Los prejuicios y falsas creencias ligadas al sexo de nacimiento, sobre las características cerebrales de mujeres y hombres son tan persistentes en el espacio y el tiempo como insistentes en los modelos y expectativas que sobre las jóvenes y los jóvenes se tienen todavía.
Es esta una cuestión de orientación personal, académica y profesional. Cuando niñas y niños se proyectan hacia la edad adulta, se ven o no se ven allá donde se muestran o no se muestran.
Supongo que la mayoría de personas que me están leyendo en este momento habrán observado cómo, en lo que va de siglo, todo se ha vuelto a separar por sexos, todo se ha vuelto a pintar de azul y de rosa y la paleta de colores se ha empobrecido enormemente hasta el punto de que niñas y niños apenas pueden jugar a las mismas cosas o ver programas de televisión que les gusten igualmente. Cada vez más oímos a pequeños y pequeñas de educación infantil decir que algo no les gusta o no lo quieren hacer “porque es de chicas” o “porque es de chicos”. Claro que también hay muchas mamás y papás seducidos por las nuevas feminidades y las nuevas masculinidades, que de nuevas tienen poco. Para ellas profusión de tules, brillos, mariposas, lazos, purpurinas y princesas pavas y pasivas. Para ellos profusión de monstruos, superhéroes y victorias competitivas emocionantes.
Estamos hablando de la edad infantil, pero así siguen creciendo y cada vez hay menos cosas, actividades, hobbies, juegos y entretenimientos que unan a niñas y a niños. Como se desarrollan distintas habilidades y cualidades en cada parte de la pantalla -rosa y azul- llegamos a creer que ellas y ellos nacen con diferencias insalvables, no educables de otro modo y así se suele pregonar a los cuatro vientos: las niñas son más dulces, cuidadosas, tranquilas, detallistas y cariñosas, aunque hipócritas, que hacen el mal por debajo. Los niños son más valientes, curiosos, espabilados, descuidados, agresivos, ingeniosos y creativos, pero noblotes, que hacen el mal sin disimulo, en las guerritas “sin importancia” que se suelen montar para divertirse y entretenerse.
Así es que cuando van creciendo y tienen que ir orientándose en sus proyectos de vida, tienen bien aprendidos sus roles: para qué sirven y qué les debe gustar. En esta proyección hacia el futuro -sexista donde las haya- ellas no se ven donde no se ven y ellos tampoco. Me refiero a las imágenes y textos escolares, a las series, los dibujos, los lenguajes, las pantallas, los juegos digitales o electrónicos.
Las chicas se proyectan hacia estudios y profesiones de estética, decoración, gestión, ayuda, asistencia personal, educación, mediación, ciencias de la salud…, con resultados buenos, en general. En estas áreas no tienen cabida las carreras llamadas STEM (Science, Technology, Engineering, Mathematics), hacia donde las niñas ni siquiera miran, aunque sus competencias académicas y sus inclinaciones personales lo aconsejaran. Pero tampoco nadie las hace mirar y las pone frente a sus posibilidades y cualidades. De hecho hay un déficit espectacular de alumnas en la FP tecnológica y en las ingenierías, sobre todo en la informática. Las industrias no reciben apenas currículums de chicas tituladas en estas especialidades. Y, ahora, está siendo estudiado por primera vez el fenómeno de la falta de talentos femeninos en las empresas de tecnología e ingeniería como una pérdida. Algunas de las que han terminado sus carreras en estos campos optan por la enseñanza. Se minusvaloran a ellas mismas como talentos creativos e impulsores de innovación.
Otro sector en el que se nos pierden las niñas es el del deporte de equipos, de altura y continuidad. Y también en la actividad física de alto rendimiento.
¿Qué ha pasado para que esto suceda? ¿De verdad creemos que a casi ninguna le gusta? ¿Seguimos pensando que las mujeres tienen talentos rutinarios y relacionales sobre todo? ¿Es posible que los estereotipos y prejuicios ancestrales sigan actuando de manera tan certera y exitosa? ¿Creemos que ellas serán más capaces de terminar carreras “fáciles” y de ejercer tareas que no tengan que ver con liderazgo, toma de decisiones o innovación?
No es cuestión fisiológica, no sigamos en este engaño. Entre la diversidad humana hay cerebros de toda índole: más o menos susceptibles de desarrollar unos conocimientos u otros. “El seso no tiene sexo”, dijo ya en el siglo XVIII la ilustrada británica Mary Woolstonecraft, respondiendo a los prejuicios de Rousseau, que pretendía amaestrar a las niñas de manera que se adecuaran a los roles sociales, bajo el discurso de la “naturaleza diferencial” en función del sexo.
Las chicas de casi todos los lugares del mundo van eligiendo ahora lo que antes se les imponía: se retiran con gusto a criar, aceptan peores salarios, no optan a tiempos y espacios propios, sufren ansiedad, insomnio y malestar vital y no ven que pueda ser de otro modo.
Nos las estamos perdiendo.