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Es una realidad que hay un problema al respecto de la conciliación: a día de hoy, muchos niños y niñas prácticamente viven en las escuelas infantiles y colegios, puesto que sus familias solicitan cada vez más y en mayor número su permanencia en estos desde las 7:30 de la mañana hasta bastante más de 16:00. Así, la jornada diaria de estas criaturas puede alargarse hasta las diez horas. Diez horas que pasan lejos de sus principales figuras de apego y de su hogar, un día tras otro, y otro, y otro…
¿Podemos conformarnos con esta concepción de la conciliación? ¿Es una solución para la vida laboral de las familias la institucionalización de la infancia en los centros educativos, o estamos tapando un problema con otro? ¿Por qué surgen estas propuestas en nuestra sociedad, y no otras que favorezcan la educación de nuestros menores?
Obviamente, se trata de un tema complejo que tiene varias aristas, pero como docentes una de ellas no podemos obviarla: no es en los niños en quienes se está pensando. De hecho, existen estudios sobre las principales causas de estrés, nerviosismo y ansiedad en los menores relacionadas con la sobrecarga de horarios en instituciones. Esto se agudiza cuanto más pequeña es la criatura, porque es cuando más necesita vincularse afectivamente con sus figuras de apego —su madre y/o su padre u otras—, para crecer y desarrollarse adecuadamente. Este estrés diario puede impactar negativamente en su desarrollo social y afectivo.
Pero, como suele ocurrir, este no es un tema que ataña únicamente a las familias que se ven con dificultades para conciliar. Es evidente que, en paralelo a las dificultades de compaginar la vida cotidiana de las familias con hijos, va también una tendencia a la baja de la natalidad que se produce en “el mundo desarrollado”, especialmente en todo el continente europeo, en el que España es uno de los países que mayor caída acusa.
Las condiciones laborales y materiales de la franja de población en edad de procrear no solo afectan a la conciliación una vez que se tienen hijos, sino que suponen un problema a la hora de decidir tenerlos
Cuando se han hecho indagaciones sobre los motivos de este fenómeno, uno de los factores que se ponen de manifiesto es que las condiciones en que viven las generaciones implicadas no facilitan la realización de todos los aspectos de su desarrollo personal. Entre ellos, compatibilizar sus condiciones materiales de vida con los deseos de tener hijos.
Es decir, algunas de las condiciones laborales y materiales de la franja de población en edad de procrear no solo afectan a la conciliación una vez que se tienen hijos, sino que suponen un problema a la hora de decidir tenerlos. Desarrollar la vida familiar en condiciones precarias no es lo más estimulante ni deseable.
En cuanto a lo laboral, entre la desocupación y los trabajos inestables, los jóvenes se ven muchas veces obligados al pluriempleo, a las largas jornadas laborales o a vivir con bajas remuneraciones. Y estas condiciones, a veces combinadas, no garantizan ni siquiera el acceso a viviendas.
Además, las tareas de cuidados siguen sin valorarse: las bajas que se otorgan para llevarlos a cabo son muy reducidas, no existen permisos remunerados ni ayudas significativas a la crianza, más allá de la primera baja tras el parto.
En el caso de las mujeres la incompatibilidad se agudiza especialmente, ya que aún sigue estando muy mal visto en el mundo laboral que los hombres quieran dedicar tiempo a la atención familiar. “Los padres a trabajar y las madres a criar” es la mejor premisa para profundizar la desigualdad de género, ya que el avance en el desarrollo laboral de las mujeres no podrá igualar al de los hombres.
Y, sin embargo, es evidente que hace falta tiempo de dedicación y de disfrute tanto de los mayores como de las niñas y niños para que estos puedan crecer con bienestar y desarrollarse con todas sus potencialidades. Pero muchas —demasiadas— veces este tiempo de dedicación está reñido con las agendas laborales de sus familias.
¿Qué hacemos entonces con las niñas, los niños y sus familias? ¿Mantenemos las propuestas de largas jornadas laborales y larguísimas jornadas escolares?
La “conciliación” en este caso, es un concepto que no corresponde al ámbito privado, sino que debe estar encarado desde lo laboral y lo social
No parece ser una solución adecuada para ninguna de las partes y no habla bien de la sociedad en su conjunto.
La “conciliación” en este caso, es un concepto que no corresponde al ámbito privado, sino que debe estar encarado desde lo laboral y lo social, protegido por la legislación. Las políticas públicas deben velar por el desarrollo adecuado de las familias tanto en el mundo del trabajo como en los servicios sociales prestados a la comunidad.
La humanidad se ha desarrollado siempre de manera colectiva, y nuestros hijos son la generación que nos sigue. No son una propiedad nuestra, forman parte de esa colectividad, por lo que es el conjunto de la comunidad quien tiene que brindarles las condiciones para que crezcan en posesión de todos sus derechos. Como sociedad, no podemos relegar al ámbito familiar un problema que nos atañe a todos.
Esta actitud de protección comunitaria se refleja en medidas que se han llevado a cabo en otros países europeos, por ejemplo, en el ámbito laboral: flexibilidad para las familias con hijos, como reducciones de jornadas, horarios que se adecúen a las necesidades familiares, bajas por cuidados adecuadas a los tiempos necesarios, incentivos a la responsabilización paterna y legislación para su normalización.
También son necesarias ayudas públicas y facilitar el acceso a la vivienda adecuada y una red universal de escuelas públicas de calidad.
Estas son solo algunas de las modificaciones que permitirían evitar las jornadas prolongadas, ya que, de eso estamos seguras, conciliar la vida laboral y familiar no es —no puede ser— institucionalizar a los niños y niñas en los centros educativos.