quedando para superar los desastres medioambientales que provocamos.
1 comentario
en Alemania tienen placas en los centros educativos hace años, pero la pretendida autonomía de los centros en España no funciona, ¿por qué? porque no hay dinero para nada, todo son subvenciones europeas para ordenadores y pizarras digitales y los presupuestos ordinarios de los centros son cada vez más exiguos, no se ve más allá de ir reparando lo del día a día, los edificios viejos se caen a cachos…