Desde hace unos años vengo observando un intento por parte de algunos medios de comunicación, apoyados por la difusión en redes sociales, de introducir el disenso, y en muchos casos el miedo, ante cuestiones educativas sobre las que existe un amplio consenso democrático refrendado por las numerosas leyes educativas de distinto signo que se han promulgado en nuestro país.
El marco discursivo educativo en el que nos movemos desde que estamos en democracia pivota sobre el principio de igualdad de oportunidades al que aspira la educación y el respeto a los Derechos Humanos de todos los ciudadanos, y en particular los Derechos del Niño. Ley tras ley de educación -y llevamos ya unas cuantas- un hilo conductor promueve unos valores democráticos compartidos durante décadas. Hemos intentado con más o menos éxito llevarlos a las aulas, pero ahí los tenemos como referentes comunes y forman parte de nuestra cultura escolar.
A mi modo de ver, el discurso público en educación debería nutrirse de las aportaciones que se pueden hacer dentro de este marco ético común y para ello propongo los siguientes términos que considero indispensables en nuestro contexto actual:
• Cultura del aprendizaje y la inclusión. Pretendemos que todos los ciudadanos desarrollen unas competencias básicas (entendidas como una combinación o conjunto integrado de conocimientos, capacidades y actitudes que se movilizan en un contexto particular). Esto exige que se den pasos firmes en la inclusión de todas las personas y en todos los niveles del sistema, pero muy particularmente en lo que afecta a los menores de edad. Tenemos que recuperar las inversiones perdidas tras años de recortes y enfocarlas en mejorar la inclusión, tanto en la contratación de especialistas como en la mejora de la formación de los docentes en activo. En este apartado, la cuestión de la evaluación formativa se presenta como uno de los ámbitos más prometedores en cuanto a su relación coste-efecto sobre los aprendizajes y que puede, entre otras cosas, mejorar las tasas de idoneidad al evitar muchas de las contraproducentes repeticiones de curso.
• Cultura del cuidado y la convivencia. La educación obligatoria es el espacio por excelencia de protección de la infancia, como lugar de detección de todo tipo de vulneración de derechos y de pobrezas. En esta cultura del cuidado, en los tiempos postpandemia hay que poner especial atención a la salud mental. De nuevo se necesitan especialistas en los centros y también formación específica en detección por parte del personal educativo. Haciendo un paralelismo, además de aprender primeros auxilios y prevención de accidentes, también deberíamos conocer aspectos básicos de atención y cuidado de la salud mental, incluyendo aquellas cuestiones que son específicas del ámbito escolar como el bullying y su prevención.
• Cultura de la participación y la confianza. La educación obligatoria debería ser un ámbito en el que experimentar y aprender la participación en las decisiones del propio ámbito y entorno, a todos los niveles. Poniendo en perspectiva los últimos 50 años, se han hecho progresos en cuanto a la participación de los claustros. Queda aun mucho por hacer en cuanto a la participación de las familias y, sobre todo, de los propios niños, niñas y jóvenes. De cómo se sientan escuchados, de cómo puedan promover iniciativas y sentirse responsables de sus decisiones va a depender su grado de compromiso como ciudadanos adultos que algún día serán. Participar no es hacer lo que otros te indiquen, sino contribuir en las decisiones que se toman sobre los asuntos que te afectan. En este sentido, cobra especial importancia el reto de la protección y cuidado del medio ambiente ante la emergencia climática.
Centrar el discurso público en el ámbito educativo requiere enmarcarlo en los consensos democráticos que hemos construido colectivamente en las últimas décadas. Ha costado mucho esfuerzo para ahora dilapidarlo dando bola a medios o perfiles sensacionalistas que ponen en circulación bulos y discursos elitistas elogiando un pasado que nunca existió. Estos son propios de una agenda que promueve una guerra cultural de importación e insinúa que existen bandos y grietas donde en realidad hay un consenso amplio en torno a los valores democráticos de protección a la infancia y la promoción de la igualdad de oportunidades desde la escuela.
Es en este marco democrático donde encajan cuestiones antiguas como el currículum flexible y abierto a la concreción, la autonomía de los centros, el trabajo en equipo de los docentes y con otros perfiles profesionales… Y otras más recientes como la renaturalización de los patios escolares, el enfoque de la igualdad de género, la mejora de la convivencia y la integración de los refugiados e inmigrantes, la importancia de la nutrición y la vida saludable en la salud mental, el juego en la infancia, etc. Porque la escuela no es solo la escuela. Es mucho más. Por ello, además de no entrar a discutir en marcos mentales que niegan estos valores compartidos (como explica Lakoff en su imprescindible ensayo “No pienses en un elefante”), necesitamos compartir frecuentemente las palabras de nuestro marco mental para soñar y trabajar por la escuela que estamos construyendo. Ahí les dejo, pues, algunas palabras y les invito a usarlas generosamente cuando piensen y hablen sobre educación.
Referencias
George Lakoff. No pienses en un elefante. Lenguaje y debate político (Ed. Península, 2020).
Morales, M. y Fernández, J. La evaluación formativa. Estrategias eficaces para regular los aprendizajes (Ed. SM, 2022).