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Hace algunos años, recién llegada a mi nuevo instituto, el IES María Guerrero de Collado Villalba (Madrid), me vi al frente de un grupo reducido de 2º ESO integrado por estudiantes cuyas familias procedían de muy diversos contextos geográficos y culturales. Como en cualquier otro curso, su devenir alternaba y conciliaba una parte planificada y otra abierta a la fecundidad de lo imprevisto.
Así, cuando abordamos en clase la reflexión gramatical en torno al verbo, sucedió algo precioso fruto de las aportaciones de cada uno de los estudiantes del grupo y que nos tuvo ocupados unas cuantas sesiones. Cada día recapitulábamos por escrito lo aprendido en la sesión anterior y, al término de la secuencia, decidimos publicarlo en la web del instituto. Como esta se cambió hace algún tiempo y se perdieron en el camino muchos de sus contenidos, creo que puede ser oportuno dejar testimonio de lo que allí ocurrió.
Cedo, por tanto, la palabra a mi alumnado, a quien desde aquí reitero mi agradecimiento por lo mucho que aprendí con ellos.
De los verbos a nuestras lenguas
Somos Sevgi, Fátima, Ornella, Julia, Said, Kate, Aarón, Georgi, Alejandro y Mario, y estamos en uno de los grupos flexibles de lengua de 2º de ESO. Lo que contamos a continuación es cómo, a partir del estudio del verbo, hemos puesto en común lo que cada uno sabíamos de cómo “funciona” el verbo en otras lenguas, en nuestras otras lenguas. Lo que aquí se cuenta es lo que hemos ido haciendo día a día. En la redacción nos ha echado una mano nuestra profesora de lengua.
Al empezar a estudiar el verbo hemos visto la cantidad de formas verbales que existen en español: bailo, bailaba, hubiera bailado, bailé… y hemos estado hablando de los diferentes usos de cada una de ellas.
Después, al compararlo con el inglés, nos han llamado la atención dos cosas. Primero, que el inglés tiene menos formas verbales que el español. Segundo, que el verbo no cambia aunque el sujeto sí lo haga. Solo en el presente se le añade una “s” a la tercera persona del singular (I sing, you sing, he/she sings).
A continuación, aprovechando que somos una de las clases más plurilingües del instituto, hemos decidido hacer un análisis comparativo del verbo en distintos idiomas.
Ha empezado Sevgi, que sabe búlgaro y turco. Escribió primero el presente de indicativo del verbo “cantar” y nos llamaron la atención varias cosas: tiene un alfabeto un poco diferente al del castellano, suena distinto y, como en español, cambia la terminación del verbo según sea el sujeto. Por ejemplo:
Después, la propia Sevgi nos ha escrito el verbo “hablar” en turco. ¡Bueno, solo el presente!, aunque cuando le preguntamos si en turco había también presente de indicativo y de subjuntivo dudaba un poco. Le parecía que sí.
Del turco nos llamó la atención que se parecía más al alfabeto español de lo que imaginábamos y sin embargo la pronunciación nos parecía más difícil que la del búlgaro. Una cosa curiosa del turco es que no tiene dos pronombres diferentes para “él” y “ella”, sino que siempre es ó. De nuevo veíamos que al conjugar el verbo la primera parte permanecía invariable y lo que cambiaba era la terminación.
Al día siguiente le tocó el turno a Fátima, que también es trilingüe ya que además de español sabe marroquí y bereber. Fátima empezó escribiendo el presente del verbo cantar en marroquí, que es como se llama el árabe hablado en Marruecos.
Menos a Said, a los demás todo nos resultaba extraño. En primer lugar, el alfabeto, tan diferente. En segundo lugar, ver que se escribía de derecha a izquierda. En tercer lugar, nos llamaba también la atención su pronunciación, en la que sonaban muchas jotas. Por último, una cosa muy curiosa fue descubrir que el árabe tiene un pronombre diferente para el “tú”, según se trate de un chico o una chica. Como se ve en el ejemplo hay una raya que cambia de posición: cuando nos dirigimos a un chico se pone arriba; cuando nos dirigimos a una chica, abajo:
Entre otras muchas cosas, Fátima nos ha explicado que en Marruecos hay muchas más diferencias entre el lenguaje de la escuela y el de la calle que en España.
Pero como ella es de Alhucemas, sabe también bereber o rifeño. El bereber es una lengua que se habla en la región del Rif, al norte de Marruecos, y que no tiene nada que ver con el árabe. Es una lengua que no tiene tradición escrita, por lo que no se estudia en las escuelas, pero se transmite de generación en generación de padres a hijos. De hecho, Fátima dice que conoce mejor el rifeño que el marroquí porque es la lengua que habla en casa.
Luego le hemos pedido que nos dijera una misma frase en rifeño y en marroquí, para ver si notábamos las diferencias. Sólo algunos de nosotros éramos capaces de percibirlas. La profe nos miraba asombrada.
Al día siguiente –porque esto nos ha llevado varios días– le tocó el turno a Georgi, que nació en Rumanía. Por aquello de seguir jugando a ver un mismo verbo en diferentes lenguas le hemos pedido que nos escribiera también ella el presente del verbo “cantar”. Esto es lo que ha escrito:
Enseguida nos llamó la atención que los pronombres son muy parecidos a los españoles. Ornella, que aunque es uruguaya sabe un poco de italiano ya que sus bisabuelos nacieron en Italia, nos dijo que los pronombres en rumano y en italiano eran casi idénticos: io, noi, voi, coinciden en las dos lenguas. Sevgi nos dijo que “noi” y “voi” también le recordaban al ruso. Sí, Sevgi sabe también un poco de ruso.
Volviendo al rumano vimos que también el verbo “cantar” era muy parecido al español. Dos cosas cambiaban: la terminación (es decir, los morfemas de persona y número) y unas rayas o guiones que aparecen a veces encima de la “a”. Georgi nos explicó que servía para diferenciar dos vocales distintas: la “a” con guion se pronuncia de una manera y sin él de otra.
Como nos sorprendió lo parecido que era el rumano al español, le pedimos que nos dijera también algunas formas de saludo y despedida, los números, los colores, etc. Lo entendíamos todo bastante bien. Entonces comprendimos por qué se dice que el español y el rumano son de la misma familia, como lo son todas las lenguas que proceden del latín.
Bien diferente sin embargo resultó ser el quechua, una lengua hablada hoy en Ecuador y en Bolivia, y que se hablaba ya antes de la llegada de los europeos a América en el siglo XV. Nuestra “maestra” en este caso ha sido Kate. Ella en realidad no habla quechua, pero sí su tía, a quien le ha pedido ayuda. Kate también escribió en la pizarra el presente del verbo “cantar”, que en nada se parece al español. También nos indicó cómo debíamos pronunciarlo, porque en el quechua cambia un poco la pronunciación con respecto a la escritura. Nos resultaba tan extraño y tan diferente, que le pedimos que nos escribiera además alguna expresión (como “hola”) y los números. Nada que ver con el español ni con las lenguas romances. Y, sin embargo, al conjugar el verbo se sigue manteniendo la raíz (o lexema) y sigue variando la terminación (los morfemas). Es decir, que hay cosas en la que muchas lenguas se parecen por más que en otras no tengan nada que ver.
Todo ello nos ha despertado la curiosidad por conocer las familias de lenguas y hacer una especie de árbol genealógico. Y, desde luego, nuestro deseo de aprender más y más lenguas.