Señores, señoras, señora ministra: es un placer para mí poder estar aquí y poder transmitir cómo los maestros y maestras hemos vivido la pandemia desde nuestra profesión y cómo nos sentimos. Hablaré desde mi vivencia personal que fácilmente es extrapolable a la mayoría, por ello usaré el plural de cortesía, pero esta oportunidad. que es un honor, es a la vez una enorme responsabilidad, la misma que cae sobre nuestras espaldas cada vez que entramos en un aula.
En marzo de 2020 nos encerramos en casa en principio por 15 días , finalmente esos 15 días se convirtieron en 98. Durante más de tres meses los docentes hicimos lo posible ,y lo imposible, por atender a nuestro alumnado.
Una pandemia llegó a nuestras vidas para obligar a la sociedad a reinventarse. Así, la docencia, eminentemente presencial hasta ese momento, pasó a ser online y salió a flote una de las primeras carencias o problema social: la brecha digital.
Una brecha digital que se evidenció en falta de dispositivos, falta de conectividad y falta de competencia digital, pues si bien esta forma parte de nuestro currículo no estaba prescrita en contenidos ni ítems evaluativos, asumimos ahora esa competencia sí prescrita desde la Unión Europea desde 2017 y precisamente, por esa evidencia que la pandemia destapó, trabajamos arduamente en planes digitales de centro.
Pero esa brecha digital, que en sí evidenciaba una brecha social, pudo ser solucionada con relativa facilidad en su parte material, fueron repartidos ordenadores y routers para que ningún estudiante se quedase atrás. Y los docentes desarrollaron su competencia digital en la medida en que cada uno pudo asumir para seguir adelante con su trabajo.
Pero quedaba coja la parte familiar, la competencia o incompetencia digital de la sociedad también se puso de manifiesto, y los docentes tuvimos, en muchos casos, que hacer de mentores digitales en el ámbito familiar de nuestros estudiantes, acompañando a las familias en este proceso. Pues lo que parecía una sociedad moderna llena de “nativos digitales” resultó que, en la mayoría de los casos, no se manejaba más que con aplicaciones de mensajería o vídeos, así que ésta mentorización familiar fue necesaria para que el alumnado siguiese con su aprendizaje.
La pandemia también evidenció la existencia de profesionales que parecían invisibles y que se pusieron en valor. Por supuesto, en primer lugar sanitarios y sanitarias, nuestros héroes y heroínas, pero también los reponedores, cajeros, personal de limpieza, cuidadores, etc, profesionales que eran a su vez madres y padres de nuestro alumnado, y que tras sus largas jornadas como “personal esencial”, pues así se dió en denominarlos, se sentaban junto a sus hijos e hijas tratando de compartir tiempo y ayudar en las tareas escolares. Los maestros y maestras, conscientes de ese esfuerzo, alargamos nuestras jornadas para acompañarles, incluso en fines de semana. Los maestros y maestras también éramos personal esencial pero trabajábamos en la sombra.
En septiembre de 2020 volvimos a las aulas entre protocolos de distancia, señalizaciones, y decenas de medidas logísticas de seguridad. Hubo que abrir ventanas y puertas y provocar ventilación cruzada, pero no sólo en septiembre, también en diciembre o los fríos meses de enero y febrero. Y mientras en grandes compañías se disfrutaba de filtros EPA o depuradores de aire, alumnado y docentes superamos el día a día superponiendo capas de ropa. Y en estas seguimos.
Pero como decía al inicio de mi discurso son cuestiones materiales o con mejor o peor solución o comodidad, pero de nuevo hay que hacer referencia al factor humano que aportamos los docentes a la educación. Y en el desempeño de nuestra labor tuvimos que explicar las contradicciones que nos habían sobrevenido, el porqué ya no trabajábamos en equipos sino separados; que si antes fomentábamos el compartir, ahora cada uno tenía que usar su propio material; que el aprendizaje colaborativo tendría que ser individual; que en el patio ya no podrían estar con amigos o amigas de otros cursos porque nos constituíamos como grupos burbuja o grupos estables de convivencia. Hubo que desdecirse de lo dicho con anterioridad. Y hubo que explicar lo más importante, algo con lo que quizás tendríamos que haber empezado en todas las clases ese septiembre: que esta pandemia era debida a un episodio de zoonosis, un episodio por el que un virus animal había saltado a las personas por la constante pérdida de biodiversidad y deterioro ambiental.
Un docente es mucho más que un mero transmisor de contenidos o conocimientos, aporta un factor humano insustituible. Precisamente por eso, porque trabajamos con capital humano, frágil, personas en construcción. Prueba de ese aporte humano es que si fuésemos prescindibles podríamos seguir trabajando exclusivamente con aulas virtuales. Pero la educación es un término mucho más ambicioso y amplio, es el acompañamiento, es el saber despertar la curiosidad por el conocimiento como hacían los humanistas. Es enseñar a un niño o niña que forma parte de una sociedad, que somos seres interdependientes, que actuamos en un medioambiente al que pertenecemos, y que está en riesgo, y que de nuestra interacción con él depende nuestro lugar en el mundo tal y como versa la pedagogía holística. pero más allá de términos pedagógicos está, precisamente , ese factor humano al que hago constante referencia por ser insustituible. Ese factor humano de escucha al alumnado y a las familias, cuando comparten con nosotros como confidentes sus circunstancias, sus problemas, sus miedos o sus inquietudes, y a los que los docentes respondemos desde la empatía y tratando de desarrollar al máximo la capacidad de resiliencia en las personas.
Así que los docentes, como hemos visto, hacemos labores de mentores digitales, de acompañamiento familiar, de transmisores de ciencia, de pacificadores, de animadores y de coach personal si hace falta.
Seguimos siendo una de las profesiones con menos reconocimiento social, si bien parece que ahora entre las 24 propuestas de reforma para la mejora de la profesión docente, podremos optar a ese reconocimiento del buen desarrollo profesional y a la evaluación para reflexionar sobre nuestras fortalezas y debilidades. Bienvenidas esas medidas, tan necesarias como urgentes.
Porque urgente es poner en valor esta profesión dado que somos pilares de la sociedad, esa pequeña sociedad en construcción que pasa casi la mitad del día con nosotros. Es la infancia la parte más vulnerable de la población y por ello requiere de los mejores profesionales, de los responsables más tenaces, porque al margen de cada circunstancia económica, social o personal, la escuela es ese lugar donde hay que igualar las oportunidades, y eso solo lo hace posible un docente.
Trabajamos para que nuestro alumnado desarrolle su competencia lingüística, matemática, su competencia digital, etc. pero, sobre todo, los formamos para que sean competentes en la vida, competentes como personas, una competencia difícilmente tangible pero que se evidencia en hechos, pues cada persona se retrata en sus actos, y esperamos siempre que, esa ciudadanía que cultivamos en las aulas, sea ciudadanía crítica, comprometida socialmente y con el medioambiente, que trabaje por el bien común, para que se puedan evitar nuevos episodios de zoonosis o de miserables guerras como a la que asistimos en estos momentos.
En ello cada día invertimos nuestros esfuerzos con o sin pandemias, pero nos hemos dejado la piel porque ningún niño o niña quedase atrás, para seguir manteniendo la igualdad de oportunidades y hablo por todos mis compañeros y compañeras sin miedo a equivocarme, que volveríamos a hacerlo, así que solo puedo decir en nombre de todos ellos : gracias por este reconocimiento.