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En la última semana de septiembre el Gobierno mexicano consumó la aniquilación de la reforma educativa aprobada en 2013, y empezó una era bajo la narrativa simbolizada por la expresión “Nueva Escuela Mexicana”. A muchos maestros llaman la atención los componentes de la retórica: “nueva” y “mexicana”. ¿Cuál es el sentido de lo “nuevo” y la razón de ponderar lo “mexicano” en un mundo globalizado como nunca? El lenguaje no es angelical. Son interrogantes que solo enuncio.
La reforma educativa aprobada en 2019, con el mandato del presidente Andrés Manuel López Obrador, dirigió las baterías a destruir la anterior, aprobada en el sexenio del partido gobernante más longevo del país, el Revolucionario Institucional. No era fácil, pero sobraban motivos para conseguir adeptos que se alejaran de una reforma pésimamente comunicada y focalizada en la evaluación docente, lo que dio paso a una estigmatización feroz del proyecto reformista oficial.
Tres o cuatro consignas bastaron para aplastar el esfuerzo titánico hecho para despojar [por lo menos en el papel] al sindicato más grande de América Latina de su influencia en los procesos de asignación de plazas de maestros, o en la promoción a quienes ya estaban dentro del sistema educativo. Entre esas consignas aparecían, por ejemplo, “la mal llamada reforma educativa”, “evaluación punitiva” y la insistencia en que se trataba de una “reforma laboral y no educativa”.
Con una inquietante presencia y presión de la disidencia magisterial, representada por la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, movimiento dentro del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, las fuerzas oficiales del régimen aprobaron la reforma al artículo 3º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que regula la educación en el país, y luego, las leyes General de Educación, la Ley Reglamentaria del artículo tercero en materia de Mejora Continua de la Educación y la polémica Ley General del Sistema para la Carrera de las Maestros y los Maestros.
Una buena parte del marco legal que regirá la educación mexicana está aprobada para los siguientes 5 años, por lo menos. Continuará un proceso de armonización de las leyes de los 32 estados de la República; la tarea en los congresos de diputados que, en la mayor parte de los casos, corresponden al mismo partido del presidente, augura una aprobación rápida y sin contratiempos, aunque eso pudiera sembrar de inconsistencias las constituciones estatales.
En los días de aprobación de la nueva reforma educativa tuve oportunidad de conversar con profesores de una escuela normal en el Estado de México, el más poblado del país. De las conversaciones derivé algunas ideas para la reflexión en las escuelas y los maestros, en el proceso inédito que vive el tercer sistema educativo más grande de América. A continuación, las enuncio, como parte de una agenda hipotética para los colectivos escolares.
- Los juicios que ahora hagamos son preliminares y deben ser cautelosos, dado que la planificación de cada una de las etapas consumirá otros dos años para dar pasos firmes en la implantación del nuevo currículum nacional. El desafío es monumental especialmente para las escuelas donde se forman los maestros: ¿cómo educar para la incertidumbre, en la incertidumbre?
- En momentos así, inciertos, donde el gobierno apuesta a una construcción colectiva difusa, es preciso el ejercicio de la crítica, es decir, la rigurosidad en el pensamiento y la claridad de los juicios, más allá de preferencias ideológicas o partidistas. La tarea implica un examen acucioso de la reforma de 2013, sus postulados, desarrollo y resultados, así como de la génesis, construcción y perspectivas para la reforma de 2019.
- No existe la reforma educativa perfecta. Todas están condenadas a la extinción. Las preguntas son: ¿cómo mueren?, ¿cuándo pierden vigencia?, ¿qué legarán? Por otro lado: ¿qué bases sientan las reformas nacientes? ¿Dónde colocan los énfasis?
- El sistema educativo no es, está siendo. Es vivo, dialéctico. La reforma de 2019 condiciona, pero no determina; en ese sentido, abrirá espacios de libertad [cerrará otros] que los maestros pueden ensanchar o acotar.
- En las escuelas, los maestros tienen en sus manos y decisiones una parte del control de su trabajo. ¿Cómo lo harán? El papel del sindicato y los directores será crucial. El aula es un espacio de libertad que los profesores deben conquistar. ¿Cómo lo harán?
- En los años que habrán de transcurrir para la finalización de las distintas etapas de la reforma, como está programada, se abrirán incertidumbres. ¿Cómo se responderán? ¿Los escenarios jugarán a favor de la reforma o en contra? Más allá de ello, las escuelas tendrán que seguir laborando, reforzando sus procesos, y en esa perspectiva, el trabajo colegiado será imprescindible; un trabajo dirigido con sensibilidad, con destino a la mejora efectiva de las escuelas.
- Concomitante con lo anterior, la formación individual y de los colectivos es un desafío enorme que permitirá avanzar o retroceder. Es una perogrullada: la calidad de los sistemas educativos es la de sus maestros. Si México quiere un mejor sistema educativo, tiene que fortalecer la preparación, compromiso y condiciones de sus maestros. Es innegociable.
- En la mejora de las escuelas, el papel de las estructuras intermedias será clave: los supervisores escolares y los asesores técnico-pedagógicos deben ser apoyos firmes en el trabajo de las escuelas, especialmente donde las condiciones son más precarias, en los contextos rurales, en escuelas multigrado, en donde se atienden a millones de estudiantes pobres, que reciben la más mísera de las educaciones, con una pedagogía pobre y descolocada.
- Las escuelas normales, donde se forman los maestros mexicanos, son otra pieza estratégica en la edificación de un sistema educativo de calidad e incluyente. Su reforma, largamente postergada, es imperativa, con un proyecto pedagógico distinto y recursos suficientes.
- Mientras se definen las etapas que completen el diseño de la Nueva Escuela Mexicana, el trabajo de los colectivos podría marcar pautas en el sendero de la buena educación. Sin docentes trabajando en grupo y con acuerdos mínimos, las leyes aprobadas y los debates parlamentarios serán letra muerta.
Seis años, el periodo de gobierno presidencial en México, no es suficiente para apreciar las transformaciones radicales que requiere el país, pero lo es para vislumbrar si caminamos a la salida del hoyo o penetramos territorios oscuros. La apuesta, sostienen algunos, es a la estabilidad política, no a la transformación pedagógica; veremos.