Alizee, Erika, Iratxe, Judith, Miguel, Nerea, Noelia, Rubén, Samuel, Santi y Sayma no están preocupados este año por la carta a los Reyes Magos. Están más pendientes de la que han remitido Comité de los Derechos del Niño del Alto Comisionado para los Derechos Humanos (ACNUDH), con sede en Ginebra. En ella lamentan que “los tribunales no saben el dolor que sienten las personas desahuciadas”, que “los niños sufren y parece que a nadie importa” o piden que se pongan “en la piel de las personas a quienes se les quita el hogar”. Relatan también sus vivencias: “Como niña, sé que empezar de cero da mucho miedo por dejar a tus amigos, tu casa, y no saber qué hacer”, confiesa Nerea.
Todos ellos son niños, niñas y adolescentes de 5 a 12 años, hijos de familias con problemas de vivienda vinculadas a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) Madrid. En algunos casos, han vivido un desahucio, o más de uno. En otros, el suyo, el de su familia, se ha conseguido paralizar, pero todos han sufrido de cerca todo el proceso de años de precariedad y, en muchos casos, de silencio culpable, que rodea estas situaciones. Los 11, además, participan en la Escuela de Derechos de Infancia de PAH Madrid, que ha aprovechado para enviar sus cartas en la cuenta atrás para el 22 de enero.
Rendición de cuentas
Ese día, en Ginebra, tendrá lugar un acto en que la ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Dolors Montserrat, dará cuenta de qué se ha hecho en España en materia de infancia en los últimos cinco años. A partir de ahí, el Comité de Derechos de Infancia de las Naciones Unidas presentará su resolución. “A ese foro acudiremos de oyentes, una delegación de niños y adultos, porque queremos que se nos vea, que se recuerde que se han vulnerado derechos, y que conste en la evaluación, que esperamos que sea rotunda”, relata Mercedes G. López de Rodas, colaboradora de la Escuela de Derechos de Infancia de PAH Madrid.
“Esperamos que el Estado garantice el derecho a la vivienda, fundamental, pues sin él el resto se ven perjudicados”, proclama Marga Rivas, activista de la escuela, en un pasaje del corto Ginebra, que relata la iniciativa de las cartas al ACNUDH (de los niños y niñas pero también de representantes adultos del colectivo Infancia y Desahucios), inserta dentro de la campaña Llaves Sin Hogares.
Con ella piden la paralización de todo tipo de desahucios de primera vivienda que afecten a niños, niñas y adolescentes, siempre que no haya una alternativa habitacional digna; el fomento de políticas públicas que permitan el acceso a alquileres sociales a las familias afectadas; el apoyo en el pago del alquiler a través de ayudas públicas; el ofrecimiento de realojos, incluso en casos de ocupación, cuando las personas se encuentren en estado de necesidad y el cumplimiento del derecho de arraigo para que los niños y niñas puedan permanecer en sus barrios y centros educativos.
Protagonismo infantil
La escuela, que comenzó su andadura en abril, gracias al trabajo voluntario de PAH Madrid, Qiteria y Enclave de evaluación, englobadas bajo el paraguas de Infancia y Desahucios, se trata de una experiencia única en todo el territorio (aunque desde distintos lugares han mostrado interés por conocerla). “Existen otros espacios, importantes como punto de encuentro, pero hasta donde sabemos no con esta óptica de derechos, potenciando que los niños y niñas aprendan a organizarse y ser ellos mismos quienes los defiendan con acompañamiento pedagógico adulto. El protagonismo infantil, que en otros lugares como América Latina está mucho más trabajado, aquí es clave” señala G. López de Roda.
Los talleres son los sábados por la mañana, cada dos semanas, en la sede de la PAH Madrid, y aparte de las actividades lúdicas incluyen dinámicas que convierten a los niños y niñas en investigadores y en reporteros de derechos: definen lo que para ellos son derechos, estudian la Convención de Derechos de Infancia de 1989, analizan cuáles se cumplen y cuáles no… y elaboran una bitácora, o se dedican a analizar refranes que hacen referencia a la infancia: “Los revisamos, vemos juntos lo que quieren decir y analizamos el adultocentrismo presente en la sociedad, por ejemplo, en ese rotundo ‘Cuando seas padre comerás huevos’”, prosigue Mercedes.
Miedo a la oscuridad
La escuela ha surgido, en realidad, a raíz del estudio Te quedarás en la oscuridad, que las tres asociaciones publicaban hace ahora un año. En él se rescataba a los niños y niñas víctimas de problemas de vivienda del segundo plano en que hasta entonces se habían encontrado y se les invitaba a expresar en primera persona sus alegrías, tristezas, sueños y miedos: “Miedo a saber que te quedarás en la oscuridad, a que te olviden”, plasmaba muy gráficamente uno de esos niños, en lo que daría pie al título del estudio.
En un contexto en que los desahucios estaban prácticamente desaparecidos de los medios de comunicación –lo que no significaba que no se produjeran: fueron 60.000 en 2016 y 34.000 en los seis primeros meses de 2017, según el Consejo General del Poder Judicial, y en un 70% de ellos había menores afectados, según Unicef– el informe ponía de relieve la significación traumática de esa experiencia también para los niños y las niñas, que en muchos casos habían reproducido el patrón de aislamiento de los adultos –“Mamá llora por dentro, vale, yo también voy a hacer lo mismo”–, habían suscrito el pacto no escrito de silencio -“Yo (adulto) no te cuento y yo (niño) hago como que no sé”- o habían evolucionado hacia un “pacto del secreto”.
Fruto de los talleres que se desarrollaron las familias descubrieron que sus hijos sabían mucho más del proceso de desahucio de lo que habían imaginado y se puso de manifiesto, por ejemplo, cómo el colegio, que debería haber jugado un papel de espacio de acogida, evitaba el problema en muchos casos.
Te quedarás… era necesario por la falta de estudios que hasta entonces habían mostrado cómo ha de ser “la forma oportuna de explicar a los niños y las niñas la situación de pobreza”, en palabras de Jaume Funes, pero también porque, en un proceso similar al que se dio con los niños y niñas víctimas de violencia de género, se les rescataba de ese olvido: “No son hijos e hijas de afectados por la vivienda, son afectados. La invisibilización se daba incluso en la PAH, con los adultos desbordados, ocupados con su situación, luchando dentro del movimiento, procurando lograr unas condiciones de vida dignas para sus hijos… y olvidando que ellos también eran afectados, no solo hijos de. Nos ha costado mucho, pero ese discurso comienza a cambiar”.
En el colegio
A veces, toda esta mochila se lleva al colegio, y ni allí se libra uno de ella. “Tú eres una pobre porque no tienes casa”, le decía algún compañero a una niña del estudio. Sí, hay acoso por ser pobres, reconoce Mercedes, pero no siempre el colegio ha actuado con un entorno hostil. Cita excepciones, como cuando en un centro educativo colaboraron con una recogida de firmas de un niño afectado para presentar en un juzgado, o cuando otro centro sirvió de foro para la presentación de una niña. “Se trata de que los perciban como espacios seguros, como un contexto de amistades, de apoyo, y tenemos previsto que los niños y niñas que vayan a Ginebra puedan exponerlo después en sus colegios, sin necesidad de presentarse como afectados, porque la escuela debe ser también un espacio de protagonismo infantil”, analiza.
Iratxe tiene hoy 11 años, y está muy ocupada ensartando pendientes y llaveros de abalorios para poderse pagar el viaje a Ginebra. Iratxe es una de las 11 niñas y niños de la escuela. De la mano de su madre, Elisa de la Calle (31), llegó a la PAH con ocho años. Elisa la recuerda haciendo sus deberes durante las asambleas. Iratxe primero fue tocada por la violencia machista y después, cuando el maltratador desapareció de sus vidas, comenzaron los problemas de vivienda. Juntas –Elisa habla siempre en plural– han vivido dos intentos de desahucio y uno efectivo, en 2015, y han peregrinado por siete viviendas, lo que equivale a tres barrios y tres colegios y una importante sensación de desarraigo. Antes, Elisa se había hecho activista de la PAH –milita también en la Plataforma de Afectados por la Vivienda Pública y Social– y, por el camino, había sido despedida sin indemnización, en octubre de 2014.
Hoy viven en una vivienda pública y consideran que sus problemas han sido “secundarios” tras el episodio de violencia de género. “Iratxe tuvo un bajón de notas entonces, pero ahora es de 8 y 9 para arriba. Está en 1º de ESO, le gustaría ser veterinaria –viven con dos perros, un gorrión y una perrita de acogida– y disfruta ayudando a los demás, le encanta todo el tema de alumnos ayudantes”, relata Elisa.
Para su madre, Iratxe encaja a la perfección con esos alumnos resilientes que, según un reciente estudio de la Universidad Camilo José Cela, obtienen mejores resultados académicos: “Su capacidad de superación, de salir reforzada de los problemas, es enorme. Tanto ella como yo empezamos con el activismo antes de ser afectadas, y siempre hemos tenido esa actitud de luchar contra las injusticias. Recuerdo cómo cuando nos iban a desahuciar me preguntaba: ‘Si nos echan, ¿puedo rayar el suelo de la casa?’”.
Hitos
Habla Mercedes de “hitos” desde aquella investigación, y la escuela es solo uno de ellos: La ley 1/2013, conocida como Ley De Guindos, de medidas para reforzar la protección de deudores hipotecarios, en principio contemplaba una moratoria especial de dos años en desalojos hipotecarios solo para familias con menores de tres años si acreditaban unos requisitos de vulnerabilidad, y hoy se ha conseguido su extensión a los menores de 18. “El 29 de noviembre de 2016 se publica el estudio, y se entrega en mano al ministro Luis de Guindos y su equipo, encargados de modificar esta ley. No podemos decir que es influencia directa, pero sí sabemos que les impacta y que muy poquito después se produce ese cambio”, expone G. López de Roda.
Desde el grupo de Infancia y Desahucios sienten, además, que se están logrando triunfos importantes en este terreno, entre los que Mercedes menciona la resolución del Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Naciones Unidas (DESC), que este verano dictaminó en contra del Estado español en el caso de Mohamed Ben Djazia, Naouel Bellili y sus dos hijos menores de edad, por el desahucio de la familia en 2013: “No solo se les da razón, y se afirma que tienen derecho a una reparación por los daños en estos años sin una solución habitacional, sino que se insta al Estado y a la Comunidad de Madrid a establecer medidas para adaptar su normativa para cumplir el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y la Convención de Derechos de del Niño”. Apenas hace unas semanas el Tribunal Supremo daba la razón a otra familia porque, aunque se trataba de un caso de ocupación, había dos menores, “lo que confirma que no se puede echar a nadie con niños y niñas a la calle”, señala Mercedes.
Hasta entonces, los casos en que se tenía en cuenta el interés superior del menor se contaban con los dedos de una mano: poder posponer un desahucio hasta el fin del curso escolar, que los niños no estuvieran presentes cuando este se acometía… “Los niños y las niñas pueden estar. Desde los movimientos organizados intentamos protegerles, que no estén ese día, pero si la familia no está en contacto con el movimiento de vivienda y hay menores les echarán y dará igual que haya niños en casa, con la Fiscalía del Menor –que en cambio sí se persona si un niño ha cometido un delito– sin mover un dedo por defender los derechos de esos niños”, lamenta Mercedes, que, sin embargo, y aunque reconoce que puede ser un momento con un alto grado de violencia (“Miedo de que venga la policía con la cosa esa que tira la puerta”, decía un niño en el estudio), no es lo peor. Lo peor viene antes, y de eso ningún niño se libra, con ese proceso de precariedad en que se deja de ir a cumpleaños, a excursiones, extraescolares, de vacaciones… en que lo que hay son llamadas, cartas, gritos, lágrimas a escondidas… y culpa.