Decir Reggio Emilia o Loris Malaguzzi es hablar de cultura y derechos de la infancia. Es hablar de respeto y comunicación democrática, de construcción del conocimiento a través del diálogo de las niñas y niños con su entorno, con la sociedad, la cultura y con las personas que les rodean, sean adultas o no.
También es hablar de la ruptura de los muros. De los de las escuelas, de los que separan el mundo adulto de la infancia. Una especie de totum revolutum en el que la división entre quién enseña y quién aprende queda diluida y transformada en la construcción individual y colectiva del conocimiento y la cultura.
Reggio Emilia es una ciudad mediana en la región de la Emilia-Romagna, con algo más de 160.000 habitantes, pero con una de las redes de escuelas públicas municipales infantiles más conocidas del mundo, ya desde los años 70 y 80. Sus centros educativos, dedicados al 0-3 y el 3-6, son ejemplo para miles de maestras y maestros por todo el mundo y objeto de investigación también en medio planeta.
En sus aulas dos o tres maestras gestionan al mismo grupo de niñas y niños; escuchan lo que tienen que decir estas personas a las que entienden como sujetos de derechos, criaturas que forman parte del mundo, de la sociedad y que, por tanto, influyen en él y lo transforman. Esta es, tal vez, una de las características principales del modelo que en su momento ideara Loris Malaguzzi.
El pedagogo nació un 23 de febrero de 1920 en Correggio (Reggio Emilia). Para 1939 se gradúa en Pedagogía y tras la Segunda Guerra Mundial comienza a participar en la gestión de una escuela infantil creada por los habitantes de una aldea cercana a Reggio Emilia. A partir de aquí comienza la aventura de una de las redes de centros de educación infantil más universales que existe.
La base del proyecto es la construcción del conocimiento que cada criatura realiza con aquello que tiene a su alrededor. Una especie de investigación personal que comienza con el nacimiento y que, en el modelo de escuelas que gestiona, se entrelaza con la investigación que también maestros y maestras realizan mientras trabajan.
Las criaturas han de estar en un conexto que les ofrezca los suficientes estímulos para que mediante la exploración, el juego y la participación puedan construir su conocimiento. De igual forma que niñas y niños van experimentando, el cuerpo docente también lo hace, observando su desarrollo, sus habilidades, van aprendiendo al mismo tiempo cómo se realiza el aprendizaje. Esto empuja a que deban acompañar este proceso con un importante trabajo de documentación de lo que va ocurriendo.
Esta labor de documentación realizada por la maestra o la tallerista pretende fijar cómo es el proceso de aprendizaje, de conocimiento de cada criatura. No solo el resultado es importante. El cómo se llega a una conclusión determinada es uno de los ejes principales de la labor docente en las escuelas. Y para que esta labor de recogida de datos pueda hacerse, además de que para que la acción educativa sea lo más individualizada posible, uno de los pilares de Reggio Emilia y su modelo está en la pareja educativa.
También la participación democrática de las familias se convierte en una de sus características. Familias que aportan y aprenden del equipo docente, lo mismo que de las niñas y niños. Un aprendizaje de ida y vuelta que no para.
El arte y la creatividad se convierten en piezas clave también de las escuelas reggianas gracias a la introducción de la figura de la tallerista o atelierista. Una persona con formación artística, no directamente relacionada con el mundo educativo, que realice talleres creativos con las niñas y los niños. El objetivo es mezclar creatividad, imaginación, observación y rigor en la actuación de todo el grupo.
La creación de espacios luminosos y agradables como elemento imprescindible del proceso educativo es otra de las características de estas escuelas reggianas. Que niñas y niños se encuentren cómodos, a gusto, que tengan suficientes materiales (muchos de ellos naturales, de uso cotidiano) con los que puedan experimentar y jugar, con espacios que se comunican fácilmente entre sí. El aula, el centro, es «la otra maestra». Como lo es la ciudad, el territorio en el que se inscribe la escuela y en el que las criaturas impactan a través de su actividad cotidiana.
Aunque hoy día la red de escuelas de Reggio Emilia se ha convertido en un referente mundial para muchas personas, no se ha extendido la marca más allá de esta región italiana. Hay muchos centros educativos por todo el mundo que desarrollan un trabajo muy similar, con la vista puesta en el legado de Malaguzzi. Pero el hecho de que uno de los puntos básicos de la pedagogía de Malaguzzi sea la relación de la escuela con su territorio hace que no sea posible «franquiciar» su labor. Cada centro educativo debe adaptar su realidad a la de su entorno, su población.
A pesar de esto, existen muchas experiencias que pueden ayudar. La red de escuelas municipales de Pamplona es uno de los mayores exponentes en España, junto a uno de sus «padres fundadores», Alfredo Hoyuelos quien tuvo la oportunidad de trabajar junto a Loris Malaguzzi y que estos días se encuentra en Reggio Emilia, invitado con motivo de las actividades que se están desarrollando en la región italiana con motivo de este centenario.
Otro ejemplo está en la RedSolare, desarrollada en diferentes países de América Latina.
La figura de Loris Malaguzzi, con su obra viva en Reggio Emilia, es sin duda un referente no solo en lo pedagógico sino en el modo en el que se ve y entiende a la infancia en sus primeros años de vida. Sujetos de derechos, con capacidad de generarr su propio aprendizaje con el acompañamiento del mundo adulto, que interactúa y facilita que los entornos sean lo suficientemente estimulantes como para que todo esto pueda ocurrir.