Somos una Fundación que ejercemos el periodismo en abierto, sin muros de pago. Pero no podemos hacerlo solos, como explicamos en este editorial.
¡Clica aquí y ayúdanos!
Las cooperativas de trabajo asociado son, hoy en día, la única experiencia de democracia económica que existe en nuestra sociedad. Seguramente te vengan a la cabeza ejemplos de cooperativas que no son precisamente ejemplo de esto. No hablamos de las empresas que de cooperativas tienen tan solo el nombre, entidades con una personalidad jurídica vacía de contenido, empresas que tienen otro interés diferente al de democratizar económicamente la sociedad. De estas hay muchas, por desgracia. En Andalucía hemos visto y sufrido mucho esas entidades de la economía social en el campo andaluz (controladas en muchos casos por terratenientes), de entidades que se han acogido a la forma de economía social por simple conveniencia (ayudas, subvenciones, etc.).
En La Espiral Educativa SCA somos cooperativa porque tenemos la convicción de que es uno de los caminos más importantes que debe de emprender la sociedad civil para revertir los valores de individualismo, competitividad e insolidaridad que emanan del sistema económico actual y que tanta desigualdad y sufrimiento están ocasionando a nuestra gente. Creemos en el cooperativismo como una forma de hacer economía, como una forma de relacionarnos entre las personas, como una forma de ser, hacer y educar.
Por eso decimos que pertenecer a una cooperativa no es tan solo un proyecto económico o laboral, es un proyecto de vida. Es una opción de compromiso por vivir una serie de valores que llenan de contenido esta personalidad jurídica. Este aspecto es tan importante, que muchas de las cooperativas que caen, lo hacen por la ausencia de estos valores. De ahí la frase que siempre nos recuerda nuestro amigo Luis de la cooperativa Transformando, “no hacen falta cooperativas, lo que nos hace falta es cooperativistas”. Sin personas que encarnen estos valores y los vivan como trinchera ante la cultura depredadora individualista, el cooperativismo está abocado a ser absorbido, diluido en las SL.
Y con el convencimiento de que los valores no se transmiten, ni se comen, ni se aprenden, sino que se viven, se maman, se pegan a la piel, nos subimos al carro de las cooperativas escolares. Bebemos de la mejor fuente, la de nuestra principal aliada, la Cooperativa Alhucema, propietaria del Colegio Ferroviario, con décadas de experiencia en cooperativas de primaria y secundaria, pero buscando nuestra impronta, la de la formación profesional.
Así, cada año, aprovechando las tres horas semanales que nos ofrece la libre configuración en segundo curso del Grado Superior de Integración Social, montamos nuestra cooperativa Marea Integradora, cuya misión (según el acta fundacional de este curso) es “dar visibilidad a los colectivos que están en exclusión, desarrollando proyectos para sensibilizar sobre las problemáticas comunes y generar cambios; así como dar a conocer y enaltecer la función de el/la integrador/a social como parte fundamental de la sociedad, para que sea reconocida su figura”.
Para que haya una vivencia real de estos valores, no podemos hacer un simulacro, tal y como hacen cada año con los niños y niñas que visitan el ayuntamiento de su pueblo o ciudad para que puedan hablar un rato a la clase política, haciéndoles creer que están participando en la “cosa pública”. Estas acciones ayudan a tomar conciencia de los problemas, pone el foco mediático en temas que a menudo están invisibilizados y acercan a la ciudadanía al poder político, pero no son experiencias de participación ciudadana. No nos cabe duda que lo simbólico tiene su aprendizaje, pero en este caso nos interesa sobre todo, la potencia de intervenir sobre la realidad. Que nuestra chavalería viva las consecuencias, para bien o para mal, de sus propias decisiones. Que experimenten que su voz/voto no solo es tenida en cuenta, sino que tiene poder de decisión, produciendo un efecto de empoderamiento personal y colectivo (como clase trabajadora) cuya vivencia y aprendizaje aspiramos que les acompañe el resto de su vida y “les salga” en futuros momentos de conflicto con el poder establecido.
Por todo esto, comenzamos cada curso redactando un Acta Fundacional que recoja los porqués de organizarnos. Unos estatutos que recojan tanto el organigrama interno, como las comisiones de trabajo, así como las normas de funcionamiento, tal y como recoge el reglamento por el que se rigen los trabajadores y trabajadoras de una cooperativa andaluza. Escogemos a las personas que ocuparán los cargos, pero no imitando las elecciones de nuestra democracia burguesa, sino desgranando los perfiles personales de cada cargo, con sus características y funciones, así como las cualidades y habilidades que debería tener la persona que lo ocupe. Una vez acordado y construido entre todxs, pasamos a proponer a las personas que por sus actitudes creemos que pueden defender esos puestos. Y serán ellas las que admitirán o no la elección de la mayoría. Porque tener un cargo no es solo una responsabilidad, sino “un marrón”, pues es trabajar más que el resto, tener más disponibilidad, a veces, poner la cara ante los medios… en definitiva, es un servicio a tu cooperativa, del que no se saca más nota, ni más sueldo, a lo sumo, una liberación en algunas tareas cotidianas. Es una experiencia de donación personal a un proyecto colectivo.
Pedagogía de la Acción
Y llegamos a lo esencial de esta experiencia, el hacer. La acción como pretexto para confrontarnos con la realidad, nos da la oportunidad de que puedan trabajarse otras habilidades que normalmente están latentes y cuesta verlas en el día a día de las clases, nos ayuda a crecer en autonomía, en protagonismo individual y colectivo. Y, sobre todo, nos ayuda a comprobar que la realidad es transformable, “aunque solo sea un poco”, que diría Galeano.
Ejemplo de algunas de las acciones que hemos llevado a cabo:
- Organización de torneos deportivos con diferentes colectivos sociales para la inclusión social
- Organización de encuentros entre jóvenes de diferentes culturas
- Videodenuncia sobre temas de actualidad
- Edición de una revista monográfica, denunciando un problema social (desahucios, sinhogarismo, lgtbifobia, jóvenes extutelados sin vivienda, ludopatía en los barrios, explotación sexual y trata…)
- Dinamización de actividades infantiles a cambio de productos de economía social para su posterior sorteo (como no podemos cobrar, bienvenido sea el trueque)
- Campaña de incidencia política para la incorporación de la figura profesional del/a Integrador/a Social en los Servicios Sociales Comunitarios de nuestra ciudad
- Campaña de incidencia política para el implemento de proyectos municipales de ocio inclusivo
Se trata de actividades que forman parte de nuestro ámbito profesional, pero como no podemos cobrar por ellas (porque no tenemos CIF y además todavía no somos profesionales), pues habrá que sufragarlas de alguna manera. Por esta razón, a principios de curso pactamos un capital social inicial (como cualquier otra cooperativa), que cada miembro deberá aportar (incluido profesorado) y que entre todos/as deberemos buscar la fórmula para invertirlo y
multiplicarlo para conseguir fondos necesarios que nos ayuden a sujetar tanta actividad, porque los sueños, a veces, hay que financiarlos. Para eso están las rifas, las sponsorizaciones, la venta de camisetas o las barras de comida y bebidas a precios populares. Acciones paralelas al resto de actividades que llevan consigo una trama de aprendizajes diferentes y complementarios al resto.
¿Y todo esto pa qué?
Para salir de uno/a mismo/a, desprenderse de lo propio, encontrarse con otros/as y construir un proyecto colectivo. Ésta es, sin duda, la mayor de las resistencias que nos encontramos, sobre todo al principio del proceso. El individualismo que trae el alumnado metido en vena, después de décadas de entrenamiento, preparándose para obtener su puesto, su nota, su plaza en tal o cual grado, su, su, su… ¡Claro que hay chavales/as que se niegan! Incluso chavales/as de expedientes brillantes, que no quieren (o no pueden) donarse a un proyecto colectivo, en el que sus privilegios están en riesgo porque ya no dependen de uno/a mismo/a, sino del trabajo de todos/as. Los procesos de autogestión pueden ser espectacularmente liberadores, pero tediosos y agotadores, sobre todo para jóvenes a los que solo se les ha enseñado a escuchar, memorizar y vomitar. Y es que, participar cansa. Tienen demasiado alojado la opresión y, siguiendo a Paulo Freire, somos conscientes que “solo en la medida en que descubran que alojan al opresor, podrán contribuir a la construcción de su propia liberación”. Y eso en un cuatrimestre, para algunos/as sería un verdadero milagro.
Cooperar para tener una experiencia real de organización horizontal y asamblearia, donde se aprende la esencia de lo que supone la toma de decisiones por consenso, dando sitio a todo el mundo, aprendiendo tanto a asumir responsabilidades, como a retroceder para que otros/as puedan tomar protagonismo, por eso a los/as más potentes, a veces tenemos que pedirles “que su ser no impida que otros/as sean”, parafraseando de nuevo al maestro Freire.
Cooperar para buscar esos “lugares comunes” que nos permitan salir hacia fuera y lanzar a la sociedad nuestra voz como jóvenes de clase trabajadora comprometida (en estos días nos pilláis debatiendo el lugar común de MAREA INTEGRADORA ante el Mundial de Qatar).
Para organizarnos juntos/as y demostrarnos que hay otras formas de organizarse más dignas e igualitarias. Trabajamos por comisiones descentralizadas, para rendir cuentas a tus iguales de las responsabilidades asumidas. Planificamos todo lo que soñamos, para después llevarlo a la práctica y celebrar los éxitos o frustrarnos juntos/as cuando las cosas no salen como nos habrían gustado. Porque los errores nos ayudan a aprender y no debemos sancionarlos. Tan solo sancionamos la negativa a intentar lo colectivo.
Cooperar para aprender a comunicarnos de manera no violenta, dejando a un lado las machirulas maneras de defender mi posición e imponerla al resto. Y de paso aprender a obedecer las decisiones colectivas (aunque no sea la mía) y empezar a desobedecer a la autoridad externa impuesta, ya sea el político de turno, el cura o el líder. Aquí los/as profes que acompañamos estos procesos nos la jugamos, porque a veces toca acompañar decisiones y caminos que no son nuestros preferidos, incluso que no nos gustan, porque la participación puede desbordar nuestro proyecto educativo, aunque nunca debe ir en contra del mismo, por eso, nuestro acompañamiento en este tipo de procesos debe velar para que no se nos cuele el sistema.
Cooperar para resistir al tsunami neoliberal que pretende reducir la FP a la adquisición de habilidades profesionales que sólo atienden a las necesidades del mundo empresarial. Para evitar que nuestra fuerza de trabajo sirva a intereses que son contradictorios a nuestros valores. Al igual que nuestra luz no sostiene oligopolios, sino que fomenta el cooperativismo verde (Som Energía), ni nuestro consumo se expande por grandes superficies, sino que apoya la economía social y local (La Tejedora o Transformando), ni nuestros papeles dependen de cualquier bufé, sino que son velados por quienes saben y entienden nuestro mundo (Autonomía Sur) o nuestros ahorros, que no financian guerras, sino proyectos cooperativos y socialmente comprometidos (Coop57). Se trata de no vivir todo esto como una parcela aislada y desconectada del resto, sino más bien de cooperativizar la vida.
En definitiva, aprender a cooperar para desaprender eso de buscarnos la vida “a nuestra bola”, porque “eso es la avaricia”, sino más bien salir de nuestros problemas juntos/as, “pues eso es la política”, como bien decía nuestro Gianni, en su Escuela de Barbiana.