En esta sección siempre nos movemos en el territorio de lo educable, de sus posibilidades, de sus cambios, de su adptación a tiempos y espacios cambiantes y muchas veces veriginosos.
La educación es un proceso. Un proceso lento y permanente que va transformando a quien la recibe y a la sociedad en la que se inserta. Por eso los estados modernos y democráticos, en mayor o menor medida, decidieron ofrecer educación de forma obligatoria, como derecho y como deber. Para la mejora de sus sociedades, para que la mayor cantidad posible de personas pudieran desarrollar facultades intelectuales y morales, que les permitieran cada vez más llevar el timón de sus vidas desde la dignidad y la libertad y así mejorar al conjunto. La educación universal es, por sí misma, un beneficio indiscutible para cada persona y para las sociedades.
Un ejemplo muy clarificador sería la erradicación del analfabetismo, primer gran objetivo de la educación como servicio público, como derecho. En la actualidad eso es incontestable, aunque tuvo enormes resistencias para que abarcar a las clases subordinadas y no letradas y a las mujeres de toda clase y condición. Por fin la tenemos implantada y, con muchos baches y agujeros negros, es uno de los objetivos del siglo XXI para todos los paises del planeta. Ir al colegio no es un elemento de distinción, ni un capricho esporádico, ni una experiencia accidental. Es una aspiración universal y una preocupación de los gobiernos y las familias en gran parte del mundo, que ha acabado con la idea de que la gente que aprende es peligrosa, que la pobreza va unida a la ignorancia y a la sumisión, que en esa ignorancia reside la cantera del abuso y de la servidumbre.
Cuando no se desea que un territorio o un segmento de la población prospere y sea dueño de su propio destino, se le priva de educación. El ejemplo más flagrante es el de las niñas y jóvenes afganas y el de los niños soldado en paises africanos en guerra.
En los paises llamados occidentales, incluyendo las américas en ellos, la educación formal se ha dotado de presupuestos, ha levantado edificios, ha formado y contratado profesorado, ha distribuido dispositivos y materiales sofisticados para implementar tecnologías de la información. Pero todo ello no es neutral. Importa cómo, para qué y de qué forma.
Me da la impresión de que la educación formal se ha dejado seducir por los cantos de las sirenas del neoliberalismo que sólo pretende embaucar, seducir y encontrar adeptos y adictos al consumo y a las tendencias. Y, como para ello no hace falta pensar sino todo lo contrario, actuar por impulsos emocionales y tener fe ciega en las modas y modos que prometen paraísos, el meollo de la educación, que es el desarrollo de facultades intelectuales y morales, queda en un plano bajo y degradado.
Las habilidades y destrezas aprendidas en la escuela gracias a la alfabetización: lectura y escritura como base para prosperar, se van dirigiendo poco a poco pero inexorablemente hacia la pura funcionalidad de entender mensajes cortos y contestarlos, sin dedicar tiempo a la reflexión, el contraste de pareceres, la opinión crítica y la toma de postura.
Se leen, quizás, más letras y palabras que nunca, descabezadas, descontextualizadas, ajenas al mundo que pisamos, centradas en el ombligo de quien las emite, con vocación de entretener enredando y contaminar de un conformismo invisible.
Casi nadie en nuestro entorno es analfabeto ni analfabeta real, saben leer y escribir, pero ¿para qué y qué cosas? Durante el período escolar y dentro de la escuela han entrado troyanos y trolls, que han ido desdibujando la instrumentalidad de la lectoescritura para acceder a informaciones y a formaciones de cada vez de más alcance, y para conocer e interpretar el mundo de una forma cada vez más humana, más ética y más estética.
Los valores (justicia, solidaridad, reciprocidad, empatía, respeto a lo diferente…), se aprenden en procesos largos y no exentos de tropiezos y puestas en cuestión, pero los contravalores (avaricia, egocentrismo, supremacismo, abuso…) se adquieren en un golpe de clic, en espacios de seducción muy rápida, muy atractiva, muy adictiva y muy deseable.
Es cierto que estamos en una crisis sistémica general y global, pero mientras tengamos escuela para todos, ahí se tiene que seguir formando a las niñas y niños que ya viven y desean otras realidades, que desconocen los procesos y que lo quieren todo ya, de inmediato.
Nos hemos puesto del revés.
¿O es que es muy barato embaucar a la población joven invadida de tecnologías para que engrosen cuanto antes las filas de consumistas y gente acrítica y paralizada?
No bajemos la guardia en la escuela como espacio preferente de conocimiento y convivencia y la arrojemos en brazos de las modas, las falsas creencias y promesas, las dobles verdades y mentiras. Porque así le vamos quitando su especificidad, su valor, su beneficio común y personal.
¿Cuándo vamos, si no, a trabajar insistentemente para que estos aprendizajes se queden para siempre en nuestra persona y nos hagan mejores?
El mejor profesorado no debe estar desmoralizado ni quemado. Es un valor seguro que ha costado mucho tiempo y esfuerzo, como para desviarle la mirada sólo hacia resultados cuantificables y falsamente comparables.