Cambiar unas salchichas procesadas por unas judías guisadas. Sustituir los postres azucarados por fruta de temporada y dejar que la carne roja sea la protagonista de solo una comida a la semana. Esta es la apuesta de mejora por los menús de las escuelas del Ajuntament de Barcelona, con el programa Menjadors escolars més sans i sostenibles. Esta iniciativa, supervisada por la Agència de Salut Pública de Barcelona (*SPB) y que cuenta con el apoyo del Consorci d’Educació, llegará este curso a 30 centros de la capital catalana.
“El comedor escolar es un espacio educativo importantísimo. La infancia es un momento determinante para la salud futura, porque es cuando se aprenden los hábitos que perdurarán. Es por eso por lo que es clave que en los comedores enseñemos a comer de manera saludable”, explica Maribel Pasarín, directora del departamento de Promoció de la Salut de la ASPB. Conscientes de la importancia del espacio de comedor, la Agencia hace años que acompaña el Ayuntamiento y las escuelas en la promoción de comidas más saludables, pero ahora, con el programa Comedores escolares más sanos y sostenibles han hecho un paso más y han elaborado menús equilibrados que suplen las carencias que había hasta ahora, tanto en las escuelas como en los hogares
Y es que, según una evaluación de los centros escolares realizada por el ASPB, aunque el cumplimiento de los criterios de alimentación saludable es elevado, ninguna escuela respetaba la recomendación de la OMS de servir máximo seis raciones de carne al mes y mínimo 6 raciones de proteína vegetal por comida. De hecho, el 67% de los centros no ofrecía ninguna comida de legumbres o cereales como segundo plato y el 33% restante solo lo hacía una vez por semana. Así, una de las propuestas de la Agència de Salut Pública es convertir una comida de judías guisadas y pescado enharinado, por otro con arroz integral con pisto y judías guisadas con setas.
“No se trata de dejar de comer carne o pescado; de hecho, no se trata de dejar de comer nada. La propuesta es consumir menos proteína animal y cambiarla por proteína vegetal, que tiene otros nutrientes que de otra manera no podemos obtener”, explica Pilar Ramos, psicóloga y responsable de los programas de alimentación en ámbito escolar del ASPB. “Los niños y niñas no solo van a la escuela a aprender mates y catalán, sino que les tenemos que enseñar hábitos que repercutirán en su salud futura”, añade. Por eso, la pedagogía es una parte importante del programa de comedores saludables. Se ha hecho formación con los servicios de cocina de los comedores, con el equipo de monitores y monitoras que han “de acompañar los niños en la educación de su paladar”. Y también con las familias.
Un segundo sin carne también es un segundo
La escuela Ramon Casas es uno de los seis centros que, el curso pasado, participaron de la prueba piloto del programa ‘Menjadors escolars més sans i sostenibles’ y aseguran que la implementación de los nuevos menús ha estado positiva, aunque “todos los cambios cuestan”, afirma Nuria Buyreu, directora del centro. “Nos hemos encontrado con familias que no entendían un menú que, según ellas, no tenía primero y segundo. Hay quién tiene muy puesto en la cabeza que una comida, si no tiene carne, no tiene segundo”, explica Buyreu. Por eso, el centro hizo mucha divulgación a través de mails y encuentros con las familias sobre el proyecto. Incluso hicieron uso del diario del barrio para publicar artículos explicando los beneficios de la proteína vegetal.
Desde la Agència de Salut Pública también han hecho un esfuerzo pedagógico y comunicativo de cara a los centros y las familias, destacando la importancia de una alimentación equilibrada. “Hicimos cuestionarios para saber qué pensaban las familias de los nuevos menús y vimos que había asentados una serie de mitos y falsas creencias sobre la proteína vegetal”, explica Pilar Ramós. Estos mitos pasan por creer que los niños se quedarán con hambre si no comen carne o que las verduras y legumbres no aportan la energía necesaria. “La carne tiene un valor cultural muy alto que roba espacio a otros alimentos que estamos dejando de consumir y tenemos que identificar por qué”, añade la psicóloga.
Si bien es cierto que el 42% de alumnos de Barcelona usan el servicio de comedor y que la comida es nutricionalmente muy importante, los niños realizan el 90% de las comidas fuera de la escuela. Por eso, desde el ASPB y los centros también se trabaja al hacer recomendaciones de cenas saludables y equilibradas, teniendo en cuenta las comidas del comedor. Es el caso del centro Ramon Casas, que hace recomendaciones de comidas en su web, donde también publica reseñas sobre alimentos saludables y explicaciones de los riesgos de ciertos alimentos procesados. “No dejamos que los niños lleven zumos de brick, ni nada procesado: solo bocadillos y fruta. Ahora bien, no sabemos qué comen para almorzar ni cenar en casa”, reflexiona la directora.
El 90% de las comidas se hacen fuera de la escuela
Según datos de la misma Agencia sobre los hábitos alimentarios en los hogares, el 78% de los niños de 3 y 4 años y el 42% de los adolescentes de 13 a 19 comen carne tres o más veces en la semana, umbral por encima del cual se considera que se hace un consumo excesivo. El 43% de los niños de 8 y 9 años toman bollería y el 80% de los adolescentes toman refrescos por encima de la frecuencia recomendada, lo cual quiere decir más de tres veces al mes. Así, el 13% de los niños de 8 y 9 años sufren obesidad.
«Tenemos que hacer mucha pedagogía con las familias porque, si bien la escuela es un actor importante, no es el único determinando para conseguir un cambio”, apunta Maribel Pasarín. En esta línea, la directora del centro Ramon Casas recuerda que, al inicio de curso, después de seis meses sin asistir a clase debido al confinamiento, los niños y niñas tenían hábitos alimentarios diferentes. “En los hogares de familias que no les gusta o no saben cómo incorporarlas, durante los meses de confinamiento no se comieron verduras ni legumbres”, explica Buyreu.
Por eso, a pesar de que el programa ‘Menjadors escolars més sans i sostenibles’ prevé que los niños acaben siendo parte activa en el diseño de los menús, por ahora han priorizado hacer pedagogía con los adultos: “son los centros, los servicios de cocina o las familias las que deciden qué comen los niños cada día”, dice Ramos. Un cambio de alimentación en la infancia tendrá consecuencias positivas para la salud a largo plazo, pero no solo de los niños, sino también de los adultos que los acompañan. “A menudo, los niños y niñas influyen en la vida de los adultos más de lo que nos pensamos”, añade la psicóloga.