La escucha atenta de la vida colectiva es una buena manera de educarse uno mismo. Cada día, los medios de comunicación y las redes de Internet recogen varias noticias sobre incertidumbres ambientales que proporcionan excelentes materiales curriculares para la escuela; mucho más vivos que los que contienen los libros de texto. Debemos hablar de ellas con los escolares porque les facilita su comprensión; sirve para que se posicionen individualmente en relación con el asunto tratado y así es más probable, nunca seguro, que participen en su mejora. Se trata de hacer realidad la escuela de la vida, escrita en episodios cotidianos.
Hoy tenemos la certeza de que una de esas incertidumbres, el calentamiento global, se nota más en la región ártica que en el resto del mundo: la capa de hielo viejo –la tapa del cofre ártico– apenas ocupa en algunos periodos un 6% de la que tenía hace unos 30 años. Hace unas décadas los rompehielos solo conseguían cruzar el Ártico cuando se debilitaba en verano. Su desaparición realimenta el cambio climático pues ya no refleja la luz, añade aguas más cálidas a los mares, cambia las propiedades y dinámicas de las masas de agua, etc., y provoca que los aires que fluyen hacia las zonas limítrofes del sur sean más calientes y acrecienten los deshielos continentales. En Groenlandia hubo un momento en el mes de julio del pasado año en el que el 97% de su superficie helada estaba cubierto de agua de fusión. Pocos libros de texto hablan del asunto, pero Internet lo recoge, y lo vemos en Youtube.
Ese cofre del clima, que tanto influye en la corriente termohalina –la que cambia aguas costeras y calor entre Europa y América con el resto del mundo- está variando su función y dinámica. Si la capa de hielo desaparece del todo, no sólo se inundarán muchas playas por todo el mundo, sino que las radiaciones solares llegarán a las plataformas continentales del océano y zonas aledañas, calentarán el permafrost y se liberará el metano capturado, que es mucho más letal que el CO2 en la generación del efecto invernadero. El deshielo ártico ha provocado las apetencias energéticas de Rusia, China y los países ribereños de ese océano. A ellos no se sabe si los hará ricos; al resto del mundo lo empobrecerá con seguridad. Los científicos nos dicen que esto no ha hecho nada más que empezar. Por eso, hagamos caso a Greenpeace y otras ONG y “salvemos el Ártico”, o lo que queda de él. ¿Cómo? Hablando del asunto en clase, apuntándonos a la reducción de las emisiones de los gases de efecto invernadero, presionando a nuestros políticos, haciendo una buena gestión ambiental en los centros educativos y en nuestras casas. Por cierto, hay otro cofre que tiene el seguro estropeado en la Antártida y resiste a duras penas; las tapas de los glaciares alpinos o andinos hace días que no cumplen bien su función.