Los patios escolares, en los últimos años, se han convertido en el foco de buena parte de las actuaciones que se realizan dentro de los centros educativos. Los motivos son tan variados como los patios en sí, pero prima una preocupación por el bienestar de la infancia en todos ellos, ya sea para hacerlos más inclusivos, ya sea para que el fútbol no fagocite cualquier otra posibilidad de juego o para que niñas y niños (en las ciudades) tengan otro acercamiento a la naturaleza que en muchos casos no tendrían.
En Madrid, durante la legislatura de Manuela Carmena en el Ayuntamiento, se han desarrollado decenas de iniciativas, buena parte de las cuales han surgido de los presupuestos participativos que el consistorio puso en marcha. Pero tal vez el proyecto más importante y ambiciosos es el del Área de Madrid Salud relacionado con el desarrollo de tres experiencias piloto que plantean un nuevo modelo de patio escolar a partir de procesos de participación ciudadana. De esta experiencia surge una guía para ayudar a las comunidades educativas en sus procesos de transformación de patios para hacerlos entornos más saludables para las y los menores.
En estos días, los tres centros piloto que participaron en la propuesta están estrenando sus nuevos patios. Llegan con nueve meses de retraso, pero llegan.
Germen
El proyecto MICOS es el culpable de lo ocurrido. Se trató en su momento de un estudio de las infraestructuras municipales cercanas a los centros educativos, así como de tipologías de patios escolares de infantil y primaria públicos de la ciudad. La idea era conocer cuántos metros cuadrados y qué instalaciones había en ellos y conocer qué otros equipamientos se encontraban cerca de dichos colegios.
El proyecto saltó del Área de Urbanismo a la de Salud por un motivo claro. La transformación de los patios tiene una relación directa con la salud infanto-juvenil. en los espacios en los que solo hay canchas de fútbol (y baloncesto), con suelos cementados y poco más, niñas y niños no tienen mucha posibilidad de desarrollo psico-físico. En lugares en los que no hay vegetación ni sombra, los meses más calurosos pueden llegar a ser un problema. También, aunque aquí el proyecto no ha podido llegar a desarrollarse, estudiar cómo son las zonas circundantes al centro puede o no favorecerse que los niños lleguen andando a clase (frente al coche) y puede suponer que el alumnado esté expuesto a importantes niveles de contaminación (que pueden afectar, incluso, a su desarrollo cognitivo).
Hemos seguido, en la medida de lo posible, el proceso del CEIP Ramón María del Valle Inclán. Es un centro de línea con 158 alumnos matriculados. Principalmente de etnia gitana, que comparten espacios y tiempos con varias nacionalidades más, niños y niñas procedentes de América Latina en la mayoría de los casos. Aunque la dificultad principal es la exclusión social. Además, tiene el patio más grande de la Comunidad de Madrid (“Es una ventaja, por supuesto. Para cuidar patio no tanto, pero es un regalo”, comenta Nuria Hernández, directora del centro), dividido entre el espacio de infantil y el de primaria.
A mediados de 2017 aterrizó allí el equipo de la Junta de Distrito de San Blas, además de Pablo García, director de Participación y Paisaje y unos de los responsables del proyecto MICOS y el encargado de dinamizar el proceso participativo que debería conducir a la transformación del patio. La primera fase ha correspondido con la zona de infantil pero el diseño está planificado para el cambio de todo el patio.
En esa primera reunión consiguieron que cuatro padres y madres acudieran (el centro no tiene asociación de familias. “Es muy difícil organizar una asociación, chocan muchas culturas y ponerse de acuerdo es muy complicado”, explica Nuria). También estuvo presente una enfermera del Centro Municipal de Salud de la zona, así como representantes de diversas asociaciones, como Fundación Manantial, que realizan desde hace tiempo colaboraciones con el colegio. El objetivo era explicarles el proceso en el que se encontraban. De ahí salió el grupo motor que se encargaría, en tres meses, de la recogida de opiniones de la comunidad educativa del centro, así como de su puesta en común y, finalmente, de la planificación del proyecto hasta el final.
La Comunidad de Madrid estuvo invitada a participar en el proceso desde el primer minuto, según informan quienes lo han desarrollado, pero, dicen, quiso estar ajena a todo ello.
Pablo tiene mucha experiencia en procesos participativos, pero admite que este es el que mejores resultados ha tenido. Una conversación con él, con Nuria y con Rafael París, el jefe de estudios, desvela la conexión personal que ha habido en todo el proceso. No solo entre ellos tres. Este entenderse se ha extendido también al resto del claustro, las familias que han participado, el alumnado y las entidades que acuden prácticamente a diario al Valle Inclán.
El cole se encuentra en una zona muy complicada para la convivencia. Desde hace muchos años, la población autóctona, envejecida, ha ido cediendo espacios, primero a diferentes colectivos migrantes y, desde hace unos pocos años, a la comunidad gitana que reside en los bloques de realojo que rodean prácticamente entero el centro educativo, familias que afrontan situaciones complicadas en una zona donde la crisis ha impactado fuertemente.
Además, explica Nuria, al Valle llegan todos los niños y niñas que otros centros de la zona terminan por rechazar. Los problemas de convivencia en el barrio son latentes en algunas de las reuniones del proyecto. Tiranteces entre familias, problemas con el menudeo o la violencia, no solo física o verbal, también «urbanística» del entorno, dice Rafael París. Pistas deportivas enrejadas, descampados descuidados, una enorme lejanía con el centro de la ciudad.
Para que el proyecto de participación tuviera algún recorrido, se organizó una recogida, vía encuestas, de la opinión de las familias. De las 158 que conforman el centro, al menos 80 respondieron. Además, se puso en marcha un mapeo en la puerta del colegio. Con mapas de planta de la zona y con una merienda, se recogieron las opiniones de algunas familias más, así como del alumnado.
“Nos movemos en el campo de las necesidades; no se trata de hacer todo lo que piden niños o familias, más bien es de recoger y entender sus necesidades para que, luego, los profesionales, los docentes, tomen las decisiones sobre lo más recomendable”, explica Pablo García.
Zonas de sombra, lugares en los que las familias puedan esperar a la salida de clase, columpios, zonas de juego, de arena, de diferentes texturas, más vegetación, arreglo del pavimento, lugares en los que niños y niñas pudieran sentarse a charlar o jugar de manera más tranquila. Muchas fueron las ideas que surgieron de allí y que, en buena medida, Pablo tuvo que ordenar y sistematizar para darles una coherencia y luego ser discutidas y validadas por el grupo motor.
También le tocó explicar cuáles son las competencias del Ayuntamiento en materia de patios, es decir, su mantenimiento. A pesar de ellos, se ha podido desarrollar el proyecto como fue concebido y, elementos como una pérgola para dar cobijo a niños y familias, se quedaron fuera por tema de presupuesto.
Y ha sido posible gracias, también, al esfuerzo que han hecho “las dos Mónicas”. Una es Mónica Díaz López, jefa de Departamento de Estudios y Análisis de la Subdirección General de Prevención y Promoción de la Salud del Ayuntamiento. La otra es Mónica de Blas, jefa del Departamento de Estrategia de Cohesión Territorial y Participación. Su trabajo, en un segundo plano siempre, ha sido crucial en la consecución del proyecto.
Un centro abierto
Tanto Nuria como Rafael lo han tenido bastante claro. El colegio Valle Inclán es un centro que debe estar abierto al barrio. “Está es la clave para invertir en los patios, convertirlos en plaza pública ganando espacio para la infancia en los barrios, espacios seguros donde todos aceptan una normas de convivencia que pone el centro» dice Pablo García. Desde grupos deportivos que utilizan sus instalaciones por las tardes para prevenir que chicos y chicas “se metan en problemas” a entidades que hacen labor de apoyo a la lectura utilizando perros como compañeros de viaje, la Fundación Manantial que trabaja con jóvenes con enfermedades mentales, a colectivos como Basurama con quienes han trabajado en otro proyecto municipal.
El patio del cole no es solo un lugar en el que niñas y niños pasan media hora o cuarenta minutos al día. También es el lugar en el que madres, padres y docentes se cruzan. También el personal de administración y servicios, o cualquiera que entre en el colegio. Ha de ser un lugar, al menos así lo entienden ambos (también Pablo), con un poco de esfuerzo por parte del ayuntamiento, de encuentro del barrio, un “parque” seguro y tranquilo con unas normas claras de convivencia y uso para todo el mundo.
Esta filosofía es la que recibió a Pablo cuando llegó y que le ha ayudado en la labor de ganarse a todas las partes. Los primeros, el equipo docente. “Son gente que lleva muchos años aquí, que están quemados”, explica Nuria, porque nunca antes la administración pública, local o autonómica, les había pedido su opinión y la habían escuchado. Las reticencias habituales cuando un “paracaidista” aparece en el colegio con un proyecto debajo del brazo.
Además del interés en que el centro esté abierto al territorio, la palanca que ha basculado las reticencias ha sido el interés de los menores, su salud, su bienestar. “Tenemos serios problemas de salud infantil como la obesidad y el sobrepeso, trastornos de atención y la escuela es un espacio muy interesante para abordarlos”, dice Pablo. El cuidado de niñas y niños, su bienestar presente y futuro han conseguido disolver los pocos bloqueos iniciales. “Aquí estamos para resolver problemas”, resume Rafael, en referencia a que, cuando pones al alumnado en el centro, el resto de personas que pululan por el colegio, han de plegarse a sus necesidades, independientemente de que les puedan suponer algunos sobresfuerzos.
Desde el hecho de que cambiar el pavimento por arena e instalar una fuente puede ser un problema para el personal de limpieza y para las familias, hasta la instalación de columpios y el “peligro” que pueda suponer de caídas. O el hecho de que se hayan plantado muchos árboles y se haya hecho un huerto y más zonas ajardinadas, lo que supone que el Ayuntamiento deberá tenerlo en cuenta en el gasto de mantenimiento que, hasta la fecha, era prácticamente nulo.
Todo el mundo va a tener que trabajar más a partir de ahora. Está claro. Pero el objetivo, el bienestar físico y emocional de la infancia, ha de primar.
¿Ha habido dificultades? “No, ninguna”. Esta es la respuesta de los tres: Nuria, Rafael y Pablo. Se han entendido a la perfección, y se nota en los abrazos y besos que se cruzan al saludarse.
“El único problema ha sido la ejecución de las obras”. En julio de 2017 publicábamos la información sobre el comienzo del proyecto piloto. Las obras deberían haber comenzado en septiembre de 2018 y finalizado tres meses después. En octubre llegaron las máquinas. En diciembre les prometieron que el patio sería un regalo de Reyes. En febrero había que esperar porque Manuela Carmena iría a hacer la inauguración. Las obras aceleraron. El adelanto de las elecciones estatales de abril supuso la paralización. El Valle Inclán es colegio electoral. Muchas personas, adultos y niños, que no forman parte de la comunidad educativa pueden ver, cruzar y usar el nuevo patio, mientras las niñas y los niños que estudian y viven allí todos los días solo pueden mirarlo con envidia desde el otro lado de las vallas desde hace días.
Visitamos el centro el 14 de mayo. La víspera había llegado un camión con la arena para rellenar los areneros proyectados. En el transcurso de las dos horas que estamos en el colegio llega la noticia de que el patio finalmente puede utilizarse.
Participa que algo queda
Una de las claves del proyecto piloto ha sido, por un lado, dar voz a la comunidad educativa. Por otro, llevar esa voz a la realidad en forma de patio. “Los niños están emocionadísimos, no están acostumbrados a que les escuchen -comenta Nuria-. De hecho, esto ha generado que hayan participado en otros proyectos”. “ Además, es su patio: ‘Es que es mi patio, profe’. Los árboles frutales que hay los han plantado ellos, no yo”.
Un sentimiento de orgullo, si se quiere, que no se ha quedado solo en el alumnado. Las familias también han comentado cómo, durante la jornada electoral del 28 de abril escucharon buenos comentarios de un colegio que no suele recibirlos. Ni su comunidad educativa. “Me hace gracia -dice Nuria con cierta resignación- cuando vienen aquí (familias ajenas al centro) y dicen, hala, cuánta luz, qué bonito, qué silencio… no sé qué piensan que pasa dentro de este cole”.
Con el profesorado ha pasado algo parecido. “Nunca se nos había preguntado” sentencia Nuria. “No te preguntan. Como la ley educativa ¿Cuándo han preguntado? Y cuando te preguntan cómo harías el patio es una pasada. Que te lo pregunte alguien como Pablo, que lo que hace es incentivar, es fantástico”.
“Conozco a mi claustro. Los profes estamos a veces en situaciones complicadas porque los padres se han vuelto super protectores y, como al niño le pase algo en el cole, prepárate”. Un sentimiento que en muchos casos supone que el claustro tome posiciones a la defensiva cuando viene alguien de fuera. Explica Nuria que “Pablo, tenía las cosas muy claras y lo hemos hablado desde el principio. Ha acabado con cualquier reticencia. Es verdad. Lo agradezco mucho”.
“La primera vez que vine, comenta Pablo, como en todos los coles, miradas aviesas, torcidas. Notas mucho el abandono institucional al que se tiene a la comunidad educativa”. Explica también que es relativamente común que los procesos de participación en coles se “olviden” del profesorado que será quien tenga que gestionar los cambios que se den. Comenta que en muchos casos se piensan estos procesos como de participación infantil cuando, desde su punto de vista, niñas y niños son la fuente de información, “pero quien decide sobre el espacio y cómo se usa son los adultos profesionales de la educación, de la salud”.
Además de ganarse al claustro haciendo una dinámica con ellos y centrando la actividad en la salud infantil, en lo que pensaban los docentes que era mejor para niñas y niños, montó una oficina del proyecto dentro del colegio, en el despacho reservado a las familias y que no se estaba utilizando. “Te ven aquí y genera confianza”. Además de ser visto, es importante, explica, dar mucha información de en qué punto está el proceso y cuáles son los avances que se están haciendo.
Pavimento vs. arena, una decisión política
Una frase que le “robamos” a Pablo durante la conversación. La mirada que se posa en la infancia, desde las administraciones públicas, cuando se realiza la construcción de un colegio, o su remodelación y mantenimiento, es una mirada política. La decisión de que el patio esté pavimentado al 100%, un espacio liso en el que se pintan las líneas de una cancha de fútbol o baloncesto, en donde se ponen un par de porterías y poco más, es una decisión política. Y tiene mucho que ver con el ahorro de dinero en el mantenimiento del espacio. No hay que regar, el pavimento dura mucho tiempo, aunque sea en mal estado. Si no hay fuentes, no hay que llevar la canalización hasta allí y no hay que pagar el agua que puede gastarse.
Para evitar eso que se viene en llamar la politización de la educación, para poder salir de esa discusión habitual, lo más fácil es tirar de la ciencia. Esta, en decenas de estudios y artículos, habla de la necesidad que tienen los niños y las niñas de correr, de moverse, de desarrollar diferentes actividades en el espacio. También habla de los beneficios del contacto de la infancia con la naturaleza, las plantas, los animales. Tanto en lo físico como en lo emocional. Por no hablar del hecho de que ya nos encontramos en un estado de emergencia climática y cada vez los días de calor son más y más calurosos. Gozar de una zona de sombra o conseguir que la vegetación mitigue esa temperatura, no solo ayuda al alumnado. También a las familias y el equipo docente.
“Cuando pones la salud en el centro, se acabó la discusión”, asegura Pablo. Hay estudios que nos hablan de espacios que generan movimiento y otros que no; espacios que generan segregación entre las niñas y otros que no. Cuando pones la ciencia en función de la salud (y el desarrollo) tienes argumentos para hacer un cambio político”.
Pasar de un patio en el que, admite Nuria, se desarrollaban todos los conflictos, a uno en el que ya no hay ninguno, es posible. Y lo es haciendo pequeños grandes cambios. El primero, según cuenta, fue desarrollar un proyecto para enseñar a niñas y niños a jugar. “Nos pasaba que nuestros niños no sabían jugar, no saben. En casa nadie les ha enseñado a jugar. Y el barrio no es un entorno seguro para que tú mandes al niño a jugar al parque. bajaban de clase, se sentaban en grupos a marujear y los problemas que habían tenido el día anterior, surgían aquí también. Eso ya no existe”. A esto, ahora, se ha unido que hay más materiales, asientos de diferentes tipos, sombra, lugares para hablar y compartir, para correr, para cuidar los frutales que han plantado…
Y no solo eso. Ver que el proceso participativo se ha llevado hasta el final y que sus responsables han respondido a las demandas de los colectivos es también un empujón para una comunidad educativa bastante maltratada. El último día que visitamos el centro, Nuria está muy atareada porque tiene a cuatro de sus 16 docentes enfermos. Las bajas no se cubren y el cole, a pesar de poder estar en la lista de los difícil desempeño por el tipo de comunidad que es, no cuenta con recurso extraordinarios en los que apoyarse. El teléfono no para de sonar, como tampoco lo hace el intercomunicador de la puerta exterior que, cuando hablamos con Rafael, tiene que pulsar no menos de 8 veces. “Mírame, soy jefe de estudios al mismo tiempo que me hacen una entrevista y hago de conserje”. Lo dice mientras levanta el teléfono y contesta. Con una sonrisa y mucha, mucha filosofía.
También esto es una posición política. Lo repite con insistencia: “Estamos para resolver los problemas” que puedan surgir por la apuesta que el equipo directivo ha hecho en cuanto al proyecto pedagógico: apertura, apertura y apertura. La infancia en el centro de cualquier actuación. E imaginación.
Cuando los operarios dejan sin pintar un tramo de la fachada porque no estaba en el presupuesto, Nuria contacta con MUS-E y la Fundación Yehudi Menuhi para ver si pueden desarrollar un proyecto con ellos que finalice con el pintado de varios tramos de fachada del colegio. Un problema, una solución.
Una guía para gobernarlos a todos
La guía que ha sido el culmen del proyecto Cuidado en Entornos Escolares, dentro del plan Madrid Ciudad de los Cuidados y del piloto organizado en estos tres centros quiere ser una auténtica hoja de ruta para la transformación de los patios escolares de la ciudad (y de cualquier población). En ella se explican y se sientan las bases de cómo debe ser el proyecto, sobre qué elementos e ideas ha de construirse la participación de los diferentes agentes.
También ofrece posibilidades para el diseño y la implementación de materiales y elementos diversos en los patios escolares.
Para Pablo, la guía no debería quedarse simplemente en eso. Debería haber una apuesta clara, en la próxima legislatura, por parte del Ayuntamiento, con la creación de una oficina en la que, al menos, trabajara un profesional de la arquitectura y otro de la dinamización (ambos con conocimientos sobre infancia) y que fueran el punto de apoyo y consulta de los proyectos de transformación de los patios.
La guía trata de sobrepasar las intervenciones puntuales y precarias que se han venido dando los últimos años, poniendo énfasis en la importancia de generar, mediante la participación, un plan maestro que guíe las inversiones durante varios años para llegar al patio necesario para el proyecto de centro en un tiempo razonable. La idea de que, cada vez que se pudiera contar con la financiación adecuada, se pudiera acometer, al menos en algunas de sus partes, dicho plan para que, en algunos años, pudiera estar terminado. «”l dinero está ahí, si no se invierte en patios acaba en planes de asfaltado a la carrera. Con el plan maestro ayudamos a la Administración a gestionar el presupuesto de manera eficiente en función de las necesidades de los menores y sus familias, que son, en definitiva, las que componen el barrio», afirma Pablo.
Desde su punto de vista, el documento final, debería ser el mapa que guiara los pasos del Ayuntamiento (también de los centros así como de quienes, desde fuera, participasen en el proyecto), para dar una lógica, una homogeneidad a todo.
Y esto, sobre todo, porque, como decíamos al principio de este reportaje, son decenas los patios que han sido cambiados, pintados, remozados, por toda la ciudad gracias a los presupuestos participativos. Pero cada uno a su aire.
“El patio, dice Pablo en un momento de la conversación, es buena estrategia para volver a hacer que la escuela pública vuelva a tener el prestigio que se merece”.