Impunidad vs educación
De qué vale educar en valores en la escuela cuando “el emérito” (el exrey) vuelve con impunidad a España y sus delitos prescriben para una justicia amañada por los poderosos. Una justicia que, como declaraba el propio presidente conservador del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Carlos Lesmes, está «pensada para el robagallinas, no para el gran defraudador«, lo cual confiesa que impide la lucha contra la corrupción.
La impunidad de la corrupción manda un mensaje contundente y poderoso. Educa en la derrota sistemática de la justicia, viendo cómo día tras día una clase social, el bloque del poder, está al margen de cualquier proyecto democrático de justicia, responsabilidad y equidad. Defraudan, estafan y delinquen con absoluta impunidad. Tienen un ejército de abogados para dilatar, enmarañar y buscar los resquicios legales con el fin de salir indemnes cuando les pillan, si les pillan. El dinero suficiente para pagarlos y son dueños de la mayor parte de los medios de comunicación que ocultan, minimizan o blanquean sus tropelías.
Esta impunidad genera una cultura de la derrota en la población. Somete a una constante sensación de frustración. Porque, mientras nos educan en la escuela y en la familia para ser responsables, todos los días nos muestran simultáneamente cómo una clase social practica y justifica el desfalco y el saqueo de las arcas públicas para rescatar a los grandes bancos y financieras, para reflotar a las grandes empresas, garantizando que los corruptos sigan siendo personajes públicos y se presenten a elecciones, e incluso que se paseen por los platós de las televisiones con total impunidad. Y no pasa nada.
Lo cual genera indefensión aprendida y sumisión consentida. Pero quizás, lo más peligroso de todo, incluso deseo de emulación, constatando la impunidad con la que lo pueden hacer sin que tengan consecuencias. Es más, los denunciantes de la corrupción y la impunidad de ese bloque de poder son perseguidos implacablemente y pagan cara su denuncia: véase el caso de Julian Assange a nivel internacional o, a nivel nacional, el de raperos que han acabado en la cárcel por calificar al emérito Juan Carlos de «capo mafioso» o «borracho tirano».
Mientras nos educan en la escuela y en la familia para ser responsables, todos los días nos muestran simultáneamente cómo una clase social practica y justifica el desfalco y el saqueo
Socialización en la ideología neoliberal-fascista
Por eso desde la comunidad educativa nos preguntamos de qué vale que en la escuela eduquemos en la democracia, en los derechos humanos, en la justicia, en la convivencia y la igualdad, si las generaciones actuales son socializadas sistemáticamente por su entorno, por las instituciones y los medios en los contravalores. La práctica social les está educando en la impunidad sistemática de quien es corrupto, en el incumplimiento permanente de los derechos humanos por los poderes públicos, en la hipocresía de la condena únicamente del genocidio y de las guerras si no son organizadas o provocadas por Estados Unidos, Israel o la OTAN, en la normalización de la desigualdad, la injusticia y la impunidad como condición esencial del capitalismo.
Es una guerra cultural y de clase. Y la clase empobrecida la va perdiendo por goleada. Esta guerra ideológica enseña el código cultural de que determinada clase social es impune. Que en plena democracia la justicia solo se aplica a los robagallinas. Que no es cierto que “quien la hace, la paga”. Que el bloque del poder es inmune, no solo impune. Porque se ha puesto en práctica utilizando la implicación, o al menos la connivencia, de todos los medios de poder: el económico, el mediático, el militar, el ideológico,… E, incluso, con el político.
Lo cual manda un mensaje terrible de desesperanza ante la impunidad. Cuando la esperanza en democracia se ha cifrado históricamente en la posibilidad de cambiar la realidad de impunidad e injusticia estructural a través de la política, de la participación democrática, vemos como también esta esperanza se nos ha robado. La gestión política del capitalismo “de rostro humano” (como si se pudiera explotar y saquear humanamente) por parte de la socialdemocracia cuando ha llegado al poder en toda Europa, ha frustrado las esperanzas de la clase trabajadora frente a los avances del capitalismo y la ideología neoliberal. Todos los partidos socialdemócratas han acabado aplicando los principios y “valores” del neoliberalismo (fuera mediante la tercera vía, el socialiberalismo o los grandes pactos con la derecha más conservadora).
Ante lo cual, buena parte de la población se ha sentido engañada por quienes en otras épocas defendían el Estado Social, la redistribución económica y la justicia social. Esto ha sido crucial para provocar una sensación generalizada de hundimiento de los principios de democracia, justicia social y solidaridad. Ante esta percepción de que no hay alternativa posible, de que vivimos una guerra de todos contra todos y que la única opción es “sálvese el que pueda”, buena parte de la población ha optado por apostar por salvarse ellos primero. Apoyando y defendiendo las propuestas de grupos ultraderechistas y neofascistas que proclaman que “primeros nosotros”.
De esta forma el neoliberalismo ha ido construyendo referentes y códigos culturales que avocan al neofascismo. Conduciendo, por una parte, a la negación de la posibilidad de cualquier cambio: “No hay alternativa”. No se puede hacer nada. El capitalismo es la opción menos mala. Y, por otra parte, asentando las creencias que impulsan así discursos populistas de corte neofascista, que una parte de las jóvenes generaciones que pueblan nuestras aulas acaban viendo como opción posible. Es decir, el fascismo se ha acabado viendo no como una barbarie, una enfermedad a erradicar (como decía Camus), sino como una opción más e, incluso, una opción posible y deseable.
No podemos responsabilizar únicamente a la escuela de la educación en valores de las nuevas generaciones porque esto es una mentira, una hipocresía y una justificación para seguir perpetrando los mismos códigos culturales
Necesitamos a toda la tribu
Tenemos que retomar la agenda de prioridades. No podemos responsabilizar únicamente a la escuela de la educación en valores de las nuevas generaciones porque esto es una mentira, una hipocresía y una justificación para seguir perpetrando los mismos códigos culturales que asientan lo contrario de lo que decimos en la escuela. Sobre todo, cuando el modelo social que reciben las nuevas generaciones les educa justamente en los contravalores del neoliberalismo capitalista: la injusticia y la impunidad. Necesitamos a toda la tribu para educar conjunta y coherentemente en aquellos valores que manifestamos públicamente y que hemos consagrado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en la mayoría de las constituciones de los diferentes estados.
Un primer paso es empezar a combatir la pedagogía del egoísmo que se extiende socialmente, base esencial de la ideología neoliberal, que hunde sus raíces en el interés propio. Una pedagogía que está reconstruyendo, a través de los medios, las prácticas y los discursos sociales y educativos, un nuevo sujeto neoliberal que ve en el egoísmo y las relaciones de competencia y de mercado la forma natural y normal de estar y ser en el mundo. Un sujeto cuyo primer mandamiento es “ayúdate a ti mismo”. Que desprecia cualquier obligación moral vinculada a la solidaridad colectiva. Una persona formada en la lógica de la competición, cuyas relaciones y prácticas sociales se transforman en cálculos e intercambios regidos por el cálculo del máximo interés individual.
Debemos combatir esta pedagogía del egoísmo, no solo en la escuela sino a través de todos los medios de educación y socialización formal y no formal (especialmente los medios de comunicación), si queremos superar de una vez por todas el neofascismo. Es necesario, claro está, acabar con la impunidad y la corrupción, poner coto a los beneficios, a los paraísos fiscales y el rescate de los bancos y fondos financieros y establecer medidas para conseguir un estado de bienestar social global, que contemple los límites del planeta.
No podemos seguir siendo “indiferentes” ni “obedientes” ante la pobreza y el hambre, ante la guerra y la crueldad, ante la insolidaridad y el egoísmo brutal, ante el saqueo del bien común, ante la intolerancia, la impunidad, la corrupción y el auge del neofascismo. La verdadera munición del capitalismo no son las balas de goma o el gas lacrimógeno; es nuestro silencio. Ya lo decía Martin Luther King: “Tendremos que arrepentirnos en esta generación no tanto de las malas acciones de la gente perversa, sino del pasmoso silencio de la gente buena” que miramos para otro lado ante la barbarie y la impunidad.
Se puede leer más al respecto en el libro de reciente publicación Pedagogía Antifascista.