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A lo largo de mis cuatro años en el Grado de Educación Primaria y ahora en el máster que estoy cursando, siempre que hablamos acerca de atención a la diversidad e inclusión me plantean dos argumentos: “Cuando entres a la escuela te llevarás una bofetada de realidad” y “eso que dices está muy bien, pero ¿qué harías tú si tienes un alumno autista que se autolesiona y es sensible al ruido?”. El grado de la experiencia puede ser un valor de sabiduría, sin embargo, esta no queda exenta de que la práctica haya sido errónea; y la solución como vía de receta no es un indicio adecuado para construir una práctica con un verdadero valor educativo. El aprendizaje no puede medirse, y aquello que supuestamente puede cuantificarse no se puede considerar educativo, dado que el conocimiento social es inabarcable y lo que puede ser una oportunidad de aprendizaje para unos, para otros a lo mejor no.
El docente como técnico ciñe su práctica a la eficacia y al control, en cambio, para transformar el contexto y la propia acción educativa se tiene que problematizar el aula para generar las mejores condiciones de aprendizaje (Kemmis y McTaggart, 1988). Es necesario que el maestro o la maestra asuma su responsabilidad como agente educativo, pues para poder sobrevivir a este sistema asfixiante es necesario un docente crítico, investigador, culto y reflexivo.
Comprendo que, desde mi humilde opinión, un docente en activo pueda sentirse atacado, pero el mundo de la educación ha de comenzar a estudiar e investigar que no existen dos modelos de educación, sino que se ha de construir un proyecto educativo que atienda a todas las áreas del desarrollo y transformar el concepto de inteligencia.
Hemos de modificar nuestro lenguaje para configurar nuestro pensamiento (Vygotsky, 2022), dado que seguir manteniendo las estructuras de una educación “especial” perpetúa la diferencia como una cosa inamovible y determinada. Los seres humanos nacemos en este mundo como un ser inacabado que necesita de la educación y de la cultura para seguir construyéndose (López Melero, 2015; Bruner, 1991).
Como docentes hemos de asumir un compromiso ideológico sustentando en los valores democráticos y derechos humanos
El currículum y la pedagogía en la que se sustenta esta perspectiva limitante y no realista se enfoca en una etapa concreta del desarrollo que ya se ha efectuado, teniendo como resultado el fracaso, puesto que el aprendizaje ha de preceder al desarrollo para no retrasarlo (Vygotsky et al., 1986). Se trata de cualificar los contextos familiares, sociales y escolares porque si estos no ofrecen oportunidades que ayuden a desarrollar ciertas peculiaridades “independientemente de ser una dificultad estructural o funcional […], es a través de las relaciones sociales como los seres humanos llegamos a ser personas deficientes” (López Melero, s.f., p.6). Es necesario centrar la mirada y la atención en cómo construimos nuestros contextos para dejar de señalar a la persona. Este cambio te lleva a comprender que la educación ha de ser una experiencia en valores (López Melero, 2003) y que la diferencia ha de ser vista como un valor enriquecedor dentro del aula. Conlleva que como docentes hemos de asumir un compromiso ideológico sustentando en los valores democráticos y derechos humanos que abogue por una educación de calidad y equitativa.
No trato de imponer mi pensamiento desde una visión hegemónica, pero pienso que hemos de ser conscientes. Es necesario realizar una introspección para darnos cuenta de que la discapacidad es un constructo social y cultural, pues como bien decía Maturana (1994) en la biología no existen discapacidades, ni minusvalías. Con ello, no niego la diversidad ni la peculiaridad de todas y cada una de las personas, pero cuando uno es docente ha de decidir si quiere acercarse al ser humano en su pura esencia o al diagnóstico que supuestamente lo define.
Si entender el mundo de esta forma me hace ser una persona utópica y que no vive la realidad, seguiré hacia delante, dado que como bien expresaba Galeano (1998) es la utopía lo que te mantiene vivo para seguir caminando. A mi parecer, tener este enfoque socio-constructivista y crítico, no te hace ser una persona sin sentido y sin razón, pues considero que la educación es una rama de la ciencia y lo que se trabaje dentro de un centro educativo ha de tener un valor científico, pedagógico, así como de otras ramas del conocimiento. La neurociencia nos ha mostrado la gran plasticidad del cerebro. Eagleman (2024) explica que nuestro sistema nervioso tiene miles de millones de neuronas, y perdonar mi atrevido comentario, pero creo que es imposible que ante tal magnitud de conexiones sinápticas no exista espacio para el aprendizaje.
En definitiva, como bien dice mi amigo López Melero (2018), todas las personas son competentes para aprender y debe de ser la escuela la que cumpla no solo con el derecho de acceder, sino de ofrecer oportunidades reales de aprendizaje, pues hemos de educar a personas críticas, pensantes y que sepan convivir independientemente de sus peculiaridades.
Referencias Bibliográficas
Eagleman, D. (2024). Una red viva. Anagrama.
Galeano, E. (1998). La escuela del mundo al revés. Siglo XXI.
Kemmis, S. y McTaggart, R. (1988). Cómo planificar la investigación-acción. Laertes.
López Melero, M. (2003). El Proyecto Roma: una experiencia de educación en valores. Aljibe.
López Melero, M. (2018). Fundamentos y Prácticas inclusivas en el Proyecto Roma. Morata.
Vygotsky et al. (1986). Psicología y Pedagogía. Akal.
Vygotsky, L.S. (2022). Pensamiento y Lenguaje (1ªed.). Paidós.