Está claro que los países con grandes capacidades financieras, y con control en el manejo de las decisiones tanto científicas como productivas, pueden pavonearse de grandes avances en sus procesos de vacunación. Pueden mostrarnos sus millones de vacunas ya colocadas en los cuerpos de sus ciudadanas y ciudadanos. Por ejemplo, casi el mismo día que en Guatemala se celebraba las primeras 5.000 vacunas, en Estados Unidos el festejo era por los 50 millones. Esta es una imagen de un mundo que fue igualitario para sufrir la pandemia del coronavirus, pero completamente desigual en el uso de los mecanismos para superarla.
La India, donde se maquila y produce millones y millones de vacunas, la cosa espanta. Allí la infección y la mortalidad son una gigantesca y escandalosa caricatura de lo que sucede en el mundo. Allí producen vacunas, incluso para exportación. Pero allí están muriendo millones. Esto me parece muy similar a una situación vivida en Guatemala, en comunidades rurales que fueron desalojadas y masacradas para construir una gigantesca hidroeléctrica. Años después, muchas comunidades sobrevivientes, que se encuentran alrededor de esa productora de energía, siguen sin tener energía eléctrica en las casas.
Ser un “país desarrollado” es completamente distinto ante la pandemia que ser “un país en desarrollo”. Estas palabras, tan técnicas como engañosas, muestran que la humanidad está clasificada y diferenciada de maneras muy profundas y estructurales. La Historia lo ha venido indicando. La realidad presente lo muestra de manera innegable.
Aprendizajes sociales emergen en esta realidad. Sería un verdadero desperdicio y una triste manera de desconectar la cotidianidad educativa de la posibilidad de aprender socialmente. Nuestros niños, niñas y adolescentes merecen y necesitan comprender un mundo no solo desde lo que ven o leen en las redes sociales, sino desde la realidad concreta que sufren millones de seres humanos. Unas ciencias sociales que no construyan ciudadanía planetaria desde la sensibilidad, la empatía, el interés y la búsqueda de acciones locales y personales, pueden constituir un monumento al curricularismo inoperante y poco efectivo que persigue la pedagogía del mantenimiento, de la conservación, de la continuidad de la injusticia.
La pandemia nos ofrece miles y miles de aprendizajes novedosos. Pero sobre todo, aprendizajes que no son necesario “contar” o narrar, porque todas y todos hemos vivido situaciones difíciles en el 2020 y en este 2021. Nadie puede decir que no le ha tocado conocer, sufrir o enfrentar las distintas formas como se ha presentado esta tragedia en nuestras vidas. Así que al profesorado de todas las asignaturas, pero especialmente el de las Ciencias Sociales (Historia, Geografía, Ciudadanía, lo que se incluya en este concepto general), le corresponde el desafío enorme, pero maravilloso y profundo de crear pensamiento crítico alrededor de esta pandemia. Este pensamiento, sin embargo, tampoco deberá quedarse en la comprensión de la oscura pesadilla, sino en la construcción de sensibilidades, pensamientos y acciones que nos permitan reconocer un horizonte diferente y claro. Allí donde debemos incluir las luchas ciudadanas, los esfuerzos para acentuar el protagonismo, los aprendizajes de acción y compromiso hacia otros y con otros que nuestros estudiantes de todo el mundo tienen que desarrollar.
Así, cuando empiece a pasar el tiempo, sabremos que una pandemia nos golpeó, pero también nos permitió aprender y ser, de manera contundente y sólida, una humanidad solidaria. Con una empatía planetaria nunca antes vista. ¡Semejante reto el que podemos asumir desde la emergencia de aprendizajes sociales!