La razón de existir y de perdurar del feminismo es la existencia y persistencia del patriarcado. Ya sé que últimamente se repite mucho este concepto sin saber muy bien qué significado tiene o puede llegar a tener. El patriarcado es expertísimo en alianzas con cualquier sistema de poder y de dominación: las realizó con los sistemas esclavistas, feudales, tribales, comunitarios, comunistas y con todas las religiones.
En la actualidad, se trenza y engarza perfectamente con el sistema capitalista neoliberal y global-informático. Por eso el feminismo subsiste, insiste y resiste sin parar de pensar, de interpretar, de buscar instrumentos de análisis y de resistencia activa ante cada situación. Por eso el feminismo es buscador de términos, conceptos y explicaciones que arrojen luz sobre los territorios oscuros de la “normalización patriarcal”.
El feminismo desvela el sexismo encubierto y advierte sobre los perjuicios del sexismo evidente, porque el sexismo es una categorización jerárquica, donde la igualdad ha de quedar en la oscuridad de lo confuso, para que avance siempre con palos en las ruedas. El patriarcado tiene también su brazo armado, que es el machismo; su brazo teórico e intelectual, que es el androcentrismo, y su brazo ideológico, que es la misoginia.
Por eso, el feminismo sigue y sigue, avanza con muchas dificultades, cuesta arriba, contra viento y marea, a contracorriente, por el fango, sin medios poderosos que hagan pararse al oponente patriarcal que, sin embargo, sí dispone de medios materiales, reales y simbólicos y de un ejército informal y no uniformado que, voluntariamente y con mucho gusto colabora para que el patriarcado siga gozando de buena salud y remonte todas las dificultades.
El feminismo ha crecido y se ha multiplicado por todo el mundo -con distintos calibres e intensidades- y, al menos, ha conseguido que el discurso aceptado mayoritariamente sea que las mujeres somos seres humanos, acreedoras de derechos de ciudadanía, y con potencialidades equiparables a las de los varones. Primeras vindicaciones que las primeras feministas ya plantearon, con voces aisladas desde la Antigüedad, hasta la Modernidad y hasta el presente, con voces colectivas.
Pero si sigue creciendo y multiplicándose -como se comprobó en las manifestaciones mundiales del 8 de marzo desde 2018- puede llegar a trastocar el sistema de división sexual del trabajo y de complementariedad de los sexos, y entonces se tambalearía el sistema patriarcal y todos sus andamios, como ya se ha podido vislumbrar.
Pero el patriarcado es poderoso y puede pagar. Sobre todo publicidad encubierta y lenguaje confuso. En vez de privar de libertad a las mujeres las anima a ser agentes de su propia libertad de elección, siempre y cuando se identifiquen voluntariamente con sus exigencias: prestar sus cuerpos para negocios multimillonarios (cosmética, estética corporal, cirugías, prostitución, pornografía, reproducción subrogada). Conseguir seguidoras en las redes publicitando todas estas cosas tiene merecido premio patriarcal: fama, visibilidad y, a veces, mucho dinero. Así las “nuevas feministas” se empoderan con los mandatos patriarcales y, de paso, animan a otras para que se apunten.
Con ello se asegura que no podrán dedicarse a dar la lata con reivindicaciones viejunas, recurrentes y aburridísimas.
En vez de privar a las mujeres de los derechos de ciudadanía y de igualdad, se las seduce para que no los ejerzan. En vez de obligarlas a gestar, parir y amamantar, se las hace depositarias de la mística de la maternidad intensiva, elegida y aceptada como inevitable y que aparta sus intereses del mundo en que han vivido (relaciones, estudios, profesión, viajes, hobbies), apartándolas también de cualquier reivindicación.
Así es que en una manifestación del 8 de marzo podemos encontrar rotulado en camisetas o pancartas: «Soy feminista» o “I’m a feminist” (mejor en inglés) a muchas de estas mujeres bastante jóvenes, sin apenas formación feminista y que conciben el “nuevo feminismo” como ese ejercicio rápido y con recompensa instanténea de desmadre y de exceso que las pone a nivel individual satisfechas y contentas de sacar los pies del tiesto. Obedientes a los deseos de los hombres patriarcales sin darse cuenta y sin trascendencia política para la mejora de la vida de las mujeres, de todas, como lo han sido los logros del “viejo feminismo”.
Quizás os pregunteis ¿Por qué el título de este artículo, que enfrenta al feminismo viejo con el nuevo? Porque en bastantes publicaciones digitales y materiales, orales y escritas aparece esa disyuntiva como irreconciliable y con ánimo de arrinconar las voces feministas herederas de la Igualdad y de la Libertad para todas, llamándolas viejas.
El Patriarcado abduce a las mujeres, tiende trampas, promete felicidad e incluso amor, pero no ha dejado de inculcar a las mujeres la Ley del Agrado, enmascarada y puesta al día en forma de empoderamiento.
Para las jóvenes es mucho más divertido mostrar sus habilidades para obtener seguidoras, que enfrascarse en estudio, reflexión y activismo feminista, junto a otras, que es lo que ha funcionado para todas. Así es que lo despachamos con un “viejo” o “nuevo” feminismo, porque parece que renegar del feminismo ya es demasiado residual y casposo.