La revista Forbes, especializada en el mundo de los negocios y las finanzas, publica una serie de listas que incluyen a “las personas más ricas del mundo”, “los artistas mejor pagados”, “las 10 directivas españolas que lideran la transformación digital en el sector financiero”, “los 50 empresarios más elegantes”, etc., etc. Este año acaba de publicar “Los 100 mejores colegios de España 2022”. Supongo que también lo habrán hecho en otros países, pero una rápida búsqueda en Internet no me ha permitido constatarlo.
Suelo mirar la lista de los “multimillonarios”, ¡un poco masoquista!, porque me erizan la piel y año tras año me gustaría aplicarles lo que he denominado “la prueba de Juana”. Me he inspirado en “la prueba de Turing”, propuesta por Alan Turing, uno de los fundadores y precursores de la ciencia de la computación y la informática moderna para evaluar la capacidad de una máquina para exhibir un comportamiento inteligente similar al de un ser humano o indistinguible de este.
En mi caso, lo que me interesa valorar es la capacidad de las “personas multimillonarias” para calibrar el impacto de sus acciones en sus propias vidas, las de las personas que los rodean y el medio ambiente. Mi prueba es sencilla, pero creo que difícil de pasar. Consta de cuatro preguntas. 1. ¿Cobras por los productos que vendes un precio razonable y proporcionado a lo que tú pagas por ellos? 2. ¿Pagas a todos los que hacen posible tus negocios unos salarios que les posibiliten vivir a ellos y a su familia en unas condiciones que les permita cubrir todas sus necesidades? 3. ¿Pagas todos los impuestos que te corresponden en relación con tus ganancias para garantizar inversiones públicas que aseguren el bienestar de toda la población. (Aquí podríamos añadir si son asiduos a los “paraísos fiscales”). 4. ¿Puedes garantizar que tus negocios no tienen un impacto negativo en la vida del planeta (incluso del sistema solar, si pensamos en la basura cósmica que se está produciendo)? Está claro que no he tenido la oportunidad de pasárselo a ningún “multimillonario o multimillonaria”, pues es evidente que no conozco ninguno. Pero estoy más que segura que ninguno pasaría esta prueba. Este prolegómeno me sirve para centrarme la siguiente lista.
Al leer por primera vez la lista de las 100 mejores escuelas de España, lo primero que hice es buscar su titularidad. ¡Sorpresa!: 89 privadas (algunas con cuotas de más de mil euros al mes, más que el salario mínimo) y 11 concertadas. ¡Qué previsibles! A continuación, revisé la web de unos cuantos centros. ¡Más previsibles! Y las preguntas se agolpan en mi mente. ¡Hay que desarrollar una nueva prueba realmente educativa no solo económica! Si estando situadas en esos edificios y entornos paradisiacos; si cuentan con enormes recursos; si acogen chicos y chicas que salen de su casa bien desayunados, limpios, sanos, con altas expectativas, todos “tan iguales” y, a menudo, uniformados y con las ayudas complementarias si van mal en la escuela; si en algunas de ellas “los alumnos encuentran una comunidad educativa representada por más de 50 nacionalidades, dando la oportunidad de que muchos continúen su trayectoria educativa en las universidades más prestigiosas a nivel internacional”; si pueden exigir “al personal docente y directivo estar a la vanguardia en metodologías pedagógicas”, ¿qué mérito tiene que el alumnado no abandone antes de tiempo, que apruebe las asignaturas, continúe estudiando y arropado por los contactos adquiridos encuentre los mejores trabajos? Resulta fundamental que nos preguntemos qué visión de la sociedad y, por tanto, de la educación, subyace a este interés en magnificar los “guetos privilegiados” considerando como parámetros de calidad aquellos a los que solo tienen acceso una parte reducida de la población.
Según un informa de Save the Children de 2018, en el 9% de los centros españoles hay una concentración de más del 50% de alumnado desfavorecido, en el 37,8% entre un 26% y un 50%, en un 34,3% entre 10% y 29% y en un 18,9% de menos de un 10%. Parece claro que “los cien mejores” están fuera de toda estadística. Sabemos muy bien que la escuela no educa sola. Que algunos niños, niñas y jóvenes salen de su casa “educados” mientras que otros muchos necesitan de forma especial a la escuela como lugar emocional y afectivamente acogedor e intelectualmente estimulante para poder aprender y desarrollarse como seres humanos.
Sin embargo, una gran cantidad de escuelas, precisamente las que acogen a las poblaciones más vulnerables, no cuentan con los medios y condiciones para llevar a cabo esta tarea como les gustaría. Y hablo con conocimiento de causa, por mi propia experiencia y por los proyectos de investigación que desarrollamos con algunos centros. Vemos “auténticos milagros”. Si yo estuviera a cargo de seleccionar a las “mejores” escuelas, la lista sería muy diferente. Los parámetros de calidad (todavía no los he pensado) irían bastante en línea con “mi prueba” y considerarían más componentes sociales y educativas que económicas. Invito a todos los interesados a que nos pongamos a pensar en cómo articularla.